Capítulo 8. Luke.
Estoy sentado en mi sofá con el tazón de palomitas a mi derecha y el control remoto a la izquierda manteniendo la repetición del juego de los Mariners en silencio.
—¡Eso es una mierda! —Gruño hacia el entrenador de mi equipo por su pésima desición.
Carajo.
—¿Qué? —La morena levanta la cabeza de mi regazo.
—Que lo haces muy bien, cariño. Sigue. —Acomodo su cabello hacia el lado izquierdo para verla consentirme—. Sí... Así.
El problema es que Evelyn sabe una mierda sobre sexo oral y siento lástima por el pobre cabrón que se casó con ella.
—¡Ay!, sin morder cariño, no muerdas. —Palmeo su mejilla—. ¿Sabes qué? Esto no está funcionando.
No puedo concentrarme, ni disfrutar o apartar de mi cabeza la molestia que me provoca el rechazo. ¿Por qué mierdas sigue diciendo que no? No entiendo.
Evelyn luce confundida cuando se aparta y yo tomo distancia poniéndome de pie, protegiendo al señor Sawyer dentro de mis boxers.
—¿Es por tu pene flácido? ¡No es mi culpa!
Mi cabeza se ladea inmediatamente ante la ofensa.
—En primer lugar cariño, jamás digas flácido cerca de mi pene, ¿Está bien? —Ella resopla pero no la dejo hablar—. Y en segundo lugar, siempre tengo una erección. El problema no soy yo, eres tú.
—¿Cómo te atreves? —Chilla. Por precaución, aparto mis bolas de su camino.
—Lo siento, traerte aquí fue una mala idea. Déjame llamar a un taxi para que te lleve a casa.
—¿Estás echándome porque eres impotente? ¿Es eso?
Bien, suficiente. Me alejo de ella para tomar el teléfono de la cocina y llamar a Carlos rápidamente.
—Esperaba tu llamada, —Dice cuando contesta con una risa—. Estoy pensando en mudarme a tu edificio para acortar el tiempo.
—Malditamente gracioso, ahora trae el culo aquí al instante.
—Como tú digas, patrón.
Busco el dinero en la cartera y abro la puerta para que la señora pase, tan ofendida que intenta abofetearme cuando la tengo cerca.
—Tranquila, cariño. No queremos una tragedia, ¿Verdad?
—¡Jódete!
La sigo con algunos metros de distancia por seguridad, hasta el auto de Carlos. Él abre la puerta y la cierra cuando ella me muestra su dedo medio.
—Mujeres furiosas 2, Luke 0. —Se ríe el imbécil.
—Toma el dinero y lárgate de una jodida vez.
—Como digas. —Él sigue riendo mientras sube al auto y se dirije a dónde sea que ella viva.
Mierda.
Necesito una ducha, una hamburguesa doble con queso y una porno después de mi repetición del juego de los Mariners.
Al día siguiente llego un poquito tarde a la estación y me encuentro con el jodido ceño fruncido de Christian.
—¿Qué mierda te pasa? ¿Dónde está la señora Grey?
Leila se gira desde donde está vaciando el café en su taza.
—Eso le pasa. —Señala a Christian con la cabeza—. El capitán Abernathy se llevó a Ana y a Jesse para cubrir el evento de hoy.
—¿Y qué? Es un día... Un jodido día.
—No sabes nada. —Gruñe Grey dejándose caer en la silla—. Solo hay una vacante permanente en Investigación y el puto Abernathy quiere meter a su hijo a como dé lugar.
—Y tú quieres meter a tu esposita... —Lo acuso—. ¡Ese bastardo! ¡Cómo se atreve!
—Hey, sabes que Ana lo merece.
—Jesse también, —Agrega Leila—. No es que me importe.
Jodido lío. Levanto la mano para que ambos me vean.
—Mi voto también es para la señora Grey, el puto rubio ese es demasiado arrogante para estar aquí.
—Querrás decir que no hay espacio para otro arrogante cuando te tenemos a ti. —Lay se ríe.
—¡Exacto! ¡Eso dije! Que bueno que lo entienden. Ahora, ¿Cómo hacemos que Ana vuelva?
Christian gruñe.
—Estoy en eso, déjame pensar en una solución y les aviso.
El resto de la mañana mantengo la atención en lo que sea que estemos investigando ahora. Solo un asunto pendiente me incomoda, así que pongo manos al asunto y conduzco hasta el bar de siempre.
Localizo a la mujer que busco y espero a que se aparte de los otros dos cantineros antes de acercarme.
—Sal conmigo.
Sus cejas rojizas se fruncen antes de siquiera mirarme.
—Luke.
¡jodidas gracias, Dios! ¡Me recuerda!
—Si, soy yo. Sal conmigo.
—Ya te dije que no estoy interesada.
—¿Por qué no? —Insisto. Mira a ambos lados de la barra y se inclina para mirarme.
—No me agradas.
—¿Por qué mierdas no? ¡soy genial! Todos me aman.
—Precisamente por eso, cariño. Natalie te ama. —Carajo. Ella señala al otro lado de la barra y la chica en cuestión me mira con odio—. Y muchas otras chicas en este bar también.
—¿Estás celosa? —Sonrío.
—No. Simplemente no eres lo que busco.
—¿Y cómo lo sabes?
—Mierda, hombre. ¿Cómo lo digo? —Rasca una de sus cejas antes de mirarme—. Eres un chico con miedo al compromiso y a mí me gustan los hombres. Hombres maduros que saben lo que quieren.
Mierda.
—Soy un hombre.
—No, no lo eres. Ve a seguir seduciendo jovencitas y casadas insatisfechas.
¿Soy yo o hay un tono de molestia en su voz?
—¿Cómo vas a saber si puedo satisfacerte si no me das la oportunidad? —Mis hombros se encogen— . Yo podría ser lo que buscas.
—No, no lo eres. Te lo aseguro.
—Pero no lo sabes con seguridad.
—Carajo, eres persistente. —Se queja.
—Lo aprendí de una amiga.
Mira de nuevo de un lado al otro como si buscara una excusa, pero hoy no estoy dispuesto a ceder.
—Solo una cita. Una cena. Sin sexo, a menos que tú lo desees. Dame una oportunidad... Por favor.
Su nariz se arruga en un gesto que no entiendo.
—Bien. Una cena. No sexo. Mañana en la noche, es mi día libre. —Una sonrisa triunfante se estira en mis labios, pero ella me detiene con un gesto de su mano—. Nada formal, odio usar falda o vestido. No soy vegetariana ni me gusta la comida exótica. Y prefiero el tequila y el whisky, pero no me importaría algo de vino tinto.
Mierda. Ella hace un gesto con la cabeza hacia la puerta y sonríe.
—Ahora vete antes de que me arrepienta.
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