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Capítulo 8: I am masculine.

WESTON

Fue un mal día en la escuela. La Señorita Kenneth no me agrupó con mis compañeros para la feria de ciencias y reaccioné de una mala manera. El enojo se apoderó de mí sin que pudiera controlarlo, y le arrojé un lápiz después de que se negara a cambiarme. Ella me odia, siempre ha dicho que soy un chico mimado de papá, pero no quería hacerle daño.

Menos un daño tan grave como el que creo que le hice.

El lápiz cayó en su ojo.

Ahora la Señorita Kenneth está en emergencias, y yo en la dirección.

Temo que la Señorita Kenneth vaya a perder un ojo por mi culpa. Tengo tanto miedo de eso que mis manos no dejan de temblar. Sé que debería estar asustado por las consecuencias, pero la verdad es que no me importa que mi padre vaya a castigarme, que me prohíba ir a clases de tenis o que las personas ya no me hablen. Lo único que quiero es que la Señorita Kenneth esté bien. Que vuelva a clases y prometerle que ya no seré tan mimado, ni malo.

Que me perdone.

—¿Qué pasa, Weston?

Giro el rostro ante el sonido de su voz una vez sale de la oficina del director, usando un elegante traje que escogimos juntos. Su mano izquierda brilla con un costoso reloj dorado que pinté una vez con marcador permanente, cuando era más pequeño. Mi padre pudo haberlo borrado, pero no lo hizo.

—Papá. Yo...

Pensé que estaría molesto, pero papá se arrodilla frente a mí con una sonrisa.

—Nada de lo que pasó es tu culpa. Ella debió darte lo que querías y no separarte de tus amigos. Eres mi hijo y siempre deberías obtener lo que deseas. Para eso tenemos dinero. —Despeina mi cabello, el cual es igual al suyo—. No te preocupes. No volverás a ver a esa mujer otra vez. Ya me encargué. —Se levanta y me ofrece su mano—. Ven, debemos llevarte a tu práctica de tenis. Eres la joya de esta escuela en el campeonato estatal.

Mis labios se curvan hacia arriba, el alivio llenándome. Papá siempre resuelve las cosas con dinero, y el dinero hace sentir mejor a las personas. Quizás la Señorita Kenneth se sienta mejor ahora. Quizás el dinero de papá, el cual es mágico, la ayudó. Caminamos a través de los pasillos de escuela, los cuales están vacíos, hasta alcanzar las canchas de tenis en el exterior, dónde mi entrenador nos espera para seguir preparándome para el campeonato inter-escolar en unos meses. Nate es un hombre que antes fue un jugador de tenis, segundo lugar en varios Masters de París, que se lesionó y luego dedicó su vida a ser profesor. Es mi segunda persona favorita en el mundo después de mi padre, quién se sienta con el resto de los padres para verme practicar, y siempre lo hago sentir orgulloso.

Hoy, sin embargo, su mirada hacia mí es diferente.

—Pensé que no te vería en un tiempo. Me dijeron que estarías castigado por algo que hiciste. —Dice mientras prepara mi raqueta. Me tenso al recordar que la Señorita Kenneth y él son amigos, pero Nate, a diferencia de ella, siempre fue amable y bueno conmigo—. ¿No crees que es injusto?

Parpadeo.

Siento la necesidad de llorar, pero ninguna lágrima sale.

Mi padre dice que llorar es para mujeres y perdedores, que nosotros, los Wertheirmer, no tenemos ninguna razón para hacerlo. Que incluso de bebé no necesité llorar para que mis niñeras supieran qué hacer conmigo.

No tenemos ninguna carencia o necesidad.

Todo lo que deseemos, podemos tenerlo con un chasquear de dedos. Aún así me siento mal por lo que hice, pero no es mi culpa que no sea castigado como la gente común. No es mi culpa ser un niño dorado. Rico. Especial. Valioso.

—Lo siento.

Nate bufa.

—Sentirlo no es suficiente. Hiciste que alguien casi perdiera la vista, West. No importa lo que diga tu padre, eso no se resuelve con un simple lo siento y billetes.

La culpa me inunda de nuevo, pero también la ira y la confusión. Papá dijo que lo había arreglado todo. Probablemente le dio a la Señorita Kenneth más dinero del que hará trabajando como maestra toda su vida. No quiero oír a Nate, pero él sigue insistiendo en regañarme por lo que hice. Hablo de nuevo una vez termino de calentar y me entrega la raqueta con demasiada fuerza. Tanta que casi caigo hacia atrás. Soy grande, pero él es un adulto y yo un niño.

No es justo que se enoje conmigo.

Yo no soy quién hizo las reglas.

—Nate.

—¿Sí, West?

—Solo haz tu trabajo.

Sus mejillas se sonrojan con ira. Cuando me arroja la pelota del otro lado, lo hace con demasiada fuerza, pero logro darle a cada una de ellas. Como si supiera exactamente lo que sucede, mi padre aplaude y ríe con cada una, lo que me lleva a sonreír también. Nate y la Señorita Kenneth pueden irse a la mierda.

Mientras papá y yo estemos juntos, seremos los reyes del mundo.

*****

—¿Qué pasó, West? —pregunta Ibor cuando me levanto a las tres de la mañana de golpe, a lo que niego mientras vuelvo a mi lugar en la cama, ignorando las manchas de azúcar alrededor de sus labios.

Normalmente esperaría a que él se durmiera para hacerlo yo, pero no hoy.

Hoy es una de esas noches en las que me detesto a mí mismo más que nada.

******

Es un mal día en la oficina.

Además del hecho de que no pude dormir bien, de que W a penas me dirigió la palabra durante el desayuno y Gen ni siquiera apareció para comer, dos de mis clientes más grandes me han abandonado y mis espías no tardaron en revelar la razón. Clifford Wertheirmer está ofreciendo un doble del capital aportado a las dos semanas de invertir en su banco, sin riesgo de pérdida, lo que casi se traduce al que el idiota está aportando de su propia fortuna solo para joderme. Cuando el tercero de ellos me llama y no logro convencerlo de quedarse, me levanto y tomo mi chaqueta y las llaves de mi auto. Necesito detenerlo antes de que sea demasiado tarde y haya perdido todo por lo que he trabajado.

—Cancela todas mis reuniones de hoy —le digo a Alicia, a lo que esta me mira con las mejillas sonrojadas y de forma triste.

—Ya han sido canceladas por la otra parte, Señor. Estaba a punto de llamarlo para decirle que, sorprendentemente, tiene el día libre, al igual que mañana.

Me tengo en seco, sin girarme a mirarla.

—¿Qué significa eso?

—Que las personas no pueden reunirse con usted, pero reagendaré.

Su tono de voz es deprisa, nervioso, pero no es su culpa, ni la mía.

—No te preocupes, Alicia. No quiero de vuelta a ningún traidor. —Continúo avanzando—. Su vuelven a llamar o aparecerse por aquí, ignóralos. También inicia los trámites para su liquidación y envíale a cada uno ramo de rosas negras.

—¿Eso por qué, Señor?

—Por su muerte financiera. Lo que rápido llega, rápido se va.

—Entendido, Señor.

*****

Hay creencias que nos destruyen, y a lo que amamos.

Pasé la mayor parte de mi vida justificando el comportamiento de mi padre, y el mío, hacia el mundo aunque eso a veces me generara autodesprecio. Justificando y ejecutando actitudes que hoy en día, sin querer ceder al marketing que eso representa, considero anticuadas y aberrantes, y no porque la sociedad de ahora lo dictamine de esa manera, sino porque las personas que hoy en día me rodean me abrieron los ojos al hecho de que puedes ser amado sin que ese amor te contamine por dentro o haga que no reconozcas a la persona que te devuelve la mirada frente al espejo.

Porque tengo un hijo, un buen niño, que no quiero que me odie un día de estos, aunque ya lo hace, de la misma manera que odio a mi padre. Porque no puedo ver a W a los ojos, quién tiene lo mejor de Ibor y de mí, y decirle que el bonito corazón con el que vino al mundo está equivocado. Porque no puedo enseñarle que usar pantalones cortos o un color pastel lo hará menos hombre cuando existen tipos en traje que cometen cualquier tipo de atrocidades. Porque no puedo castigarlo por llorar cuando algo lo lastima y tragarme el deseo de consolarlo y salvarlo de ese algo, como debería hacer un buen padre, en lugar de someterlo a ello constantemente en búsqueda de hacerlo más fuerte.

Mi hijo debe ser capaz de llorar y no sentir vergüenza de ello, ni de sí mismo.

Más importante, no quiero mirarlo y estar avergonzado.

Dejé de anhelar la aprobación de Clifford cuando nació Weston Jr, y su opinión sobre mí se volvió más importante que la de mi padre. Cuando otro par de ojos verdes se abrieron y me miraron y no lo hicieran como si esperaran consumir todo de mí, sino como si ya lo fuera para él independientemente de lo que hiciera.

Haría cualquier cosa por conservar esa mirada de esa manera.

Inmediatamente una sucesión de imágenes suyas siendo feliz con su niñera anterior vienen a mi cabeza y las alejo.

Bueno, casi cualquier cosa.

Me apoyo en las puertas del ascensor a medida que este recorre los cientos de pisos de una de las mejores torres de Dallas, de mi competencia inmobiliaria, mientras la ira me envuelve lenta e intensamente. Mi padre puede ser una escoria como padre y una mierda como persona, pero tiene buen gusto y sus oficinas a tan solo unos cuántos edificios de la mía ofrecen una vista bastante decente de Dallas. Auténtica ira corre por mis venas cuando me doy cuenta de que su lugar está un poco más alto que el mío. El bastardo no puede haber llegado hace unos días y tener una vista mejor que la mía.

Esta es mi ciudad, mi imperio, no el suyo.

Cuando llego al puesto de su asistente, una joven rubia, su tipo, esta despega su vista de la computadora y parpadea encantadoramente hacia mí, produciéndome nada a pesar de lo hermosa que sea. Siempre me han gustado morenas o latinas, lo suficientemente maduras como para saber lo que quieren. Y ya sin importar que se trate de la mujer más bella, ya ninguna de ellas me interesa. Al menos por un tiempo. No sé qué signifique eso para mi sexualidad, si pero es como si simplemente ya no estuviese interesado en ninguna figura femenina. No he tenido el coraje para preguntarle a Ibor si es de la misma manera para él, en parte porque ya sé la respuesta. Ambos sentimos lo mismo, solo que de diferente manera.

Ibor le dice amor, yo obsesión, pérdida de la cordura y desastre inminente.

—Buenos días, Señor, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Tengo una cita con el presidente de la compañía.

Ella, Hilary según su letrero, sonríe.

—Está almorzando, pero claro que sí. Solo deme su nombre para anunciarlo.

—Weston Wertheirmer.

Sus ojos se amplían al escuchar mi apellido, sus mejillas ruborizándose al darse de que no me encuentro en la maldita agenda de su jefe.

—Mmm, lo siento, Señor Wertheirmer, pero usted no tiene una cita.

Mis labios se curvan fríamente hacia arriba.

Quizás haya cambiado un poco a lo largo de los años, pero no tanto.

Sigo siendo egocéntrico, exquisito, un poco superficial y materialista.

Lo siento por mi familia, pero no puedo ser perfecto.

—¿No tienes ni la más remota idea de quién soy, cierto?

Niega nerviosamente.

—No, pero su apellido...

—Soy alguien que no necesita una maldita cita para ver al Presidente, así que definitivamente no necesitaré una para ver a la mierda que tienes como jefe.

La chica separa los labios para responder, pero no me quedo para escucharla. Paso de largo y me adentro en la oficina de mi padre. Esta está hecha de paredes de cristal, como la mía, y carece de muebles salvo por un escritorio de roble oscuro en el centro en conjunto con tres sillas, entre ellas la suya, un teléfono y una computadora. El resto del espacio solo es la materialización de lo vacío que está por dentro, y una demostración de cuánto dinero posee. Incluso para llenarlo con nada, puede tener los metros cuadros que desee solo por el placer de poseer. Lo similar que es a mi espacio, aún sin habernos visto en años y habiendo muchas cosas evolucionado, me hace temblar.

Fui criado a la imagen y semejanza de este infeliz.

—¿Qué quieres decir con que un intruso irrumpió en mi oficina? ¿Cómo demonios logró saltarse la seguridad? —pregunta por teléfono antes de que el sonido de la puerta abriéndose haga que sus ojos verdes se enfoquen en los míos. Su cabello rubio ahora es plateado y hay al menos dos docenas de arrugas nuevas en su cara, pero sigue siendo como verme a mí mismo—. Descuida. Ya entendí cómo. Mi hijo siempre ha sido bueno rompiendo las reglas, en especial las que han sido impuestas por la sociedad y la buena crianza que pensé haberle dado. Aun así, eso no tiene nada que ver con tu ineficacia y estás despedida. —Cuelga, su expresión aburrida mientras se enfoca en mí por unos segundos para luego enfocarse en su comida. Una ensalada con salmón. Caviar. Vino. Simplemente lo miro, sin poder creer que luego de casi siete años esté frente a mí o que actúe como si nada. Es como un fantasma. Como un fantasma que creí haber aplacado al momento en el que me fui de New York y decidí empezar de cero en Texas—. Tienes cinco minutos para hablar antes de que llegue seguridad y te saque de aquí. —Silencio. Ríe—. Creo que el estilo de vida que has llevado hasta ahora hizo que perdieras las bolas, hijo.

Mi cuerpo empieza a temblar más fuerte, odiándome y odiándolo.

Todos estos años pensé en cómo sería si volvía a tenerlo frente a mí. Siempre fantaseé con ignorarlo o con ser lo suficientemente fuerte como para absorber su compañía, pero nada de eso está sucediendo. Clifford Wertheirmer apareció en mi peor momento, cuando la situación en casa no está muy bien que digamos y laboralmente sigo sin estar en mi punto máximo. Soy un rey, pero para destruirlo debo convertirme en un puto titán.

—¿Es en serio, Weston? ¿Solo te vas a quedar ahí de pie? No lo puedo creer. No eres el niño que crie. —Se burla—. Ni siquiera soy capaz de reconocerte.

Parpadeo, sintiendo dagas enterrarse en mi pecho.

No puedo creerlo.

Me preparé por años para esto y en lugar de lucir fuerte frente a él, es como si nuevamente volviera a ser un niño en su presencia.

—Quizás es porque nunca te molestaste en conocerme de verdad.

Los finos labios de Clifford se fruncen.

—Conocía a mi hijo, al hombre. No al marica del cual todos se ríen hoy en día. Si ese es del cual hablas, tengo suerte de no tener ni idea de qué se trata tu vida.

Me adelanto, inclinándome sobre su escritorio y dejando caer mis manos sobre él con fuerza. Sus ojos brillan.

—Si tanto la desprecias, ¿por qué te molestas en aparecer en ella?

Se encoje de hombros despreocupadamente.

—Te hice una advertencia. Te pedí que no continuaras arruinando nuestro nombre con tu show homosexual, Weston, e hiciste todo lo contrario. Pudiste haber continuado viviendo como te diera la gana en silencio, pero me involucraste al momento en el que trajiste tanta atención indeseada sobre mi apellido. Sobre mi reputación. Sobre mi compañía. ¿Crees que has perdido clientes? ¡Ni te imaginas todo lo que yo he perdido desde que me dijeron que mi hijo, mi supuesto orgullo, se la chupaba a todos en el jodido sauna! —Estampa su puño contra la superficie de su escritorio. Se supone que soy fuerte, que soy invencible, un maldito adulto hecho y derecho, pero no puedo evitar saltar y retroceder ante el recuerdo de que detonó mi partida de New York. Las venas de Clifford se hinchan. Tomando en cuenta el riesgo cardiovascular al que siempre ha estado sometido al ser hipertenso y cardiópata, se toma unos segundos para tranquilizarse antes de continuar—: ¿A qué viniste? Solo un demente aparecería así en la oficina de su rival sin nada en sus manos.

Aparto mis ojos de él, consciente de que ya no vamos a estar solos ya que visualizo las sombras de los hombres de seguridad acercándose.

—¿Cuánto dinero quieres a cambio de irte?

Clifford tuerce sus labios hacia abajo.

—No quiero dinero.

—¿Entonces qué es lo que quieres?

Todos tenemos un precio y, por mi paz mental y la de mi familia, estoy dispuesto a pagar el suyo con tal abandone Dallas en este preciso instante.

—A mi hijo, pero no puedes dármelo. Él está muerto desde hace mucho tiempo. —Se gira en su silla, contemplando a todo menos a mí—. Vete.

No lo tiene que pedir dos veces.

—Señor, acompáñenos, por...

—No es necesario.

Sacudo mi hombro lejos de la mano del sujeto que pretendía tomarlo, yéndome antes de que pierda algo más de mí mismo aquí.

*****

Estoy conduciendo de regreso a casa cuando mi teléfono empieza a sonar. Considero ignorarlo, pero este pensamiento se deshace cuando me doy cuenta de que la llamada proviene de la escuela de W. Sin pensarlo demasiado, violo algunas leyes de tránsito dando un giro en U después de que me notifican que el chico está en la dirección y que no han podido ponerse en contacto con Ibor, quién debe estar en el entrenamiento intenso de temporada de los Cowboys.

Sudor frío corre por mi frente antes de que entre a la oficina del director y vea a W sentado en una de las sillas frente a él, junto a su maestra.

—Señor Wertheirmer —dice él, el Director Jacobs, con una brillante sonrisa que no tiene nada que contrasta enormemente con el tono de severidad de su secretaria cuando llamó—. Lamento haberlo hecho salir de su oficina. Intenté convencer a todos de que no era un asunto tan grave, pero conoce las políticas de la institución. —La nueva maestra de W, la Señorita Stacy, se retuerce en el diván en el que se sentó para que yo ocupara el lugar junto a W. Me tenso al ver un moratón en su cara—. Entonces, como le dijimos, hubo un accidente. W estaba practicando fútbol con sus amigos. Ya había acabado el recreo y la Señorita Stacy se había acercado para llevarlos al salón porque seguían jugando. Weston quería deslumbrarnos a todos con uno de sus pases antes de regresar. Accidentalmente el balón golpeó a su profesora porque fue un pase tan largo que ninguno de los niños pudo atajarlo y el rostro de la Señorita Stacy salió afectado, pero no es nada de qué preocuparse. ¡Estamos ante una futura estrella del fútbol americano! —Mi corazón va tan fuerte que puedo escucharlo en mis oídos. Me repito a mí mismo una y otra vez que W no soy yo y que yo no soy mi padre, pero no logro que la idea entre en mi cabeza. Llámenme cobarde, pero preferiría que fuera Ibor quién manejara esta situación—. Los chicos también están emocionados porque estamos en temporada, así que...

—Weston —corto al director, cuyo juicio está evidentemente nublado por las sumas de dinero que dono mensualmente a la institución. Mi pequeño hijo aparta la vista de sus manos para verme con sus grandes y vulnerables ojos verdes—. Di que lo sientes y que asumirás las consecuencias de tus actos.

No tengo que pedírselo dos veces.

—Lo siento, Señorita Stacy. —Llora, sorbiendo sus mocos—. Perdón.

La ira en el rostro de la chica se disipa.

—Te perdono, Weston.

Miro hacia el director.

—Una disculpa no es suficiente. Weston asumirá cualquier castigo, incluyendo la suspensión del equipo de fútbol de la escuela. —Ese es diferente a dónde entrena y recientemente acaba de entrar. Ya que los niños que juegan para la escuela son mucho mayores, le costó ingresar. Sus ojos verdes y llorosos se enfocan en mí con incredulidad—. Algo como esto no volverá a pasar.

—Señor Wertheirmer, no creo que sea necesario —insiste el director y la maestra afirma, dándole la razón.

—Ya Weston se disculpó y sé que no lo volverá a hacer, ¿no es así?

Weston afirma, pero niego mientras me pongo de pie y tomo su mano.

—W no está hecho de oro. No merece ningún tipo de privilegio. Debe ser tratado como cualquier otro niño. Para eso les pago. Para que lo conviertan en una buena persona. No para que lo hagan un malcriado. —Mi hijo me mira como si fuera un villano. Aunque me quema profundamente, lo asumo—. Nos vamos.

—Señor Wertheirmer... —continúa el director, pero niego.

Cuando estamos en el auto y ya se encuentra en su silla, le echo un vistazo a mi hijo a través de su retrovisor. La mirada en sus ojos verdes se intensifica.

—Te odio —dice, pateando los asientos—. ¡Te odio, papá!

Mis puños aprietan el volante con fuerza, mis nudillos blancos.

Lo sé.

****

El resto de la tarde es aún peor.

Me quedo con W en casa y este nos hace la guerra tanto a mí como a Caroline por el resto de la tarde. El alivio que siento cuando Ibor regresa con Gen de sus clases de canto es indescriptible. Ella, leyendo en mis ojos que necesito un puto minuto, se va a jugar con su hermano al jardín trasero mientras Ibor y yo bebemos una cerveza en la sala. La suya sin calorías y sin alcohol, lo cual no tiene ningún sentido, y la mía importada de algún sitio a un coste que no valió la pena, pero encuentro refrescante tomando en cuenta el día de mierda que tuve.

Separo los labios para preguntarle cómo estuvo el suyo, pero las palabras no salen de mi boca. Steven capta toda nuestra atención apareciendo en medio de la sala con un traje vinotinto hecho a la medida.

—¿La semana de la moda de la seguridad empezó?

Ignora mi comentario, caminando como hacia nosotros. Ibor ríe bajamente.

—Necesito solicitar esta noche libre.

Mis cejas se alzan. Ibor y yo compartimos una mirada.

En los años que llevamos trabajando juntos, Steven ha solicitado vacaciones... nunca. Si quisiera demandarme por eso, podría hacerlo.

—¿Por qué?

—Tengo asuntos que atender.

—¿Qué asuntos? ¿Todo está bien? ¿Necesitas ayuda? —pregunta Ibor, preocupado, a lo que Steven asiente.

—Sí, todo está bien. Dejé todo organizado para que funcionara en mi ausencia. —Me mira, a lo que me encojo de hombros.

—Por mí está bien.

—Bien. —Se da la vuelta—. Iré a asegurarme de que todo marche bien y me iré.

—¿Bueno? —Una vez se va, miro al jugador de fútbol. Luce exhausto, pero igual de intrigado que yo. Preocupado—. ¿Y si lo seguimos?

Ibor niega.

—Estaríamos invadiendo su privacidad.

—¿Y si está en problemas?

Pone los ojos en blanco.

—¿En qué tipo de problemas estaría?

—Por cómo está vestido, podría tener deudas con la mafia o ser ludópata.

—¿Y en qué se gastó el dinero?

—¿En libros? Es adicto a eso.

Ibor ríe, negando otra vez.

—Me encantaría descubrir qué esconde y divertirme un rato, ¿pero con quién dejamos a los chicos? Caroline debe estar cansada. Dudo que acepte cualquier cantidad de dinero que le ofrezcas por cuidarlos a los dos sola.

Mis labios se curvan maliciosamente hacia arriba mientras tomo mi teléfono.

—No te preocupes por eso. —Me levanto, marcando un número que creí que nunca usaría, pero guardé solo por si acaso—. ¡Edna, buenas noches!


¡Hola!

Lamento la ausencia, como siempre, pero este año me estoy graduando de mi profesión (medicina) y he estado bastante colapsada. Aun así, trato de aprovechar cualquier momento libre que tenga para escribir. Amaría hacerlo más a menudo, pero estos últimos meses antes de la graduación son complicados. También he estado dedicando mi poquito espacio disponible a mis proyectos en físico, pero terminar Suyos y Savannah forma parte de mis prioridades y metas de este año.

En fin.

Capítulo dedicado a: gossip_girl24

Siguiente a la que + comente.

El 07/09 estaré en un meet en Caracas, en la urbanización San Román, a las 10 am. Tienen más info en mi perfil de instagram (oscaryarroyo).

Y pronto en Madrid.

Love u!

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