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Capítulo 32. Christian.

—Removimos la bala y suministramos antibiótico, debería estar mejor en un par de días. Por supuesto, tendrá que evitar el esfuerzo físico hasta que la herida haya cerrado.

La señora Sawyer y yo escuchamos las indicaciones del médico con atención, sabiendo que Luke será un dolor en el culo por esto. Lo sé.

—¿Ya podemos verlo? —pregunta.

—Lo están llevando a una habitación, cuando esté instalado se los haré saber.

—Gracias. —digo, pero la Señora Sawyer se lanza a abrazar al doctor.

Detrás de nosotros, Ana, Leila e Ethan también esperan las noticias. Cuando la abuela de Luke se aparta, el doctor se retira.

—Gracias al cielo está bien —suspira de alivio—. Y pudo detener a esos hombres.

—Es un héroe, señora Sawyer —Ethan la anima.

—Pero no se lo diga —se ríe Leila—. Su ego ya es demasiado grande.

Todos reímos bajito, pero nos detenemos cuando unos pasos se aproximan rápido. Botas de tacón y una mujer de cabello rojizo.

—¿Leila? —su mirada asustada pasa por todos nosotros—. ¿Está bien?

—Si.

La mujer pasa la mano por su frente, evidente alivio en su expresión. Me resulta conocida de algún lugar, solo que no sé de dónde.

—Becca —mi Cerecita se acerca a abrazarla—. Él está bien, es una herida menor.

—Pero le dispararon, ¿No?

Giro para ver que Ethan luce igual de confundido que yo, pero es la sorpresa en la cara de la señora Sawyer la que me confunde más.

—Oh cariño, ¿Eres tú? —se acerca a ella con los brazos extendidos—. ¿La mamá de las muñequitas?

¿Qué?

—Señora Sawyer, ella es Becca. —Leila hace las presentaciones.

—Mucho gusto en conocerla, mis niñas no dejan de hablar de sus galletas —ambas mujeres se abrazan—. Y de la abuela Judy.

¿Qué mierda está pasando?

—¿Y ya podemos verlo? —la mujer pregunta. Oh, mierda. El idiota consiguió impresionar a la amiga de Ana.

—En cualquier momento —Lay encoge los hombros—. ¿Donde dejaste a las niñas?

—Con Brandon.

No sé qué carajos está pasando, pero hablan de turnos para cuidar a Sawyer esta noche y mañana mientras obtiene el alta. Debería ofrecerme a ayudar pero no estoy seguro de que Ana o yo podamos hacerlo.

—Lo llevaré a casa, chicas. No se preocupen. —La Señora Sawyer sonríe tomando las manos de Leila y Ana.

—Entonces debería descansar esta noche, señora Sawyer. Yo puedo quedarme. —ofrece Lay.

La señora asiente, palmeando la mano de Lay. La mujer del cabello rojo, Becca, también habla.

—Yo quisiera quedarme más tiempo pero tengo a las niñas y no puedo dejarlas. ¿Les molesta si me quedo un rato esta tarde?

La abuelita de Luke no va a ningún lugar aún, y supongo que su nueva novia tampoco. Eso me deja libre para volver a casa con mi esposa.

—Dame tus llaves, estaré con las niñas un rato antes de volver aquí. —Leila extiende la mano hacia su amiga—. Será difícil para Brandon echarles un ojo si está solo.

Su amiga solo tiene qué pensarlo dos segundos antes de entregar las llaves. Apenas se despide y gira para alejarse cuando Ethan se mueve apoyado en el bastón.

—Voy contigo.

No de nuevo, maldita sea.

—Yo no... Deberías... No sé —Lay hace gestos hacia Ana.

Pero sé que algo ocurre en la cabeza de mi Cerecita porque solo entrecierra los ojos.

—¿Familiares de Luke Sawyer? —una enfermera habla en voz alta—. Ya pueden verlo.

Cuando miro a la sala, la señora Sawyer y la pelirroja caminan juntas, tomadas de la mano en dirección a las habitaciones. Ni Leila o Ethan están a la vista.

—¿Quieres entrar a verlo? —Ana pasa sus brazos por mi cintura.

—No. El idiota está bien y seguramente prefiere la compañía de su madre y de su... —hago un gesto con la mano—. Novia.

—Bien, entonces vamos a casa.

Ni siquiera tengo qué responder porque ella ya me lleva a la salida, toma las llaves de mi auto y me hace entrar en el puesto del acompañante.

—¿En qué piensas? —pregunta con la vista fija al frente.

—En que debo estar maldito o algo así, con el departamento de investigación teniendo tantas bajas.

—No murió. —me recuerda.

—Lo sé, pero estará en reposo por algunas semanas. Ethan no puede hacer trabajo de campo todavía y Lay... Lay está evitándolo, lo sé. ¿Qué carajo se supone que haga?

—Solicita un reemplazo, lo has hecho antes. —dice y quiero reír.

—¿Desesperada por volver a mi oficina, Señora Grey?

—No. —sus labios rojos se estiran en una sonrisa—. El único lugar en donde me gusta estar debajo de ti, es en la cama. En el trabajo somos iguales.

—No somos iguales, Cerecita. Soy el jodido jefe de detectives, es un logro impresionante para alguien de mi edad.

—Apuesto a que puedo hacerlo.

Carajo. No me queda ninguna duda de que es extremadamente obstinada y perseverante. Es mejor que cambie el tema.

—¿Por qué no me muestras esas impresionantes habilidades tuyas en nuestro departamento?

Ella presiona el acelerador en respuesta y en cuestión de minutos estamos estacionando en el garaje. Nos besamos todo el camino al ascensor hasta llegar al ático y lo próximo que sé es que está empujándome al sillón.

—Suficiente calentamiento, señor Grey —ella señala mis pantalones y la erección—. Quítate la camisa.

El saco debe estar en el auto, así que comienzo a deshacer el nudo de la corbata.

—Esa no, dije la camisa —muerde su labio inferior un poco—. Déjate la corbata y los pantalones.

Mierda.

—Nena... —balbuceo pero no puedo pensar porque la sangre ha abandonado mi cabeza—. ¿No prefieres que...?

Libera su cabello de la coleta alta, sus ojos azules aún puestos en mi. Desabrocha el cinturón de su uniforme y se deshace solo de los pantalones y las bragas blancas.

—Mierda.

—¿Te gusta, mi amor? —Asiento mirando sus pechos—. Porque fuiste un chico muy malo, muy muy malo.

—¿Lo fui?

Se sienta a horcajadas sobre mi regazo, abriendo lentamente la camisa azul hasta mostrarme el sujetador oscuro y sus pequeñas tetas.

—Lo fuiste, y ahora voy a darte lo que mereces.

Me acomoda de la forma en que quiere y me dejo, sabiendo que no puedo pelear cuando mi Cerecita luce así de sexy. Mierda, si quisiera mi puesto se lo daría en una bandeja de plata.

—Christian, mantén tus ojos en mi.

—Si.

Como tú digas, Cerecita.

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