27|Su Risa, Mi Caos
"La adicción por ti comenzó el día en que me besaste"
—Liam Brown
—Sí, perfectamente —respondí, fingiendo calma mientras mi corazón latía descontrolado—. Y agradecería que quitara su mano de mi espalda... Muchas gracias por su caballerosidad.
Le dediqué una sonrisa cerrada, cargada de sarcasmo, y avancé hacia su lado con la intención de irme. Pero él, con una delicadeza que me enfureció aún más, me devolvió a mi lugar. El crujir de las hojas bajo mis tacones resonó como un eco molesto en mi mente.
—¿Segura? —preguntó, acercándose un poco más.
Fruncí el ceño e incliné mi cabeza hacia atrás, confusa.
—¿Por qué no lo estaría?
—Usted se parece a alguien. Lo sabe. —No era una pregunta. Era una afirmación cargada de una certeza perturbadora.
—¿A una ex? Porque ahí sí está complicado —respondí con burla, intentando mantener la compostura.
Él rió, y me quedé observándolo con detenimiento. Su risa era grave, auténtica. Se acercó más, pero me mantuve firme. Aunque por dentro, todo en mí temblaba. No lo conocía, o al menos eso quería creer.
—¿Qué vas a hacer ahora, chispitas de fuego? —murmuró en voz baja. Su cercanía era peligrosa, y mi traicionero corazón latía como loco.
—¿Acaso me está acosando? Eso está muy mal—. espeté, entrecerrando los ojos— ¿Debería empezar a correr? —dije, usando la burla como escudo.
Él respondió con una sonrisa ladeada.
—Eh... Bueno, ahora tengo que irme. Disfruta de tu cigarro. Pero, si me permites un consejo... —lo miré directamente a los ojos, sintiendo un incómodo cosquilleo en el estómago—. Eso te hace daño con el tiempo.
Pasé por su lado dando al menos unos cinco pasos, pero su voz me detuvo.
—Eso no es lo único que hace daño —dijo, y el peso de sus palabras me obligó a girarme. Lo vi de espaldas, su figura imponente entre los árboles.
—Tal vez... —respondí con un tono cargado de algo que no podía ocultar—. ¿Qué cree usted que haría más daño que un simple cigarro? —pregunté, aunque ya sabía cuál sería su respuesta.
—El amor.
—El amor... —repetí en un susurro. La palabra quedó suspendida entre nosotros, cargada de una intensidad peligrosa.
Y entonces, se giró y volvió a caminar hacia mí.
—Eso es exactamente lo que pienso.
El aire entre ambos era pesado, como si una tormenta invisible se estuviera formando. Mi mente trabajaba a mil por hora, procesando recuerdos que prefería enterrar.
—El amor no hace daño. Lo que duele es lo que hacemos con él. —Mi voz era firme, pero por dentro era un caos—. Las expectativas, las mentiras, las pérdidas... Es como culpar al fuego por quemar cuando somos nosotros los que nos acercamos demasiado.
Él dejó escapar una risa corta, amarga. Pero algo en su mirada cambió. Dolor. Frustración. Algo más profundo que no podía identificar.
—¿Qué sabes tú de lo que duele amar? —murmuró, su tono bajo y áspero.
—Sé que el amor no es el enemigo, lo sé perfectamente —susurré, mi voz temblando ligeramente—. Sé que duele porque nos enseña quiénes somos de verdad al estar enamorados... incluso cuando no queremos verlo.
—Muy bonito tu discurso, chispitas de fuego. Pero es algo que leería en un mal libro de filosofía, Sócrates.
—Auch... —me llevé la mano al pecho, teatralmente—. Un desconocido acaba de darme justo en el corazón.
Me enderecé, dejando caer la seriedad en mi voz.
—Soy maestra de filosofía —dije con calma, marcando el punto final que esta conversación necesitaba. Luego añadí, sin apartar la mirada —Tal vez... fuiste tú quien se aferró a lo que no debía. Es más fácil culpar al amor que enfrentar tus propias heridas... o reconocer tus errores.
Su mirada estaba clavada en la mía, intensa, ardiente. Mi corazón retumbaba en mi pecho, pero me negaba a retroceder. No sabía si era orgullo o estupidez, pero me quedé ahí.
—¿Quiénes somos de verdad? —repitió en un murmullo.
Antes de que pudiera responder, se inclinó hacia mí. Su mano subió hasta mi rostro, rozando mi mejilla con una suavidad desconcertante. Mi respiración se detuvo, y entonces, sin previo aviso, me besó.
Fue un beso lleno de contradicciones: rabia, ternura, desesperación. Como si quisiera demostrarme algo y, al mismo tiempo, rendirse por completo. Mis sentidos se paralizaron. Solo estábamos él y yo, perdidos en ese instante caótico.
Cuando finalmente se apartó, lo suficiente para mirarme a los ojos, su respiración era errática. La mía también.
—Eso también duele —susurró, su voz quebrándose en el borde de una confesión que parecía demasiado pesada para poner en palabras.
Mi corazón, que ya latía desbocado, pareció detenerse por un instante. Había algo en su tono, en la forma en que lo dijo, que me atravesó como una flecha. Ese "duele" no solo se refería al beso. Había más. Lo supe al ver cómo apretaba la mandíbula, cómo evitaba mi mirada un segundo antes de obligarse a sostenerla.
Y yo... no sabía qué hacer con lo que sentía.
Un cúmulo de emociones me invadió: la furia de haber cedido, la culpa de traicionar a alguien, pero, sobre todo, un eco de algo que creí haber enterrado. La parte más dolorosa no era el beso, sino lo que significaba.
—¿Eso... también? —repetí en un susurro, más para mí que para él.
Vi cómo tragaba saliva, su nuez de Adán moviéndose lentamente, y en su silencio encontré mi respuesta. No era solo el beso. No era solo la culpa. Era todo: el peso de los años, el arrepentimiento, el saber que, aunque nos acercáramos así, no podríamos deshacer el tiempo.
—Lo siento —dijo de repente, tan bajo que apenas lo escuché. Pero sus palabras me hicieron temblar, porque no estaba segura de a qué se refería. —Porque aún me duele, chispitas de fuego. Tú... tú me dueles. Y el beso de aquel dia... aún no lo logro olvidar. Y no puedo fingir que me dejaste paralizado ahora verte... y que no me pregunte qué hubiera pasado si las cosas hubieran sido distintas. —murmuró, casi para sí mismo.
Su confesión me dejó sin aire. No había rastro de burla en su rostro, ni esa sonrisa arrogante. Solo quedaba un hombre cargando con demasiadas cosas.
La sinceridad en sus palabras me desarmó. Durante años había imaginado este momento: enfrentarlo, decirle todo lo que me hizo daño. Pero ahora que estaba frente a mí, con esa vulnerabilidad tan palpable, sentí que mis argumentos se desmoronaban.
—Liam... —murmuré, incapaz de encontrar palabras que llenaran el espacio entre nosotros.
Él, era una herida que nunca había cerrado del todo, y este encuentro no hacía más que abrirla de nuevo.
Su sonrisa, esa maldita sonrisa, apareció de nuevo.
—Sabía que tenía que besarte para que me recordaras...
—¡No! —la realidad me golpeó como un balde de agua fría—. ¡Tengo novio, Liam! ¿Qué te pasa? Eres un...
Las palabras murieron en mi garganta. Cubrí mi boca con una mano, intentando procesar lo que acababa de pasar.
Él, en cambio, solo me miró, divertido.
—Te recuerdo que tú también hiciste lo mismo. ¿Lo recuerdas?
—Perfectamente —respondí, con un tono afilado como una daga—. Pero eso fue hace muchos años. Madura de una vez... Me retiro.
Di media vuelta, pero su risa me siguió, cortando el aire como un cuchillo.
—Pensé que cuando me vieras me soltarías un par de golpes, insultos... algo interesante. Ya tu sabes lo típico de una bestia impulsiva —escuche su risa.
—Cállate, Brown —gruñí entre dientes, sin mirar atrás.
—Te has vuelto aburrida. ¿Dónde quedó esa Nora que solía brillar como una chispa de fuego?
—¡Basta ya! —mi voz se quebró un poco, traicionándome—. Yo ya no soy esa Nora. Yo sí he madurado.
—¿Ah, sí? —su burla estaba cargada de veneno—. No lo parece, yo veo que te estas conteniendo. Déjalo salir, chispitas de fuego.
Apreté los puños, sintiendo el calor subir por mi pecho, ardiendo como una llama que no podía apagar. Contrólate, Nora. No vale la pena.
Seguí caminando, pero él no se detenía. Sus pasos resonaban detrás de mí, su voz como un mosquito al oído.
—Aunque, debo decir, te ves más linda ahora y más sexy. Pero apuesto que cuando te transformas en Hulk, haz de ser una mujer muy fe...
No aguanté más. Me giré tan rápido que mis tacos crujieron contra el suelo. Sin pensarlo, corrí hacia él y me lancé encima, dejando que toda mi rabia hiciera el trabajo.
—¡Eres un imbécil, Liam! —grité mientras lo empujaba al suelo, mi cuerpo encima del suyo, y mis manos alrededor de su cuello.
Él solo reía. Esa risa. Esa maldita risa que me hervía la sangre.
—Sin duda no has cambiado nada —dijo, jadeando entre carcajadas—. Sigues siendo la misma bestia impulsiva. Chispitas de fuego, como siempre. Me encantas. —su sonrisa de lado, estaba por darme un infarto, ya hasta había perdido la cuenta.
—Juro que voy a matarte aquí mismo —le espeté, sacándome uno de mis tacos y alzándolo—. Y dejaré tu cadáver aquí, para que se pudra donde nadie lo encuentre.
Su expresión cambió apenas un segundo, pero antes de que pudiera reaccionar, una voz me congeló.
—¿Nora?
El sonido hizo que mi sangre se helara al instante. Giré mi rostro, aún con el taco en alto, y lo vi.
—¿Owen? —murmuré, mi voz quebrándose en un susurro.
Liam dejó escapar una carcajada ahogada, mientras el taco caía "accidentalmente" sobre su cara.
—¿Liam? —me miro con una sonrisa. — Y auch, Nora —se quejó, pero aun así no dejaba de reírse.
—¿Y esas manos? —preguntó, mirando fijamente las manos de Liam, que aún descansaban, descaradas, en mi trasero.
—Quítalas —le ordené entre dientes, mi tono tenso, mientras intentaba mantener la compostura. Por dentro, estaba al borde del colapso.
—Ok —respondió Liam con una sonrisa traviesa, levantando las manos como si acabara de ser arrestado.
Me levanté rápidamente, sacudiéndome el vestido como si eso pudiera borrar lo que acababa de pasar.
—¿Se puede saber qué estás haciendo, Nora? —espetó Owen, dando un paso hacia mí. Su tono era severo, como si estuviera reprendiendo a una adolescente rebelde—. Además, con un hombre a solas... deberías aprender a comportarte como una dama. Ya no eres una niña. Un poco más y muestras...
Hizo una pausa, mirando mi escote, y no terminé de escuchar el resto.
Relamí mis labios con calma forzada, tratando de no explotar.
—Eso estuvo fuerte, amigo —susurró Liam, lo suficientemente alto como para que todos lo escucháramos.
—Usted, cállese —le espetó Owen, señalándolo con un dedo antes de volver su atención a mí—. Y tú, Nora, te estás comportando de forma...
Lo interrumpí antes de que pudiera decir algo más.
—Mira, Owen... Yo soy como me da la gana ser. Ningún hombre va a venir a decirme cómo debo comportarme. Un golpe en la chichi —recalqué, devolviéndole su propia palabra con un toque de sarcasmo—. Me dolería menos que escucharte.
Los dejé ahí, parados como dos idiotas, mientras me adentraba en la fiesta y la música llenaba el aire.
—¡Oh my God, this music is the best! Let's get it crunk, we gon' have fun up on up in this dancery we got ya open... —canté mientras la música retumbaba en el aire.
Sin pensarlo dos veces, me uní a la gente en la pista, dejándome llevar por el ritmo. Los pasos fluían sin esfuerzo, como si cada nota me empujara a moverme más libremente, más despreocupada. Era imposible no contagiarse de la energía de la multitud, todos bailando como si el mundo allá afuera no existiera.
Nora siendo Nora, sin miedo a nada
N/T: Hola queridos lectores, espero que se encuentren muy bien. Solo quería avisarles que a partir de ahora, estaré subiendo un capítulo por semana, todos los jueves. ¡Gracias por su apoyo!
¿Qué les está pareciendo la historia?
Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...
Acerca de:
Nora
Liam
Rebeca
Clara
Owen
Rebeca
Nani
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro