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Capítulo 1. Camino a la iluminación.



Capítulo 1 – Camino a la iluminación.

En las frías y blancas montañas nevadas de la provincia de Gyeongsang, se encontraba un antiguo y acogedor templo, un lugar maravilloso y con unas excelentes vistas, donde los monjes taoístas rezaban con la esperanza de llegar a la paz espiritual, de entrar en contacto con la naturaleza y estar en armonía con esta.

Esta orden era una de las 5 llaves de sabiduría ancestral, se creía que el monje que aprendiese las claves para llegar a la naturaleza tendría la oportunidad de vivir una vida plena y llegar a ser inmortal.

Aquel lugar era hermoso, con bellos paisajes que cambiaban con cada estación: en primavera se llenaba de un hermoso resplandor, cuando sus campos se volvían de color amarillo por las majestuosas margaritas y de color violeta por las azaleas. En otoño los colores cambiaban a tonos rojizos y ocres a causa de las hojas de los árboles, que eran iluminadas por el sol. En invierno la espesura de la nieve teñía el valle de un tupido velo blanco que hacía imposible distinguir nada más allá del resplandor.

Bordeando el templo, un estrecho río se encontraba, pues antes de entrar por la gran puerta que separaba el mundo de los monjes del de los hombres, había que dejar los pecados mortales en él, como así era tradición, para poder llegar a la salvación del alma.

La vida en aquel lugar era armoniosa y pacífica, los monjes taoístas hacían todo tipo de trabajos físicos y meditaban en busca de la paz espiritual. El objetivo principal de estos era alcanzar la inmortalidad con la plenitud del individuo en armonía con la naturaleza.

Según los maestros taoístas existían tres fuerzas: una pasiva, una activa y otra conciliadora. La primera también llamada Yin (Ladera sombría de la montaña) se refería a la fuerza sutil, húmeda y femenina. La segunda es el Yang (ladera soleada de la montaña) que hacía referencia a la fuerza concreta, masculina y seca. Y la tercera era el Tao, se trataba de la fuerza superior que contenía a las dos anteriores.

Para ellos las cosas cotidianas e insignificantes tenían un significado mucho más profundo que el que se veía a simple vista.


En aquella bonita mañana de invierno, un joven muchacho, con vestiduras propias de un monje, aunque bien sabían todos que no era tal, se encontraba junto a las 4 estatuas de los dioses, limpiándolas con esmero. Era demasiado temprano, pero estaba acostumbrado a aquello, había vivido en aquel templo desde que tenía uso de razón, pues su madre había fallecido al darle a luz y los monjes habían sido su única familia, por lo que le resultaba imposible imaginar su vida sin ellos. Le habían enseñado tanto, tratándolo como a uno más, que ya casi se sentía uno de ellos. En aquel momento se percató de que Tao Jang, su más querido maestro, se dirigía hacia él, tras agachar la cabeza con respeto ante su superior, le miró con admiración.

• Gi Hyun Su, necesito que vayas al pueblo a llevar unos manuscritos.- le anunciaba el hombre mientras le obsequiaba con una vieja y malgastada bolsa de cuero. El chico alargó la mano para cogerla, luego la colocó sobre su cuello, y tras asentir, se dio la vuelta y caminó atravesando el hermoso puente, dejando atrás el templo, el río y adentrándose poco a poco en las enormes montañas nevadas.

El monje sabía muy bien que la mejor persona para hacer esta clase de recados era Hyun Su, desde que había llegado al templo siempre había sido digno de confianza, acataba las normas, aunque a veces hacía de las suyas, pero la mayoría del tiempo era un buen chico, con mucho potencial. Había sido ese el motivo primordial por el cual le había enseñado algunas de sus habilidades relacionadas con el arte de la magia, de los dioses ancestrales de las tres PI. Lo estaba preparando para la iluminación, y para ello había tenido una muy buena educación desde pequeño. Sólo unos pocos monjes en aquel templo, los más antiguos, tenían la agilidad para transformar la materia, para caminar sobre el aire como si pudiesen tocarlo, para crear magia donde no había nada. Y él era uno de ellos, por esta razón, o quizás porque creyó ver en Hyun Su principios que no había visto en ningún otro chico, decidió que podría quedarse junto a aquellos viejos maestros.

Para poder realizar este arte con plenitud, era sumamente importante que el individuo encontrase la paz con la naturaleza.

Hyun Su, sobre la gran montaña junto al pueblo más cercano, admiraba maravillado la espesura de la niebla que se hacía partícipe a su alrededor. Apenas podían apreciarse las pequeñas casas de los aldeanos, miró hacia el cielo, donde la luna aún permanecía, aunque pronto yacería y haría su llegada triunfal el sol.

Bajó la mirada hacia la cuesta que tenía frente a él, y tras dar un salto se lanzó hacia ella, con la intención de bajar de forma rápida hacia el pueblo, pues si bordeaba la montaña tardaría mucho más.

Sus oscuras ropas se llenaban de polvo a su paso, pero al muchacho no pareció importarle. Llevaba la capucha hacia adelante, tapándole gran parte del rostro, lo que hacía imposible que alguien pudiese reconocerle.

Dio un último brinco, posicionándose de pie en tierra firme, al principio del camino. Se acicaló su vestimenta y tapó su rostro con su bufanda, dispuesto a seguir a pie, abriéndose paso entre la nieve, no importaba que hiciese frío o nevase, en ningún momento parecía cansado o helado. Agarró con fuerza la bolsa que su maestro le había obsequiado y continuó su camino.

En el mercado del pueblo, los mercaderes vendían su mercancía, mientras los habitantes del pueblo compraban. En aquella mañana estaba a rebosar, acababa de salir el sol y todos se disponían a comenzar su trabajo, todos caminaban con prisas de aquí a allá.

Sólo una muchacha que caminaba con unos desgastados zapatos se encontraba ajena a la ajetreada vida de la aldea, la joven parecía estar demasiado cansada, parecía haber hecho un viaje muy largo o algo parecido, porque parecía que de un momento a otro desfallecería. Sus ropas desgastadas del uso, y su cabello recogido hacia atrás formando una trenza tradicional, su piel algo tiznada de la suciedad. Se paró frente al puesto de pañuelos con la intención de hablar con el tendero, pero el hombre estaba demasiado ocupado atendiendo a una joven bien vestida y no le prestó mucha atención.

Caminó con sus cansados pies hasta el puesto contiguo, donde un hombre vendía hermosos cuencos de cerámica, éste ordenada su mercancía, cuando se percató del aspecto de la joven...

- Señorita, ¿se encuentra bien? – preguntó el hombre, temiendo que la joven se desmayase en cualquier momento.

- El templo – jadeó, haciendo grandes esfuerzos por pronunciar palabra, se veía que estaba demasiado cansada para seguir con su camino, pero debía hacerlo, debía llegar hasta allí, era lo único que podía hacer. – necesito llegar al templo de las 5 llaves – aclaró al fin, haciendo que el mercader le mirase sin comprender, pues sólo los religiosos monjes y las ancianas de la aldea solían buscarlo.

- ¿por qué queréis ir allí? – Preguntaba el hombre sin entender - Ese no es un lugar para una joven...

- Hay alguien a quien tengo que ver allí – Aclaró, con insistencia.

- El templo se encuentra en la alta montaña, al norte, en esa dirección. – señaló el hombre, haciendo que la joven mirase hacia las altas montañas nevadas, reconociendo el camino hacia el lugar al que ansiaba ir.

Hyun Su salía de la tienda de pergaminos, esta vez con la bolsa vacía, pues ya había dejado el interior de ésta en el establecimiento del que acababa de salir, el señor Yin, que era un viejo chino, que vivía en el pueblo, aunque muy pocos sabían de sus verdaderos orígenes.

Tras mirar hacia ambos lados de la calle, donde los aldeanos caminaban alegremente por aquel enorme mercado, ignorando a la joven que caminaba con dificultad calle abajo, en dirección hacia las temples montañas nevadas, dirigió su mirada hacia el otro lado de la calle, donde unos niños jugaban con unas piedras en el suelo. Sonrió divertido, recordando quizás algunos momentos de su niñez, cuando los monjes lo traían al pueblo en los recados y el solía jugar de esa misma forma. Volvió la mirada hacia el otro lado y caminó con ánimo hacia su hogar, hacia el templo, pasando junto a aquella muchacha, y sin percatarse tan siquiera de su presencia.

La noche llegó mucho antes de lo que todos creían, aquella noche era mucho más fría de lo habitual, la nieve caía sin cesar, todos se encontraban en el interior resguardados de aquel temible frío, habían encendido el fuego y se preparaban para su meditación antes de comer. Sólo una persona se encontraba aún en el exterior, y este era Hyun Su, que estaba sentado sobre la fría nieve meditando. No parecía haberse percatado de que estaba nevando, pues estaba totalmente cubierto por copos de nieve, pero en ningún momento pareció percibir el frío que hacía en el exterior, ni la nieve que caía sobre él, tan solo se hallaba en un lugar muy alejado, su mente se encontraba en una alta montaña. Sentado sobre ella podía notar el calor y el canto de los pájaros mientras admiraba la extensa niebla, la cual le impedía ver lo que se hallaba más allá de ella, intentaba encontrar la paz espiritual. La niebla mucho menos espesa que minutos antes, se abría paso dejando ver el rostro de una joven muchacha, aquella que había ignorado en el pueblo.

Abrió los ojos asustado y se enervó al instante, pues nunca antes le había sucedido algo como aquello. Por más que había intentado vaciar su mente, la niebla siempre aparecía en sus visiones. Y entonces lo comprendió, había logrado prever los acontecimientos antes de que sucediesen. Pues a escasos pasos de él, esa misma muchacha de su visión, muerta de frío y bastante magullada caía a la fría nieve, a escasos pasos de la puerta del templo.

Caminó despacio hacia ella, dejando caer a cada paso que daba, algo de la nieve que había caído sobre él, se agachó junto a ella, admirando a aquella joven. Tras volver a hacer caso omiso a la nieve y el temible frío que hacía a su alrededor, agarró a la joven y la introdujo al templo, mientras caminaba hacia el interior totalmente descalzo, sin sentir ningún tipo de apuro por ello.

CONTINUARÁ...

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