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15|La Caída del Velo



Rebobinemos unas horas, la noche anterior.

Mi cabeza estaba como un día soleado... pero de esos en los que el sol quema y te deja la piel ardiendo. En otras palabras, era una olla a presión a punto de estallar. ¿La razón? Un recuerdo que me taladraba sin parar: mi padre, Ignacio, teniendo sexo con una desconocida. Claro, desconocida para mí, pero no para él.

Antes de la cena, Rebe y Mike ya habían notado que yo ocultaba algo.

—¿Qué te pasa, Nora? —preguntó Mike.

—¿Por qué la pregunta? Estoy genial y fenomenal —mentí. Obvio que no lo estaba.

—Estás rara, Nora. Dinos de una vez qué ocurre con nuestros padres. —insistió Rebe.

—Absolutamente nada. Todo está súper, híper, mega y extraordinario bien —me levanté del sofá y me fui a la cocina por agua, evitando mirarlos.

Ya en la mesa, tenía mi plato listo, la carne cortada en trozos perfectos. Pero en vez de comer tranquilamente, clavaba el tenedor con fuerza. El sonido que hacía cada vez que lo hundía en la comida era suficiente para que todos me miraran. Les respondí con una sonrisa falsa masticando como vaca, mostrando todo el alimento, como si no pasara nada. Mentira, pasaba de todo.

—Sí, esta navidad la pasaremos muy felices y juntos, como una gran familia. —dijo Ignacio, con una sonrisa hipócrita que no podía soportar. Ni siquiera puedo llamarlo "papá" con respecto.

Hasta que... ¡Boom!

Me solté a reír, una carcajada sarcástica que dejó a todos mirándome.

—¿En serio? Claro, después iras con tu otra familia, ¿o me equivoco?

La cara de Ignacio quedó completamente absorta; mi madre, Hilda, estaba en shock.

—Nora, te exijo que no hables más del tema. Están tus hermanos aquí — dijo Ignacio, con esa autoridad vacía que ya no me intimidaba.

—¿Mis hermanos? Sí, pero... ¿tus hijos? —solté con sarcasmo.

Me levanté y me fui a mi habitación, dejando a mis hermanos aún más confundidos.

Toda la noche estuve jodiendo con el tema a mis padres, hasta el día siguiente en la mañana. Y es por eso que nos han reunido hoy, pero porque hoy. Ahora que siento un día muy fresco y lindo.

En mi habitación, caminaba de un lado a otro, inquieta.

—Ya es hora. Tengo que saber la verdad de una vez por toda —me dije en voz baja. —Ya que logré que hablaran, tengo que estar ahí para escuchar lo que tienen que decir.

Bajé las escaleras. Mis hermanos estaban en el sofá, asustados. Me senté entre ellos.

—¿Qué ocurre, Nora? —preguntó Mike, preocupado.

—Llegó el momento de saber la verdad sobre "nuestro" padre. Las mentiras no duran para siempre —dije lo suficientemente alto como para que Ignacio me oyera desde el otro lado de la sala.

—¿Qué pasó? Me estás asustando, Nora —dijo Rebe.

—Bueno, tengo que esperar también a que te dignes a llegar al... —miré a Ignacio, con una clara referencia a lo que había presenciado.

—Nora, por favor, para ya —intervino mi madre, con una voz tan pacífica que me dio risa.

—Ja —le respondí, negando con la cabeza —No puedo creer que me estés diciendo que pare.

Y entonces lo vi claro: ella lo sabía. Sabía que él la estaba engañando. Pero, ¿por qué no hacía nada? ¿Quizás Ignacio la tenga amenazada?

—Tu madre y yo... nos vamos a divorciar —dijo Ignacio mirando al vacío.

No me sorprendía, de hecho, lo esperaba. Pero algo no cuadraba. Mi madre estaba nerviosa, llorando... pero había algo raro en su comportamiento.

—¿Para ti sería mejor, no? Ni siquiera tienes el valor de mirarnos a los ojos. —escupí, llena de odio.

Mis hermanos nos observaban, sin entender nada de lo que pasaba. Pero sin duda, sus cerebros estaban trabajando en ello.

—¿Y cuál fue el motivo? ¿Infidelidad? Yo apuesto que sí —dije, desafiando.

—¡Basta ya, Nora! —gritó mi madre, impaciente. —Por una vez en tu vida, ¿puedes dejar que los demás terminen de hablar?

—¡Ah! Ahora lo entiendo. Tú lo sabías, ¿verdad? Estás de su lado, no del nuestro. ¿Por qué?

Me relamí los labios, frustrada.

—Deja que tu "esposo" continúe... o bueno, ya no lo es, ¿verdad?

Mi madre me lanzó una mirada que habría matado a cualquiera.

—Continúa, Ignacio. Te quedaste en la parte donde decías que te vas a divorciar —sonreí con ironía.

—Me voy a divorciar de tu madre. —repitió Ignacio.

—Eso ya lo has dicho, lo escuchamos perfectamente. Ahora queremos saber por qué —insistí.

—¿Pero por qué, papá? No entiendo —preguntó Rebe, con voz temblorosa.

—Ah no te conté —me giré hacia ella—. Hace unos días, Ignacio estaba... bueno, lo vi teniendo sexo. Y lo mejor es que no fue con...

—Yo lo engañé primero —interrumpió mi madre, destrozando cualquier expectativa que tuviera. —Yo los estuve engañando a todos. Pretendí ser feliz. Pero lo hice para ocultar mi propia infidelidad.

—¿Qué? —me quedé atónita. —¿Porque?

—No estoy entendiendo absolutamente nada de lo que están diciendo. Acaso es una cámara escondida o es una broma, un comercial. Porque no tiene gracia. Y estoy realmente confundido...muy confundido. —dijo Mike.

—Fui algo fugaz, volví a sentirme viva —explica Hilda.

—¿Y antes que estabas, muerta? Porque yo te veia viva... y andante. —me reí con amargura.

De reojo, vi ómo las lágrimas comenzaban a rodar por el rostro de Ignacio. Verlo llorar por amor fue casi irónico.

—No lo entenderías, Nora —dijo mi madre.

—Entonces, explícales a ellos. —dije, mirando a mis hermanos.

—No hay una manera fácil de explicar esto y que lo entiendan...

—¿Porque somos unos niños? ¿Porque no tenemos experiencia? —interrumpió Mike, enfadado.

—¡Solo estaba cansada de todo! ¡Quería disfrutar de la vida! ¡Todo ha sido trabajo y más trabajo!

—¡Y lo primero que se te ocurrió fue probar un pene nuevo! —solté. Todos me miraron, incrédulos. —¿Por qué no probaste, no sé, interesarte un poquito por cómo nos iba en el colegio? Por si teníamos problemas... O por si tu hija, por ejemplo, está lidiando con drogas y alcohol. Porque, sorpresa: estuve internada en una clínica para adictos y tú ni siquiera te enteraste.

Ignacio y Hilda me miraron, horrorizados. Las lágrimas corrían por sus caras.

—¿Cuándo sucedió eso? —preguntó mi madre, incrédula.

—No solo eso, Mike y Rebe también tienen problemas. ¿Cómo voy a corregirlos cuando ni siquiera puedo corregirme a mí misma? Esto nos ha roto. Y todo porque ustedes nunca tuvieron el valor de decirnos la verdad. Estoy harta. Harta de esta vida. Harta de ustedes. Porque soy la que más digo.

Me levanté y me fui de la casa, buscando un lugar donde pudiera respirar.

—¡Nora, por favor vuelve! ¡No he terminado de explicar! ¡Perdóname! —me siguió mi madre, pero no le hice caso.

—Déjala, Hilda. No empeores las cosas —dijo Ignacio.

Todo estaba claro. Ni siquiera ellos se salvaron de hacerme sentir como una inútil.

¿Por qué sigo sobreviviendo en una vida llena de ilusiones y mentiras?

Lo que hago, ¿Es una decisión correcta? Porque si es así, duele. Duele mucho.

Seguí caminando hasta la playa. Me senté en la arena mojada, dejé que las olas tocaran mis pies y encendí un cigarro de marihuana. Fumé, sola. Entonces... Preferí perderme, sola.

Porque creo que enloquecer en soledad es mi destino. No tengo a nadie, sin rumbo a donde ir a explicar mis problemas y sentirme segura. Porque no fui yo misma durante largos años, nadie se dio cuenta de ese cambio que produjo en mí.

Ahora entiendo la frase de que "Si te tragas todo lo que sientes, al final te ahogas". Y eso es lo que siento en este instante, asfixiada.

Me acosté, sin dejar de fumar.

Un par de horas después, vi a Mike y Rebe acercarse.

—Como en los viejos tiempos —dijo Mike, sentándose a mi lado.

Me limité a sonreír.

—Todavía no entiendo nada de lo que está pasando... —dijo Rebe.

—Es mejor así —les respondí.

Y así fue como, entre risas, recuerdos y chistes tontos, las preocupaciones desaparecieron por un rato. Estábamos juntos, acostados en la arena, agarrados de la mano, como siempre.

—Prometan que si se llegan a estudiar en otro país no se van a olvidar de mí, —se sienta Rebe— no se van a olvidar de los buenos recuerdos que siempre hemos tenido, de las locuras nuevas que se nos ha ocurrido, que recordaremos las cosas buenas. Y estaremos aquí para las cosas malas.

—Estaremos para ti siempre Rebeca, siempre— la miro.

—Siempre serás nuestra pequeña —Mike le enseña sus dientes —El último en llegar a esa cosa naranja de allá comprara la pizza— se levantó y corrió como loco, para luego comenzar a nadar.

—¡Eres un estúpido, Mike! ¡Yo no sé nadar! —grita mi hermana, frustrada.

—¡Entonces te tocará comprar la pizza! —responde Mike, burlón.

—¡Agh, eres un estorbo muy feo Mike! —me río mientras la observo ya dentro del agua, moviendo mis manos y piernas despreocupadamente.

—Yo la compro —dije con una sonrisa, señalándome a mí misma.

—¡Por eso te amo, hermana santa hija de Dios! —salta Rebeca emocionada, como si acabara de ganar la lotería. 



N/A: Me gustó las dos, aunque en la primera se supone que la hermana tiene que tener el cabello largo, pero está AI no le llegó el mensaje jajajja

"Hermanos por sangre, cómplices por elección."

¿Qué les está pareciendo la historia?

Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...

Acerca de:

Nora

Liam

Leonardo

Leyla, la barbie plástica

El director Núñez

Mike

Rebeca

Lili

Eva

Los padres de Nora

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