En la oscuridad insondable de una antigua mansión, vivía un hombre solitario llamado Edward. Su vida había estado plagada de visiones macabras y pesadillas aterradoras. Pero lo que más temía era perder su vista, pues su única conexión con la realidad y la belleza del mundo provenía de su sentido de la visión.

Un día, Edward comenzó a experimentar extraños síntomas: su visión se volvía borrosa y distorsionada. El terror lo invadió mientras los médicos le anunciaban que estaba perdiendo gradualmente la vista y que no había tratamiento que pudiera detenerlo.

Desesperado por aferrarse a la luz y la claridad que le quedaba, Edward se sumergió en la lectura de antiguos tratados y manuscritos sobre curas milagrosas y remedios ocultos. En uno de sus libros, descubrió un antiguo ritual que prometía recuperar la visión perdida a través de un pacto oscuro.

Sin pensarlo dos veces, Edward se dispuso a realizar el ritual. Reunió los ingredientes necesarios y se adentró en la habitación más oscura de la mansión. Allí, frente a un espejo roto y cubierto de polvo, comenzó a recitar las palabras antiguas y prohibidas que prometían el retorno de su visión.

A medida que las palabras resonaban en el aire, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Edward. Los susurros de las sombras lo rodearon, y en un instante, su visión se desvaneció por completo. Ahora, estaba sumido en una oscuridad aún más profunda que antes.

Aterrado, Edward extendió las manos frente a él y comenzó a moverse con precaución. A medida que exploraba la mansión en su ceguera, los susurros aumentaron, llenando cada rincón con su presencia inquietante. Edward estaba prisionero en un mundo de oscuridad absoluta.

Con el tiempo, Edward se adaptó a su nueva realidad y descubrió que sus otros sentidos se habían agudizado en respuesta a su ceguera. Podía escuchar cada susurro, cada crujido y cada movimiento en la mansión con una claridad inquietante.

Pero, a medida que exploraba más y más la mansión, los susurros se volvían más amenazantes y siniestros. Comenzaron a revelar secretos oscuros y aterradoras verdades sobre los residentes anteriores de la mansión. Edward estaba atrapado en un laberinto de horrores auditivos, incapaz de escapar de la tortura constante de los susurros.

El final inesperado llegó cuando, en un último acto desesperado por liberarse de los susurros, Edward se sacó los propios ojos. Un grito ensordecedor resonó en la mansión mientras la sangre brotaba de sus cuencas vacías.

En ese momento, los susurros se detuvieron abruptamente y la mansión quedó en silencio. Pero Edward no encontró la paz. Estaba condenado a vivir en un eterno tormento, incapaz de ver ni de escapar de los susurros que lo habían atormentado durante tanto tiempo.

La mansión quedó sumida en un silencio inquietante, mientras el alma atormentada de Edward deambula sin rumbo fijo en la oscuridad eterna.