Capítulo 17. Christian.
Tomo otro sorbo de mi café frío sin perder de vista la casa que vigilamos, ese ladrón no puede escapar más tiempo de nosotros.
—Tengo hambre, —se queja Luke como el niño que es—. Se me antojan unas de esas alitas picositas, con salsa BBQ y esas pequeñas tiras de colores que le ponen.
—Son zanahorias, idiota, no tiras de colores.
Sus cejas se fruncen antes de hacer un puchero con la boca. Se gira para mirar por la ventanilla de mi auto y resopla. Antes de que pueda decirle algo, su móvil suena.
—¿Carlos? —activa el altavoz y vuelve a hablar—. ¿Que pasa?
—¿Luke? ¿De verdad eres tú? ¿No moriste?
Nuestras cejas se fruncen al mismo tiempo y escucho, intrigado por la extraña conversación.
—Bueno, obviamente no morí. ¿Por qué mierda preguntas eso?
El chico suspira de alivio.
—No me has llamado en varias noches, lo cual es realmente extraño. —¿Qué?—. Así que creí que habías muerto, asesinado por alguna chica rencorosa o de algún infarto por exceso de sexo.
—Mi amigo, no hay tal cosa como exceso de sexo —se ríe Sawyer—. Y no te he hablado porque, hmm, podría decirse que no he requerido tus servicios.
—¿No has cogido en estos días? —interrumpe con una risita.
—¡No! —chilla—. Mierda, es cierto. ¡Maldición!
¿Quién carajo es éste tipo y por qué está al tanto de la vida sexual de Luke? Lo miro fijamente esperando una respuesta.
—¡Lo sabía! Un momento, ¿Me quedaré sin trabajo? ¡No puedes hacerme esto!
Todo se vuelve más extraño, así que tomo su móvil de su mano y termino la llamada para que comience a hablar.
—¿Qué hiciste? —gruñe cuando le lanzo el teléfono de vuelta.
—Terminando con tus boberías, ¿Por qué mierda requieres el servicio de este tipo en las noches? ¿Es tu conquista de respaldo?
—¿Carlos? —sus cejas se fruncen más—. Eww, Christian. Soy puto pero no gay.
—Reconsidéralo. Ser gay no va a matarte, ser prostituto sí y, Dios me libre, tendría que entrevistar a cientos de mujeres.
—Gracias por tu preocupación, hermano.
—¿Y? ¿Es cierto? ¿No has tenido sexo en un tiempo?
Sawyer guarda el móvil y hace un gesto despreocupado con la mano.
—Lay y Ana dijeron que no puedo tener sexo con nadie mientras esté interesado en Becca, así que si, moriré por desuso.
—Tengo qué decir que estoy sorprendido, no esperé que en realidad pudieras cumplirlo. —mis cejas se arquean por la sorpresa—. Mierda, siento que debería felicitarte o algo.
Estiro mi brazo para palmear su hombro con incomodidad, mirándolo hacer una expresión de fastidio.
Finalmente el chico que buscamos sale de la casa luciendo sospechosamente paranoico, así que Sawyer baja del auto para seguirlo mientras yo rodeo para cortarle el paso.
—¡Lo tengo! —grita cuando se le lanza encima—. ¡No puedes huir de mi, soy tan rápido!
Esposa al chico y lo levanta, sacudiéndose la ropa con una gran sonrisa. Otro caso con el culpable detenido, sin importar cuánto estuvo oculto. Lo llevamos de vuelta a la estación para que los azules lo pongan en resguardo.
—¿Quieres una cerveza? Podría estar libre hoy para mi mejor amigo. —dice.
Un grupo de azules entra al edificio, incluidos mi esposa y el viejo Billie.
—Creo que paso, ¿Te parece mañana?
—Claro.
Se queda ahí observando mientras espero que Ana cheque su salida para irnos, bastante aliviado de que nada malo pasara en su turno.
—Hola, amor. —saluda, sin besarme porque hay demasiados curiosos—. ¿Listo para ir a casa?
—Si.
Camina por delante de mi con ese ajustado uniforme azul que le redondea el culo y me pregunto cuántos jodidos fulanos habrán admirado esa vista.
—¿Christian? —ella se detiene de pronto para mirarme—. Tienes esa mirada de loco, ¿Todo bien con tu investigación?
—Si, —carraspeo para ganar algunos segundos—. Arrestamos al ladrón, estaba en casa de su tía y ya está en custodia.
—Me alegro.
Entramos al auto y espero a que Ana se coloque el cinturón de seguridad antes de incorporarme al tráfico.
—¿Qué te gustaría para la cena?
—¿Piensas cocinar? —mis ojos se entrecierran.
—No, tonto. Puedo pedir que lo lleven, no estoy de humor para salir a algún lugar.
Tampoco yo.
—Bien, si. ¿Comida china?
—Suena bien.
Aún es temprano para la cena, así que Ana se dirige a tomar una ducha. Recojo su uniforme del piso, dejándolo en la cesta y abro su cajón de ropa. Pensaba tomar las pastillas anticonceptivas pero siguen ahí, intactas.
¿Ella decidió dejarlas?
Mierda.
¿Está embarazada?
Debo estar tan distraído que no escucho cuando sale del baño con la toalla envuelta en su cuerpo.
—¿Qué haces, amor? —me mira y luego a las pastillas—. ¿Necesitas algo?
Intento parecer sorprendido cuando giro hacia ella con el paquete en mi mano.
—No estás tomando la píldora.
—No. —pasa por un lado para tomar una camiseta y bragas, luego se sienta en la cama.
—¿Por qué? —la última pastilla indica que debió tomarla hace cuatro días y no lo hizo.
—Las he estado olvidando últimamente, seguramente por el estrés y odio preocuparme.
Se pone la camiseta ajustada y yo presiono mis labios al tiempo que intento no parecer culpable.
—Pensé que querías hijos.
—Los quiero, tendremos tres hijos preciosos, lo sé. Pero no todavía, soy muy joven.
No entiendo nada. Dejó la jodida píldora voluntariamente pero no quiere tener hijos, ¿Estoy volviendo a los condones?
—No quiero condones. —me quejo.
—Yo tampoco quiero, me gusta cuando te vienes dentro.
Mierda. Estira las piernas para subirse las bragas y algo en mi se tensa y endurece.
—¿Entonces? —digo sin apartar la vista de sus piernas—. ¿Cómo lo haremos?
—Lo tengo amor, no te preocupes. Conseguí la inyección.
¿Qué?
Se levanta de la cama y se acerca para palmear mi pecho, como si eso me tranquilizara. ¿He estado preocupado por ser descubierto con sus jodidas píldoras por nada?
Abro la boca para reclamar, pero ella me empuja hacia la cama y me desabrocha los pantalones.
—Dios, ahora quiero sexo. —tira del pantalón para que baje y se sienta a horcajadas—. ¿Lo ves? Podemos tener sexo ahora sin preocupaciones.
—Buen punto.
Comienzo a desabotonar la camisa mientras Ana sube y baja con entusiasmo sobre mi miembro, centrada totalmente en su placer.
Decido recostarme en la cama y dejar que mi Cerecita haga todo el trabajo, tomándome el tiempo necesario para acariciar sus senos por debajo de la camiseta.
Ella gime moviéndose más rápido, sus manos apoyadas en mi abdomen para sostenerse. Su cuerpo se tensa ligeramente y se relaja cuando llega al clímax.
Tengo qué sujetar su cadera para que no se mueva mientras busco mi propia liberación.
—Mierda, eso fue genial.
—Si, —se inclina para besarme—. Voy a tomar otra ducha y conseguir bragas limpias.
—Bien.
Me quedo ahí recostado con la camisa medio abotonada y los pantalones en las rodillas, sonriendo. ¿Por qué estaba tan preocupado?
—Y Christian, —me enderezo sobre los codos para verla en la puerta del baño—. Si vuelves a sabotearme habrá consecuencias.
Mierda.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro