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Capítulo 4. Christian.

— Si, amor, ¡Si!

— Shh, nena. Nos van a escuchar.

— No... Puedo... — Jadea. — Solo sigue.

Sostengo sus piernas con más fuerza sobre el archivero, embistiendo tan rápido y duro como puedo para que ella termine primero. Sus hermosas piernas se balancean con cada uno de mis golpes.

— ¡Christian! — Chilla cuando el orgasmo sacude nuestros cuerpos.

— Mierda, eso fue genial. — Suspiro apoyando mi cabeza contra la suya. — Te dije que llevar falda tendría beneficios.

— Me alegro que te guste, ahora de verdad ayudame a sacar las cajas de los expedientes. — Ella ordena, pero soy incapaz de alejarme.

Las piernas no me responden así que me tomo un momento para tranquilizarme, su falda ajustada de color azul amontonada en su cintura. ¿De verdad me creyó que llevar esa prenda sería práctico?

— Bien, suficiente. — Apoya sus manos en mi pecho y me empuja. — Tengo que asearme antes de que lleguen los demás y se den cuenta de lo que pasó.

— ¿Que tuve sexo con mi esposa?

— Que tuviste sexo con tu compañera de trabajo en la oficina del archivo, señor Grey.

Mierda.

— Si, bueno, mejor volvemos al trabajo.

Acomodo el desorden en mis pantalones, aliso la camisa y tomo la caja que inicialmente vinimos a buscar. Luego abro la puerta y salgo de ahí para darle tiempo a Ana de arreglarse.

El sonido de pasos retumbando en la madera de la escalera me avisan que los chicos llegaron justo a tiempo.

— Buen día. — Saludo a Luke, que es el primero en aparecer.

— Hola. — Gruñe. ¿Qué mierda le pasa?

— ¿Qué? ¿No cogiste?

Su cara larga y ceño fruncido no es común en él, ni siquiera corrió a devorar las rosquillas o a servirse una taza de café, eligiendo dejarse caer en su silla.

— ¡Cogí! ¡Claro que cogí! — Gruñe de nuevo. — Igual que tú, por lo que puedo ver.

Hace una seña hacia mi pantalón y puedo ver la camisa blanca atorada en el zipper.

Mierda.

— Mantén tus asuntos amorosos en casa, Christian. Esta es una jodida oficina respetable.

¿Qué mierda?

— ¿Qué te pasa, idiota? ¿Por qué el jodido mal humor?

— ¡Porque no dormí bien! ¡Y tengo hambre!

— Baja la jodida voz, — Señalo al jodido rubio cuando llega a nuestro piso. — Explícame.

— No lo entenderías.

Luke se levanta de la silla y pasa por un lado de Jesse, topa con Lay en la escalera pero sigue su camino a la planta baja.

— ¿Qué mosquito le picó? — Señala Leila en la dirección por la que Luke se fue.

— No lo sé, tal vez se quedó sin suministro de cerveza o se verdad tiene hambre. — Mis hombros se encogen. — Voy a ir con él a revisar un reporte de los azules, Leila y Jesse...

Ana niega discretamente con la cabeza. Mierda, ¿Ahora no puedo enviarlos juntos?

— Yo iré con Leila. — Se ofrece.

— No, yo... Mierda. — Este es un puto juego mental. — Luke y yo también haremos la visita pendiente mientras Abernathy obtiene información con su padre.

Señalo al puto chico para que se mueva y lo hace, dejándome solo con las dos mujeres inconformes con los ceños fruncidos.

— ¿Ahora qué?

— ¿Qué se supone que haga Jesse? — Se queja mi esposa.

— Mantenerse fuera de mi camino las siguientes ocho horas y mañana repetimos.

— ¡Christian! — Golpea el piso con su zapatilla. — No puedes hacerle eso a Jesse.

— Si, puedo. Además, ¿Qué esperas que haga? No quieres que esté con Leila y no lo quiero contigo, no puedo enviarlo con Luke hasta averiguar qué mierda la pasa, así que ¿Qué propones?

Ambas se miran un momento, Lay presionando sus labios en una línea y mi esposa poniendo los ojos en blanco.

— Eres muy celoso, amor. Y te ves sexy cuando eres celoso, ¿Me ayudas con otra caja del archivo?

Mierda, no tengo tiempo para eso y menos aún con Leila escuchándonos. Les gruño a ambas mujeres y me alejo para seguir a Sawyer, que está en la acera fumando.

— Sube al auto, te compraré un sándwich antes de que tu jodido humor me ponga los nervios de punta.

Me parece raro que no reclame o se queje como de costumbre, así que decido interrogarlo cuando sube a mi auto lanzando el cigarrillo por la ventana.

— ¿Estás muriendo?

Sus cejas se arrugan.

— ¿Qué?

— ¿Tienes disfunción eréctil?

— ¿Qué mierda, Christian? ¿Quieres saber si mi pene funciona?

Antes de que pueda formular una respuesta, el imbécil sonríe y golpea mi brazo.

— No me importa si tu pene puede hacer sus trucos, quiero saber por qué estás siendo tan molesto.

— Mi pene está bien, gracias por preguntar. Y no estoy muriendo. Pero dime la verdad... ¿Estoy perdiendo mi encanto?

Estaciono frente al autoservicio del negocio de sandwiches y encargo dos con café americano mientras pienso en una respuesta.

— Aún eres la chica más bonita de la fiesta, imbécil.

— ¿De verdad? — Casi veo sus jodidos ojos brillar. — Uno esperaría que con este rostro y este cuerpo las mujeres se lanzarían a mis pies.

— ¿Y no lo hacen?

— ¡No!

Jodido Luke.

— ¿Todo este maldito lío es por una chica?

— No es solo una chica, es la chica que se niega a salir conmigo porque cree que es demasiado buena para mí.

— ¿Ella lo dijo?

— No lo dijo, pero hay que leer entre líneas. Mierda Christian, ¿Cómo es que ya estás casado?

No voy a responder eso.

Recibo la bolsa con los sandwiches y ambos cafés, luego estaciono en una pequeña calle lejos de las miradas curiosas.

— ¿Y bien? ¿Quién es ella?

Muerde su bocadillo antes de responder.

— Una amiga de Lay.

— ¿Y no te quiere? ¿Cómo se atreve? — Me burlo, pero él parece ignorarme.

— ¡Lo sé! Esto jamás me pasó... — Agita el sándwich de un lado a otro. — Bueno, me pasó una o dos veces, ¿Pero ahora?

Tomo un sorbo de mi café para darle tiempo a que siga hablando, tal vez sacando su molestia volverá va ser el idiota de siempre.

— ¿Y por qué te importa tanto lo que piense esta chica?

— Porque es sexy. Y sabes que tengo una debilidad por las mujeres sexys.

— Tú tienes debilidad por todo lo que tiene vagina. — Gruño en respuesta. — Y no te gustan las complicaciones, así que deberías alejarte de ella.

— Sí... Eso haré.

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