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18|Renacer en el Caos

¡Redoble de tambores, porque Nora está a punto de tomar una decisión! Prepárate para llorar, porque en este capítulo no hay marcha atrás. Cada paso que da, cada palabra que dice, te llevará al borde de tus emociones.

Nora está en un punto sin retorno, y cuando veas lo que decide, vas a necesitar un buen rato para procesarlo, será para bien o para el mal. 

Y antes que nada, gracias a mi mamá, a mi papá, a mi tía Piedad, a mis amigos de mi barrio. A todo el mundo que me apoyó, es  una emoción muy grande... (uy no, eso es un meme AJJAJA) Pero la verdad quiero darles las gracias a todos, a los lectores fantasmas o las personas que comentan y votan, porque ya casi llegamos a los 1000 visualizaciones. Los quiero un montón XOXO.

Ahora si gastar su tiempo, a leer!!


Ya es sábado, diez de la noche. Había dejado en visto los mensajes de Lili y Eva, insistiendo en que fuera a la fiesta, pero no quería ir. Lo menos que deseo es volver a meterme en otra pelea, aunque, por otra parte, es lo que más deseo para seguir desahogándome. He pasado la hora viendo videos de maquillaje, irónico, porque no lo hago.

Ingresé a Instagram y comencé a ver las historias de mis amigas. Por error, vi la de Liam: una foto con Leyla, los dos besándose. Respiro hondo y pongo el teléfono bajo la almohada, sintiendo ganas de dormir.

Los mensajes de un número desconocido en WhatsApp no paraban de llegarme. No quería responder, pero insistía. Después de eso, el insomnio me perseguía cada vez que intentaba cerrar los ojos con gusto. Así que, al final, decidí responder.


¿Quién eres?

Tu amigo de toda la vida, el que te necesita ahora, por favor...


Marcos, no me jodas. Ya estoy en mi cama, a punto de cerrar los ojos y con mi ropa de dormir. ¿Entiendes?

Te lo suplico.


Ay, no puede ser. Está bien. ¿Qué sucede ahora?

No me encuentro bien, Nona. Necesito que vengas y me ayudes. Estoy en la fiesta.


No puedo ir. Dije que no iría, Marcos. Y siempre cumplo con lo que digo.

Harías una excepción por mí. De verdad que te necesito.

Me enteré de que ya tienes carnet de conducir y que estás molesto con tus padres. ¿Qué tal si robas su auto? Es solo una idea.


Te odio.

Eso es amor.


Está bien, espérame ahí mismo y no te muevas. De verdad te lo digo, Marcos. Y ya es hora de que vayas a rehabilitación.

Ok, ok, y ok. Te espero.


No le contesto y me levanto de la cama a regañadientes. Me pongo mis zapatillas y salgo de la habitación. Ingreso a la de mis padres, donde solo duerme mi madre. Con cuidado, tapo un poco la linterna del celular y busco las llaves de su auto.

—Te encontré, estúpida —la agarro y salgo escabullida escaleras abajo.

Ahora falta encontrar las llaves de la puerta de la casa. Cinco minutos después, las encuentro. Voy con la intención de abrirla.

—¿A dónde vas, hermanita del diablo? —susurra Mike, haciéndome asustar. Tiro las llaves, pero luego las recojo rápidamente por el sonido que hacen al caer contra la cerámica.

—¡Pero qué carajos, Mike! Eres un metido como un grano en el culo. Te lo juro que, si dices una barbaridad, te meto las llaves por el ano. Correré a un lugar y te echo la culpa a ti. ¿Entiendes, hermanito? —hablo rápido y entre dientes.

Él asiente con la cabeza.

—¿Me llevas contigo? —pregunta con una sonrisa, enseñando sus dientes.

—¿Qué parte no entendiste? —frunzo el ceño.

—Todo entendí. La que no entendió aquí eres tú, porque si no me llevas, le diré a mamá que te llevaste su coche sin su permiso. Aunque ahora no le hablo, le hablaría solo para contarle lo que hiciste.

—Pendejo —me giro para abrir la puerta en silencio.

Caminamos al garaje y, en silencio, abro la puerta. El tarado de mi hermano abrazó el auto cuando apreté el botón para abrirlo por el sonido.

—¿Estás loco? —grito en bajo, y él se ríe tapándose la boca. —¡Entra! —le hago una señal para que se ponga de copiloto. Enciendo el auto con un poco de nervios.

—Tú puedes, Nora.

—Cállate no necesito tus palabras de aliento, porque no ayudas en nada, mosquito desnutrido.

—Bien, me callo —pone su dedo índice frente a sus labios sarnosos.

—Mejor. Decido conducir despacio y frenando al mismo tiempo. Hasta que salí del garaje. —Anda, cierra la puerta.

—Pero me acabas de decir que me suba. ¿Qué tal si me dejas y no me llevas contigo?

—Maikel —digo entre dientes.

—Ah, me caes mal, Nora —sale del auto y lo veo por el retrovisor cerrando la puerta con lentitud, sin hacer bulla. —¿Feliz? —se sube al auto.

—Extasiada —le doy una sonrisa y comienzo a conducir.

—Para la próxima diré que inviten, porque si no, iré a chismear con mis padres. Aunque ahora no les hablo... lo haría solo para satisfacer mi felicidad... —suelta una risa maléfica Rebeca.

Doy un frenazo y todos nos vamos hacia adelante. Mike y yo nos miramos a Rebeca, que está en medio de los dos asientos, con una sonrisa cómplice.

—¿Quién te invitó? —decimos al unísono.

—Me invité sola —dice con gracia, encogiéndose de hombros. Los dos rodamos los ojos y nos acomodamos poniendo el cinturón de seguridad.

[...]

—¿Llegamos? —quiere saber Rebe.

—No jodas, Rebeca. Te hubieses quedado. Pareces un burro que siempre dice "ya merito". Es la quinta vez que preguntas. —dice hastiado Mike.

—Ya. Me callaré.

—Mejor —decimos al unísono Mike y yo.

Hasta que, al fin, llegamos. Dejo parqueado el coche y me bajo rápidamente, enviando un mensaje a Marcos que ya estoy aquí. Pero no recibo respuesta de él.

—No se van a bajar. No demoro. Y si lo hacen, yo vengo con Marcos. El que no esté dentro del auto se queda aquí, se lo estoy advirtiendo —los señalo.

Camino a la puerta, con mi ropa de dormir desaliñada, y abro la puerta. Las personas me miran con mala gana, pero aun así no agacho la mirada y la mantengo firme. Subo las escaleras y busco en cada habitación, sin importar que alguien esté teniendo sexo.

Ni en la primera, ni en la segunda, ni en la tercera... a la quinta revisión fue. Encontré a una pareja teniendo sexo, pero no importaba. Abrí la puerta del baño y allí estaba Marcos, mal. Su rostro estaba pálido y las pastillas derramadas a su alrededor.

—Marcos —le doy cachetadas en la mejilla—. ¡Ya estoy aquí!

No responde, y empiezo a asustarme. Vuelvo a llamarlo y nada. Comienzo a respirar rápido, sin poder controlarlo.

—Mierda, mierda, ahora no. Por Dios... ahora no, maldición —trato de respirar despacio, pero la angustia de que tal vez esté muerto Marcos me aterra. —Marcos, despierta, ya estoy aquí. Estoy para ti, como me lo has pedido. —Le muevo los hombros, chocándolo contra la pared.

Salgo del baño y la pareja ya no está. Salgo de la habitación, al menos para encontrarme con alguien. Visualizo a alguien a punto de bajar las escaleras y decido correr, jalándolo del brazo sin decir palabra alguna.

Lo entro a la habitación y lo dirijo al baño.

—Mierda, no puedo respirar... ayúdame... con el chico, por favor... —hablo entrecortado.

—¿Nora? —se gira sorprendido.

—Ay, no... —es lo único que digo. —Mi amigo está en el baño. Puedes llevarlo a mi auto, por favor —hablo desesperada.

Él asiente, sale con el cuerpo cargado a su lado. Abro la puerta para que pase primero, guiándolo.

—El auto está al lado de un pequeño rojo. Mis dos hermanos están dentro. —Hablo rápido. —Ehh... gracias. Yo ya voy, me... me... iré de vuelta al baño.

Él asiente.

Cierro la puerta de golpe, mordiendo mis uñas preocupada. La respiración se me complica más. Abro y cierro mis manos, intentando controlarme.

—Tú puedes, tú puedes. Despacio —respiro despacio. No podía, así que golpeo el espejo, pensando que con eso lo lograría. Me echo agua en la cara, luego me siento en el suelo y toco un paquetito con un polvo adentro. Lo miro durante un largo rato, la tentación me está ganando. —Solo un poco, y te juro que no lo volveré a hacer más. —Me paro y pongo el polvo en el mármol. Lo separo en tres secciones y, justo cuando iba a ingresar uno por mi nariz, alguien entra de golpe.

—Ya lo llevé al auto... ¿qué haces? —pregunta Liam, algo asustado al ver el espejo roto y mis nudillos ensangrentados.

—Nada, terminé. —Me giro para tirar el polvo al suelo, quedándome con las ganas, y paso a su lado.

Al bajar, ingreso a la cocina empujando a la gente. Cojo un vaso de plástico, abro el grifo y lo lleno, bebiéndolo de un solo trago.

—Pero miren a quién tenemos aquí, a la abuela —aparece la Barbie plástica.

—Oh, por Dios, una perra que ladra. Tranquila, cariño, ladras por amor. No te preocupes, que ya viene tu hombre —paso por su lado y le sobo la cabeza.

—Maldita loca.

—Gracias.

Me agarra del cabello y me retrocede. No sé cómo logro darle un codazo en la cara; ella solita se lo busca.

—De verdad, de verdad que no quiero arruinar tu maquillaje y mucho menos tu cara... o cierto, ya lo hice —hago que me suelte el cabello y le señalo la nariz, que ya está ensangrentada—. Consigan un bozal para su amiga, está muy alterada y no quiero que me muerda ni me contagie su rabia de venganza inútil —me dirijo a sus amigas, que la observan con desaprobación.

Salgo de la cocina sobándome la cabeza, aun sintiendo el agarre de su mano. Llego al auto y veo que mis hermanos sí obedecieron. Marcos está recostado en el hombro de Rebe; Mike sigue ahí mismo.

Así que subo al auto y lo enciendo para ir a un hospital más cercano.

Todos nos encontramos callados; nadie hace algún comentario y cada uno está sumido en sus pensamientos.

—Yo te ayudo a bajarlo, lo llevamos entre los dos —sugiere Mike.

—Está bien —se baja y llega a mi lado para abrir la puerta de atrás, donde está Marcos.

Mike lo saca del auto con cuidado y nos ponemos de cada lado de su cuerpo para sostenerlo.

—Rebeca, cierra el auto y ven acá —le lanzo las llaves.

Ingresamos a la sala de emergencias, damos la información necesaria y se lo llevan en una camilla.

Mike está sentado, sosteniendo su cara con sus manos, mientras yo no puedo quedarme tranquila, caminando de un lado para el otro.

—Lo siento... —se acerca la enfermera.

Yo niego con la cabeza y retrocedo.

—No, no, no, y no puede ser.

—Lo siento, cariño, pero él está muerto. Por el estado en que está... tuvo una sobredosis y no podemos hacer nada.

—No, sí que pueden... para eso son doctores —me giro buscando a otro doctor—. Usted —me dirijo a un señor, lo jalo del brazo y lo llevo hacia donde estaba—. Atienda al chico, quiero que viva. Él iba a ir a rehabilitación y tiene toda una vida por delante. Siempre se puede hacer algo, y para eso están ustedes, para salvar la vida de las personas.

—Le he dicho a la señorita que acaba...

—No lo diga —la callo con mi dedo índice—. Estoy hablando con el doctor. Haga lo que tenga que hacer, se lo suplico —junto mis manos en un gesto de súplica.

—Está bien, señorita, haré todo lo que esté a mi alcance, pero no le prometo nada. Ahora siéntese y cálmese —me dice, guiándose de la enfermera al entrar en la sala.

—Qué pésimo servicio en este hospital, y eso que es sala de emergencia —balbuceo, paseando de un lugar a otro.

—¿Cómo va todo? —pregunta Rebeca, que aparece a mi lado.

—Ya lo ingresaron, pero...

Me siento al lado de Mike y él me abraza, sobando mi brazo. Yo no dejo de mover mi pierna de los nervios.

—Tranquila, él va a estar bien, como siempre.

—Él nunca estuvo bien, ni lo estará. Llegué tarde cuando me necesitaba; la única persona con la que podía contar era conmigo, y yo lo dejé de lado. La verdad es que nunca quise alejarme de ellos, pero ellos lo hicieron y fue su decisión.

Luego de varios minutos, y viendo a Rebeca cabeceando en el hombro de Mike, salió el doctor, acompañado por la enfermera. Me levanto rápido y me coloco frente a ellos.

—Escúcheme —dice con voz firme—. Hemos estabilizado al joven. Le administramos naloxona para revertir los efectos de la sobredosis, y aunque está muy débil, logró responder al tratamiento. Su corazón está latiendo de nuevo, y eso es un buen signo. Sin embargo, necesitará cuidado constante y observación para asegurarnos de que no haya complicaciones.

Pude volver a respirar, pero no como debía; aún sentía esa angustia. Tenía que aprender a cuidar de mí misma, aunque eso significara alejarme de ellos. No podía seguir tras ellos queriendo salvar sus vidas cuando ellos no ponían ni un granito de arena por sí mismos.

Siento que la vida es tan maldita, que cuando estás mal y en el camino, te pone más problemas y debilidades. Estar cerca de ellos me hace daño, como si su carga se transfiriera a mí, y cada vez que intento ayudar, me arrastro más hacia el abismo. No sé si la vida quiere que me haga más fuerte o que me dé por vencida.

A veces, me pregunto si vale la pena luchar por aquellos que no están dispuestos a luchar por sí mismos.

Debo aprender a priorizarme. No puedo seguir siendo su salvadora cuando mi propia vida está en juego.


Nora sabía que había llegado el momento: o enfrentaba a sus demonios o abría las puertas al bien, abrazando el cambio que tanto temía. ¿Será la oscuridad o la luz?

¿Qué les está pareciendo la historia?

Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...

Acerca de:

Nora

Liam

Leonardo

Leyla, la barbie plástica

El director Núñez

Mike

Rebeca

Lili

Eva

Los padres de Nora

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