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13. Los Evans

Abrí la puerta de la casa y me adentré en la sala de estar arrastrando los pies y sin energías.

Acababa de llegar de la escuela y las actividades extracurriculares me estaban matando.

El televisor estaba encendido como de costumbre e iluminaba el rostro inalterable y tosco de mi padre que como siempre veía sin inmutarse el canal de deportes.

Estuve a punto de tomarme unos minutos para analizar con detenimiento el porqué mi padre insiste en ver ese canal y solo ese canal, pero escuché unas risas sospechas e inusuales provenientes de la cocina.

Pensé en Kacey, seguro vino a buscarme y se encontró con mamá en la cocina, que tiene el día libre. Sostuve esa idea hasta que me paré frente a la puerta y entre oí una voz masculina que parecía divertirse. No quise seguir torturándome y giré el picaporte y entré a la cocina.

La puerta hizo un pequeño estruendo cuando la abrí de golpe. Me encontré con los ojos fijos de mi mamá como si me reprochara con disimulo por entrar así a la cocina cuando había visitas. Mis ojos viajaron hasta Aidan que sonrió cálido cuando lo miré.

—¿Aidan? —fue lo único que pude decir al verlo allí parado en la cocina de mi casa, ayudando a mi madre a guardar las compras.

—Hola, Raven. Me encontré a tu mamá en la tienda y me ofrecí a ayudarla con sus compras.

—Ya... veo... —titubeé un poco.

—¡Raven, esas son formas de entrar en la cocina, un poco más y destrozas la puerta!

—Lo siento, mamá. Escuché ruidos y pensé que alguien se había metido a la casa. No sabía que tú o Aidan estarían aquí.

Intenté procesar lo que estaba presenciando. Aidan conoció a mi madre y como buen vecino no solo le dio un aventón, sino que también le ayudaba a guardar sus compras aún después de lo que pasó. Extraño.

—¿No es un amor? —rió mi madre y pareció ablandársele el rostro ahora que tenía oportunidad de hablar de Aidan—. Él solo cargó con mis compras y se ofreció a llevarme hasta la casa. Raven no me dijiste que compartías una clase con Aidan. ¿Sabías que su hermano mayor es el Doctor Whitehall? Es el doctor de quién siempre te hablo Ravie, el que terminó su residencia en el hospital de San Francisco, ¿Lo recuerdas?

—Sí, mamá, lo recuerdo —dije. Jamás imaginé que de quién mamá hablaba con tanta admiración fuera Adam, el hermano de Aidan. Por como mamá lo describía siempre, pensaba que el extraordinario Doctor Whitehall era un hombre mayor de cabellos blancos y bigote chistoso. No sé me había pasado por la cabeza que el guapo hermano mayor de Aidan Whitehall, trabajaba en el mismo hospital que mamá.

—Es una enorme casualidad que ustedes estudien juntos, el doctor Whitehall es un colega muy sobresaliente y había tenido la oportunidad de ver a Aidan varias veces en el hospital desde que se mudaron. Tal parece que al principio ambos hermanos no podían estar mucho tiempo lejos del otro.

Aidan rió y pareció aportarle vitalidad a las viejas paredes de esta cocina, todas ellas con siglos de silencios sepulcrales y con pocas opciones de escuchar a alguien reír así.

—Muy graciosa, Señora Evans. Pero la verdad es que era Adam quien siempre exigía que pasara por el hospital; creo que quería asegurarse de que no me metiera en problemas. Es muy sobreprotector y a veces suele exagerar.

—Pues ya lo creo —afirmó mi madre—. El doctor Whitehall es demasiado testarudo y con frecuencia tiende a exagerar un poco las cosas, pero no es una mala persona, al contrario, lo admiro y aprecio más debido a sus fallas, mucho más de lo que lo admiraría si no tuviera ninguna.

Mamá sonrió antes de continuar:

—A pesar de sus logros, su humildad y modestia están siempre presentes. Siendo tan joven es tan inteligente y bien hablado, tiene muchas responsabilidades en el hospital y aún así se toma el tiempo para cuidar de su hermano; él no lo sabe, pero su ejemplo me motiva a dar lo mejor de mi en mi trabajo y cuidar de mis hijos con el mismo fervor con que él lo hace con su hermano.

¡Waoh! Jamás la había escuchado hablar así de alguien. Es obvio el profundo cariño que mamá le tiene al hermano de Aidan. Es como si ella fuera una madre orgullosa que presumía de lo más inocente las habilidades de su hijo.

—Sus palabras son tan conmovedoras, señora Evans. Es lindo escuchar a alguien expresarse así de Adam.

—Ni lo menciones —sonrió—. No hay duda de que también hay en ti ese fervor que tiene tu hermano, Aidan. Lograrás grandes cosas, lo pude ver desde el primer día en que Adam nos presentó.

Aidan agradeció con aún más sinceridad sus palabras y yo quedé aún más anonadada. Ahora, mamá no solo le tiraba flores a Adam sino también a Aidan. Es válido añadir que, a mi jamás me ha hecho un cumplido que no tenga que ver con mi cabello o mi apariencia. Me siento desplazada.

Mamá invitó a cenar a Aidan en agradecimiento por ayudarla. Este aceptó y se ofreció a ayudarla con la comida. Pero las buenas costumbres de mamá y, más concretamente, su orgullo y hospitalidad, impidió que se molestase nuestra visita en ello. En vez de eso, mamá insistió en que sería más apropiado que nosotros conversáramos antes de que empezara la cena.

«Seguro se ven mucho en la escuela, pero ustedes los jóvenes tienen tantos temas de que hablar que seguro la hora del almuerzo no alcanza para contárselo todo»

No sé dónde mamá sacó que los jóvenes tenemos muchos temas de conversación, pero no me opuse a ella y llevé a Aidan escaleras arriba a mi habitación. Papá miraba la televisión en la sala y Timmy jugaba a voz en cuello en el pasillo, así que supuse que mi cuarto aislaría todos esos ruidos molestos provenientes de todas las partes de la casa.

—Tu mamá es agradable —comenzó Aidan cuando estuvimos solos en mi cuarto—. No sabía que era tu mamá hasta que me dio la misma dirección que la tuya. El mundo es un pañuelo, como dicen.

—Sí, lo es —afirmé desganada, entrecerrando la puerta.

Aidan me miró un segundo y frunció los labios como si pensara.

—Tengo el presentimiento de que no te agrada mucho mi visita —procedió a sentarse en mi cama— Para mi defensa, ya te dije que no sabía que la enfermera Evans era tu madre. Yo solo intentaba ser amable.

—No, no es eso. No me molesta. De hecho, iba agradecerte el haber ayudado a mi mamá con las compras.

Aidan alzó ambas cejas como si esperara que terminara de decir algo que con seguridad me incomodaba.

—Y, es solo que —suspiré—. Mi casa es un desastre. No quería que tú, ni nadie de la escuela, la viera.

—Yo la noto bastante limpia —dijo después de un minuto de haber observado la habitación.

—No me refería a eso, hablaba más bien de los miembros de mi familia. En conjunto todos podemos ser un desastre. Nadie en la escuela lo sabe, solo Kacey, y me hubiera gustado que se mantuviera así.

Aidan meditó un poco antes de contestar, parecía que intentaba comprender mis sentimientos y cuando habló no me hizo sentir mal por querer mantener mi hogar en secreto, dijo que me entendía y respetaba mi forma de pensar, pero no acepté que se fuera.

Le hice saber que si él prometía guardar el secreto de lo que escuche y vea en esta cena, siempre sería bienvenido. Aceptó y agradeció la confianza.

Me asentí aliviada de que se quedara. Mamá seguro me mataría si Aidan se hubiera ido por mi culpa. Le había prometido hace poco que ya no ahuyentaría a otro de su invitados.

Pasamos el tiempo hablando de la escuela hasta que Aidan se fijó en el violín que estaba en la pared de mi cuarto.

Pude notar sus ojos chispeantes de curiosidad al distinguirlo.

—¿Tocas? —preguntó con una sonrisa como si dudara.

Una luz se encendió en mí y por primera vez me sentí orgullosa de saber hacer algo frente a Aidan.

Él siempre me llevaba la ventaja, en clase y socialmente, además seguro nunca tendría una relación tan tóxica como la mía con Eliob, pero de seguro no podría ganarme en el violín.

—Sí, lo hago.

Sonreí por esa pequeña pero significativa victoria.

—¿En serio? No te creo —dijo divertido.

Alcé una ceja y me crucé de brazos.

—¿Es tan difícil creer que tenga algún talento?

—Por supuesto que no. Es más, pienso que tienes muchos, pero no llegué a imaginar que alguno de ellos estaba asociado a la música.

—Bueno, supongo que no luzco muy artística. Eso debe haberte confundido.

Aidan rió pero no agregó nada más. Tal vez no quería incomodarme y afirmar lo poco intérprete que parezco. Quise aprovechar el silencio para preguntarle lo que pensaba al respecto de que yo supiera lo de su TID.

No habíamos tocado el tema y temía que si seguíamos ignorándolo, este tema se volvería indiscutible para nosotros, algo que no debería pasar, ya que Tres insiste en aparecer siempre en mi camino.

Abrí la boca para empezar con todo, pero fui interrumpida por el caminar con finura de mi vieja gata, la Señorita Purpurina. Entró por mi habitación como si se tratara de la suya propia, y con su indiferencia gatuna y su ternura natural llamó la atención de Aidan desde que este la vió caminar.

—¿Es tuya? —se apresuró a decir al llamar su atención. Yo recordando lo fiera y peligrosa que es mi gata intenté espantarla para que no lo mordiera o rasguñara. Mi sorpresa fue gigantesca cuando Aidan dijo «está bien», y la gata se dejó acariciar mientras ronroneaba, y luego, terminó por subirse plácidamente en su regazo—. Es muy tierna tu gata. ¿Cómo se llama?

Estaba atontada viendo el cambio de actitud que tenía mi gata que casi olvido que su nombre es tan vergonzoso de decir en voz alta frente a un invitado.

—Su nombre es... —quise inventar algo, pero supuse que si Aidan se quedaría para cenar no faltaría alguien que llamara a la gata por su nombre— Señorita Purpurina... —murmuré entre dientes.

—¿Qué?

Suspiré.

Acabemos con esto.

—Señorita Purpurina —repetí fuerte y claro.

Aidan frunció el ceño y luego rió tan alto que giré los ojos.

—¿Señorita... Purpurina? ¡Y te quejabas de Hulk!

—Es que tenía once cuando la gata llegó y me encantaba la purpurina. ¡Y ya deja de reír!

—L-lo si-ento, no puedo evitarlo —dijo riendo a carcajadas.

Siguió riendo por un rato y en intervalos se detenía, me miraba y repetía «Purpurina». Fue divertido mirarlo reír pero había algo que no me permitía estar completamente tranquila, allí en su regazo, yacía acostada con gracia la gata más salvaje e indomable de todas. Ahora, resulta que siempre fue tierna y tranquila.

Pensar en lo que había cambiado me inquietaba.

Me quedé en silencio.

¿Cabía la posibilidad de que este se tratara de un universo alterno dónde la Señorita Purpurina en realidad es una apacible gata que se la lleva bien con todos?

Solo había una forma de averiguarlo.

Acerqué mi mano con sigilo hasta la cabeza de la Señorita Purpurina. Entre más cerca estaba más me convencía que me había despertado en otra dimensión, pero cuando mis dedos estuvieron lo suficientemente cerca de la gata, y Aidan me miraba como si realmente hubiera algo mal conmigo, la Señorita Purpurina me atacó y huyó a toda velocidad de mi habitación.

—Seguro se asustó —dijo Aidan.

No me lo creí. ¿Cómo podría asustarse de mí que tengo cinco años viviendo con ella y no de Aidan que es un completo desconocido?

—Debes gustarle mucho, mi gata no se la lleva bien con nadie.

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Bajamos cuando mi mamá nos llamó y ayudamos a poner la mesa. Me reí cuando Aidan mencionó que en su casa Adam acostumbra a poner platos de más en las cenas y así fingir que no están ellos dos solos en el comedor.

Después de comer, Adam se levanta y exclama: "¡Bueno, parece que nuestros invitados no se dignaron a venir!", y recoge los platos. Aidan comentó que Adam solo lo hace para animarlo un poco y no con frecuencia, ya que son pocas veces que comen juntos debido al horario de Adam.

—Deberían los dos acompañarnos una noche a cenar —dijo mi mamá a Aidan—. Seguro que disfrutaremos de la compañía de ambos.

—Gracias, Señora Evans. Seguro que sí.

Mamá empezó a servir la comida y también la de papá. Él nunca nos acompaña, prefiere comer viendo el partido, así que mamá le acomoda su comida en una bandeja y yo soy la encargada de llevársela hasta la oscuridad de la sala.

Las luces estaban apagadas para mejor apreciación del televisor. Llevé la bandeja, como de costumbre, pero había algo que no se sentía como siempre. No sé con exactitud si fue la tensión del momento porque había alguien lejano a la casa que estaba a solo unos cuantos metros y una pared de mi padre, o quizás fue la oscuridad más tenue que había presenciado en esta casa, pero algo me hizo tambalear y derramé un poco de la cerveza de mi padre en el suelo y eso lo enfadó mucho.

No era la primera vez que mi padre me abofeteaba por una tontería como esta. Y desde luego, no era la primera vez que me llamaba "inútil inservible", entre otras despectivas palabras dichas con una voz iracunda que podrían atemorizar a cualquiera. Pero no a mí.

Volví cabizbaja a la cocina con la única esperanza de que quizás el televisor estaba lo suficientemente alto como para que Aidan no hubiera escuchado lo que mi padre me dijo, pero no fue así.

Pude notar por los ojos consoladores de mi madre, el pequeño temblor de Timmy y el desconcierto de Aidan de que los tres habían oído todo. Llevaban acabo un silencio que en poesía se describiría ensordecedor. Tenía que romperlo de alguna manera. No quería que nadie sintiera lástima por mí.

—Oye mamá, ¿Sabías que Aidan puede hablar coreano con fluidez? Es realmente sorprendente —dije para sacar a relucir un tema de conversación que no se centrara en mí y en lo ocurrido hace un minuto.

—Bueno yo no diría fluido...

—¡Qué espléndido, Aidan! Es increíble que sepas hablar coreano. Es un idioma muy difícil. ¿Sabes? Siempre quise aprender otro idioma. La doctora Rodríguez habla fluido español e inglés y solo por eso parece ser más inteligente que el resto de los otros doctores.

—Bueno, aprender un idioma y hablarlo con fluidez es una tarea ardua —habló Aidan—. Pero, Raven exagera al decir que lo hablo fluido. Solo sé algunas frases. Mi amigo, Connor, él es coreano, y paso tanto tiempo con él que creo que estoy acostumbrado a escucharlo quejarse en su idioma.

La cena transcurrió sin novedad y Aidan se ofreció a ayudarme a lavar los platos. Después de terminar, salimos un rato al jardín y observamos el cielo estrellado posando nuestros brazos en la rejas de madera que separa el porche del césped.

—Aún no creo que sepas tocar el violín. Lo siento, no he podido dejar de pensar en eso desde que vi el violín en tu cuarto. Creo que me debes alguna especie de prueba.

Reí. Por un momento pensé que su idea de salir al patio se debía que quería discutir lo que pasó hace un momento con mi padre, pero no y estaba feliz por eso.

—Si quieres prueba, pues las tendrás —saqué mi teléfono y busqué un vídeo en el que interpreto la marcha turca de Mozart con el violín.

Aidan tomó el teléfono de mis manos y sus ojos se dilataron al ver la verdad frente a sus ojos. El viento sopló y yo me abracé como si quisiese mantener el calor.

—Eres increíble —dijo en voz baja, sin poder dejar de mirar el video. Cuando hubo terminado le mostré otros y su sorpresa solo variaba para hacerse más grande cada vez que me veía tocar—. Eres grandiosa, Raven. Me has sorprendido. Que bueno que no aposté a que no tocabas, hubiera perdido veinte dólares por hacerme el gracioso.

—Ojalá hubiéramos apostado. Serían los veinte dólares más rápidos que hubiera ganado.

—Sí, para mí serían los más rápidos que hubiera perdido. Porque es obvio que eres grandiosa.

—No soy tan grandiosa —reí.

—Lo eres. Lo pienso mucho a medida que he ido conociéndote. Lo digo en serio.

—No hay mucho que se pueda admirar de mí. No soy sobresaliente como Adam, o divertida como Kacey. Lo único que en verdad me hacía destacar era la música, pero tuve que abandonarla porque mamá no pudo seguir pagando la matrícula de la academia. Está bien, porque la verdad...la verdad...yo...yo no... no sé en realidad porqué te estoy contando esto. Lo siento.

Los ojos de Aidan brillaron por el reflejo de la luna y por un momento me perdí en ellos. Hasta que habló:

—No lo sientas. Acabo de descubrir algo impresionante sobre ti hoy, y nada de lo que digas podría hacerme sentir que no eres la persona excepcional que siempre he creído que eres.

Quedé sin aliento, él me miraba con tanta sinceridad que sentía que moría.

Estaba incómoda. No quería que las cosas se empezaran a tornar extrañas para nosotros.

—Está haciendo frío —dije—, quizás sea mejor entrar.

Él no respondió, se quedó inamovible, observándome en silencio sin apartar la mirada. Alargó su mano y tocó el pómulo de mi mejilla derecha, sentí como una ráfaga de dolor se extendió en mi rostro ante su contacto.

—¿Te duele? —preguntó y separó un poco sus dedos convirtiendo su tacto en una caricia.

—No mucho... —mentí. Con todo, había olvidado el posible moretón que se había formado debido al golpe de mi padre.

Si no quería que todo se volviera extraño entre nosotros, ya era tarde. Se avecinaba una inevitable conversación de lo que pasó en la cena con mi padre. Quería a toda costa evitarla.

—Lamento que tengas que pasar por esto —comentó en voz baja. Aún acariciándome.

-—Por favor... —corté con su tacto—. No lo lamentes. No tienes que preocuparte, estoy bien.

—No puedo evitarlo. Me preocupa. Tal vez no es tan obvio para ti, pero me interesa todo lo que tiene que ver contigo.

—¿Por qué?

Había hablado en un susurro, deseando que no dijera lo que tanto temía.

—No creo que a estás alturas no lo sepas —dijo, y su rostro fue una mezcla de vergüenza y diversión que me enterneció—. Me gustas, Raven. No creo haber sido nunca tan obvio en mi vida. Pero, no puedo dejar de pensar en ti; en lo que dices, en lo tierna que te ves cuando te pones a la defensiva, o como te pones roja cuando te molestas, cuando hablas con tanta sinceridad y como eres capaz de ser tan racional cuando todos suelen ser emocionales. Me gustas desde que te comiste tu orgullo y te disculpaste conmigo en clase de educación física, y me gustas más ahora, que he visto algunos de tus secretos.

Mi boca se secó. Sentía que debía decir algo. Pero estaba tan nerviosa.

¿Qué se supone que debo decir ahora? ¿Qué le dices a alguien que acaba de exponerse de esta manera ante ti?

—N-no sabía... —comencé.

—No tienes que decir nada, Raven. Está bien si no respondes.

—Quiero responder —dije y tomé aire. Parecía que estaba apunto de dar mi testimonio frente a un inmenso panel de jurados que, sin importar lo que dijera, siempre me hallarían culpable—. Yo no sabía que te gustaba de esa forma. Es decir, sabía que me tenías cierto aprecio, pero no imaginé que tú..., que... sentías algo.

Me aclaré la garganta.

—Bueno —sonrió—. Ya lo sabes. Y no quiero que pienses que las cosas cambiarán entre nosotros, Raven. Me gusta ser tu amigo, me gusta que me escuches y que no me juzgues por mi trastorno ni intentes sacarme información a la fuerza. Pero sobre todo, me gusta que seas tú, y que no intentes ser alguien más.

Pensé inmediatamente qué sentiría Aidan si descubriera que Kacey y yo seguimos el rastro de Tres el otro día. Él no sabe que yo tengo trato con su otra personalidad. La culpa por ello empezó a consumirme.

¿Podíamos siquiera considerar algo más que una amistad existiendo Tres y todo lo complicado que es el trastorno de personalidad disociativa? No lo sabía, pero ¿eso me detendría?

La estrellas callaron y parecieron reservarse su opinión.

No había manera de saberlo con solo imaginarlo.

Al menos...

—¿Y si... —dije, y descubrí una parte curiosa en mí que no sabía que existía hasta ahora—. ¿Y si... yo quiero que las cosas cambien un poco entre nosotros? —anuncié con cierta timidez.

No quería intentar hacer un experimento, pero tampoco esperaba que nos lanzáramos a una relación. Lo mejor sería empezar con pasos pequeños, y estaba dispuesta a decírselo a Aidan.

Él pareció confundido, entreabrió los labios un segundo por la sorpresa, y luego, comprendiendo a lo que me refería se acercó a mi y me besó.

Al principio me congelé.

Quedé tan sorprendida que mi corazón empezó a saltar a una velocidad que me extrañó, y me encontré acercándome a Aidan de la forma más tímida de la que nunca me había acercado a otro chico antes. El beso se hizo cada vez más intenso, Aidan lo dirigió con un compás decidido que me sacudió.

Este era nuestro primer beso, pero era nuevo para mí también en otros aspectos. Para empezar nadie me había besado nunca como si hubiera deseado hacerlo desde hace mucho, pero Aidan lo hacía, y con cada respiración, con cada aliento y caricia, lo demostraba.

Tomó mis caderas con cierta firmeza con una de sus manos y mi cuello lo atrajo a él con la otra, yo me mostré ignorante a su atrevido tacto en todo momento y solo pude aferrarme a cada uno de sus brazos. Me sentí tan inexperta, como si se tratara de mi primer beso en general, aunque no lo era.

Aidan, logró de alguna forma inimaginable más proximidad que, de pronto, nos sumergió a una cercanía peligrosa que despertó todos mis sentidos. Paseó, después, sus manos hasta llegar a mis muslos y me cargo para ponerme en la baranda de madera de la terraza. No lo logró a la primera, no me di cuenta de su intensión y me baje de la baranda para continuar con el beso. No le dió importancia y repitió el gesto de volver a subirme a la baranda para tener un mejor control del beso.

Fue como si él supiera con exactitud como acarrear cada parte de mi cuerpo y eso me asustó un poco, me asustó que tuviera tanto control de mí como nunca nadie tuvo. Y me aterró descubrir que pudo haberme pedido cualquier cosa en este momento y yo hubiera accedido sin poner peros.

Habría perdido control de toda la situación si no fuera por el repentino golpe de la puerta cuando ésta se abrió de golpe.

Sentí el corazón en la garganta. Ambos nos giramos, asombrados, con la respiración entrecortada. Y mi alma salió de mi pecho y luego volvió a entrar en el momento en que noté a la Señorita Purpurina correr hasta el césped.

¡Casi me mata esa gata!

Intenté recuperar el aliento, y me sentí torpe por esta situación. Creo que, tanto Aidan como yo, agradecimos que no haya sido mi madre quién causara esa repentina intromisión.

Casi sentí que Aidan estuvo apunto de decirme algo mientras buscaba el aliento, pero fue mi madre quién apareció esta vez en la entrada con una bandeja de lasaña que había quedado de la cena.

—Aidan, ¿crees que a tu hermano le gustará la lasaña recalentada? Sé que su turno termina temprano en la mañana, pero en serio me gustaría que la probara —mi madre miró a Aidan que recobró la compostura tan rápido como flash, y luego me miró a mí, y frunció el ceño—. ¡Raven, bájate de allí! ¡Te podrías caer! —me reprendió.

Obedecí casi de inmediato, intentando no parecer tan sonrojada como seguro ya lo estaba.

Aidan tomó mi mano y me ayudó a bajarme a pesar de que no estaba tan alta la baranda como para que necesitara ayuda para bajar.

Volvimos a dentro y mamá le entregó la lasaña a Aidan y nos despedimos de él.

Nuestras miradas nunca se sintieron tan conectadas como esa noche que él se marchó y nos miramos con una sonrisa cómplice en nuestros rostros.

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