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Capítulo 38. Luke.

Becca estaciona mi auto en doble fila justo afuera de la estación para que yo baje. Le doy un beso en la mejilla antes de abrir la puerta y tomar las muletas.

—Aún creo que deberías descansar, Luke. —se queja.

—Estaré bien, mamita. Solo voy a hacerle compañía a Christian y a asegurarme que no hiera al jodido chico.

—¿Quién? —sus cejas se fruncen.

—De un arrogante y egocéntrico idiota que cree que el mundo está hecho de tetas y culos.

—Oh, Dios mio —chilla—. ¿Tienes un hermano gemelo?

Y se ríe, la muy graciosa... Empujo la puerta para cerrarla y me balanceo frente a la ventanilla.

—Te equivocas, mamita. Soy único. Y un hombre respetable también, que tiene prioridades diferentes a las del puto Abernathy.

Me niego a ver su expresión, así que giro para subir a la acera y luego por las escaleras del frente del edificio.

—Mierda, esto es más difícil de lo que pensé. —apoyo una muleta en el escalón—. Esta mierda debería venir con instrucciones.

Antes de que pueda usar mi pie sano para equilibrarme, los bastones de madera se deslizan de mis brazos.

—¡Carajo! —suelto una para sujetar la otra—. Moriré antes de llegar a la entrada.

Alguien encuentra divertido mi diálogo, porque escucho una risita detrás de mí, luego la rubia sostiene mi brazo.

—Hola Luke, ¿te ayudo? —Mía sonríe.

Mi primer reacción es mirar sobre mi hombro para saber si Becca sigue ahí en mi auto. No está, gracias Dios.

—¡Puedo hacerlo! ¡Puedo hacerlo! —me alejo de ella—. Quiero decir, puedo subir solo Mía, gracias.

—¿Seguro?

—Si.

Ella se aparta, pero no se va. Permanece a un lado mirándome lidiar con las muletas y la poca experiencia que tengo en el uso de estos artefactos peligrosos.

—¿Quieres que pida ayuda a alguno de los chicos?

No soy un inútil.

—Puedo subir, rubia, solo aparta tus manos de mi y déjame hacerlo a mi ritmo.

Azules pasan a mi lado, subiendo y bajando, mirándome avanzar con lentitud hacia el interior. Exhalo un suspiro frustrado cuando me detengo al pie del otro tramo de escaleras hasta nuestro piso.

—Jodido Christian...

—¿Por qué? —gruñe detrás de mí, asustándome porque no lo escuche venir.

—¡Porque estoy aquí por ti! —chillo—. ¡Deberías cargarme en brazos hasta mi silla! En serio, Christian, eres dependiente de mi o alguna mierda.

Pone los ojos en blanco como acostumbra, pero tiene la amabilidad de abrir la reja que funciona como puerta para que yo pase.

El camino hasta arriba es igual de lento, sobre todo porque quiero que el idiota sufra lo que yo sufro. Apenas llego hasta mi silla, me dejo caer y subo mi pierna herida sobre el escritorio.

—¿Chris? ¿Serías tan amable de servirme un café con crema y azúcar? Y oh, me encantaría una rosquilla.

Gruñe algo que no alcanzo a escuchar, luego se dirige a dónde tenemos la cafetera y las tazas para servirlas. No veo por ningún lado las malditas rosquillas.

—¿Dónde está Ana? ¿Podría ir a la panadería?

—No, idiota —vierte la azúcar sin medirla—. Mi esposa no es tu mandadera.

Dejamos de hablar cuando algunos pasos se escuchan en las escaleras de madera, el jodido rubio apareciendo sin su molesta sonrisa de todo el tiempo.

—Mierda... —susurro, pero me escuchan—. De verdad te dió una paliza.

Señalo su cara golpeada y magullada, los lentes oscuros no ocultan los moretones y su jodido mal humor.

—Tú —Christian lo señala—. Trae rosquillas para la maldita princesa, aquí presente.

¿Perdón?

Abernathy gira sobre sus talones sin rechistar y vuelve por dónde vino, probablemente aliviando de salir de aquí. Christian debe estar molestándolo a propósito.

—¿Y bien? ¿Cuál es el plan ahora?

Grey suspira y trae mi taza, cruza los brazos sobre su pecho cuando se recarga en su escritorio.

—Necesito otro reemplazo para Leila, probablemente tenga que elegir a alguien de los azules.

—¿Puedo elegirlo? —pregunto tomando un sorbo de mi café dulce.

—Mía no es una opción, Luke.

Mis cejas se fruncen por la ofensa.

—Ya lo sé, Christian. Además, no estoy buscando una novia, tengo las manos llenas con las rojas.

Sus cejas se arquean y solo ese movimiento ya es una pregunta.

—¿Entonces vas en serio con esta mujer?

—Tan serio como puede ser que conviva con sus hijas, y tu sabes que ese es un asunto delicado.

—¿Lo es? —pregunta de nuevo, ¿Y el idiota soy yo?

—Si. De hecho, pasan mucho tiempo en la casa de mi mamá para cuidarme, todas ellas.

—Bueno... —agita la cabeza—. Estoy realmente sorprendido, creí que arruinarías esto en las primeras semanas.

Hombre de poca fe.

—Pues no, no lo he arruinado. Probablemente las cosas se pongan serías pronto, porque esas niñas son geniales, Christian.

Toma la taza para beber varios tragos, seguramente para terminar la conversación. Deja su café a un lado y señala mi pierna sobre el escritorio.

—¿Cómo va eso?

—La herida está cerrando, el dolor es lo que me mata —levanto el pantalón para que vea el vendaje—. Pero el doc dijo que estaré listo en un par de días. ¿Cuándo vuelve Et?

—La próxima semana. Lo que significa que tengo qué deshacerme del jodido rubio pronto.

—O puedes dejarlo y hacer que consiga mis rosquillas y todo lo que yo no puedo hacer.

Una sonrisa se estira en sus labios.

—Entonces tendría que deshacerme de ti.

—¿Por qué? —me quejo—. No soy yo el que trata de acostarse con tu esposa.

Casi puedo ver el fuego salir por su nariz como un jodido toro furioso, tan molesto que ni siquiera nota que su esposa entra a las oficinas... Con Abernathy detrás de ella.

—Buen día Luke, ¿Qué pasa? —mira a su esposo con las cejas fruncidas de esa forma sexy que tiene.

Con razón el jodido chico no la supera.

—Luke estaba diciendo que su recuperación va a tardar más de lo que esperamos, así que estará asignado al trabajo administrativo por un tiempo —voltea para mirar al rubio—. Y tú estás asignado a cuidar a Luke.

Abernathy no protesta pero le lanza una mirada molesta que Grey ignora, luego toma la mano de su esposa y la lleva con él.

—Andando, Ana. Tenemos trabajo qué hacer.

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