Capítulo 2
Pov Freen
Baje del coche para encontrarme con Kit, uno de mis guarda espaldas, sosteniendo a la muchacha con cara de impaciencia. La pequeña no paraba de retorcerse y gritar, de vez en cuando sollozaba.
− Dámela - Kit me miró con agradecimiento infinito en sus ojos y tome a la muchacha en brazos, cargándola como un saco de papa.
Ante el cambio de posición, comenzó a gritar con más fuerza.
− ¡Por el amor de Dios niña! Nadie va a hacerte nada, puedes callarte ya.
− ¿¡Como puedes decirme que nadie me hará nada!? ¡Me van a obligar a prostituirme! - chillidos, chillidos y más chillidos.
− ¿Quién carajos te dijo que te voy a prostituir? - pregunte pasmada.
Sonreí al sentirla tomar aire desesperadamente luego de gritar durante un minuto sin pausa, y comencé a caminar hacia mi casa, ante la mirada divertida de mis empleados.
− ¡Tú! ¡Te dije que no era una puta y me dijiste que si no lo era lo sería muy pronto! ¡No voy a dejarla convertirme en una puta!
− ¿Puedes parar de gritar? Gracias al cielo, los oídos todavía me funcionan, a pesar de que tú estés atentando en su contra - la muchacha se quedó callada, a pesar de que sus gritos fueron reemplazados por sollozos, lo cual era mucho peor - prefiero que grites - dije en un suspiro.
Los sollozos se hicieron más intensos, de pronto sentí una presión en el pecho.
¿Que era eso? Yo no sentía culpa, ni remordimiento, ni pena. Freen Sarocha no sentía.
− Oye, tranquila - intenté suavizar mi voz para no asustarla más, y abrí la puerta de mi habitación en el tercer piso - todo va a estar bien.
− Seré una prostituta, nada va a estar bien - más sollozos, su voz sonaba ahogada, y una terrible sensación de responsabilidad me invadió.
Deposite a la muchacha sobre mi cama, y al separarme para mirarla sentía como el corazón se me partía en mil pedazos.
Sus ojos estaban rojos e hinchados, las mejillas bañadas en lágrimas. Sus hombros estaban caídos y sus labios lastimados de tanto mordérselos.
Me permití pasar mi vista por su cuerpo. Era un cuerpo perfecto.
Casi suelto una carcajada al mirar su pijama rosado con ositos de color café. A todas luces parecía no ser más que una niña, pero una niña. No podía tener ese cuerpo ¿O sí? Sin poder contenerme, me puse en cuclillas frente a ella y aparte un mechón de pelo tras su oreja.
− No serás una prostituta, lo hubieras sido si te hubiera dejado ir con Non, pero aquí no. No te obligaré a hacer algo que no quieras, deja de llorar.
Dejo de sollozar pero lágrimas silenciosas seguían viajando por sus mejillas.
− Si no me obligarás a hacer nada ¿Porque no me dejas ir?
Suspire, y baje la vista. No podía dejarla ir.
− Porque sabes demasiado.
Pov Becky
− ¿Porque se... demasiado? - la mire con los ojos entrecerrados.
− Si - se limitó a responder para pararse y caminar hasta la puerta.
− ¡Pero no sé nada! - me pare y seguí sus pasó - ¡No se una mierda! ¡Oye!
Se giró antes de salir por la puerta rascándose la frente. Parecía agotada y bastante enfadada.
− Pensé que ya habíamos superado la maldita etapa de los gritos.
Me paré en seco, a sólo un metro de ella y fruncí el ceño.
− No sé nada - repetí con solo un hilo de voz.
− Lo siento - esa fue su única respuesta antes de girarse y salir. El clic del otro lado me había indicado que la había cerrado con llave, y grite, enfadada.
¿Que sabía demasiado? No tenía ni una puta idea de donde estaba. Me giré sobre mis talones para inspeccionar la enorme habitación en la que estaba encerrada.
Las paredes eran claras, y contrastaban con los muebles y la enorme cama con dosel, cubierta con sábanas grises. En la pared de la derecha había una enorme puerta doble, y en la de la izquierda otra puerta más pequeña. Comprobé que solo la pequeña estaba abierta, y daba a un gigantesco baño con jacuzzi. Esta tipa estaba forrada.
Las ventanas estaban cerradas, y la puerta principal también. No había salida. Me deje caer sobre la cama, resoplando.
Me había asegurado que no iba a prostituirme, ni abusar de mí, pero ¿Podía fiarme de tan increíble mujer que me tenía encerrada en contra de mi voluntad?
Mi sentido común me decía que no, que volviera a chillar y patear todo lo que se me atravesaba por delante. Pero otra parte de mí, una parte más ingenua e idiota, quería creerle. Quería pensar que no iba a hacerme daño. Lo cual sería un suicidio.
Esa mujer era peligrosa. Extremadamente peligrosa. Solo hacía falta ver esos ojos, inteligentes y letales, para darse cuenta que no era bueno meterse con ella, y yo estaba metida hasta la médula.
Pov Freen
− ¡Que sorpresa! Así que decidiste aceptar el regalito de kanpiang ¿Eh? - se carcajeó
Baitoey al verme entrar en la sala.
− Cierra la boca, Baitoey.
− Kit me contó que la niñita te mordió ¿Es cierto? - no le respondí. Baitoey comenzó a carcajearse como una idiota.
− Te dije que te calles.
− ¡Tengo que conocer a esa chica!
Le dediqué una mirada fulminante. La idea no me agradaba, para nada. Y eso no era algo bueno-
− No lo harás, y ahora, ve a preocuparte de tus asuntos y déjame en paz punnisa.
Como era de esperarse, oey no se fue, si no que siguió soltando carcajadas en el aire.
− Oye, ¿Que harás con ella?
− No lo sé
− ¿Te pidió que la dejarás ir?
− No, Baitoey. Es más, me rogó de rodillas que no la dejara ir nunca. Esta deseosa de convivir con una mafiosa, me confesó que era el sueño de toda su vida.
Mi amiga bufó ante el sarcasmo.
− Aunque, ¿Te lo pidió? - asentí distraída - Y... ¿La dejarás ir?
− No
− ¿Por qué?
− Ella sabe demasiado
− ¿Qué sabe demasiado? Vamos Freen, no es más que una niña. Dime, cuántas personas hay por allí afuera que saben de nuestro negocio y nosotras sólo hemos amenazado para que no hablen ¿Miles? Dile que si abre su preciosa boquita, nos encargaremos de ella, y asunto resuelto.
La mire fijamente, no podía hacer eso, no podía dejarla ir.
− No lo haré
− ¿Por qué?
− Porque no
− ¿Por qué te gusta?
− oey, vete de aquí, ahora.
Volvió a reír.
− Te gusta, te gusta... - se alejó canturreando.
Me limite a rodar los ojos, ignorándola y a sentarme pesadamente en uno de los sillones de cuero negro que ocupaba la gran sala.
Ciertamente, tener a esa niña allí no era más que un problema ¿Que haría con ella?
No iba a prostituirla como ella se temía. Tampoco iba a abusar de ella. Nunca había abusado de una mujer, y prefería tener mil veces a una mujer deseosa de mí en mis brazos.
Pero esa niña... Dios santo, esos labios rellenos y perfectos eran una invitación a pecar. Sus mejillas, su perfecto trasero, su cintura. Todo de ella era una invitación al sexo. Pero claro, luego enfocaba mi vista en aquellos ojos chocolate, llenos de inocencia y miedo, y no podía seguir pensando en semejantes cosas.
− ¿Señorita Sarocha? - levante mi vista para enfocarla en María, mi cocinera italiana, que me sonreía con una bandeja en las manos - preparé comida para señorita que usted trajo.
María había trabajado para mi familia en Italia durante años, y no le había gustado nada el cambio de país, mucho menos el cambio de idiomas. Hablar en Tailandes e inglés para ella era un enorme esfuerzo, por lo que le sonreí en agradecimiento.
− Grazie, María - Me puse de pie para tomar la bandeja, y María se volteó para salir de la sala, pero se frenó de golpe mirándome nerviosamente.
− Dime
− ¿Señorita que usted trajo.. estar bien? - le sonreí.
Entendía su preocupación, pues me imaginaba la imagen que debí haber dado al entrar con la niña cargada al hombro, mientras ella chillaba y lloraba como una loca.
− Si María, ella está bien.
Me dedico una sonrisa que ensanchó sus regordetas mejillas y se marchó.
Observé la bandeja que tenía en mis manos, y con un suspiro volví a realizar el largo camino a mi habitación. Al entrar, fruncí el ceño al parar en un bulto que temblaba en una esquina de la colosal cama.
− ¿Te encuentras bien? - la castaña levantó la cabeza con brusquedad y clavó sus enormes ojos avellana en mí. Seguía temblando.
− ¿Qué es eso? - su voz era un pequeño hilo, y el temor que reflejaban sus ojos chocolate me hicieron querer sacudirla hasta que entendiera que no le haría daño.
− Comida ¿Tienes hambre? - le pregunte depositando la bandeja en la cama frente a ella.
Asintió levemente pero no tocó la comida.
− No está envenenada
Sus ojos pasaron de mí a la comida durante unos segundos para luego estirar la mano y tomar la mitad del emparedado con sus manos.
Me senté en una de las esquinas de la cama, apoyando mis codos sobre mis rodillas, y la observé comer durante unos minutos.
− Pues... ¿Te importaría contarme como hiciste para terminar en manos de Non?
La morena clavó sus asustados ojos en mí, y luego de estar unos minutos mordiéndose el labio, negó con la cabeza.
− Estaba yendo a la farmacia cuando cuatro hombres me abordaron y me pusieron un pañuelo mojado en la nariz. Eso es lo último que recuerdo antes de despertar en una bolsa.
− ¿Te metieron en una bolsa? - Dios, la castaña asintió - ¿Te golpearon? - volvió a asentir y me tense llena de furia. Con solo imaginarme a la castaña, indefensa en medio de aquellos barbaros, sentí en incontrolable impulso despellejar a Kanpiang y a todos sus secuaces, uno por uno.
− Luego me metieron al baúl de un coche. Y luego... ya sabes - susurró escondiendo su cara de mí.
− Non controla el 55% de prostíbulos en Tailandia. Tienes suerte de que haya decidido dejarte conmigo y no llevarte a uno de esos apestosos lugares.
− ¿Por qué lo hizo?
− Porque me debe dinero
− No es justo. Yo no tengo nada que ver en esto.
− La vida no es justa... - susurre, en parte tenía razón. La morena no tenía que estar aquí.
− ¿Qué harás tú conmigo? - la pregunta sino increíblemente excitante a mis oídos, a pesar de inocencia con la que la morena la había formulado.
Asustada, caí en cuenta de que deseaba hacerle muchas cosas, muchas cosas a aquella niña. Ninguna de ellas muy honrosa que digamos.
− No lo sé
Volvió a alzar sus ojos hacia mí, con renovadas esperanzas en ellos.
− Déjame ir, por favor. Prometo no contar nada, lo juro - levante una mano cortando sus ruegos.
− Esa es una de las cosas que no puedo hacer contigo. Lo siento, pero no puedo dejarte ir.
En un gesto infantil, arrojo lo que quedaba del emparedado a la bandeja y se cruzó de brazos, apartando la mirada de mí.
− Así que eres una secuestradora - no lo negué - ¿También te dedicas a la trata de blancas?
− No
− ¿Eres mala? - fruncí el ceño
− Si - la oí exhalar
− ¿Como te llamas? - clavó sus ojos en mí, pensativa - Y más te vale decirme tu nombre real.
− Rebecca Armstrong, pero mejor becky
− Becky... - el nombre sonaba como una caricia, era hermoso - ¿Qué edad tienes Becky?
− Cumpliré 20 años dentro de dos semanas.
Bueno, no era tan niña como parecía. Solo tenía 4 años menos que yo.
Me reprendí a mí misma, no deberían importarme esas estupideces, tenía cosas más importantes que hacer.
Molesta conmigo misma por el fuerte impulso de arrojarme encima de Rebecca que me invadió, me levante de la cama.
− Enviare a un médico que te revise. Adiós Becky.
− ¡Espera!
− ¿Que?
− ¿Que se supone que haré aquí?
− Lo que se te venga la gana
− ¿Puedo tomar un baño?
− Si
− ¿Puedo salir de la habitación?
− Solo cuando estés conmigo
− ¿Puedo irme?
− No
− ¿Por qué no?
− Porque ahora me perteneces.
Me marché, dejando a la ahora muy confundida morena sola, dentro de mi habitación.
Buenooo mis amores aquí el segundo capítulo de suya, espero lo disfruten.
Si hay algún error no duden en avisarme :)
Lxs quiero<3
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