Caminaba descalza sobre un espeso bosque de altos árboles, podía escuchar a los pájaros cantar, eran mirlas, conocía muy bien aquel sonido, pues cerca de dónde vivía había cientos de ellos.

Acababa de llegar a un bello espejo, el cual se encontraba en mitad de la nada, pero parecía haber algo reflejado en él.

Me acerqué despacio, sin dejar de mirar hacia aquella imagen, era un lugar muy parecido al que me encontraba, pero los colores estaban alterados, y allí frente a mí, devolviéndome la mirada había una extraña criatura: se trataba de un lobo blanco, con vegetación pegada a su cuerpo, incluso parecía que aquellas hojas verdes y ramas marrones salían de su propio cuerpo. Me miró tranquilo, en paz, con sus hermosos ojos azules.

Levanté la mano, dispuesta a tocar la superficie del espejo, pero lejos de hacerlo, mi mano lo atravesó, como si se tratase de un suave velo, de una puerta hacia otro lugar. Caminé despacio, introdujéndome en aquel extraño lugar, admirando como mi piel cambiaba, tornándose blanca, y mi cabello negro crecía un poco más, hasta la cintura. Levanté las manos, admirando mi extraño atuendo, dándome la vuelta para mirar hacia el espejo, por el que acababa de pasar, percatándome de que podía ver el otro lado, el lugar por el que había venido.

El sonido del viento helado, proveniente de las montañas que se encontraban a mi lado, me hizo salir de mis pensamientos.

Atravesé la maleza, con mis pies descalzos, sobre la fría nieve escarchada, que caía sobre aquella hermosa montaña, caminando a paso ligero hacia la luz, hacia el sol que se dejaba ver por los árboles, quería llegar a la cima antes de que el sol pudiese cegarme del todo.

Me paré cuando hube llegado a aquel lugar donde los árboles y la vegetación eran escasos, y admiré boquiabierta como la nieve en aquel lugar era mucho más abundante, era como si el sol no pudiese calentarla y hacerla marchar.

Miré hacia delante, admirando a un apuesto hombre delante de mí: tenía el cabello largo, anudado en una cola, y sus ropas no parecían ser de la época, parecía un guerrero. Me miró con aquellos ojos negros, y pude ver un reflejo azul en ellos.

- Os he estado buscando – habló, haciendo que se me encogiese el corazón al escuchar su voz. – mi señora. Más de mil años atrapado en esta apariencia – decía, mientras yo intentaba encontrar sentido a aquellas palabras – alejado de todo lo que amo, alejado de vos. – le miré de nuevo, intentando adivinar quién era aquel hombre, cuando pronunció un nombre, un nombre que creía olvidado, mi nombre. – Cho Han Na.

Desperté sobresaltada al escuchar ese nombre, abriendo los ojos en la oscuridad de mi habitación.

"Cho Han Na" – repetí. Sabía que había escuchado ese nombre antes, pero no sabía dónde. Ese no era mi nombre, me llamaba Joana, no tenía nada que ver con... pero por un momento había tenido la sensación de que me llamaba así.

Toqué mi pecho acelerado, pensando en aquel bello rostro, en aquel hombre al que no conocía, pues una parte de mí lo había reconocido, aunque mi mente no podía hacerlo. No tenía ni idea de quien era aquel hombre, y no tenía ni idea de que era lo que significaba aquel sueño.

Ya había soñado con aquel espejo otras veces en el último año, aparecía constantemente en mis sueños, pero siempre veía cosas diferentes, cosas que no entendía: gigantes de nieve de los que huía, aunque me tratasen como si fuese su ama, un templo en el que solía sentarme sobre la nieve a meditar, y algunas cosas más. Pero era la primera vez que había visto a otro ser humano frente a mí, era la primera vez que le había visto, aunque mi alma sintiese que no.