Capítulo 8
Me apoyo en la puerta, una de mis manos contienen las risas que amenazan por escapar de mi boca y arruinar mi plan.
Desde este lado puedo escuchar como Barry cierra el grifo de la ducha. Humedezco mis labios.
Pasan un par de minutos que se me hacen eternos y pronto escucho un sonido de desagrado.
—Esto sabe a cebolla... —Oigo su voz decir.
De nuevo tengo que aguantar las ganas de reír cuando escucho un "ew".
—¿Por qué sabe a cebolla mi dentífrico? A menos que... ¡Caitlin! ¡Me has cambiado el dentífrico por pasta de cebolla! —Y es ahí cuando finalmente libero mi boca.
Me resulta imposible contener las risas y tengo que agarrar mi estómago.
—¡Te voy a matar, Snow! ¡Maldita seas! —La puerta del baño se abre y tengo que moverme rápido para no caer al suelo.
Salgo corriendo pasillo hacia adelante y abro la puerta sin cuidado.
—¡Caitlin! —Oigo detrás de mi.
Pero no miro atrás, sólo sigo corriendo hasta llegar al taller de coches de Barry.
Me escondo detrás del vehículo y lucho conmigo misma para dejar de carcajear.
No oigo sus pasos por lo que creo estar a salvo.
Pero cuando menos me lo espero, algo tira de mi hacia arriba y esa misma fuerza me empuja hacia la pared.
Barry me aprisiona contra la pared, su pecho desnudo y sólo unos pantalones cubriéndole.
Trago saliva y miro hacia otro lado cuando sus ojos verdes profundizan en mi.
Y de repente noto que los latidos de mi corazón se aceleran sin poder controlarlos.
Tal vez sea la distancia. Tal vez sea la falta de ella. Tal vez sea su cuerpo semi desnudo.
O tal vez sea yo.
Pero algo se mueve dentro de mi y no puedo mantenerle la mirada.
Una de sus manos va hasta mi barbilla y me obliga a mirarle.
Entonces se acerca más a mi y su pelo todavía goteando me hace cosquillas.
Parece que va a besarme. Vuelvo a tragar saliva.
Abre la boca y entonces... Me echa su aliento con olor a cebolla.
—¡Barry! —El asco se apodera de mi y le empujo para alejarlo pero no lo consigo hasta segundos después.
—¡Cerdo! —Exclamo y le veo reír.
—¡Jodete! —Pongo los ojos en blanco y me marcho de allí.
Pasa un largo rato hasta que volvemos a encontrarnos en el salón. Cuando Barry entra, yo me dispongo a salir pero él me detiene.
—Ya me he lavado los dientes... Con dentífrico, quiero decir. —Bromea. Asiento y vuelvo al lugar que ocupaba antes.
—Mira lo que tengo Caitlin. —Entre sus manos agita una revista. En la portada estoy yo.
Sonrío.
—En la página cuatro aparece tu querido prometido. —Y tal y como lo dice, abre la revista y me muestra la foto de George.
—Si, uno de los jóvenes empresarios más importantes del mundo. —Presumo.
Barry apreta los labios para evitar reírse en mi cara.
—¿Joven? Nunca le había visto antes pero no parece tan joven. —Chasqueo la lengua.
—Tiene treinta y seis años, Barry. Claro que es joven. —Defiendo.
Me cruzo de brazos en una postura ofensiva.
—"Le gustan los paseos por la playa, las carreras de caballos y la elegancia..." —Lee en voz alta.
—Eso suena tan... —Añade pero no completa la frase. Alzo una ceja.
—¿Tan qué? —Veo que moja sus labios antes de hablar.
—Absolutamente deprimente, triste y muy aburrido.
Y además es feo —Eso me hace sentir ofendida e incómoda.
—Eso no es cierto. No es aburrido y es una gran persona. Me conoce mejor que nadie. —Le aseguro. El ojiverde sonríe con compasión.
—Seguro que te conoce. Te gusta el rosa, la moda y Nueva York
¡Por supuesto que te conoce! —Su tono sarcástico es un golpe bajo.
—¿Qué quieres decir con eso? —Entonces nuestras miradas se cruzan y permanece en silencio.
—Que no es cierto, Caitlin.
Él no te conoce, no como yo lo hago al menos. —Niego ferviente.
—Él me conoce mejor que tú. —Ataco. Pero no ha dicho su última palabra.
—¿Acaso él sabe que odias el pescado? ¿Que te cuesta dormir por las noches y piensas demasiado? ¿Sabe que le tienes miedo a la oscuridad?
¿Acaso él sabe que te gustan los coches clásicos y la velocidad?
¿Qué siempre has tenido miedo a quedarte sola?
¿Que tu mayor sueño era una boda en mitad del bosque y fuí yo quien lo cumplí?
¿Qué amas las tormentas y que te sientes profundamente perdida?
«Dímelo, Caitlin. Dime si él conoce tu manía de morderte las uñas. Si sabe que el té es tu bebida favorita. Dime si él sabe quien eres o si en cambio sólo sabe quien aparentas ser.»
Me veo incapaz de articular palabras y prefiero quedarme en silencio.
Pero él no lo hace.
—¿Estás enamorada de él? —Me siento obligada a responder a esa pregunta.
—Deja de hacer eso. —Le pido.
—¿Qué es lo que estoy haciendo? —Juega su carta de inocencia y me pongo de pie, harta de este juego. Él me imita.
—Esas preguntas. Cuestionas toda mi maldita vida y haces que yo me la cuestione también. —Me cruzo de brazos. Entonces él sonríe y mira hacia otro lado.
—Si te cuestionas si estás enamorada de él es que no lo estás. —Contraataca.
—Eso no es cierto. No tiene nada que ver.
—¿Alguna vez te cuestionaste si estabas enamorada de mi? —No tengo ni la más mínima duda por tanto no tardo ni un segundo en responder.
—No. —Él sonríe ampliamente.
Y no comprendo porqué hasta momentos después.
Entonces me mira y se va.
Me deja sola y llena de dudas.
¿Pensamientos? ❤
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