Capítulo 3. La paciencia es la cualidad esencial del hombre
Capítulo 3 – La paciencia es la cualidad esencial del hombre
Hyun Su aún no había tenido oportunidad de entablar conversación con aquella joven, o de preguntar si quiera sobre ella. Era bastante extraño que los monjes dejasen que una mujer se quedase a vivir junto a ellos, pero los ancianos parecían haberla acogido muy bien. La muchacha seguía siendo igual de extraña que de costumbre: le gustaba caminar sobre la nieve descalza, y meditar sobre ella cuando nevaba, virtud que él también compartía, quizás fuese eso lo que más inquietaba al muchacho, y quizás fuese el hecho de que a veces parecía que su paciencia por alejarse de ella se desvanecía.
Aquella mañana caminaba despacio hacia el salón de rezos, con la cabeza hacia abajo, ocupado con sus pensamientos. Levantó la vista tan pronto como sintió otras pisadas además de las suyas por aquel largo pasillo, y quedó perplejo al encontrar a escasos pasos de distancia frente a él a aquella muchacha. La joven se paró tan pronto como se percató de que él la observaba, parecía mucho más animada que de costumbre. Lucía un delicado vestido verde de seda, y llevaba su cabello recogido en un gran moño que adornaba con algunas decoraciones doradas. Sonrió hacia él mientras se agarraba el vestido y le hacía una leve reverencia que él respondió enseguida. Pero tan pronto como levantó la cabeza para seguir mirándola se percató de que ella había emprendido la marcha nuevamente, y continuó su camino sin tan siquiera decir una palabra.
Una tercera persona llegaba hasta él mientras ella se alejaba, esta carraspeó con desánimo sintiendo como su alumno postraba los ojos en él:
• La paciencia es la cualidad esencial del hombre – Aclaró su maestro mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el salón, con la intención de que su pupilo le siguiera, y este así lo hizo.
Tan pronto como se sintió a salvo de las miradas de aquel aprendiz sonrió divertida. Se sentía mucho más animada al comprobar que él no la reconocía. Saltó al jardín mientras soltaba su moño y dejaba caer su cabello hacia atrás, ahora que lo había hecho se sentía mucho más cómoda.
Caminó despacio hacia el monje que tomaba el té sobre la tarima del otro lado, observando como el anciano servía una segunda taza para su invitada. La joven se sentó en el suelo frente al hombre, mientras este ponía delicadamente la taza sobre su lado de la mesa y la invitaba a beber. Tras dar un par de sorbos admiró el despejado cielo, aún hacía frío, pero el sol parecía estar incidiendo sobre ellos de una forma cálida que la reconfortaba...
- Jamás se desvía uno tan lejos cuando cree conocer el camino – Decía el anciano haciendo que la muchacha le mirase distraída, aunque había comprendido bien las palabras del anciano, pues en ese momento volvió a atar su moño. – Un viaje de mil kilómetros debe empezar por un primer paso.
• Si quieres conocer el pasado mira el presente que es su resultado – Respondió la joven con otro proverbio, pues sabía muy bien que aquel viejo lo único que quería escuchar era algo como aquello.
• Para conocer el futuro mira al presente que es su causa – Contra atacó el anciano mientras daba otro sorbo a su té.
• No he de engañar a mi corazón con inútiles palabras que sólo demostrarán la escasez de la inteligencia – Respondía la joven mientras se levantaba para darle la espalda al anciano, sin despedirse siquiera. Siempre había temido volver a aquel lugar. Odiaba volver a vivir bajo el mismo techo que una panda de ancianos monjes y sus estúpidas enseñanzas sobre la verdad.
En la sala de rezos todos oraban con devoción mientras aquella muchacha entraba en ella, nadie parecía haberse percatado de su existencia. Tras unir sus manos delicadamente hizo un par de reverencias con lágrimas en los ojos hacia el gran Budha pues sabía que sólo así las almas de sus padres encontrarían la paz.
Hyun Su se levantaba de su lugar y hacía una leve reverencia hacia el gran Budha, dándose la vuelta despacio para volver a sus quehaceres, pero antes de que pudiese marcharse se percató de que ella rezaba con el ceño fruncido. Apenas se percató de que estaba siendo observada, cesaron sus ruegos, y caminó silenciosa hacia la salida, mientras aquel impetuoso joven la seguía.
• Señorita – La llamaba, caminando tras ella por aquel largo pasillo que bordeaba el jardín - ¿puedo hacer algo por usted? – Preguntaba con el corazón afligido, pues no comprendía como algo tan bello podía estar tan triste.
La joven se dio la vuelta lentamente postrándose frente a él, con la mirada perdida en aquella hermosa túnica ocre que el muchacho llevaba.
• No hay nada que podáis hacer por mí, Señor Gi – Dijo intentando bajar la cabeza para que el muchacho no se percatase de que había llorado, pero era demasiado tarde, él ya se había percatado de ello. Y antes de que la joven bajase la cabeza éste ya limpiaba sus lágrimas con su mano.
• No hay absolutamente nada que no pueda ser conseguido – Aclaró el joven mientras le dedicaba una tímida sonrisa. – Algo tan bello no debería entristecerse con cosas mundanas. El verdadero significado de esas lágrimas no está en tu espíritu.- Concluyó. La joven tragó saliva, por un momento parecía que él había cambiado, pues hablaba como un verdadero monje. Entonces se dispuso con temor de mirar aquellos ojos. Ante aquella mirada, aquel apuesto monje bajó su mano tímidamente.
Sonrió aliviada al darse cuenta de que había tenido miedo por nada, él era exactamente la misma persona, él seguía teniendo aquel corazón que tanto le caracterizaba. Se sentía agradecida de que los monjes no lo hubiesen cambiado aún.
• Debo estar agradecida, pues el amable señor Gi está aquí – Reconoció divertida, mientras olvidaba por un segundo su dolor. Por un momento se sentía como si no se hubiese ido, como si él fuese aún aquel niño con el que jugaba de niña.
- Veo que habéis escuchado sobre mí – reconocía el joven algo tímido frente a aquella bella mujer – pero no temáis, no soy tan gentil como pensáis. Incluso soy algo hostil. – Ante aquella nueva revelación la chica sonrió aún más, pues sabía que aquello no era cierto, tan sólo lo decía porque era demasiado modesto. – ¿Me permitiríais saber vuestro nombre? – Inquirió dejándose llevar por su curiosidad. La muchacha dejó escapar una leve carcajada que quedó ahogada cuando la muchacha tapó su boca para apagarla.
Pero la muchacha no pudo responder a aquella pregunta, pues en aquel momento una tercera persona llegó hasta ellos. Se trataba del gran Tao Yang, que con su insistente carraspeo los miraba malhumorado.
- Maestro... - comenzó su pupilo más fiel. Pero antes de que este pudiese seguir, antes de que pudiese siquiera preguntarle al hombre la razón de su enfado, éste agarró a la muchacha fuertemente del brazo, conduciéndola hacia el exterior del tempo, mientras Hyun Su miraba hacia ellos sin comprender que sucedía.
El anciano monje se paró en seco, frente al gran puente que separaba ambos mundos, y soltó a la muchacha, haciendo que esta mirase hacia el cielo dubitativa, pues sabía perfectamente que de un momento a otro su tío la regañaría por haberse acercado a Hyun Su...
- No voy a permitir que lo estropees – le espetaba el hombre – no pienso consentir que estropees su destino.
La muchacha tragaba saliva entristecía, pues sabía perfectamente que su tío no veía con buenos ojos que se acercara a él nuevamente.
- Te echaré de aquí, te mandaré lejos si interfieres – Aclaró.
- ¿Cómo podríais pensar que yo destruiría su futuro? – Preguntaba la muchacha con lágrimas en los ojos.
- Maestro... - comenzaba Hyun Su llegando hasta ellos. - ¿qué sucede?
- Mantente al margen – le espetaba a la muchacha para luego carraspear en dirección a su pupilo.
La joven miró frustrada hacia su tío y luego volvió la mirada hacia Hyun Su, tragando saliva entonces.
- Cho Han Na, ese es mi nombre – Admitió mientras hacía una leve reverencia y corría hacia el puente, ondeando su cabello aquí y allá. Dejando al muchacho totalmente confundido, pues acababa de comprender aquella situación, ya conocía a aquella joven, y esa era la razón por la que su maestro quería que la muchacha se alejase.
Tragó saliva, mientras admiraba como la joven se alejaba de él de nuevo, como volvía a cruzar el puente dejándole al otro lado una vez más.
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