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Cuatro; Castigo.

Tres días transcurrieron desde la última vez que las plantas de sus pies habían tocado suelo perteneciente al mundo humano.

En otra ocasión, se habría sentido asqueado desde el momento en el que el aire terrenal hiciera contacto con sus pulmones. Aun si madre Lilith le rogase que no se sintiese de tal manera, lo único que podía experimentar al estar cerca de su raza de origen, era el aura despreocupada que desprendían los impíos que confundían el concepto de libertad con el de libertinaje; pensamiento que le hacía sentir una presión asfixiante alrededor de su cuello.

Pero esa vez no sería así, tenía un único objetivo en mente y ninguna aberración mundana le haría cambiar de opinión.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontró una vez más en la habitación de aquella alma pura e inocente, la misma a la que desde antes de su nacimiento se le había señalado que no tendría lugar alguno en el cielo.

Se mantuvo quieto por unos segundos en el marco de la puerta, quería acercarse a ella, sin embargo, desde el interior de su corazón temía que la niña ya no fuera capaz de reconocerlo o siquiera verlo.

— Extrañé tu presencia. — Susurró la pequeña, aún de espaldas, mientras jugueteaba con los dedos de sus manos. — Tus juegos me divierten, pero los suyos no.

Sin esperar respuesta alguna, Suk volvió a hablar.

— ¿Esta vez me llevarás contigo? — Preguntó con una sonrisa rebosante de esperanza. — No me gusta estar sola.

— Eso es algo que no puedo hacer, pequeña Suk. — Las comisuras de la niña descendieron levemente, por lo que Junier se apresuró a cambiar sus palabras. — Pero prometo venir a visitarte tan pronto como mi castigo acabe.

— ¿Tú también has sido castigado? — Soltó en un susurro ahogado. — No quiero ser castigada nunca más, por eso decido obedecer, aun si las reglas no son de mi agrado.

Junier rio un poco al escuchar la frase dicha por Suk. A nadie le gusta ser castigado, eso estaba claro.

Sin embargo, la expresión divertida en el rostro del demonio fue cambiaba por una mueca de espanto e incredulidad en cuestión de segundos, en el momento exacto en el que la pequeña frente a él alzó los mechones de cabello que cubrían la mayor parte de la superficie superior de su cara, mostrándole una imagen que nunca llegó a pasar por su mente.

Ambas cuencas se encontraban completamente vacías, dándole a entender que la privación de su vista era el resultado de un castigo no merecido.

A pesar de llevar tanto tiempo adversándola desde las tinieblas, era la primera vez que podía apreciar el rostro de la niña por completo, sintiéndose avergonzando por no haberla conocido antes y poderla proteger en el momento del ataque.

«Reconoce en tu corazón que, así como un padre castiga a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti.» Deuteronomio 8:5

Por primera vez en mucho tiempo, Junier se permitió a sí mismo llorar, ¿quién habría sido capaz de cometer tal aberración hacia un alma tan limpia?

Por primera vez en mucho tiempo, Jungkook tomaba control absoluto de su cuerpo, permitiendo que sus sentimientos humanos decidieran por él, en lugar de guiarse por la racionalidad casi perfecta de su lado espiritual.

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