En el remoto pasado, en los tiempos en los que los susurros de la máscara de ébano todavía no habían teñido de sombras el mundo, vivió un escultor llamado Ambrose Van den Eyden. Dotado de una habilidad excepcional, Ambrose creó una obra maestra única: la máscara de ébano. Tallada con un detallismo inigualable, la máscara emanaba un aura enigmática y ominosa, atrayendo la atención de quienes la contemplaban.

Ambrose, sin embargo, intuía los peligros que su creación podía desencadenar. Intrigado por el oscuro poder que parecía ocultarse tras la máscara, decidió dejar un legado en su taller que indicara cómo destruir la máscara de ébano en caso de que se convirtiera en un objeto de maldición. Escribió un texto oculto, encriptado en una carta, que revelaba la clave para poner fin a la influencia de la máscara.

El destino de la máscara tomó un rumbo inesperado cuando Ambrose falleció repentinamente, sin haber revelado la existencia de la carta oculta. Su taller fue saqueado por la Inquisición, que buscaba eliminar cualquier indicio de herejía o magia oscura. La máscara de ébano fue llevada a un lugar seguro, resguardada por la iglesia y perdida en las sombras de la historia.

Años después, en una ciudad amurallada envuelta en una guerra sangrienta y luchas de poder, Ethan, un guerrero valiente y obstinado, se enfrentó a la Inquisición, cuestionando su autoridad y persiguiendo la verdad oculta. Durante su incursión en el territorio enemigo, encontró el taller abandonado de Ambrose Van den Eyden.

Explorando el taller, entre polvo y escombros, Ethan descubrió la carta oculta de Ambrose. Con ojos ávidos, devoró cada palabra, comprendiendo la importancia de su contenido. El texto hablaba de un objeto antiguo y misterioso que tenía el poder de deshacer la maldición de la máscara de ébano. Era una revelación esperanzadora y aterradora a la vez.

Ethan, decidido a utilizar el conocimiento del texto en su lucha contra la opresión de la iglesia, regresó a la ciudad amurallada y se adentró en las sombras de la catedral. Allí, en una cripta olvidada, encontró una sala llena de artefactos sagrados y reliquias. Entre ellos, reposaba el objeto mencionado en el texto de Ambrose: una antigua espada con una empuñadura adornada con gemas resplandecientes.

Sintiendo la fuerza ancestral que emanaba de la espada, Ethan empuñó el arma con determinación y avanzó hacia la guarida de la máscara de ébano. Sin embargo, cuando finalmente llegó ante ella, la máscara lo recibió con una risa macabra y se desvaneció en la nada.

En ese momento, las paredes de la cámara comenzaron a temblar y a resquebrajarse, revelando un pasaje secreto oculto detrás de ellas. Ethan, confundido y asustado, decidió explorar el pasaje en busca de respuestas. Pero cuando entró, las paredes se cerraron detrás de él, dejándolo atrapado en una prisión subterránea.

Allí, en la oscuridad y el silencio, Ethan comprendió que había caído en una trampa mortal. La máscara de ébano había utilizado a Ambrose y a su legado como peones en su retorcido juego. La espada en sus manos era solo una ilusión, un espejismo cruel que había alimentado la esperanza de Ethan antes de arrebatarla de un solo golpe.

En su condena eterna, Ethan luchó por escapar de su prisión, pero la oscuridad lo envolvió, consumiendo su alma y su esperanza. La máscara de ébano, en su victoria, continuó su reinado de terror, atrapando a otros incautos en su telaraña de maldad.

Así, en la penumbra de la historia, la máscara de ébano persistió, infundiendo terror y desesperación en aquellos que osaron buscar su destrucción. La búsqueda de la salvación se había convertido en una trampa mortal, y Ethan se unió a la lista de víctimas en un destino perturbador y sin esperanza.