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Capítulo 35. Un roce de miradas.


Joana.

Me había dejado convencer por aquel extraño muchacho, y allí estábamos, en un banco cerca del parque, observando el puesto de comida que había frente a nosotros. Lo cierto es que estábamos cohibida por él, pues era la primera vez desde que tenía uso de razón que tenía una cita con un hombre.

- Parece que va a llover – comenzó él, con la mirada fija en el cielo, como si pudiese ver algo en él que escapaba a mis ojos. Miré hacia ese punto, dándome cuenta de que tenía razón, parecía que se pondría a llover de un momento a otro - ¿quieres unos pinchos del puesto? – preguntó, provocando que sonriese al mismo tiempo que asentía, pues me apetecía mucho comer algo, mi barriga rugía.

Se levantó y caminó hacia el puesto de comida, mientras yo miraba hacia él, con una gran sonrisa. Lo cierto es que me alegraba de haber aceptado su descarada oferta, me agradaba más de lo que había creído aquel hombre. Me atraía mucho.

Miré hacia un lado, sorprendida, pues un grupo de personas vestidas de época paseaban por allí, mientras un hombre con una cámara profesional lo grababa. Parecía que estaban grabando un drama o una película, no había otra explicación.

Me levanté con decisión y me encaminé hacia una joven que miraba hacia el drama con atención.

- ¿Qué están grabando? – Pregunté, provocando que la joven mirase hacia mí, sorprendida de que no supiese sobre aquello.

- ¿Sabes sobre la historia de la montaña? – Preguntó la mujer, provocando que la mirase extrañada, pues no tenía ni idea a lo que se refería – El joven monje iluminado y su amada, destinada a vivir atrapada como un lobo de hielo hasta que ...

- He oído sobre ello – la interrumpí, recordando aquella leyenda que mi padre me solía contar de niña, aunque en aquel momento no podía recordar los detalles con claridad.

- Pues están haciendo una película sobre ello.

- ¿De verdad? – Pregunté, sorprendida, volviendo la vista hacia los actores, sorprendiéndome por el aspecto tan familiar que tenían. Era como si los conociese, aunque no podía recordar dónde los había visto.

La lluvia empezó a caer sobre todos nosotros, provocando que los actores y todas las personas que se hallaban por allí, en realidad, corriesen a resguardarse de la lluvia a los lugares cercanos, como al puesto al que él había ido.

Sólo yo me había quedado bajo ella, como una tonta, levantando las manos como si de esa manera pudiese cubrirme con ellos, pero era en vano, la lluvia seguía empapándome. Y entonces lo sentí, alguien agarró mi mano y tiró de mí el pequeño bosque que había detrás, ese que se dirigía hacia las montañas, y no se detuvo hasta que estuvimos debajo de un enorme abeto.

Miré hacia mi salvador, percatándome de que era aquel hombre, el mismo que me había pedido aquella cita. Tenía los dos pinchitos de carne en su mano izquierda, pero al igual que ambos, estaban empapados.

Los tiró al suelo tan pronto como se percató de que estaban incomibles, y miró hacia mí con atención.

- Estás empapada – comenzó, mientras levantaba la mano para acariciar mi mojado rostro – cogerás una pulmonía si ... - proseguía, pero se detuvo tan pronto como sintió mi mirada sobre la suya.

- Tu también lo estás – le dije, acariciando su mejilla húmeda, provocando que él hiciese una mueca, molesto. Retiré mi mano, haciendo que él retirase la suya, y me miró sobrecogido, para luego agarrar su pecho con fuerza, como si algo dentro de él doliese. - ¿qué ocurre? – pregunté preocupada, intentando comprender que le ocurría.

- Siento.... – comenzó, mientras caía de rodillas frente a mí, con ambas manos sobre el corazón - ... siento ... que ... ah... - proseguía, con el rostro desencajado por el dolor.

Me agaché junto a él, poniéndome de rodillas, cogiendo su rostro entre mis manos, obligándole a mirarme, intentando ayudarle, pero era en vano, el seguía sollozando de dolor.

- ... me muero – aclaró, para luego desmayarse sobre mis brazos.

Cayó sobre mi regazo, totalmente inconsciente, provocando que mis lágrimas saliesen al exterior, aunque aún no sabía bien porque lloraba, porque sentía que mi pecho explotaría al verle en aquel estado.

Al mismo tiempo que un recuerdo que creía olvidado venía a mi mente, una conversación que había tenido con mi padre, de niña:

"

- ¿por qué la historia termina tan mal para Cho Han Na, papá? – Preguntaba, a mis trece años, cuando mi padre, sentado sobre el suelo de nuestro jardín se preparaba para meditar.

- Esa muchacha cometió un error al enamorarse del monje Hyun Su – aseguraba mi padre, mientras yo la miraba extrañada – Ese monje fue elegido por los dioses, su destino era llegar a los cielos y convertirse en uno de ellos – me explicaba, provocando que yo comprendiese la situación – pero cuando esa muchacha se cruzó en su camino, su destino y el de ella se vieron truncados.

"

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