│Susurros│
Me encontré con ella por primera vez una tarde, de esas que crees que serán una más y de repente se convierten en un punto sin retorno.
Salía de mi habitual larga jornada de trabajo. Caminaba a casa, ese enorme departamento en la última planta de un gran complejo, con grandes ventanales de los que no tenía tiempo de disfrutar y un cactus que no sé como logré que se marchitara. De esos que no se merecen el nombre de hogar.
Pensaba en la comida congelada que me esperaba para la cena y ya no me parecía tan apetecible la ensalada rusa con pollo. Decidí que no tenía urgencia de llegar a mi apartamento, que las noticias podían esperar y me hacía falta un poco de aire fresco.
El pequeño parque en el centro de la ciudad lucía como un pequeño paraíso, así que decidí sentarme en esa banca solo unos minutos.
El parque tenía flores hermosas rodeando el sendero de los merodeadores, un estanque de patos y una pista para correr. Cosas bellas. Un conjunto de cosas bellas. Y en un ángulo que parecía unir las cosas bellas para convertirlas en algo, vi a esa chica. A su espalda el sendero floreado, frente a ella la pista y rodeando su silueta se visualizaba el lago.
La nombré «la chica Grey», porque siempre tenía en las manos «El retrato de Dorian Grey». No criticaría sus gustos, pero me parece que lleva demasiado tiempo atorada en la misma página, meses quizá.
Al sentarme e intentar tener un momento de relajación, me dediqué a pasear la mirada por las personas que allí se encontraban. Un hombre cargando a un bebé, una pareja de viejos dando migajas a los patos y algunos niños recolectando flores para regalarlas a su madre. Escenas clásicas que retratarían en un cuadro de hace cien años.
Y entre toda la absoluta normalidad del lugar, estaba esta chica. La chica Grey sosteniendo el libro inclinado frente a sus ojos, pretendiendo que lo lee. Si la observas más de dos segundo es fácil darte cuenta de que no es muy buena aparentando. Sus ojos no miran en dirección al libro, no hace ligeros movimientos de cabeza al pasar de línea en línea y tampoco pasa la página.
Tenía la expresión de alguien que hace una travesura: cómplice y divertida.
La conclusión parecía muy simple: está loca.
Poco después noté que no solo miraba a la nada, ni que pretendía leer mientras observaba las vistas. En realidad fijaba su mirada en dos personas en especial, dos chicos que sí parecían locos. Ambos se reían tan intensamente que parecía mal actuado, asentían o actuaban sorprendidos; tal como en una conversación, pero sin decir una sola palabra o comunicarse por gestos. Sé lenguaje de señas y no se trataba de eso.
Definitivamente, había algo atrayente en verles, encontraba divertidos sus gestos y había vocecillas en mi cabeza imaginando una conversación. Aunque, para mí lo más interesante era verle a ella. Como hubiera deseado tener poderes telepáticos para adivinar que estaba pasando por su cabeza.
Y así fue, como el conjunto de elementos del lugar encajó perfectamente y se convirtió en algo más: se convirtió en mi todo.
Observaba su cabello intentando cubrir su rostro, sus mejillas sonrojadas y su hermosa sonrisa, sintiéndome un acosador. Quería hablarle, pero no tenía el valor. ¿Podemos decir que no es espiarla si tenía la intención de hablarle y solamente estaba juntando las fuerzas, meditando las palabras perfectas?
No puedo decir exactamente por qué me llamaba la atención tanto la chica Grey, pero ella era la única en mis ojos. No solo estaba en mi periferia visual en el parque, sino también en la oficina y al irme a dormir; pronto pasaba mucho tiempo recordando el cabello cayendo por su espalda y su sonrisa al observar a los dos locos del parque.
Nunca consideré real la posibilidad de que existiera el amor a primera vista, pero había algo en la chica Grey que me hacía dudar. Un sexto sentido que me hacía pensar que si no juntaba el valor para hablarle me arrepentiría de por vida.
Casi lograba escuchar sus susurros en mi oído cuando reía, a pesar de la distancia que nos separaba de su banca a la mía. A veces juraría que podía escuchar sus pensamientos. Me llevaba a imaginar una historia de amor en la que los dos éramos los protagonistas.
Me debatía entre dejarla para siempre como mi amor platónico o hablar con ella y arriesgarme a arruinarlo todo. Podía verme en el tribunal demandado por ver demasiado a una sola persona. No sabía bien que hacer y mientras lo decidía, iba a seguir observándola.
Se convirtió en mi rutina de todos los viernes, verla era mi dosis de descanso y me mantenía con una sonrisa hasta la semana siguiente.
Semanas de indecisión después, decidí que iba a hablarle, no podía permitirme seguir así. Espiar no es mi estilo, debo actuar como una persona normal.
Ahora... no sabía qué decir «Hey, llevo dos meses viéndote aquí, ¿cómo te llamas?», eso no podía salir de otra manera más que conmigo demandado por acoso. Ella debía entenderlo, también estaba espiando a alguien; sin embargo, preferí mentirle.
Me acerqué, mis piernas parecían no estar de acuerdo con el rumbo y temblaban de indecisión. Ella continuaba distraída cuando me senté en el otro extremo de la banca. Desde allí ya podía percibir su aroma a tinta y flores.
Le dije que también estaba observando al par de locos, era el pretexto perfecto. Grey no respondía. Estaba saliendo terriblemente mal y me estaba arriesgando a perderla para siempre, a nunca saber lo que era tenerla. Una broma me llevó a sacarle una sonrisa, la escuchaba por primera vez desde tan cerca y sonaba justo como lo imaginaba.
Y cuando por fin charlamos, supe que el amor a primera vista no era real.
No fue hasta que la conocí, que supe por qué no debía dejarla ir.
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