XIX
Garnet no estaba teniendo días buenos últimamente. Las visiones del futuro, antes claras y ordenadas, se habían vuelto un caos.
Cada vez que intentaba ver más allá de unos pocos días, lo que obtenía eran fragmentos inconexos, imágenes distorsionadas que la dejaban con una sensación de inquietud que no lograba sacudirse. Aquello no tenía sentido.
La primera vez que intentó mirar al futuro, vio una imagen que la estremeció profundamente. Un gigante rojo, como la sangre misma, de cuatro brazos cubiertos por una armadura hecha de hueso. La armadura era tan orgánica que parecía una extensión de su propia piel, y de ella brotaban escamas oscuras y afiladas. Su rostro estaba oculto bajo una máscara blanca, adornada en la frente con una especie de corona, y de esta surgían tres ojos, tan brillantes como el platino. Su cabello largo y oscuro era un abismo, en el cual destellos de gemas y cráneos aparecían como estrellas fugaces en la noche eterna. A su alrededor, miles de criaturas más pequeñas lo rodeaban, cada una de ellas también protegida por armaduras de hueso, cada criatura era diferente desde pequeños insectos hasta colosos del tamaño de montañas pero aun así ninguna se acercaba al tamaño del gigante.
Apenas pudo sostener la visión unos segundos antes de que su gema comenzara a doler, como si estuviera a punto de partirse. Un fuego plateado envolvía al ser y a su ejército, y Garnet sentía que aquel monstruo la miraba, como si hubiese notado su presencia a través de la visión. Pero antes de que pudiera reaccionar, la imagen desapareció. El miedo, sin embargo, permaneció. Un ser capaz de interactuar con ella desde una simple visión... era algo antinatural, tan aterrador.
En la segunda visión, la escena cambió radicalmente. Garnet vio una máquina inmensa, tan vasta que engullía el horizonte y más allá. La estructura metálica se expandía hasta donde alcanzaba su vista, con cables y tubos sobresaliendo de su cuerpo, conectándose a la propia realidad de la visión, como si el ser mecánico y el mundo fueran una sola entidad. Aquella máquina solo tenía un ojo, un orbe frío y lógico que ardía como lava incandescente. Garnet sintió una helada penetrante al verlo, combinada con un calor sofocante, como si estuviera al borde de una estrella. Miles de brazos y mecanismos surgían de su cuerpo, destruyéndose y reconstruyéndose en un ciclo eterno de auto mejora. Junto a esta entidad colosal, otras máquinas se movían: humanoides de metal, autómatas bélicos, estructuras en constante transformación, todas reflejando los cambios de su amo. Aunque el ser parecía percibir su presencia, no le prestó atención. Solo siguió, ensimismado en su tarea de perfeccionarse sin descanso.
La tercera visión fue contradictoria y perturbadora. En ella, Garnet contempló una estrella platinada rodeada de alas negras como el ébano, cada una de ellas cubierta por cientos de miles de ojos que se movían y cambiaban de lugar constantemente. Bajo esas alas, unos tentáculos oscuros como la brea se retorcían en un movimiento eterno. La luz que irradiaba la estrella era pura, casi cautivadora, pero en su núcleo parecía estar corrompida, como si encarnara tanto el bien como el mal en un mismo ser. A su alrededor, humanos alados flotaban en un halo de reverencia: los que estaban más alejados poseían solo un par de alas, mientras que los más cercanos exhibían rasgos cada vez más inhumanos, con múltiples pares de alas y cuerpos transformados. La estrella parecía ser consciente de su presencia, pero era indiferente, como si Garnet fuera solo una mota insignificante. Garnet experimentó una mezcla de devoción y repulsión al ver aquella imagen. Era como una versión retorcida, que le recordaba vagamente a alguien conocido.
La cuarta visión fue la más desconcertante. Esta vez, el ser que apareció era un humano: el mismo chico con el que Nora solía pasar el rato. Pero algo en él había cambiado de manera irrevocable. Vestía un traje negro con detalles platinados, y en su pecho lucía insignias siempre cambiantes, símbolos que Garnet no lograba comprender. Estaba sentado en un trono blanco decorado con circuitos y símbolos plateados. Sin embargo, lo más perturbador era que, aunque su cuerpo estaba presente y claro, su rostro permanecía oculto. No importaba cuánto intentara enfocarse, solo veía una llama platinada donde debería estar su cara.
Este chico parecía haber absorbido rasgos de los tres seres anteriores: su cabello, oscuro y largo, brillaba con gemas como pequeñas estrellas; su brazo izquierdo era completamente mecánico, un metal negro atravesado por circuitos platinados; y de su espalda surgían múltiples pares de alas negras, adornadas con ojos que se cerraban y abrían, observando desde el trono.
A su lado, miles de millones de figuras se alineaban en formación: humanos con armadura plateada, con miradas frías y precisas, casi como máquinas, pero conservando una chispa de humanidad en sus ojos. Algunos parecían parpadear, como si aún no estuvieran completamente en el ejército, meros ecos de un futuro incierto. Sin embargo, entre ellos, una figura destacaba: una joven de piel oscura con una armadura mejorada, cubierta de runas e insignias que emitían una luz tenue. Al lado del chico había otro trono, del mismo tamaño, envuelto en un color familiar pero distante. En él se sentaba una figura femenina que Garnet no lograba percibir claramente, como si estuviera cubierta por un velo que la ocultaba. Aunque sentía la respuesta a sus preguntas cerca, la imagen se le escapaba.
La presión de millones de ojos fijos en ella aumentaba. A pesar del dolor y la incomodidad, Garnet no podía apartar la mirada. El ser habló, y su voz retumbó en su mente, como un coro de millones de voces pronunciando al unísono palabras incomprensibles, más una intención que un lenguaje. Su cuerpo se estremeció, y la visión amenazó con quebrarla desde dentro.
"J̴̴̙͔̝̺͙͐͆͊̈́̚̚͜ǘ̴̵̡̘̼͉̞̿͌̿͝͝g̵̵̢̺̺̙̪͊͑͛͌̈́̕e̴̸͇͚͎̺̪̫͋̈́̿̚͝m̴̵̘̙͖͎͓̓̓͊͋̒͘ò̸̵̫͍̙͍̾̾̈́̕͜͜͠s̵̸͇͓͎̠̦̞͊͌͋̚͘ s̴̸̡̫̙͓͔̦̓̈́̔̈́̚͠i̴̴̫͍̦̻̻͛̿͋̿̽͠͝n̴̸̡̞̝̺̘͇̈́̈́̐̽͠͝ t̵̵͓͇̞̞̼̙͆͆͌̾̚͝r̵̸̢͇̻̪̼̻͛͊͛̽̚͝a̴̴̙͚̫̼̦̓̈́̔̾͝ḿ̸̵͙͕̠͔͙͇̽́̕͘͝p̸̴̪͎̦͎͓͒͊͘͝͠a̸̵̦̻̞͕̓̓͋̿͜͠͠s̴̵̡͍̪͍̻̓͛̒͘͝,̴̵̢̻͚͎͇͒̔̚̚͜͠͠ ¿̵̴͓͎̼͛̔̈́̚͜͜͝͝q̵̴͓̺̙͎͔̝̓̿͑̾̐̕ù̴̸̡̻͎̝̺̓͐͑̀̔͜i̵̵͉̘̘͉̽͒̓̓̐͝e̵̸̡̫͖̻̘͙͒͌̒͆͛͘r̴̸̢͉̫̦͖̦̒͌̓͛͑͊e̸̴̢͙͖̝͔͊̽̓͘͠s̴̴͇͉̙͓͙̈́͋̓͑͜͠?̴̵̫͉͎̘̐͛͋́͌̓"
La voz, o tal vez el susurro, retumbó en su mente, un eco que parecía tan antiguo como el universo mismo. Garnet no pudo soportarlo más; la visión se desvaneció abruptamente, dejándola arrodillada, temblando y sin aliento.
Esas visiones estaban plagando su mente pero cuando vio esta última ahora que intentaba ver el futuro solo veía variaciones de esos seres pero, estos como si se burlaran de ella no le prestaban atención como si fueran meras ilusiones, meros ecos dejados solo como una advertencia.
Pero aun en contra de lo que sus instintos le decían ella tenía que saber la respuesta a toda costa y solo parecía haber un ser que respondería sus dudas.
"Es hora de que tengamos una charla" dijo a la nada
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