Capítulo 14. Christian.
Hoy, nada puede arruinar mi jodido buen humor.
Nada.
Observo a Ana saludar al viejo Billy, un oficial veterano que prefiere pasar sus rondas del turno frente a escuelas primarias en lugar de dirigir el tráfico de la autopista. Justo lo que mi esposa necesita.
Subo las escaleras hasta nuestro piso y voy directo a la cafetera, pasando junto a Luke que por alguna jodida razón ya está aquí. El idiota balancea un lápiz sobre sus labios fruncidos.
—¿Qué mierda haces? —gruño sin mirarlo.
—Pienso.
—Con razón huele a quemado. —me quejo, vertiendo el café en mi taza y agregando crema con una pizca de azúcar.
Sus cejas oscuras se fruncen.
—¿No es muy temprano para ser idiota?
Tomo un sorbo de mi café y sonrío.
—No sé, ¿A qué hora despertaste? —mi sonrisa se hace más amplia cuando su ceño se frunce.
—Cierra la boca, Christian, —me lanza el lapiz—. ¿Y por qué mierda estás tan feliz?
Mierda, no puedo evitar sonreír. Y tengo qué contarle a alguien.
—¿Escuchaste lo de Abernathy?
—¿El capitán?
—No, el puto rubio. Anoche provocó un accidente por conducir en estado de ebriedad.
—Mierda, Christian, ¿Y eso te hace feliz? Eso es retorcido, hombre.
—No, idiota. —me acomodo en mi silla con mi taza para mirarlo—. Por supuesto que no me alegra su accidente, aunque no fue nada serio. Estoy contento porque el capitán lo sancionó con trabajo administrativo lo que resta del mes, lo que quiere decir...
—¡Ya sé! —chilla—. ¡Que dejará de intentar comerse tu Cerecita!
Algo así.
—Si. —mi vista se desplaza a la hoja en su escritorio y las extrañas anotaciones con el lápiz—. ¿Qué se supone que haces?
Él también mira la hoja e inclina la cabeza con confusión.
—Estoy buscando un apodo.
¿Qué?
—Fácil... Idiota, tonto, lenguasuelta, imprudente, puto... —lanzo palabras al azar pero me interrumpe.
—No para mí, imbécil. Un apodo lindo y sexy, para una mujer linda y sexy, ella es mi propia Cerecita.
Mierda, no.
—Ni lo pienses, no vas a llamar a ésta mujer de la misma forma en que llamo a mi esposa.
—No estás prestando atención, Christian. Dije que quería un apodo lindo para ella, no que quiera llamarla como tú llamas a Ana. —señala la hoja de papel—. Mis opciones hasta ahora son gatita, conejita, florecita, ratoncita, abejita y casi todo lo que termina en ita.
Eso suena bastante extraño, así que entrecierro mis ojos hacia mi mejor amigo.
—¿Esta mujer no tiene un nombre?
—Si, lo tiene.
—¿Y odia su nombre o algo así?
—Hmm, no.
—¿Ésta mujer es la amiga de Lay y Ana?
—Si, es ella.
Sigo sin entender una mierda de lo que dice. ¿Y dónde carajos esta Lay? Eso suena a asunto de chicas y ella debería ser la que le diga a Luke que está siendo un idiota.
—¿Christian? ¿Alguna sugerencia?
Mierda.
Mantengo la vista sobre las escaleras esperando que Leila aparezca pronto y me salve de las cursilerías de Luke.
—¿Christian? —insiste.
—No lo sé, Luke, no se me ocurre ninguna jodida idea. Llámala nena.
—Eso no es un apodo dulce. —frunce las cejas de nuevo, mirando el puto papel—. ¿Que tal suena Caramelito?
Agh.
—Solo si estás refiriéndote a su vagina. —digo, y la mueca en su cara es de disgusto.
—Qué grosero eres, ¿Te gustaría que yo dijera que la vagina de Ana es un caramelito?
—Fuiste el primero en mencionarlo, —le recuerdo—. Y deja de hablar de la vagina de mi esposa.
—¡Pues tu deja de pensar en la de Becca!
¿Yo?
—¿Qué carajos hacen? ¿Y por qué están hablando de vaginas? —Lay chilla, haciendo que la miremos. Luke abre la boca para hablar pero se detiene cuando ella hace una seña—. No te atrevas a mencionar MI vagina.
Cruza los brazos sobre el pecho y se acerca, mirándonos como si hubiéramos hecho algo realmente malo.
—Jodidas gracias, Dios. —gruño—. Lay, habla con él, está siendo un jodido cursi.
—¿Yo? —Luke se señala—. No soy el que actúa como perro adiestrado.
—¿Qué mierda dices?
Me levanto de la silla y Luke hace lo mismo, Leila solo rueda sus ojos con un gesto de fastidio.
—Calma ahí, vaqueros. Estoy segura que los dos tienen su parte de culpa, y ni siquiera quiero saber por qué. —pellizca el puente de su nariz antes de mirar a Luke—. ¿Qué hiciste?
Luke se señala a si mismo con un gesto de incredulidad.
—Está siendo un idiota, —ayudo—. Quiere un apodo cursi para tu amiga.
Cuando Leila vuelve a mirar a Luke, aprovecho para tomar mi taza y la carpeta de documentos para salir, ellos pueden quedarse a discutir aquí todo lo que necesiten.
Los últimos casos que resolvimos fueron entregados al fiscal, uno más archivado por falta de pruebas y el resto, cerrados con éxito. La carpeta en mis manos solo es el reporte final que debo llevar a Welch.
Me detengo frente al mostrador de Mía, carraspeando un poco para que deje la puta goma de mascar y me mire.
—Necesito hablar con Welch.
—¿Oh? Hola, Christian. —sonríe y enrosca uno de sus rizos rubios en su dedo—. El jefe Welch no está, fue a un desayuno con el gobernador. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Bueno, no —mis cejas se fruncen—. Iba a dejar un informe de actividades, pero puedo volver después.
—Si quieres, yo puedo...
—No. —la interrumpo—. No es necesario, volveré después.
Tomo se nuevo la carpeta y subo las escaleras, la taza de café ya fría en mis manos. ¿Podría pedir algo mejor?
Un día tranquilo, sin casos urgentes, Leila lidiando con las idioteces de Luke.
—Si, hoy es un buen día para ser el jefe.
Me detengo en el último peldaño de las escaleras porque aún puedo escuchar la voz de Luke, quejándose por algo.
—¡Pues yo creo que es una excelente idea! La llamaré terroncito.
¿Aún está jodiendo con el asunto de los apodos?
Antes de que pueda darme la vuelta y desaparacer por otro rato, Luke llama.
—¡Ahí estás, mejor amigo! Ven aquí a darme todos tus consejos amorosos.
—Mierda.
Jodido Luke y sus problemas.
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