Evangeline, la ermitaña que había derrotado a la Máscara de Ébano con el poder del Espejo de las Almas Perdidas, esperaba encontrar la paz después de su victoria. Creía que finalmente había liberado al mundo de la maldad que había consumido a Ethan, Benjamin y tantos otros. Sin embargo, la oscuridad tiene formas insidiosas de persistir, incluso después de ser aparentemente vencida.

Después de su triunfo, Evangeline regresó a su morada solitaria en el bosque, buscando la tranquilidad que tanto anhelaba. Pero a medida que los días se volvieron noches y las estrellas se ocultaron tras un velo ominoso, comenzaron a suceder cosas extrañas a su alrededor.

Sus sueños se llenaron de pesadillas inquietantes, donde los susurros de la Máscara de Ébano aún resonaban en su mente. Las sombras se alargaban y danzaban en la periferia de su visión, como si la maldad que había enfrentado hubiera dejado su huella en su propio ser.

Evangeline se volvió cada vez más inquieta, sintiendo una presencia ominosa que la acechaba en cada rincón de su reclusión. Los objetos en su cabaña parecían cobrar vida propia, susurrándole secretos macabros en la oscuridad de la noche.

Una tarde, mientras exploraba los recuerdos y los objetos olvidados en su santuario, se encontró con un antiguo pergamino. Contenía una advertencia escrita en tinta sangrienta: "El precio de la victoria es la condena eterna".

Horrorizada, Evangeline se dio cuenta de que su victoria sobre la Máscara de Ébano había desatado una maldición que la perseguiría hasta el fin de sus días. El Espejo de las Almas Perdidas, que había utilizado para derrotar a la máscara, había dejado su propia marca maligna en su espíritu.

A medida que pasaban los días, la influencia de la maldición se intensificaba. El espejo, una vez un instrumento de redención, se convirtió en un portal hacia los rincones más oscuros de la existencia. Voces susurrantes emergieron de su superficie reflejante, y figuras sombrías parecían moverse dentro de él, deseando liberarse.

Evangeline luchó desesperadamente por mantener su cordura, pero la maldición era implacable. Sus sueños se llenaron de visiones horripilantes, donde la Máscara de Ébano regresaba para vengarse y arrastrarla al abismo de la locura.

Finalmente, la noche fatal llegó. La presencia maligna dentro del espejo se liberó por completo, manifestándose en una forma oscura y terrorífica. La sombra de la Máscara de Ébano se levantó frente a Evangeline, sus ojos brillantes con un fuego infernal.

Con un último suspiro de desesperación, Evangeline se convirtió en una marioneta en manos de la maldición que había invocado. Su espíritu se consumió en la oscuridad, su mente se desgarró en pedazos mientras la sombra de la máscara se apoderaba de su ser.

La cabaña en el bosque se sumió en la oscuridad, un lugar de pesadilla donde las almas perdidas clamaban en la eternidad. Y así, el legado de Evangeline y su victoria sobre la Máscara de Ébano se convirtió en una tragedia macabra, un eco atormentador en los anales del tiempo.

El mundo nunca conocería la verdad detrás de la derrota de la Máscara de Ébano ni los horrores que esperaban en las sombras. La maldición perduraría, acechando a aquellos que se atrevieran a desafiar las fuerzas oscuras, recordándoles que el mal nunca puede ser derrotado por completo, sino solo restringido temporalmente en el insondable abismo de la existencia humana.