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02

Tzuyu POV

Bajé del coche para encontrarme a Jimin, uno de mis guardaespaldas, sosteniendo a la muchacha con cara de impaciencia.

La pequeña no paraba de retorcerse y gritar. De vez en cuando sollozaba.

──Dámela.──Jimin me miró con agradecimiento infinito en sus ojos, y tomé a la muchacha en brazos, cargándola como un saco de patatas.

Ante el cambio de posición, comenzó a gritar con más fuerza.

──¡Por el amor de Dios, niña! Nadie va a hacerte nada, cállate de una vez.

──¿¡Cómo puedes decirme que nadie me va a hacer nada!? ¡Me van a obligar a prostituirme!──Chillidos. Chillidos, y más chillidos.

──¿Quién carajos te dijo que te voy a obligar a prostituirte?──Pregunté, pasmada.

Sonreí al sentirla tomar aire desesperadamente luego de gritar durante un minuto sin pausa, y comencé a caminar hacia mi casa, ante la mirada divertida de mis empleados.

──¡Tú! ¡Te dije que no era una puta y me dijiste que si no lo era, lo sería muy pronto! ¡No voy a dejarlo convertirme en una puta!

──¿Puedes parar de gritar? Gracias al cielo, los oídos todavía me funcionan, a pesar de que tú estés atentando en su contra.──La muchacha se quedó callada, pero sus gritos fueron reemplazados por pequeños sollozos, lo cual era mucho peor.──Prefiero que grites...──Comenté con un suspiro.

Los sollozos se hicieron más intensos, y sentí una repentina opresión en el pecho.

¿Qué era eso? Yo no sentía culpa, ni remordimiento, ni pena.

Chou Tzuyu no sentía.

──Oye, tranquila.──Intenté suavizar mi voz para no asustarla más, y abrí la puerta de mi habitación en el tercer piso.──Todo va a estar bien.

──Seré una prostituta. Nada va a estar bien──Más sollozos. Su voz sonaba ahogada, y una terrible sensación de responsabilidad me invadió.

Deposité a la muchacha sobre mi cama, y al apartarme para mirarla sentí como si mi corazón se rompía en mil pedazos.

Sus ojos estaban rojos e hinchados, las mejillas bañadas en lágrimas. Sus hombros estaban caídos y sus labios lastimados de tanto mordérselos.

Me permití pasear mi vista por su cuerpo. Era un cuerpo pequeño, pero perfecto.

Casi suelto una carcajada al reparar en su pijama de Hello Kitty. A todas luces parecía no ser más que una niña, pero una niña no podía tener ese cuerpo, ¿O sí?

Sin poder contenerme, me puse en cuclillas frente a ella y aparté un mechón de pelo caoba de su cara.

──No serás una prostituta. Lo hubieras sido si te hubiera dejado con Kyungsoo, pero no aquí. No te obligaré a hacer nada que no quieras hacer. Por favor, deja de llorar...

Dejó de sollozar, pero lágrimas silenciosas seguían escurriendo por sus mejillas.

──Si no me obligarás a hacer nada, ¿Por qué no me dejas ir?

Suspiré, y bajé la vista.

No podía dejarla ir.

──Porque sabes demasiado.

Sana POV

──¿Por qué sé... demasiado?──La miré con los ojos entrecerrados.

──Sí.──Se limitó a responder antes de levantarse y caminar hacia la puerta.

──¡Pero si no se nada!──Me paré y seguí sus pasos.── ¡No sé una mierda! ¡Oye!

Se giró antes de salir por la puerta, rascándose la frente.

Parecía agotada, y bastante enfadada.

──Pensé que ya habíamos superado la maldita etapa de los gritos.

Me paré en seco, a solo un metro de ella, y fruncí el ceño.

──No sé nada.──Repetí, con solo un hilo de voz.

──Lo siento.──Esa fue su única respuesta antes de girarse y salir por la puerta.

El clic al otro lado me indicó que la había cerrado con llave, y grité, enfadada.

¿Qué sabía demasiado? No tenía ni una puta idea de dónde estaba.

Me giré sobre mis talones, para inspeccionar la enorme habitación en la que estaba encerrada.

Las paredes eran claras, y contrastaban con los muebles oscuros y la enorme cama con dosel, cubierta con sabanas negras. En la pared de la derecha había una enorme puerta doble, y en la de la izquierda otra puerta más pequeña.

Comprobé que sólo la pequeña estaba abierta, y daba a un gigantesco baño con jacuzzi.

Esta tipa estaba forrada.

Las ventanas estaban cerradas a cal y a canto, y la puerta principal también.

No había salida.

Me dejé caer sobre la cama, resoplando.

Me había asegurado de que no iba a prostituirme, ni a abusar de mí, pero ¿Podía fiarme de aquella impresionante mujer que me mantenía encerrada en contra de mi voluntad?

Mi sentido común me decía que no. Que volviera a chilar y patear todo lo que se me cruzara por delante.

Pero otra parte de mí, una parte mucho más ingenua e idiota, quería creerle. Quería pensar que no iba a hacerme daño.

Lo cual sería un suicidio.

Esa mujer era peligrosa. Extremadamente peligrosa.

Solo hacía falta ver esos ojos, inteligentes y letales, para darse cuenta de que no era bueno meterse con ella.

Y yo estaba metida hasta la médula.

──────────────────────── ♡︎

Tzuyu POV

──¡Que sorpresa! Así que decidiste aceptar el regalito de Kyungsoo, ¿Eh?──Se carcajeó Sooyoung en cuanto me vio aparecer en la sala.

──Cierra la boca, Sooyoung.

──Jimin me contó la que niñita te mordió, ¿Es cierto?

No le respondí.

Sooyoung comenzó a carcajearse como una idiota.

──Te dije que te calles.

──¡Tengo que conocer a esa chica!

Le dediqué una mirada fulminante.

La idea no me agradaba, para nada. Y eso no era algo bueno.

──No lo harás. Ahora ve a ocuparte de tus asuntos y déjame en paz, Sooyoung.

Como era de esperarse, Sooyoung no se fue, sino que siguió soltando carcajadas al aire.

──Oye, ¿Qué harás con ella?

──No lo sé.

──¿Te pidió que la dejes ir?

──No, Sooyoung. Es más, me rogó de rodillas que no la deje ir nunca. Está deseosa de quedarse a convivir con una mafiosa. Me confesó que ese era el sueño de toda su vida.

Mi amiga bufó ante mi sarcasmo.

──Así ique, ¿Te lo pidió?──Asentí distraído.──Y... ¿La dejarás ir?

──No.

──¿Por qué?

──Ella sabe demasiado.

──¿Qué sabe demasiado? Vamos, Tzuyu, no es más que una niña. Dime, cuantas personas hay por allí afuera que saben de nuestros negocios y nosotros hemos amenazado para que no hablen, ¿Miles? Dile que si abre su preciosa boquita, nos encargaremos de ella, y asunto resuelto.

La miré fijamente. No quería hacer eso. No podía dejarla ir.

──No lo haré.

──¿Por qué?

──Porque no.

──¿Por qué te gusta?

──Sooyoung, vete de aquí. Ahora.

La aludida volvió a reír estridentemente.

──Te gusta, te gusta...──Se alejó canturreando.

Me limité a rodar los ojos, ignorándola y a sentarme pesadamente en uno de los sillones de cuero negro que ocupaban la enorme sala.

Ciertamente, tener a esa niña allí no era más que un problema.

¿Qué haría con ella?

No iba prostituirla, como ella se temía.

Tampoco iba a abusar de ella.

Nunca había abusado de una mujer, y prefería mil veces tener a una mujer deseosa de mí en mis brazos.

Pero esa niña... Dios Santo, esos labios rellenos y perfectos eran una invitación a pecar. Sus mejillas, su pequeño y perfecto trasero, su cintura. Todo de ella era una invitación al sexo. Pero claro, luego enfocaba mi vista en aquellos enormes ojos chocolate, llenos de inocencia y miedo, y no podía seguir pensando en semejantes cosas.

──¿Señora Chou?──Levanté la vista para enfocarla en María, mi cocinera italiana, que me sonreía con una bandeja en las manos──Preparé comida para señorita que usted trajo.

María había trabajado para mi familia en Italia durante años, y no le había gustado nada el cambio de país. Mucho menos el cambio de idioma.

Hablar en coreano para ella era un enorme esfuerzo, por lo que le sonreí en agradecimiento.

──Grazie, Maria.──Me puse de pie para tomar la bandeja, y María se giró para salir de la sala, pero se frenó de golpe, mirándome nerviosamente.──Dime.

──¿Señorita que usted trajo está...bien?──Le sonreí.

Entendía su preocupación, pues me imaginaba la imagen que debería haber dado al entrar con la niña cargada al hombro, mientras ella chillaba y lloraba como una loca.

──Sí, María, ella estará bien.

Me dedicó una sonrisa que ensanchó sus regordetas mejillas y se marchó.

Observé la bandeja que tenía en mis manos, y con un suspiro volví a realizar el largo camino hacia mi habitación.

Al entrar, fruncí el ceño al reparar en el pequeño bulto que temblaba en una esquina de la colosal cama.

──¿Te encuentras bien?──La castaña levantó la cabeza con brusquedad y clavó sus enormes ojos chocolate en mí. Seguía temblando.

──¿Qué es eso?──Su voz era un pequeño hilo, y el temor que reflejaban aquellos pozos marrones me hicieron querer sacudirla hasta que entendiera que no tenía intención de hacerle daño.

──Comida. ¿Tienes hambre?──Le pregunté, depositando la bandeja frente a ella en la cama. Asintió lentamente, pero no tocó la comida.──No está envenenada.

Sus ojos pasaron de mí a la comida repetidamente durante unos cuantos segundos, antes de estirar la mano y tomar una mitad de emparedado con sus pequeñas manos.

Me senté en una de las esquinas de la cama, apoyando mis codos sobre mis rodillas, y la observé comer durante algunos minutos.

──Pues... ¿Te importaría contarme como hiciste para terminar en manos de Kyungsoo?

La castaña clavó sus asustados ojos en mí, y luego de estar unos cuantos minutos mordiéndose el labio, negó con la cabeza.

──Estaba yendo a la farmacia cuando cuatro hombres me abordaron y me pusieron un pañuelo mojado en la nariz. Eso es lo último que recuerdo antes de despertarme en esa bolsa.

──¿Te metieron en una bolsa?──Dios. La castaña asintió levemente.──¿Te golpearon?──Volvió a asentir, y me tensé, lleno de furia. Con solo imaginarme a la pequeña castaña, indefensa en manos de aquellos bárbaros, sentí en incontrolable impulso de despellejar a Kyungsoo y a todos sus secuaces, uno por uno.

──Luego me metieron en el baúl de un coche. Y luego... ya sabes.──Susurró escondiendo su rostro de mí.

──Kyungsoo controla el cincuenta y cinco por ciento de los prostíbulos de Seúl. Tienes suerte de que haya decidido dejarte conmigo y no llevarte a alguno de aquellos apestosos lugares.

──¿Por qué lo hizo?

──Porque me debe dinero.

Sacudió la cabeza.

──No es justo. Yo no tengo nada que ver en esto.

──La vida no es justa...──Susurré, a sabiendas de que la castaña tenía razón. Ella no tendría por qué estar allí.

──¿Qué harás tú conmigo?──La pregunta sonó increíblemente excitante a mis oídos, a pesar de la inocencia con que la castaña la había formulado.

Asustada, caí en la cuenta de que deseaba hacerle muchas, muchas cosas a aquella niña. Ninguna de ellas muy honrosa que digamos.

──No lo sé.

Volvió a alzar sus ojos hacia mí, con renovadas esperanzas en ellos.

──Déjame ir, por favor. Prometo no contar nada, te juro que...

Levanté una mano, cortando sus ruegos.

──Esa es una de las cosas que no haré contigo. Lo siento, pero no puedo dejarte ir.

En un gesto infantil, arrojó lo que quedaba del emparedado sobre la bandeja y se cruzó de brazos, apartando la mirada de mí.

──Así que eres una secuestradora.

No lo negué.

──¿También te dedicas a la trata de blancas?

──No.

──¿Eres mala?

Fruncí el ceño.

──Sí.──La oí exhalar.── ¿Cómo te llamas?──Clavó sus ojos en mí, pensativa──Y más te vale decirme tu nombre real.

──Sana. Minatozaki Sana.

──Sana...──El nombre sonaba como una caricia, era hermoso.── ¿Qué edad tienes, Sana?

──Cumpliré veintitrés años dentro de dos semanas.

Bueno. No era tan niña como parecía. Solo tenía cinco años menos que yo.

Me reprendí a mí misma. No deberían importarme esas estupideces. Tenía cosas más importantes que hacer.

Molesta conmigo misma por el fuerte impulso de arrojarme encima de Sana que me invadió, me levanté de la cama.

──Enviaré a un médico a que te revise. Adiós, Sana.

──¡Espera!

──¿Qué?

──¿Qué se supone que haré aquí?

──Lo que se te venga en gana.

──¿Puedo tomar un baño?

──Sí.

──¿Puedo salir de la habitación?

──Sólo cuando estés conmigo.

──¿Puedo irme?

──No.

──¿Por qué no?

──Porque ahora me perteneces.

Me marché, dejando a la muy confundida castaña sola, dentro de mi habitación.

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