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Capítulo 15. Un alma iluminada.



Se encontraba de nuevo en aquel mundo al que tanto añoraba, aquel extraño mundo que tanto había cambiado ya con el paso de los siglos, sin lugar a dudas ya no quedaría nada que recordar de aquel lugar.

Caminó hacia la plaza de aquel pequeño pueblo junto a las montañas, parecía imposible que aquel lugar fuese el mismo en el que había perecido años atrás.

No quería recordar el pasado, pero en aquel momento los recuerdos venían a él sin que pudiese hacer nada por evitarlo.

"Una bella joven, con el pelo largo, lacio y al viento, luciendo un atuendo típico de la época en la que vivía, se hallaba sentada sobre el nevado tejado de la sala de oraciones del templo, mientras mantenía la mirada fija en el horizonte, donde el sol acababa de marcharse hacía tan sólo unos segundos. Parecía realmente triste por lo que había perdido.

La joven miró hacia abajo, pues en ese momento, unos pasos la habían sacado de sus pensamientos, unos pies torpes se hundían sobre la espesa nieve a escasos metros de ella. Se trataba de un joven monje.

La muchacha quedó cautivada por la mirada de aquel joven durante unos segundos, para luego gatear con tranquilidad hacia las ramas del árbol por el que había subido y perderse de vista, haciendo que aquel apenado monje se quedase algo cohibido de haber irrumpido en la vida de la muchacha"

Aquella había sido una de las primeras veces que había vuelto a verla, después de que volviese al templo. No podía evitarlo, ella siempre volvía a sus pensamientos, y él no podía hacer nada por evitarlo.

Pero esta vez, no podía hacer nada por encontrarla. Aún podía recordar las palabras de su superior, no podía saltarse las reglas esta vez, no podía hacer caso omiso de su misión allí y comenzar a buscar su alma de nuevo.

- Esta es tu última oportunidad para redimirte – comenzaba el dios, mientras el mantenía la cabeza fija en el suelo que tenía debajo. Aún con su aspecto de guerrero inmortal podía prestar atención a sus palabras. - Si vuelves a desobedecer una de nuestras órdenes directas no tendrás otra oportunidad de regresar, pasarás la eternidad aquí arriba, encerrado en esa apariencia que tanto odias.- proseguía mientras levantaba la cabeza para mirar hacia él, pues quería volver a preguntar por ella, aunque sabía que aquello no era lo correcto – Ni siquiera en su próxima vida.- concluyó, adivinando sus pensamientos.

No le quedaba más remedio que aceptar aquella misión en la que estaba destinado a servir, al fin y al cabo, era un ser celestial, no podía negar su destino, debía seguir aquellas estúpidas reglas.

Levantó la mano para mirarla, pensando en el nuevo aspecto que tenía. Aquel nuevo traje humano le ayudaría a pasar desapercibido entre la multitud.

¿Cuál era su misión? Por supuesto encontrar al siguiente iluminado, buscar al alma elegida para subir a los cielos antes de que el ángel de la muerte se la llevase, y presentarla ante los cielos.

Esa era la misión por la que fue creado, reclutar a los iluminados hacia los cielos, hacia el lugar al que podrían conocer los secretos de los cielos y llegar a la iluminación. Un camino al que él ya había tenido acceso, pero que había perdido al haberse enamorado de una mortal. Esa era su penitencia.

Miró hacia delante, adentrándome entre la multitud, admirando como el aura que les rodeaba cambiaba según el alma de cada uno de ellos. Podía apreciarla claramente.

Podía sentir a su objetivo muy cerca, aunque no podía verlo, todas aquellas auras lo hacían imposible, con todos aquellos colores que desprendían, hacían que fuese imposible encontrar una luz blanca rodeando al aura del elegido, era una misión realmente imposible en aquellos días, encontrar un alma pura en aquel mundo de locos.

Caminó hacia el puesto de la plaza, admirando como miles de extranjeros se movían de aquí a allá, buscando algún recuerdo que comprar para llevar a sus seres queridos, no había nada que realmente valiese la pena, nada que realmente llamase su atención, tan sólo eran baratijas, o eso parecían.

Sólo un puesto llamó su atención al pasar por delante, aquel parecía ser de un anciano, y tenía a la venta verdaderas antigüedades, cosas que realmente tenían más valor del que el anciano pedía por ellas, como un pequeño espejo con empuñadura de plata y un lazo rojo que le parecía familiar.

"En el amplio patio de aquel antiguo templo, una bella joven con una túnica blanca, y el cabello negro cual azabache, tenía recogido este en una pequeña coleta con un bonito lazo rojo anudado en ella.

Aquel monje de cabellos largos, miraba hacia ella desde el otro lado del patio, mientras la joven daba vueltas sobre sí misma, con los brazos abiertos y el rostro hacia arriba. Con ojos cerrados, sentía la suave nieve sobre ella, al mismo tiempo que reía, al sentir aquella agradable sensación que tanto amaba"

Una risa musical le hizo salir de sus pensamientos, haciendo que levantase la mirada de aquel extraño espejo, y mirase hacia el dueño de aquel angelical sonido. Era algo raro, pues no solía prestar atención a aquellos salvajes a los que solían llamar humanos.

Ella parecía ser la única que no era extranjera, pues sus rasgos parecían ser asiáticos. Era una preciosa muchacha de no más de 23 años de edad, que lucía un hermoso vestido blanco y tenía el cabello suelto, tapando la mitad de su rostro con él.

Aquella celestial criatura, caminó hacia aquel que no pertenecía al mundo de los vivos, con la mirada fija en él, como si pudiese reconocerle, como si ya se hubiesen conocido antes, quizás en una vida anterior. Aquello dejó a nuestro protagonista totalmente petrificado, pues no entendía la reacción de aquella hermosa joven.

Tan pronto como hubo llegado hasta él, sonrió, como si se tratase de una persona conocida para ella. Volviendo, entonces, el rostro hacia el puesto, quedando cautivada por aquella hermosa cinta que acarició suavemente, mientras cerraba los ojos, como si esta pudiese traerle recuerdos del pasado.

- Me llevaré esto – aseguró hacia el tendero, para luego poner unas pocas monedas sobre las manos del anciano. - es una cinta preciosa – añadió, mientras se daba la vuelta para continuar caminando hacia su padre, pero antes de emprender la marcha susurró algo, algo que cualquier otra persona podía obviar, que cualquier otro podría ignorar, pero no todos podían hacerlo, aquello dejó al joven totalmente desconcertado y curioso – se parece mucho a la que llevaba ella sobre la montaña el día en que murió.

Sucedió entonces, antes de que pudiese pensar si quiera en lo que aquella muchacha acababa de decir, o de pensar si quiera en la situación, en cuál era la misión de aquel guerrero inmortal, o de si debía o no involucrarse de aquella manera en la vida de los humanos... algo realmente sorprendente sucedió.

Aquel ser, agarró la mano de aquella joven con fuerza, haciendo que esta se diese la vuelta, sin comprender, mirando hacia aquel joven, perdiendo la bella sonrisa que dibujaba en su rostro.

- Lo siento – se disculpó, casi al instante, aflojando la mano que agarraba a la joven. - he debido de confundirla con otra persona. - mintió, intentando arreglar el error que había cometido, ya que no quería que los dioses se enfadasen por su atrevimiento. - deje que la ayude – añadió al percatarse de que tenía fija la mirada en el suelo, en aquella cinta que acaba de comprar, parecía habérsele caído del susto.

El apuesto joven se agachó junto a ella y recogió aquella antigua cinta, para luego levantarla hacia ella, sin poder evitar una extraña sensación, como si ya hubiese vivido aquella situación con anterioridad. Y así era, lo había vivido antes junto a ella, la mujer que amó en el pasado.

Una joven de 23 años con un vestido de época jugaba junto al río que rodeaba el templo, mientras un joven monje la miraba a lo lejos, sabía que no debía de volver a acercarse a ella, pero no podía evitarlo, aún se sentía atraído por aquella muchacha a la que había conocido en su niñez.

Caminó hacia ella despacio, admirando como la cinta que adornaba su cabello se soltaba y caía al suelo en aquel mismo instante.

Se agachó despacio junto a ella, admirando como era descubierto, mientras se alzaba con la cinta en la mano y la tendía hacia ella.

Ella le miraba con una mezcla entre emoción y asombro, para luego arrebatarle la cinta de la mano y marcharse sin decir palabra alguna.

Ahora lo sabía, había una pequeña posibilidad de que aquella... negó con la cabeza intentando recobrar la compostura, no podía volver a cometer errores en su misión, aunque quizás podría seguir a aquella muchacha y averiguar algo más de ella, sin salir de su línea.

- Joana – la llamó una voz, justo detrás de ella, haciendo que ambos dejasen de prestarse atención el uno al otro y volviesen la vista hacia el hombre que se hallaba junto a ellos.

Acababa de encontrar al hombre al que estaba buscando, pues era aquel anciano el que tenía aquella luz resplandeciente que inundaba su alma.

- Gracias, señor – agradecía la joven, mientras se daba la vuelta y caminaba hacia su padre, haciendo que mirase hacia ambos, percatándose de que ella perdería a su progenitor pronto, pues él era la persona que debía llevarse a los cielos.

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