Lo que Julian no sabía era que la Lámpara del Olvido era mucho más que un simple artefacto de protección. A medida que los años pasaban y la leyenda de Julian se extendía, su devoción por la lámpara comenzó a transformarse en obsesión.

Las noches en vela y los susurros de las sombras regresaron una vez más a la vida de Julian. Pero esta vez, ya no era una maldición externa que lo atormentaba, sino sus propios demonios internos. La luz tranquilizadora de la lámpara se convirtió en una llamada seductora que lo arrastraba cada vez más profundo en la oscuridad.

La gente que antes buscaba su ayuda ahora empezaba a notar un cambio en Julian. Su mirada se volvió vidriosa y distante, y su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de deseo insaciable. Se volvió cada vez más posesivo y celoso de su tesoro, alejándose de sus seres queridos y sumergiéndose en la soledad.

Un día, un grupo de personas desesperadas se acercó a Julian en busca de ayuda. Sus vidas habían sido arruinadas por una antigua maldición, y habían oído hablar de la leyenda del guardián de la Lámpara del Olvido. Pero en lugar de encontrar a un héroe dispuesto a ayudar, se encontraron con un hombre demacrado y desesperado.

Julian, seducido por el poder de la lámpara, rechazó su súplica y los miró con desprecio. Les dijo que solo él merecía ser liberado de la maldición, que solo su dolor y sufrimiento merecían atención. Las personas, desesperadas y enfurecidas, intentaron arrebatarle la lámpara, pero Julian se aferró a ella con una fuerza sobrehumana.

En medio del forcejeo, la lámpara se cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Un escalofrío recorrió la habitación, y la luz dorada se extinguió, dejando solo oscuridad y desesperación.

Julian cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos. El vacío se apoderó de su alma mientras se daba cuenta de la magnitud de su error. La lámpara no era un objeto de protección, sino una prisión para las maldiciones que había absorbido a lo largo de los años.

Las sombras que habían plagado su vida se liberaron en ese instante, y el destino macabro que les esperaba ahora se volvió evidente. Las maldiciones, liberadas de su encierro, se abalanzaron sobre Julian, envolviéndolo en una espiral de sufrimiento y tormento.

Los testigos horrorizados contemplaron cómo Julian era consumido por las fuerzas malignas, su rostro distorsionado por el dolor mientras su cuerpo se retorcía en espasmos. Los susurros de las sombras ahora eran gritos ensordecedores, y su agonía duró una eternidad.

Cuando finalmente cesaron los lamentos y la oscuridad se dispersó, solo quedó el cuerpo sin vida de Julian, una advertencia macabra para aquellos que se atrevieran a desafiar a las fuerzas sobrenaturales.

La leyenda de Julian, el valiente guardián de la Lámpara del Olvido, se convirtió en una historia trágica que recordaba a la humanidad los peligros de la avaricia y la obsesión. La oscuridad nunca puede ser dominada por completo, y aquellos que intentan controlarla, a menudo, son consumidos por ella.

Desde entonces, nadie más se atrevió a buscar la Lámpara del Olvido, y la cueva que la albergaba se convirtió en un lugar prohibido y maldito. La historia de Julian se convirtió en una advertencia sombría, y su nombre quedó olvidado en el tiempo, perdido en la oscuridad de la leyenda macabra que dejó a su paso.