La Máscara de Ébano, herida y debilitada después de la batalla contra la ermitaña, Ethan y Benjamin, se sumió en las profundidades de la oscuridad. Su esencia maligna se retorcía y agitaba, ansiosa por recuperar su poder y sembrar el caos una vez más.

En lo más recóndito del inframundo, la máscara se regeneró lentamente, alimentándose de la energía oscura que bullía en su interior. Sus ojos sin vida brillaron con una malevolencia renovada, mientras tejía sus planes para vengarse de aquellos que habían osado desafiarla.

En una noche envuelta en niebla y sombras, la Máscara de Ébano emergió de las profundidades del abismo. La tierra temblaba bajo su paso y el viento susurraba su nombre con un tono de temor reverencial. Su venganza era inminente, y nadie podría escapar de su ira.

Con su poder resurgido, la máscara se abalanzó sobre la ermitaña con una ferocidad inhumana. Los vientos aullaban y los rayos rasgaban el cielo, mientras la lucha entre la oscuridad y la sabiduría se desataba con una intensidad desgarradora.

La ermitaña, valiente y sabia, desplegó sus artes ocultas en un intento desesperado de detener a la Máscara de Ébano. Pero cada hechizo y conjuro eran desviados, como si la máscara fuera inmune a sus poderes. La batalla alcanzó su clímax en un frenesí de caos y desesperación.

Ethan y Benjamin, testigos impotentes de la lucha titánica, intentaron intervenir, pero la máscara los repelió con una fuerza abrumadora. Sus almas se estremecieron al presenciar el poder oscuro que emanaba de su némesis. La esperanza se desvanecía ante sus ojos.

Y entonces, en un giro inesperado y perturbador, la máscara reveló su verdadero objetivo. No buscaba la aniquilación de sus enemigos, sino la corrupción de sus almas. Con una risa macabra, se abalanzó sobre Ethan y Benjamin, poseyendo sus cuerpos y retorciendo sus mentes hasta convertirlos en marionetas de su voluntad.

La máscara ahora controlaba a los valientes guerreros, obligándolos a cometer actos de maldad inimaginables. Sus risas convertidas en gemidos de agonía resonaban en el aire, mientras ejecutaban su danza macabra de destrucción.

La ermitaña, derrotada y desolada, se hundió en un abismo de pesar. Su intento de redención había sido en vano, y el destino de Ethan y Benjamin había sido sellado. Su sacrificio había alimentado el poder de la máscara y los había arrojado a un abismo de eterna desesperación.

La oscuridad triunfó, sumiendo al mundo en una era de caos y horror. Los corazones de los inocentes se llenaron de desesperanza, mientras la máscara expandía su influencia sin piedad.

Y así, en la noche eterna, la Máscara de Ébano se deleitó en su victoria, su risa retumbando en los confines del universo. La maldad prevaleció, consumiendo todo a su paso, y el destino de Ethan, Benjamin y el mundo entero quedó condenado a una existencia perturbadora y sin esperanza.