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Capítulo 4

Pov Freen

Sin poder creer lo que acababa de suceder, cerré la puerta de la habitación con más fuerza de la necesaria.

La había besado, había besado a Becky. Y ella se había apartado de mi luego de gemir. Cierto, aquello era un pobre consuelo para mi ego lastimado.

Gruñí cuando el agua fría de la regadera tocó mi piel, pero me quedé allí parada estoicamente, sintiendo como los restos de mi excitación bajaban poco a poco. Estaba comportándome como una pendeja.

Becky Armstrong no podía tener semejante efecto en mí. No podía.

Por el amor de Dios. No era más que una niña. Una torpe e inocente que todavía utilizaba playeras de oso.

Y yo era una mujer. Una mujer que no podía dejar de pensar en los labios de una niña, ni en sus senos, ni en su cuello, ni en sus...

Volví a gruñir.

Era una maldita depravada, y necesitaba liberarme de alguna forma, necesitaba hacerlo ya. En un movimiento, cerré el grifo y salí del cuarto envolviéndome una toalla a la altura de mi cintura y otra a la de mi torso.

− ¿Freen? - rodé los ojos al escuchar la ansiosa voz de Amanda Jensen recibirme tras el teléfono.

− Si, soy yo ¿En dónde estás?

− En mi casa ¿Quieres verme?

− Estaré allí en veinte minutos - colgué el teléfono, haciendo una mueca-

No era a Amanda a quien me quería follar. Amanda me había aburrido hace mucho.

"Entonces ve a tu habitación, y follate a quien de verdad te quieres follar" me dijo mi consciencia.

Becky me había pedido que me marché, y Dios sabe que me costó una mierda irme, pero al final lo logré.

No podía volver como una idiota e intentar seducirla de nuevo, no podía dejar que la morena pensara que estaba obsesionada con ella. Porque no lo estaba, por supuesto que no.

− ¿Noey? - lleve el celular a mi oído antes de que sonara por tercera vez, mientras me abotonaba la camiseta al mismo tiempo.

− freen, hay un problema con Praiya.

− ¿Qué mierda hizo ahora?

− Violó la Omertá - me lleve una mano al puente de la nariz, mientras esperaba una explicación de mi amigo.

− Declaró en un juicio sobre la droga importada desde México.

− Pedazo de idiota, ¿qué nombres dio?

− El de Baitoey, pero ya resolví eso. Los jueces no dirán nada.

− ¿Ya le pusiste precio a su cuello?

− Si, no durará viva ni un día.

− Perfecto - susurre, cortando la comunicación.

Ahora más que nada en el mundo necesitaba liberarme. Tomé mi chaqueta mientras salía por la puerta, e intentando con todas mis fuerzas no echar un vistazo a mi habitación, me dirigí a la casa de Amanda.

Pov becky

No tengo idea de cuanto llevo allí, tirada en la cama, contemplando el cielo raso con los ojos entrecerrados. El dulce sabor de la boca de freen todavía perduraba en mi labio inferior, recordándome que nada de eso había sido un sueño. O una pesadilla.

Decidí que una ducha era lo que necesitaba. Necesitaba despejar mi cabeza, pensar con claridad.

Abrí el grifo, y mientras esperaba que el agua estuviera caliente, me quite el pijama y la ropa interior.

Horrorizada, recordé cuantas veces había estado frente a freen, sin ni siquiera notar que estaba con una patética playera de oso. Genial.

Luego de estar cuarenta minutos en el agua, decidí que debía dejar de ver a freen como una mujer. De ahora en adelante, para mí no será más que una vil secuestradora. Una idiota que me había arrebatado mi vida. Punto final.

Claro, becky, claro... Ignorando a mi conciencia, hice una mueca al recordar que no tenía más ropa que ese patético pijama, y me envolví en una toalla.

¿Habría algo dentro de esa habitación?

Casi seguro, la perrilla cerrada con llave era un vestidor, pero además de la cama, el buró, un sillón de cuero negro y una gran alfombra, no había otro tipo de mueble.

Sonreí triunfal cuando logré dar con una camisa blanca, doblada pulcramente debajo de la almohada, la desdoblé sobre la cama.

Era una camisa de botones y tenía un olor embriagador. Un olor muy parecido al de... No, aquella no era su habitación ¿Verdad?

Debe ser el jabón con el que lavan la ropa, pensé, mientras me abotonaba la camisa. Si, era eso, todos aquí olían de la misma manera.

A pesar de mis intentos, no pude convencerme a mí misma, y unas horas más tarde, caí rendida al sueño, con la certeza de que vestía la ropa de Freen Sarocha.

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No sabía cuánto tiempo había pasado cuando me desperté. Pero de lo que estaba segura era de que no estaba sola en esa habitación. La certeza de que alguien más se encontraba allí, me dio un escalofrío y me senté en la cama con brusquedad.

En una de las esquinas de la habitación frente a mí, alguien estaba sentado en el enorme sillón negro. No podía distinguir quien era, pues estaba totalmente cubierto por las sombras.

Con un estremecimiento, me di cuenta que la sombra si me podía ver a mí, pues la luz de la luna que alumbraba por la ventana me daba directo a mí.

Sentía sus ojos clavados en mí, y abrí la boca para decir algo, pero las palabras se negaron a salir.

− ¿Qué pasó con el osito?

Me relajé al escuchar la suave voz de Freen, pero inmediatamente volví a ponerme en tensión.

− ¿Qué haces aquí? - ignoré su broma, y comprobé que la camisa estaba prendida hasta mi cuello.

− Te dije que volvería.

− Te dije que te vayas.

− ¿Debo recordarte que la que da las órdenes aquí soy yo? - su voz no era nada más que un susurro, pero el tono autoritario nunca desaparecía de ella.

− Maldita déspota - soltó una carcajada, que sonó peligrosamente hermosa.

− Me encanta verte usando mi ropa.

Abrí los ojos como plato, y me tensé más, si es que se podía.

− ¿Es... es tuya? - lo sabía.

− Si, igual que la cama en la que estás durmiendo, debo admitir que también me encanta verte en ella.

Tuve el impulso de levantarme de allí y salir corriendo de allí, pero mi lado inteligente me detuvo.

Primero ¿A dónde demonios correría? Y segundo, la camisa solo llegaba hasta la mitad de mis muslos, y no quería que Freen me viera casi desnuda.

Me quede en mi lugar, rígida como una tabla.

Volví a tocarme la camisa para comprobar que todos los botones estuvieran abotonados.

Con horror, note que no traía puesto mi brasier, y que mis pezones sobresalían por la fina y suave tela de la camisa. Soltando un grito ahogado, subí las sábanas negras hasta que me tapara el cuello, y volví a clavar mis ojos en Freen, que se sacudía de la risa.

− Fue bueno mientras duro - soltó, con un falso tono melancólico.

− ¿Qué haces aquí? Es de mala educación espiar a una persona mientras duerme

− ¿Desde cuándo una no puede visitar a su cautiva sin ser una mal educada?

Casi me reí, casi. En lugar de eso, solté un resoplido.

− ¿Eso soy? ¿Tú cautiva?

− Podrías ser mucho más que eso, ya sabes

− Cállate

Otra risa, lo ignore.

− ¿Qué haces aquí?

− Eres increíblemente insistente - susurró, y yo le sonreí.

− Y tú una piedra en el zapato - soltó una carcajada, y luego se puso seria.

− No pensaste lo mismo cuando te bese.

− Te eche de aquí

− Luego de gemir

− No gemí

− Oh sí que lo hiciste, recuerdo muy bien ese sonido, fue algo como - luego de eso, intento imitar el sonido de mi gemido, para después soltar una carcajada.

− Idiota. Te odio

− No me odias, si me odiaras no me hubieras dejado besarte.

− Tengo una teoría al respecto.

− Estoy ansiosa por escucharla... - su voz sonaba mucho más sedosa con aquel murmullo, y se inclinó hacia adelante apoyando sus codos en sus rodillas.

− Síndrome de Estocolmo, es cuando una víctima de secuestro desarrolla un vínculo afectivo con su secuestradora solo porq...

− Se lo que es el síndrome de Estocolmo - me corto con brusquedad - y no es esto.

− ¿Y qué es esto según tú?

− Calentura

− ¿Calentura?

− Tú estás caliente por mí, y yo estoy caliente por ti. Simple.

− Yo no estoy caliente por ti.

− Si lo estás

− No

− Aparte de insistente, eres exasperantemente testaruda.

− Soy insoportable. Créeme, dentro de tres días, estarás pidiéndome que por favor me largue.

Me eche hacia atrás cuando se levantó del sillón y avanzó hacia mí.

Al llegar a mi altura, tomó mi mentón entre su índice y su pulgar, obligándome a mirarla. Sus ojos desprendían un brillo inquietante, y mis labios se secaron al ver los bellos planos de su rostro.

Al humedecerme los ojos, noté su mirada clavada en ellos, y no me sorprendí al verla agacharse y morder mi labio inferior con suavidad.

Una ola de sensaciones me pego con fuerza, y tuve que cerrar los puños sobre las sábanas para no agarrarla por la camisa y atraerla más a mí. Dejo mi labio libre, para pasar su lengua sobre él con suavidad.

− No creo que ese día llegue nunca - susurró, antes de girarse y dejarme allí, sentada, sola y sin ni siquiera recordar de que estábamos hablando

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Omertá: ley de silencio, es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre los delitos considerados asuntos que incumben a las personas implicadas. Esta práctica es muy difundida en caso de delitos graves o en los casos de mafia donde un testimonio o una de las personas incriminadas prefieren permanecer en silencio por miedo de represalias o por proteger a otros culpables. En la cultura, la Mafia romper el juramento de la Omertá es castigable con la muerte.

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