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Capítulo 21. La pérdida de un ser querido.


Me quedé allí mirándola, con mi mano aún sobre su rostro, mientras mis dedos se empapaban por sus lágrimas, sorprendido por su atrevimiento. Lo cierto, es que hubiese dado mi vida para que ella no tuviese que pasar por todo aquello, si hubiese podido lo hubiese hecho, pero aquello no estaba en mi mano. No era yo el que elegía quien debía morir y quien no, tan sólo era un simple mensajero.

- Lo siento – me disculpé, provocando que más lágrimas empañaran su rostro, apartándose hacia atrás, provocando que mi mano cayese hacia abajo – no puedo hacer eso.

- Entonces mi dolor no se marchará jamás – aseguró, provocando que mi corazón doliese un poco más. Por regla general no solía importarme el destino de los humanos, pero aquella vez era distinto, pues aquella humana parecía totalmente diferente al resto.

- ¿cómo supo que venía a llevarme a su padre? – pregunté, con curiosidad, mientras sonreía, como si aquello fuese una broma. Yo, por mi parte, tan sólo esperé paciente por su respuesta.

- Porque su aura es igual a la de él – explicó, provocando que la mirase sobrecogido, pues era imposible que un simple humano conociese todo aquello – Los dioses han enviado a un mensajero a por él.

- Señorita Joana... - comencé, mientras su rostro cambiaba al escucharme pronunciar su nombre, y yo me daba cuenta de que nunca antes lo había pronunciado, además de que sonaba muy parecido al de ella, al de la mujer a la que amé y perdí tan drásticamente.

Caminó hacia mí, despacio, sin parpadear si quiera, sin dejar de mirarme.

- Después de que se lo lleve... - comenzó, con lágrimas en los ojos – no vuelva a aparecer ante mí de nuevo – rogaba, con odio en sus palabras – ni siquiera aunque mi aura cambie.

- Las auras de las almas no suelen cambiar... - comencé, pero me callé al notar su rostro enfadado.

- Mi alma lo hará, porque el dolor y el rencor la inundarán, y el color rojo remplazará al naranja. - Explicaba. Quise hablar, quise saber sobre cómo podía saber todo aquello, pero ella habló de nuevo cuando ya me había decidido a lanzar mi pregunta – Si vuelve a aparecer de nuevo...

- No podrá hacer nada si lo hago – aclaré, dejándole claro a aquella estúpida mortal que los deseos de los dioses y mis misiones eran mucho más importantes que ella misma – Jo...

- ¡jamás vuelva a pronunciar mi nombre! – me gritó, para luego darse la vuelta, mirando hacia la montaña que teníamos delante. Supongo que seguir su camino hacia la cima fue algo que pasó por su mente – su voz es demasiado odiosa – continuó, mientras sus lágrimas salían por sus ojos.

Joana.

Me toqué el pecho, dolorida, mientras mis lágrima seguían saliendo. Realmente, me había sentido realmente mal al escuchar mi nombre en sus labios. Su voz, escuchar su voz pronunciando mi nombre hacía que me doliese el corazón, aunque no entendía por qué.

- Su voz es demasiado odiosa – mentí, mientras veía a aquel monje en mi mente, llamando a aquella cuyo nombre era similar al mío.

Sentí una sacudida en mi corazón en ese justo instante, mientras un nombre aparecía en mi cabeza: Charlie. Y entonces lo supe, había llegado el momento, mi padre estaba listo para marcharse.

Me di la vuelta y miré hacia él, dolida, para luego gritar "¡Charlie!" y salir corriendo montaña abajo, hacia el templo, mientras aquel estúpido mensajero me seguía.

El monje.

Llegamos a la puerta del templo justo a tiempo, pues en ese justo instante uno de los monjes salía a buscarla, seguramente enviado por su padre...

- Señorita Cho – la llamó, haciendo que yo le mirase sin comprender, pues tenía entendido que su nombre era Joana, ahora nada me encajaba. - menos mal que la encuentro. Su padre ha sufrido otra crisis...- comenzó, pero antes de haber terminado, la muchacha ya se había escabullido y había corrido hacia la habitación donde se hospedaba junto a su padre.

- ¿qué es lo que le ocurre? – pregunté hacia el joven, cuando ella se hubo marchado. Estaba realmente preocupado, pues no sabía de qué forma el yacería

- Charlie tiene cáncer – aclaró, haciendo que me quedase con ojos como platos, ya que no lo había visto venir, había estado tan ocupado siguiéndola a ella que había perdido facultades – está en la etapa final de la enfermedad. Por eso están aquí.

- No lo entiendo...

- Cuando Charlie se marche, la señorita Cho se quedará sola.

- Él ha venido a morir aquí – balbuceé. Acababa de comprender el verdadero motivo de que hubiesen visitado el templo, él quería morir allí.

- Antes de ser profesor de ciencias, él era uno de nosotros, nació aquí, en estas montañas.

No pude evitar ver ciertas similitudes entre aquella chica y aquella a la que había perdido tiempo atrás. Parecía que ambas habían terminado en un templo y que la persona que las había cuidado hasta el final, era, en ambos casos, un monje.

- Tengo una pregunta más – comencé hacia el hombre, provocando que este mirase hacia mí con atención – hace un momento, llamó a la señorita Joana, y lo hizo por un nombre diferente.

- Cho – reconoció el joven monje – es su apellido coreano, ella no siempre tuvo un nombre inglés.

- ¿Cuál era su nombre, antes de que so lo cambiaran? – Pregunté con impaciencia.

- Se parece mucho al que lleva ahora, su nombre era...

- Cho Han Na – reconocí, dándome cuenta de que mis sospechas eran ciertas: el alma de mi amada vivía dentro de esa mujer, mi amada se había reencarnado en aquella mujer, destinada a sufrir de nuevo.


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