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14|El Juego de la Culpa

¡Alerta, capítulo largo! Tomen asiento, preparen las palomitas y un cafecito porque aquí vienen las revelaciones. Ufff, se destapan algunas verdades y hasta se asoman unos sentimientos que ni sabían que existían, por parte de.... intriga. ¿Listos para el drama? ¡Que comience el show! 

—Liam Brown—

Me quedé parado a unos pocos metros de ella, después de que se levantara de golpe, empujándome hacia atrás y pidiéndome que me alejara. Comenzó a patear el césped, furiosa, mientras sostenía la botella en una mano y, de vez en cuando, se la llevaba a la boca para dar largos tragos, alternando con caladas de su cigarrillo.

De pronto, comenzó a hablar, como si sus emociones estuvieran al borde del colapso.

—Ni siquiera sé por dónde empezar... —hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Mejor lo haré corto, lo soltaré como una manera de dejar atrás el pasado y seguir adelante. —Se rió de forma nerviosa—. Mierda, se acabó el puto cigarrillo. ¿Tengo otro, cierto? Tengo otro —Dijo, dejando la botella en el césped y encendiendo otro cigarrillo.

—Ese es el primer paso, Bárbara. Dejar atrás lo que te tiene atrapada. Estoy aquí para escucharte —la animé, intentando suavizar el ambiente.

Ella inhaló profundamente antes de soltarlo todo de golpe.

—Encontré a mi padre con otra mujer... en nuestra propia casa. En la cama donde duerme mi madre. Es algo que ni siquiera Dios podría perdonar. La infidelidad... —Su voz se quebró por un segundo—. Al final, tuviste razón. La que necesita amor soy yo. La que tiene padres de adorno... —Dejó salir una risa amarga—. ¿Cómo sabías que mi padre estaba con otra? —Le dio el último sorbo a la botella.

—Porque la mujer que estuvo en tu casa... es mi tía. —Bajé la mirada, sintiendo el peso de lo que iba a decir—. Siempre ha sido así. Me enteré por accidente, en una discusión que tuvo con mi padre hace cinco meses. Él le preguntó por quién era esta vez, y ella le respondió que era tu padre. Al principio no lo creí, pero lo confirmé cuando la seguí un día. Entró en tu casa como si fuera algo habitual... llevan un buen tiempo.

Nora agachó la cabeza, intentando que no la viera llorar, pero ya había visto sus ojos rojos e hinchados.

—Maldito imbécil... —murmuró con voz rota—. Sabes, muchas veces he pensado en suicidarme. Poner fin a todo. Dar ese paso, quitarme la vida... dejar de despertar. Todo se me hace difícil ahora. La vida siempre lo ha sido, lo sé, pero siento que la mía va de mal en peor, y eso solo aumenta las ganas de hacerlo...

Me acerqué despacio, con el corazón apretado.

—Bárbara, no lograrás nada suicidándote, pero sí dejarás un vacío en las personas que te aman. Somos jóvenes, no entendemos por completo los problemas de los adultos, y aunque ellos ya pasaron por su juventud, no nos comprenden, porque cada generación es diferente, cada mente es distinta. —Extendí mis brazos y la rodeé por los hombros, acurrucándola contra mi pecho.

Ella no respondió, pero tampoco se apartó. Después de unos segundos, continué:

—Mi abuelo solía decir que todo es pasajero, que cada cosa ocurre por una razón. Quizá tu madre lo haya visto de otra manera...

—No lo sé —murmuró ella, su voz cargada de frustración—. Ahora no puedo mirarla a los ojos sin que esa imagen asquerosa aparezca en mi cabeza.

—¿Y si ella ya lo sabe?

—Entonces la odiaría por no decirme nada, por hacerme cargar con todo esto sola.

—Te diré algo... y no quiero que me odies por esto, pero... conozco a tus padres desde hace tiempo. Han sido colegas de los míos durante años. Y.... tu madre también tiene a alguien más...

Antes de que pudiera terminar la frase, Nora me empujó con fuerza, haciéndome retroceder. Arrojó la botella al césped, rompiéndola en pedazos, y luego se llevó ambas manos a la cabeza, como si fuera a estallar. Aun así, no soltó el cigarrillo.

—¡Malditos egoístas! —gritó—. ¡Solo piensan en su propio amor! ¡Solo ellos quieren sentirse amados!

—Nora, cálmate —intenté acercarme de nuevo, pero ella se alejó más.

—¡Cierra la boca, cierra la maldita boca! —Me señaló con el cigarrillo en la mano—. Eso es lo que quieres, ¿verdad? Verme destruida. ¡Eso es lo que quieres! Piensas que no sé lo de tu pequeña apuesta con tus amigos y esa Barbie de plástico. ¡No soy estúpida, Liam! —Hizo una pausa, esperando que respondiera, pero me quedé en silencio, sintiendo la culpa arder dentro de mí—. No lo vas a lograr. Te juro que, si llegas a ganar, te odiaré toda la vida. Porque, así como me puedes gustar, será ese mismo odio el que dirigiré hacia ti... y será aún peor.

No me sorprendió lo que dijo. Sabía que había algún tipo de sentimiento entre nosotros, aunque no entendía del todo lo que mi corazón sentía por ella. Todo comenzó con ese maldito beso, el que me dejó con ganas de más. Pero también tenía una deuda pendiente con ella y con Leyla, y eso no podía ignorarlo.

Solo pensar en el tema con Leyla me enfurecía. Me llevó de vuelta al día en que nos dijeron que nuestra amiga había muerto.

—Tú comenzaste con esto, Nora —me acerqué enfurecido, y ella me miró confundida, como si de repente se le hubiera pasado la borrachera.

—¿Qué? ¿Qué comencé esta vez? ¡Porque, al parecer, siempre soy yo la que arruina todo, la que jode la vida de los demás! ¡Veo que soy como una mosca, donde me paro la cago! —gritó, su voz elevándose más.

—¿Recuerdas aquella tarde? —no respondió, así que continúe —¡Tú mataste a mi mejor amiga, Nora! ¡La mataste! —Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, mientras los recuerdos de Jazmín, siempre sonriente, siempre alegre, llenaban mi mente.

Nora se quedó en silencio por un momento, su rostro pálido.

—¡Que no entienden que no maté a nadie! —gritó, empujándome de nuevo—. ¡Ahora resulta que también supuestamente maté a una segunda persona! ¿Quién será el siguiente en decir que maté a una tercera? —Rodó los ojos y se pasó una mano por la cara con frustración. Luego inhaló profundamente de su cigarrillo, como si necesitara desesperadamente calmarse.

—¡Mataste a mi amiga! Se llamaba Jazmín, ¿te suena? —grité, mientras ella se quedó quieta, tensa. Intentó retroceder, pero algo la frenó. —No vas a hablar... ¿te comieron la lengua los ratones? —me acerqué hasta quedar a pocos centímetros de su cara.

—No la maté... —balbuceó.

—¿Qué? —me incliné a su altura para escuchar mejor.

—¡Que no la maté! —gritó, su voz temblaba— ¡No sabes cuánto he querido olvidar ese día! ¿Crees que no me persigue el recuerdo? He tenido pesadillas, noches sin poder dormir por lo que pasó.

—Por algo será —levanté una ceja, incrédulo.

—Estoy harta de dar explicaciones... —me lanzó el humo del cigarrillo en la cara— A la final, todos se quedan con lo que les conviene, con la versión que quieren. Pero, ¿qué hay de mí? —se señaló con furia— ¡Habla! —me agarró de la camisa con enojo— Dime, ¡dímelo!

—Si quieres que te escuchen, ¿por qué no cuentas lo que realmente pasó? Lo hubieras superado mucho antes, pero no. Sigues callando, acumulando culpa. Ni siquiera lo hablaste con la psicóloga, Bárbara.

—Sí, me culpo. Me culpo todos los días por lo que pasó y no sé porque lo hago. —sus palabras se ahogaban entre lágrimas contenidas.

—¿Qué sucedió realmente? —pregunté, mientras ella soltaba mi camisa y me daba la espalda.

—¿De verdad quieres saberlo? —inhaló profundamente el cigarrillo, su mano temblaba.

—Lo he querido saber desde el momento en que entraste a nuestro curso. Desde ese instante te odié con toda mi alma. Desde entonces he deseado que sientas un dolor tan profundo que ni tú misma puedas soportarlo.

—Eres un imbécil, ¿lo sabías? Me has lastimado demasiado, Liam, sin siquiera saber la verdad. Espero que, cuando la conozcas, te arrepientas de todo lo que me has hecho. Me juzgaste sin pruebas, y por eso te odiaré por el resto de mi maldita vida.

—No me arrepiento de nada, Bárbara. No hay vuelta atrás. Ahora, dime lo que pasó.

—Ese día... faltó el profesor, así que nos reunimos en un salón que solía estar vacío. Fuimos en grupo, con mis hermanos Rebeca y Maikel, que se habían escapado de clases. Empezamos a hacernos retos, grabándonos para tener pruebas. Uno de los retos era saltar de un edificio a otro del colegio. —su voz se quebró, parecía buscar fuerzas para continuar.

—¿Y qué pasó después? —le pregunté, ansioso.

Bárbara respiró hondo, las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentía una mezcla de culpa y furia por verla así, pero algo en mi interior me decía que debía continuar.

—¿Qué hiciste, Bárbara? —la presión aumentaba dentro de mí, me desordené el cabello con desesperación.

—No lo hice... —lloró más fuerte, limpiándose la nariz con la mano— No le hice nada malo. Alguien más grabó lo que sucedió, pero todo se salió de contexto.

Puse mis manos sobre sus hombros, tratando de que finalmente me dijera lo que realmente ocurrió.

—Dímelo de una vez, Bárbara.

—Subimos... —su respiración se descontrolaba— Subimos al techo. Jazmín me dijo que podíamos hacerlo, que si lo logramos demostraríamos que no éramos unas cobardes. Le dije que era muy arriesgado, pero ya estábamos al borde. Le propuse que empezáramos corriendo, pero ella insistió en que no tenía idea.

—¿Y qué pasó luego?

—Mi hermana no llegaba para grabar. La llamé varias veces, pero apareció tarde. Jazmín resbaló y logró sostenerse con sus manos en el borde. Se quedó colgada, pidiéndome ayuda. Pidiendo mi ayuda. Pero yo... yo no reaccioné. —su voz se rompió aún más— Me maldijo por quedarme quieta. Sus palabras eran de oído puro odio.

—¿Por qué no la ayudaste? ¡Podrías haberla salvado! Si le hubieras dado la mano, ¡aún estaría con vida!

—¡No lo hice, no pude! ¡Pero no soy la villana de esta historia! —gritó, clavándose las uñas en el rostro— ¡Tú, mejor que nadie, deberías saber cómo realmente era ella!

—¿De qué estás hablando ahora? —pregunté, confundido.

—Ese día fui egoísta. Sabía que, de alguna manera, ella iba a morir. Estaba en peligro.

—¿Qué estás diciendo?

—Por ella conocí las drogas, por ella mi vida se convirtió en lo que es ahora. ¡Jazmín es la verdadera culpable! —gritó desesperada, su rostro se torció de rabia mientras se lastimaba a sí misma con las uñas.

—¿Qué haces? No te hagas daño —me acerqué con cautela.

—¿Daño? —rió con amargura— No, esto no es nada. Jazmín también era mi amiga, la quería mucho... pero me mintió. Los amigos no deberían mentir —negó con la cabeza.

—¿Qué era lo que hacía?

—Ella era una dealer, pero no consumía. Eso fue lo más fatal, ver cómo tu supuesta amiga te destruye, te lleva a un lugar de oscuridad... pero no te acompaña. ¿Qué clase de amiga te recomienda algo así... para salir de tus problemas?

Me quedé sin palabras.

—Por eso estoy harta —continuó—. Esperaba comenzar de nuevo, lejos de cualquiera que tuviera que ver con ese pasado. He contado esta historia tantas veces que estoy cansada, porque cada vez que lo hago, el recuerdo vuelve a ser real, presente. Y me siento culpable... quizá pude haber buscado otra solución. Ella cayó al vacío, y fue entonces cuando reaccioné y bajé corriendo. Me encontraron junto a su cuerpo, mis manos manchadas de su sangre. Había alguien más en ese lugar y...

Me acerqué con cuidado y le quité el cigarrillo, arrojándolo al suelo para apagarlo.

—Shh... ya no es necesario hablar más. Ya pasó todo. —Le acaricié el cabello, y comenzó a llorar más intensamente.

—Ella...

Se separó un poco de mí y me miró a los ojos. Yo no aparté mi mirada de la suya. De repente, noté cómo se ponía de puntillas, acercando sus labios a los míos, hasta que finalmente me besó. Cediendo al impulso, la alcé, y ella envolvió sus piernas y brazos alrededor de mi torso, mientras mis manos descansaban en su trasero.

Seguimos besándonos.

El deseo entre nosotros crecía, hasta que de pronto se separó y me miró, sorprendida.

Su comportamiento me desconcertaba.

—Para mí, todo esto es confuso, y sé que está mal lo que estoy haciendo. Pensé que había ganado... no del todo, pero me atreví a intentarlo —me sonrió con tristeza, sin mirarme—. El deseo es fuerte, pero a veces hay que poner límites... No quiero ser alguien que busque su felicidad a costa del sufrimiento de otra persona. Aunque muchos dirían que, si no lo intentas, nunca lograrás nada... Pues yo sabré cuándo es el momento adecuado, cuándo algo o alguien encaje conmigo —dijo, bajándose de mis brazos y plantando sus pies en el césped.

Me dejó confuso, como aquella vez en la fiesta. En la que pensé que era Leyla. Estaba borracho que me imaginé que era ella, pero me di cuenta cuando vi su ropa... muy diferente a los pocos trapos que usualmente cubren el cuerpo de mi novia.

—Lo siento... de verdad, lo siento muchísimo. —Se llevó las manos a la frente y luego cubrió su boca con ellas—. Esto no debió pasar. Me dejé llevar por el impulso. Tú tienes novia, y no me gustaría que me hicieran lo mismo a mí...

Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

—Si no te arriesgas, no hay historia, Bárbara —comenté, intentando aligerar la situación. Se giró, y yo metí las manos en los bolsillos.

—Para el amor, no siempre hay que arriesgarse —me miró directamente a los ojos—, cuando sabes lo que el otro siente al amarte. Lo que sigue es cuidar, fortalecer, que ese amor crezca, sin miedo a romperse. —me quedo en silencio, dejando que continúe —Pero lo nuestro es distinto, diferente. Yo sé que en tu pecho no late enamorado. ¿Para qué arriesgarme, si lo que me espera es el dolor, si solo me aguarda una herida aún más profunda? Tu sugeriste sobre arriesgar. Entonces, aun así, entre la duda y el miedo, me atrevo a preguntar con un susurro callado: ¿Harías eso por mí? ¿Te arriesgarías, sintiendo al menos una pizca de amor hacia a mí?

No respondí. Agaché la cabeza. Porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Ella lo sabía mejor que nadie. El silencio entre nosotros se alargó, tenso, mientras miraba el suelo, buscando una respuesta que no encontraba.

—Y si te pidiera que fueras conmigo al baile de graduación ¿Aceptarías? —levante mi mirada, sus ojos brillaban con esperanza a que yo soltara un sí.

Nora seguía mirándome, esperando algo, cualquier señal de que entendía lo que había dicho. Nuevamente agache mi mirada, ocultando cualquier cosa que mi rostro pudiera descifrar.

—Liam... —levanté la mirada—. No busco instante fugaz, no quiero se la razón de una nueva pelea, ni arruinar lo que tienes con Leyla. Estoy agotada de luchar en vano. Este beso no es lo que deseo, no es el camino que busco. Anhelo algo profundo, algo que dure, un amor que me ame tal como soy, sin juicios, sin críticas, solo compresión desde el corazón. No dejare que lo que siento por ti destruya tu relación, así que te pido perdón, por el beso que nunca debía pasar.

La vi alejarse, sus pasos eran rápidos y un poco torpes.

Por dentro una parte de mí rogaba que la siguiera.

El orgullo, claro. Pero no solo eso. Había miedo. Miedo de lo que podría pasar si la alcanzaba, si me dejaba llevar por el impulso y tiraba todo por la borda. Miedo de lo que ella podría ver en mí sí me acercaba demasiado. 

Todo fue por ese beso. 




Semáforo en rojo para el corazón de Nora: no hay paso permitido. ¡Toca esperar!

¿Qué les está pareciendo la historia?

Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...

Acerca de:

Nora

Liam

Leonardo

Leyla, la barbie plástica

El director Núñez

Mike

Rebeca

Lili

Eva

Los padres de Nora

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