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Capítulo 43. Luke.

—¿Y por qué no hay galletas para mí?

Mantengo la vista en las niñas con las mejillas llenas de glaseado, ambas negando y mintiendo.

—Lucas, ya te dije que hay galletas sin decorar aquí —mi madre señala el mantel donde pone a enfriar su repostería.

—¡Pero quería una galleta glaseada! ¡Las amo! Son la mejor maldita cosa en este mundo. —Becca levanta la cabeza para mirarme desde su puesto en el sofá—. La segunda mejor maldita cosa en este mundo.

Corrijo rápidamente y ahora las cuatro mujeres me miran. Mierda, ¿Cómo pasó esto? ¡Estoy siendo invadido!

—Te haré glaseado de limón, cariño —mamá sonríe—. ¿Ustedes niñas también quieren?

—¡No! —chillo de nuevo. ¿Cómo es que esas dos consiguen quedarse con mis postres?

Mamá resopla y la pelirroja pone los ojos en blanco, dejándome sin ganas de pelear por mis dulces galletas. Hago un puchero que Becca ignora porque se levanta del sofá.

—Señora Sawyer, ¿Me dejaría preparar la cena? Hago un espagueti de crema que le encantaría.

¿Cocina? Eso tengo qué verlo.

—A Christian le gustan los macarrones con queso —informo, mamá me ignora pero Becca hace una mueca.

—También a Marcie y Maddie —las señala con la cabeza—. ¿Y a ti? ¿Qué te gusta?

Sexo, cerveza, pizza. En ese orden.

—Olvidalo, comerás espagueti —ordena.

—Como digas.

No voy a discutir, sobre todo porque planeo acompañarla a su casa como los otros días y tal vez podría haber más acción para el sexy Luke. Me siento en el sofá y desde ahí observo todo.

Mamá ayuda a las niñas a lavarse las manos mientras la pelirroja sirve los platos de pasta y los vasos de jugo para las pequeñas. Encuentro en el refrigerador una botella que yo puse ahí el último cumpleaños de mamá.

Sirvo un poco en una taza para mamá, luego dos vasos para Becca y para mí. La casa jamás lució tan completa, tan llena de vida. Incluso mamá sonríe todo el tiempo que habla con las gemelas.

—Pssst, mamita —susurro lo más bajo que puedo. Se inclina para responder.

—¿Qué?

—Deberias conseguir una casa por esta zona, así podríamos traer a las niñas todo el tiempo.

El ceño de la pelirroja se frunce.

—No voy a usar a tu madre de niñera, Luke. Estaría abusando de su amabilidad y no lo merece.

Pero ella parece disfrutarlo. Me enderezo para alejarme de Becca y ahora me inclino hacia mi madre.

—Mami, pssst. —ella deja de hablar con Maddie para mirarme.

—¿Qué pasa, Lucas?

—¿Podrías cuidar a las rojas? Te pagaré por ello.

La boca de Becca cuelga abierta de la vergüenza.

—¡Luke! —golpea mi brazo—. Dije que no, ¡Olvídalo!

—¿Y por qué no? —mamá la mira, las rojas también—. No me pagues, llévanos a cenar un día a la semana y acompáñenme a misa el domingo.

—Señora Sawyer... —Becca insiste.

—Judy, cariño. Y estas princesitas también quieren estar con la abuela Judy, ¿Verdad niñas?

—¡Si! —chillan ambas con las mejillas ahora llenas de crema.

Giro para mirar a su madre.

—Parece que está decidido, mamita.

Le muestro mi mejor sonrisa para que deje pasar el asunto, pero un pequeño ceño fruncido frente a mi me distrae.

—¿Tienes dos madres? —rojo 2 señala a mi mamá y a su mamá—. ¿Quiere robarse a mi mamá?

Eso es fácil.

—Si. —sonrío.

—¡Lucas!

—¡Luke!

Las pecas de la pelirroja se pierden en el rubor y mi madre bebe de su taza de vino para olvidar mi broma. Apenas terminamos el espagueti, me ofrezco a llevar los platos a la cocina.

—Gracias por todo, mamá, estuvo delicioso —pongo todo en el lavavajillas—. Pero es tarde y las niñas tienen qué dormir.

Las gemelas se miran la una a la otra, así que muevo sus sillas para que se levanten. También apuro a su madre.

—Rebeca, ¿Por qué no dejas que las niñas se queden otro día?

—Le agradezco, señora Sawyer... Judy, pero no...

—Así me aseguro que tú y Lucas vienen mañana a la misa, traigan el almuerzo y un cambio de ropa para las niñas.

Sé que Becca no quiere, lo tiene grabado en su rostro y es solo porque no está acostumbrada a recibir ayuda. Pero soy sincero cuando digo que tener a las niñas aquí hace feliz a mi mamá.

—No lo sé...

—Yo si —ayudo. Saco la cartera y pongo algunos billetes sobre la encimera—. Mamá, cualquier cosa que necesites, llámame.

—Lo haré —hace un gesto de despedida—. Tranquilos todos, sé cuidar de un niño.

Me acerco para dejar un beso en su frente.

—Por supuesto que lo sabes, mamá. Te amo.

Me abraza un poco antes de dejarme ir.

—Ya váyanse, queremos ver una película y trenzarnos el cabello. —practicamente nos empuja hacia la puerta.

Tomo la mano de Becca y la guío hasta el auto. Luce tan indecisa que decido conducir hasta su casa, dándole tiempo para procesar que tiene otra noche libre.

—Luke... —su nariz se arruga en una mueca. La misma que puso el día que la niñera renunció.

—A mamá le hace bien la compañía, mamita. Además, no es que vayan a vivir con ella todo el tiempo. Encontraremos una rutina que funcione para todos.

Conduzco lentamente hasta su casa, tomando su mano para reconfortarla y hacerle saber que puede confiar en mí. Tiene que aprender a hacerlo ahora.

Camino detrás de ella y espero a que abra la puerta, el extraño silencio de la casa nos recuerda las ausencias. Antes de que pueda avanzar, tiro de su brazo y la atrapo contra la puerta.

—Mamita, confía en mí. Me haré cargo de todas ustedes, pero debes confiar en mí.

Suelta un largo suspiro, luego sonríe.

—Estaremos ahí tan pronto como amanezca. —advierte y yo asiento.

—Esta noche vamos a relajarnos, a disfrutar —aparto el cabello rojizo para besar su cuello—. Solo somos tú y yo, una casa vacía, mi resguardo de condones.

Ella se ríe.

—Nene, ibas tan bien.

Sigo besando su cuello mientras mis manos se apoyan en sus hombros, bajando la blusa para descubrirla, incluso los tirantes del sostén ceden a la gravedad.

—Mamita... —susurro en su oido, mis dedos tiran del encaje del sostén—. Has sido una chica muy mala, muy mala y el detective Sawyer te va a poner en custodia.

Mis dedos liberan una de sus tetas y me inclino para llevar el bonito pezón a mis labios. Antes de que pueda tocarlo, la perilla de la puerta principal se agita.

Mierda.

—Es Brandon —jadea contra la puerta.

Ese maldito chico, igual de molesto que el jodido rubio. ¿No se supone que se queda en el bar hasta la madrugada?

—Luke... —llama mi atención de nuevo, acomodándose la ropa.

—Ve a la habitación, mamita. Espérame ahí.

Sostengo la perilla para evitar una desagradable sorpresa y espero a que la pelirroja se vaya. Luego yo mismo abro la puerta a mi cuñado.

—Agh, ¿Estás aquí? —gruñe apenas me ve.

—Obviamente, ese de ahí es mi puto auto. —sigo bloqueando la puerta para que no entre y busco en los bolsillos de mi pantalón—. Toma mis llaves, chico. Pregúntale a Natalie donde vivo y considera mudarte lo más pronto posible.

Ahora yo cuidaré de ellas.

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