「o n e」
Jennie despertó dos horas antes de lo necesario
porque le gustaba alistarse para ver a Lisa.
Hizo el desayuno a cada uno de sus cinco hermanitos y tomó un corto baño de agua caliente, cepilló sus dientes y peinó su cabello que sus puntas las tenía tinturadas de rosa. Aplicó un poco de brillo en sus labios y sonrió al espejo. Tomó el perfume que estaba sobre una mesita de noche, lo puso sobre su cuello, muñecas y pecho.
Tomó el precioso suéter de color rosado, que llevaba un bordado de rayas y se lo puso lentamente.
Le gustaba mucho.
Miró el maquillaje, recién comprado por su hermana mayor y negó con algo de enojo.
Salió del cuarto sonriendo para sí misma y se despidió de todos y cada uno de sus pequeños hermanitos.
Abre la puerta de la casa y sale con una sonrisa, adornando su rostro.
Ya dentro de la escuela, saludó a Rosé, besando su mejilla y dirigiéndose al escritorio que compartía con la chica que le gustaba.
Lalisa Manoban.
Suspiró ilusionada, ya que estaba segura que algún día Lisa correspondería sus sentimientos.
Lastimosamente, no era este día. Puesto que en el momento en que Lisa entró, miró con rabia a su tierna compañera.
Se sentó a su lado y antes de poder decir algo al respecto, la maestra de algebra entra al enorme salón de clases.
Se podría decir que Lisa era una joven bastante malhumorada y gruñona, con una mirada fría, pero que interiormente era una pequeña masita realmente amorosa.
Aunque sólo lo demostraba con su novia.
Jennie no sabía que la joven de cabello pelirrojo tenía una pareja, por lo que vivía completamente ilusionada con que Manoban fuera a corresponder sus sentimientos.
Lisa desconocía del amor platónico que Jennie sentía por ella, debido a que creía que la chica sólo quería molestarla.
Aunque a decir verdad, le parecía una pelirosa si se le podría decir así por sus mechones rosados, demasiado adorable, que aunque en muchas ocasiones le llevara la contraria, le parecía bonita.
Muy bonita.
Ambas se observaron por dos segundos y fueron interrumpidas por segunda vez, por la voz de su maestra.
— Examen sorpresa. — La maestra hace una leve sonrisa y tras esa afirmación, el curso se llenó de quejas y abucheos. Ella sólo elevó los hombros y sacó un par de hojas de su maleta.
Luego de recibir la hoja del examen, Jennie sonrió a la maestra y comenzó a desarrollar los ejercicios. Giró su rostro en dirección al de Lalisa, que se encontraba frustrada.
— ¿Necesitas ayuda? — Susurró al ver cómo su amiga luchaba por no poder hacer el primer ejercicio y le sonrió.
Tal vez, el corazón de Manoban se aceleró en aquel momento.
La pelirroja asintió con una mueca al no comprender nada del examen, Jennie le mostró con una sonrisa la hoja que estaba desarrollando.
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