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Capítulo 11. Luke.

—¿Esto es jodidamente necesario?

—Si.

Dejo caer la cabeza contra el respaldo de mi sofá mientras Lay vigila la ventana de mi departamento, rehusándose a decirme qué pasa.

Escucho el sonido de un auto deteniéndose afuera, seguida de pasos en el exterior.

—Están aquí.

—¿Quién? —pregunto, pero Lay me ignora de nuevo.

Abre la puerta y Ana entra con una mirada cautelosa, como si no departamento estuviera lleno de trampas o cosas peores.

—¿Qué hace ella aquí? —la señalo, pero me quedo callado cuando Christian entra detrás de ella. —¿Qué hace él aquí?

La señora Grey imita la postura de Leila de brazos cruzados y mirada entrecerrada cuando se detiene frente a ella. Mi mejor amigo golpea su puño contra el mío y se sienta a mi lado.

—¿Qué está pasando? —le pregunto a él.

—No lo sé, creí que tú sabías.

Ambos prestamos atención a las mujeres que comienzan a hablar.

—Este es el punto, —comienza Lay. —Luke quiere salir con Becca.

—¿Qué? —chilla Ana, girando para mirarme. —Está fuera de tu alcance, olvídala.

—¿Por qué? —chillo yo. Ana señala entre ambas.

—Ella es como nosotras, puede ver más allá de tus tonterías.

—Creo que por eso es que está pidiendo ayuda, —susurra Lay. —¿Qué piensas?

Obviamente le pregunta a Ana porque de nuevo estoy siendo ignorado.

—No creo que sea posible, ella es lista y Luke es... Un niño. Sin ofender cariño. —Ana hace una mueca hacia mi.

—Bueno, si estoy ofendido. —miro a mi amigo. —¿No piensas defenderme?

—Nop.

Mal amigo.

—¡Bien! Ya dije que haré lo que sea para que Becca me tome en serio, así que, ¿Cuál es el plan?

Ambas mujeres comparten una mirada que no comprendo.

—Tendremos que educarlo. —suelta Lay. —Aunque no sé si eso sea posible.

—Intentémoslo.

—¿Tu esposa...?

—Si. —Me interrumpe.

—¿Y no piensas decir...?

—No. —sigue mirando al frente con las manos sobre las rodillas. —Cierra el pico y déjalas ayudarte, saben lo que hacen.

Mierda.

Leila y Ana miran alrededor con ceños fruncidos y muecas de disgusto. Si, mi departamento es un espacio de soltero y todo aquí es sencillo, sin mencionar los paquetes de condones en los cajones.

—Digo que comencemos por aquí —señala la cocina. —luego su habitación y por último la sala.

Espera, ¿Qué?

—¿Qué tiene qué ver mi departamento con salir con Becca?

—Es un reflejo de lo que eres, Luke. Si ella, Dios no lo quiera, accede a venir aquí y encuentra esto —Ana señala el calendario. —¡Va a huir despavorida! ¿Y qué mierda son todos estos nombres?  ¿Sales con una chica diferente cada día?

Abro la boca para decir algo, pero Christian niega levemente con la cabeza así que me quedo callado mientras ellas revisan mi precioso calendario.

—¿Diana, Rosa, Paola, Mayra? —Lee Lay. — ¿Maikil, Tony, Yessenia?

—Eres un cerdo. —gruñe Ana.

Revisa los cajones de la encimera, encontrando mi escondite de servilletas con números telefónicos. Toma un montón grande y se acerca para lanzármelos en la cara.

—Esta es la razón por la cuál ella no quiere salir contigo. —me acusa. —¡Te has acostado con la mitad de las mujeres en Seattle!

¿Se supone que conteste eso? Las servilletas caen en mi regazo y entre Christian y yo, el idiota se rie tomando un par de ellas.

—¿Solains? Es un nombre poco común, —luego sus cejas se fruncen. —Mierda, yo conocí a una chica llamada así...

Se queda callado cuando nota que su esposa sigue frente a nosotros y mirándolo con el ceño fruncido.

—Esto... —Lay me lanza mi preciado calendario doblado. —Deshaste de él.

—¿Por qué? —Chillo con las cejas fruncidas. —Si ella no quiere darme una oportunidad, aún quiero tener mi respaldo de chicas, ¡Esto no es justo!

Mierda. La expresión en ambas me hace encoger sobre el sofá y Christian deja de respirar a mi lado.

—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

Doble mierda.

—Tú. —dice Ana y se aparta para seguir husmeando en mi cocina.

Cristo.

—Escucha bien, Luke. Si quieres tener una oportunidad con Becca, tienes que dejar de saltar de cama en cama.

—Yo no salto... —me interrumpe.

—Sabes a lo que me refiero, tonto. Si ella dice que no, y lo hará, y te ve correr detrás de otra chica sabrá que tiene razón.

Christian suelta una carcajada divertida.

—Renuncia de una puta vez, Luke. No eres un santo y la chica no es estúpida.

—¿No tienes fe en mi? —gruño ofendido. —¿Nadie tiene fe en mi?

Los tres me miran con incomodidad.

—¿Por qué mierdas no?

—Luke... —Christian es el primero en hablar. —Es difícil creer en ti cuando no te tomas las cosas en serio. ¿Cómo sabemos que esto es real?

—¿Cuántas veces tengo qué decirlo? ¡Ella me gusta!

—Si, como todas estas chicas. —Él señala las servilletas. —Ana y Leila van a ayudarte con su amiga, pero ¿Qué les asegura que no terminarás botándola como a las demás?

—Que me gusta mucho, mucho. ¡Es la verdad! —me aseguro de mirarnos para que entiendan mi actitud. —De cualquier forma, ella podría decidir que no valgo la pena para intentarlo.

Nadie lo niega.

—Para mi, él tiene problemas maternos, —susurra Ana a Leila. —Tu amiga Becca parece una mujer que podría cuidar a este tonto, tal vez nos estaría haciendo un favor a todos.

Cómo si eso las convenciera, se alejan de mi para ir por el pasillo  y abrir la habitación de la derecha.

—¿Qué es esto? —pregunta Lay. —¿Ésta es tu habitación?

—No... Es más bien la habitación que uso para tener sexo.

—¡Eww! —chillan ambas y cierran la puerta.

La habitación con la pequeña cama de tamaño individual no es cómoda, de modo que ninguna chica querría quedarse a pasar la noche. La puerta opuesta, sin embargo, tiene una hermosa cama tamaño matrimonial, edredones azules acolchados y mi enorme clóset con mis trajes.

—Ésta es tu habitación. —asiento cuando abren la puerta. —Es bonita, y está limpia, no puedo creerlo.

Ana y Leila entran ahí, luego salen con un par de camisas, pantalones y zapatos.

—Toma una ducha ahora, prepararemos tu ropa. —Ordena Lay.

—¿Yo solito? —pregunto, riendo.

—Dios... Él jamás va a madurar.

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