18. Voces internas
"Nuestra mente puede ser nuestro peor enemigo" -Aidan Whitehall.
Aidan:
Sangre.
Mucha sangre.
Me miré en el espejo del baño. Mi cara cubierta de pequeñas gotas de líquido rojo me recibía. Moretones y golpes sangrantes adornaban mi rostro, la piel estaba ardiéndome.
Lavé mis manos y mi cara en el lavabo. Mi cuerpo concentrado en el terrible dolor que sentía y mis pensamientos negativos consumiéndome en gran manera.
Estoy solo.
Soy defectuoso.
Nadie vendrá a ayudarme.
El agua en contraste con mi piel hacía arder mis heridas pero nada que no pudiera soportar.
Luego, esa voz que conocía resonó por toda la habitación.
-No estás solo -me dijo, su voz tan grave- Nos tienes a nosotros.
Miré hacia el espejo y podía ver dos figuras claramente en el reflejo. El de mi lado izquierdo era alto y fuerte, sus ojos azules y su mirada seria podía asomarse levemente por su capucha oscura. Y el segundo, aquel que me había hablado era casi tan alto y fuerte como el primero, pero su cabello negro al igual que sus ojos lo hacían lucir intimidante, y sus labios formaban una sonrisa torcida que al principio me pareció terrorífica.
-No eres defectuoso, solo eres diferente -comentó el primero.
-No quiero ser diferente -hablé fijando mi mirada en el lavamanos, el agua limpiando la sangre que corría de mi barbilla hacia él.
-Ser diferente no es malo. No si nos tienes a nosotros -el de ojos negros habló- Eres capaz de mucho Aidan, no sabes lo fuerte que eres.
-No soy fuerte, ustedes sí. Soy débil. No puedo seguir viviendo, no así... -mis ojos comenzaron a crear lágrimas pero de ninguna manera las dejé correr por mis mejillas- ¡Estoy tan cansado! ¡Estoy tan harto de esto! Lo siento, pero he tomado una decisión.
Ambos me veían sin expresión alguna.
-Tú no das las ordenes aquí, Aidan. Después de todo lo que hemos hecho por ti, no te mereces ese poder -el pelinegro me contradijo y tanto el como el de la capucha se dieron una mirada de complicidad- Jamás te desharás de nosostros.
-¡NO! -grité y con fuerza golpeé el vidrio del espejo agrietándolo totalmente.
Mi respiración se escuchaba bastante agitada. Mi cabeza daba vueltas, estaba tan confundido, todo a mi alrededor se veía borroso y me sentía totalmente fuera del lugar.
Miré mi mano derecha con la que había golpeado el espejo y noté sangre corriendo de ella, el dolor fue soportable, ya había tenido que aguantar dolores más fuertes.
Lavé la sangre en mi puño y salí del baño de mi cuarto. Mi cabeza aún dando vueltas.
Golpear mi cara no había sido muy inteligente. Causar tantos golpes no me causaría la muerte y si quería lograr alcanzar una muerte rápida y efectiva debía pensar con detalles.
Estaba tan agotado, ya no quería pensar y ese era el obstáculo que tenía. Necesitaba descansar y evitar que Adam me viera en este estado cuando llegara de su trabajo.
Me recosté en la cama y aunque me costó demasiado, pude conciliar el sueño después de un rato.
Desperté sintiéndome diferente. De hecho, todo a mi alrededor lucía diferente. La habitación estaba oscura que casi no podía ver nada. La puerta de mi cuarto estaba abierta y había un pequeño destello de luz que asomaba por las escaleras. Me levanté de la cama y comencé a dar pasos suaves de camino al pasillo.
Me mantuve siguiendo ese destello de luz, bajé las escaleras poco a poco, una sensación extraña invadiéndome. Al llegar al final de las escaleras tomé camino hacia la cocina, mi oído escuchando voces familiares a mi alrededor.
«Aidan, no tienes por qué esconderte.»
«Es hora de una pequeña lección.»
Miré a todos lados, mi corazón agitado.
¿Sentía miedo?
«Nadie va a encontrarte. Estás tan perdido...»
«A nadie le importas. Estás solo. Eres insignificante.»
Me quedé paralizado al llegar a la sala de la casa. La silueta de un hombre mayor sentado en un sofá frente a la chimenea de la cabaña, y sosteniendo un vaso de vidrio con licor en el, me hizo entrar en pánico.
-Ven aquí. ¡No seas cobarde y enfréntame! -gritó, su voz sonando lejana- ¿O todavía me tienes miedo?
El hombre se levantó del asiento y luego se giró hacia mí. Su sonrisa torcida me dio escalofríos.
Comenzó a dar pasos rápidos hacia a mí sujetando un cuchillo enorme y cuando estuvo a punto de llegar, desperté.
Mi corazón palpitaba demasiado fuerte. Tomé una respiración enorme al darme cuenta de que solo había sido una pesadilla. Siempre tenía de esas, incluso desde que era niño. Pero luego de las citas con la psiquiatra, la terapia cognitiva y la psicoterapia no las tenía tan frecuentes.
Desgraciadamente algo le pasó a mi psiquiatra, falleció y no pude seguir yendo a mis citas. Y si quería volver a recuperarme debía conseguir a un psiquiatra tan bien preparado como ella, y a decir verdad no sería tarea fácil.
Me levanté de la cama y bajé las escaleras, había logrado dormir solo una hora y media. Fui a la cocina por un vaso de agua y me topé con Adam. Su expresión fue de terror al ver mi rostro, al parecer su jornada en el hospital ya había terminado.
-¡¿Qué te pasó?! -actuó intranquilo.
-No es nada, me tomé una pastilla para dormir anoche y cuando me levanté caí de golpe y mi cara chocó con el piso -mentí, la forma en la que lo hice estaba seguro de que logró convencer a Adam.
-Bien, no vuelvas a intentar levantarte si ves que no se ha pasado el efecto de la pastilla ¿si? No quiero que sufras peores daños -Adam me sugirió mientras comenzaba a preparar la cena, sin embargo su mirada me decía que dudaba un poco.
Él siempre se preocupaba de más, la verdad había agradecido tanto por ello. Como mi hermano mayor, y el único familiar cercano, él actuaba como un padre para mí. Desde que mis padres fallecieron Adam había estado en todo momento.
Nunca me había abandonado.
Él había sido mi apoyo.
Tomé un vaso de agua, y cuando subí el primer escalón, él me llamó.
-Aidan -me nombró con la vista fija en los vegetales que cortaba- Necesito que hagas algo.
-¿Si? -retomé mi mirada hacia él.
-Necesito que continúes con tu terapia y tus citas al psiquiatra -dejó en claro.
Mi psiquiatra murió hace unas semanas. No tengo tiempo para ir en búsqueda de otra.
-Está bien, llamaré a la doctora Phin y apartaré una cita para esta semana. He estado yendo frecuentemente. No te preocupes, estaré bien -le aseguré.
-Aidan -Adam me dió una mirada inquieta- Sé que me has mentido.
¿Qué?
-La doctora Phin murió hace un mes.
Rayos, me descubrió.
-¿Cómo así? ¿Me estás hablando enserio? -fingí demencia ante su acusación. Mi semblante tornándose triste.
-Tú ya lo sabías, no intentes fingir conmigo -Adam habló firme- Tú lo sabías y aún así me lo ocultaste para que no tuvieras que seguir asistiendo a las citas, ¿crees que no lo sé?
¿Desde cuándo no puedo engañarte, Adam?
Mis labios formaron una línea fina.
-Solo te mentí en cuanto a lo de asistir estas semanas. Me disculpo por ello. Pero sí estuve asistiendo a las citas las últimas semanas de vida de la señorita Phin. La verdad es que no quería recibir terapia con alguien más que no fuera ella.
-Entiendo eso, la Doctora Phin era muy buena haciendo su trabajo. De seguro te encariñaste con ella
Mis ojos no dejaron de mirarlo en todo momento, así que no le quedó más remedio que creerse el cuento de que había asistido a la terapia anteriormente y que le había mentido porque en realidad extrañaba a la Doctora Phin. Así que sin más, me dejó subir a mi habitación.
No me gustaba mentirle a nadie, en especial a Adam, él era una buena persona. Pero si necesitaba que no se preocupara debía evitar que conociera las razones de mi evitación a las terapias.
No es que yo no quisiera recuperarme, de hecho, era lo que más anhelaba. Y las citas con la Doctora Phin eran de mucha ayuda, ya lo había comprobado.
Pero algo me lo impedía.
Bueno no algo.
Si no, alguien.
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