Capítulo 16. Un bello sueño.
Joana.
De nuevo corría por aquel bosque, sintiendo la nieve bajo mis pies, dejando atrás el espejo por el que había llegado al otro lado, por el que había cruzado hacia aquel bello lugar.
Me paré en seco al llegar hasta el río, donde la nieve estaba comenzando a derretirse, mientras levantaba la vista parar mirarle.
Era realmente hermoso, aquel joven que ya había aparecido ante mí una vez, jamás olvidaré su mirada sobre la mía, como si fuese la persona más importante de mi vida, como si todo lo que quisiese hacer fuese mirar hacia él de la misma forma que lo hacía él.
- No dejaré que nadie nos separe – me aseguraba, mientras el temor crecía más y más en mi interior, y no entendía por qué, ya que yo ni siquiera sabía quién era él - cuando llegue el último día de nuestro hechizo encontraré la manera de estar junto a ti.
- La muerte nos separará. - aseguré con temor hacia él, pues una parte de mí sabía que sería justo de aquella manera.
- Entonces os buscaré en otra vida – prometía con los ojos fijos en los míos - os perseguiré por todas ellas hasta encontraros, me aferraré a vos de tal forma que nunca podáis escaparos de mí. - aseguraba mientras mi corazón se tranquilizaba por su tozudez. Él seguía siendo el mismo niño tozudo que conocí en el pasado, aunque no lograba recordar en qué momento le había conocido, podía ver en mi mente a aquel niño.
- Cuando muera no os recordaré – comenté con lágrimas en los ojos, al percatarme de que pronto nos separarían - no recordaré mi amor por vos, ni siquiera recordaré este momento.
- En ese caso os haré recordar – aseguraba, intentando calmar mi corazón una vez más, pero mi alma ya no podía ser calmada de aquella forma, no después de todo lo que habíamos vivido.
- Pero vos tampoco podréis recordarme. – añadí con voz quebradiza, mientras él me miraba con lágrimas en los ojos, como si él acabase de percatarse de ello - Si vives una vida mortal, morirás y cuando lo hagas olvidarás este amor.
- Entonces no moriré, aceptaré la inmortalidad – Me tranquilizaba, mientras yo lo miraba con ojos como platos, sin poder creer en sus palabras, pues lo que decía no tenía ni pies ni cabeza.
- Ya no podéis, él gran dios no os dejará – Aseguré, mientras el negaba con la cabeza para luego levantar mi mano hacia su boca y besarla dulcemente, como solía hacer siempre que intentaba calmar mi angustiado corazón.
- Encontraré una manera de volver a ti, pero nunca te dejaré marchar
- Debiste hacer caso a mi tío, debiste alejarte de mí cuando tuviste oportunidad
- No, no me arrepiento de haberte elegido. – dijo, admirando como el amanecer se hacía partícipe frente a nosotros, y el frío se hacía pleno en mi interior.
Fue en ese justo instante cuando abrí los ojos, percatándome de que el sol incidía sobre mí, haciéndome recordar aquella última imagen, donde aquella mujer, aquella que por un momento había sentido que era yo misma, se convertía en una estatua de hielo con forma de animal, muy similar al aspecto que tenía la roca en la que estaba posada, en aquella montaña en la que me había parado a descansar.
Mi padre miró hacia mí.
- Voy a subir primero, te espero en la cima
- Iré en seguida – le dije, intentando recomponerme del sueño. Admirando como mi padre continuaba su camino, mientras agarraba la mochila, dispuesta a seguirle de un momento a otro.
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