La esencia que queda de ti...
Aquel día de primavera, el viento nos golpeaba el rostro con la suavidad de una caricia rebelde. Tras horas de fútbol contigo, me dejé caer contra el pasto en una pequeña colina que daba al lago, buscando un respiro, una pausa en el caos del entrenamiento. El aire, fresco y lleno de vida, me envolvía como un abrazo, como si la tierra misma quisiera calmar el agotamiento que el juego había dejado en mis huesos. Fue entonces cuando un aroma familiar se coló entre mis fosas nasales, un perfume que me era tan cercano, que me hizo cerrar los ojos. Era el aroma a lavanda... lo recordaba como si fuera una melodía. No solo por tu cabello o tus ojos, sino por todo lo que eras, por todo lo que emanabas. Siempre me había parecido que el aire a tu alrededor era un refugio, un refugio que no entendía pero que no podía dejar de buscar.
Tomé mi celular sin pensarlo, comenzando una partida de League of Legends, una excusa para distraerme de la tormenta que siempre latía en mi pecho cuando pensaba en ti. Pero antes de perderme por completo en el juego, tu voz llegó, fresca y reconociéndome en un susurro: "¿Qué juegas, Nagi?". Fue como un bálsamo en medio de un océano de pensamientos, y, por un momento, sentí que mi mundo se reducía solo a ese instante, a ese sonido que, aunque breve, me calmaba como si volviera a mi hogar.
Recuerdo que, entonces, dejé la mirada descansar en ti, en ese rostro que siempre me provocaba algo indescriptible, un magnetismo que me arrastraba sin quererlo. Nuestros ojos se encontraron, y en ese momento, sentí que algo recorría mi cuerpo, algo cálido y eléctrico, como si los hilos del destino se entrelazaran entre nosotros. No quise apartar la mirada, ni de tu rostro ni del atardecer que pintaba el cielo con colores naranjas, rosas y morados, como si el sol mismo estuviera pintando una obra maestra solo para nosotros. El tiempo se disolvió en ese instante y, sin pensarlo, cerré los ojos, dejando que el momento me envolviera.
"Oye, Nagi, espera, vas a asesinarte", me dijiste, tu voz sonando un poco preocupada. Pero no importaba, porque al tomar mi celular entre tus manos, me sentí invadido por una tranquilidad absoluta, como si tu presencia fuera el ancla que mantenía mi alma a flote. Solo pude soltar un suspiro, profundo, como si esa pequeña acción tuya fuera la respuesta a todo lo que había estado buscando.
"Nagi, oye, tienes que enseñarme a jugar esto, ¡se ve divertido!" exclamaste, con una sonrisa juguetona que iluminaba tu rostro, esa sonrisa que siempre me parecía un faro en la oscuridad. Después de rendirte en el intento de entender cómo funcionaban los controles, me deslicé hacia ti, acomodando mi cabeza sobre tus piernas, buscando la paz que solo tú sabías darme. Todo en mi cuerpo se sumió en una calma profunda, como si estuviera en casa, en un lugar donde nunca necesitaría escapar. Porque tú, Reo, siempre serás el hogar que nunca supe que necesitaba, el refugio que siempre busqué.
Un ruido ensordecedor me sacó de mi sueño, abruptamente. La alarma de mi celular me arrancó de aquel lugar en el que me habría quedado por siempre, ese lugar que desearía poder compartir contigo, de cerebro a cerebro, como un eco que nunca dejaría de resonar. Han pasado dos semanas desde que te dieron de alta... dos semanas en las que Reo ha asistido a los entrenamientos, viéndonos desde las gradas, intentando recuperar las memorias de ese fatídico día que se ha llevado consigo mi mundo, nuestra historia.
Me despierto con desgano, como si el simple hecho de abrir los ojos fuera un peso insostenible. Creo que nunca en mi vida había llorado tanto como ahora. El simple hecho de despertar con una ligera lágrima en los ojos, ese amargo trago de realidad es algo que no sé cómo enfrentar. Dirijo mi mirada a Choki, saludándolo de manera automática, mientras me pincho un dedo para recordar que esto es real, que no es solo un sueño. Caminé lentamente al baño, como si cada paso fuera una condena, y bebí una de las bolsitas que tenía en el refrigerador. Me puse el uniforme de Blue Lock, ese que parece más una coraza que una prenda de ropa. Un símbolo de que aún hay algo por lo que luchar, aunque mi alma esté rota en pedazos.
El entrenamiento me espera, como siempre, pero lo único que me motiva es la idea de que pronto veré a Reo en las gradas, observándonos, intentando recordar. Es como si el fútbol se hubiera convertido en un escenario vacío, sin sentido, sin la chispa que antes teníamos. Pero, al menos, hay algo que me consuela, aunque sea un hilo delgado de esperanza: la certeza de que ver a Reo, aunque distante, me da algo que perder, algo que todavía quiero alcanzar.
Camino con pesar por las calles hasta llegar al cerro donde se encuentra el complejo de Blue Lock. Mis piernas se mueven en automático, casi como si mi cuerpo supiera el camino sin que yo lo desee. Entro a los vestidores, me cambio, dejo mis pertenencias en un rincón, y es cuando mis ojos caen sobre los guantes que me regalaste aquella vez, antes de enfrentar a la sub-20. No puedo evitar que una punzada inconsciente me atraviese el corazón. Me pregunto... si te los enseñara, ¿podrías recordarme?
Los tomo con melancolía, los sostengo en mis manos con una culpa invisible, al recordar que no todo en nuestra historia ha sido perfecto. Qué gracioso pensar que hay un tipo de karma en todo esto, como aquella vez que no formamos equipo. Recuerdo mi furia al perder... no solo porque había arruinado nuestro sueño de ser los mejores del mundo, sino porque te había fallado, y me había fallado a mí mismo. Fue entonces cuando me uní al equipo de Isagi y Bachira, buscando convertirme en una mejor versión de mí, con la esperanza de luchar a tu lado nuevamente. Porque me equivoqué ese día, Reo... Yo esperaba que me entendieras, pero no fue así.
En la siguiente prueba de equipo, vi tu rostro, molesto, creyendo que te había traicionado. Pero no fue así. Y, aún así, no pude explicarme hasta que llegamos a las pruebas finales. Sentí como si mi corazón se desbocara al no verte entrar por esa puerta. Y, cuando finalmente lo hiciste, respiré tranquilo, como si todo volviera a encajar. Cuando Ego nos dijo que formaríamos equipos de 11, algo dentro de mí se agitó. El pensamiento de que podríamos jugar juntos otra vez me llenó de una esperanza que creía perdida. Y cuando vi que me elegiste, no pude evitar sentir alivio. Porque, si ese día tú no hubieras pasado, Reo, nada ni nadie habría evitado que yo dejara todo para correr hacia ti y tratar de arreglar las cosas, sin importar el costo.
El sonido del silbato, anunciando el inicio del partido de práctica, me sacó nuevamente de mis pensamientos. Mi cuerpo respondía a la señal, pero mi mente seguía atrapada en ese rincón de recuerdos donde Reo seguía allí, al alcance de mi mano, pero tan inaccesible como una estrella fugaz que se desvanece antes de que puedas alcanzarla. Mi pecho se sentía pesado, como si todo lo que me quedaba dentro se evaporara lentamente, deslizándose entre mis dedos. Fue ahí cuando me di cuenta de que el fútbol, mi vida, mi propósito, todo había perdido significado sin él.
Cada vez que te veía en las gradas, con la mirada perdida, ese esfuerzo por recordar lo que ya no está, mi corazón se desgarraba un poco más. Las muletas a tu lado no hacían más que recordarme lo devastado que te debías sentir por no poder jugar. Te veía a lo lejos, pero cuando nuestros ojos se cruzaban, algo profundo se retorcía en mí, como si me dijera que aún había algo allí, algo que no se podía borrar tan fácilmente. Y entonces me preguntaba, ¿por qué sigo aquí? ¿Por qué, si todo en mí se deshace con solo pensar en la posibilidad de que nunca podrás recordarme, recordar nosotros?
Y es que, cada vez que tus ojos tocaban los míos, sentía como si el tiempo se detuviera. El espacio entre nosotros se llenaba de palabras no dichas, de promesas rotas, de caricias que nunca llegaron a completarse. Reo y yo, atrapados en un lazo invisible que no podíamos deshacer, ni siquiera cuando las circunstancias nos empujaban a hacerlo.
Ni siquiera yo sabía cómo podríamos ayudarnos.
Después de los entrenamientos, cuando la noche caía sobre el campo, me quedaba atrás, solo, mirando las luces lejanas que se reflejaban en la cancha, como si esperara que, en algún rincón, Reo apareciera de nuevo, como lo hacía antes, con esa sonrisa despreocupada, esa mirada que decía todo sin decir una palabra. Pero solo quedaba yo, con el eco de su risa aún resonando en mi mente, como una melodía lejana que ya no puedo tocar.
Mi rutina se había convertido en una sombra de lo que solía ser. Despertaba, me arrastraba hasta el baño, me vestía, practicaba... Todo lo hacía con una especie de vacío que me invadía por completo. Todo, menos el momento en que lo veía, cuando su figura se alzaba en las gradas y, por un instante, todo lo demás se desvanecía, como si en ese momento él fuera el único punto de referencia en mi mundo desmoronado.
El entrenamiento pasaba como una niebla, sin dejar huella. Mis compañeros hablaban, se reían, pero yo ya no podía escuchar nada. Solo podía ver a Reo, en ese rincón apartado, observando cada movimiento mío con la misma intensidad que lo hacía cuando estábamos juntos, pero sin el conocimiento de por qué lo hacía. Era como un reflejo de lo que una vez fuimos, y la herida más profunda no era la pérdida de su memoria, sino la sensación de que, incluso si la recuperaba, las cosas ya no serían las mismas.
Cada noche me acostaba en mi cama, buscando el consuelo del sueño, pero la ansiedad me mantenía despierto, mis pensamientos atrapados en los momentos en los que nuestras manos casi se tocaban, cuando nuestras palabras se cruzaban en el aire sin llegar a decirse por completo. Me maldecía por no haber hecho nada, por haber dejado que todo se escapara entre mis dedos como el viento en aquel día de primavera. Y aunque intentaba aferrarme a lo que quedaba, no podía evitar sentir que cada día me desvanecía más en la oscuridad de lo que alguna vez fuimos.
A veces, en esos momentos en los que el cansancio me vencía y me sumía en un sueño profundo, podía jurar que sentía tu presencia a mi lado. No era más que un susurro en la brisa, una sombra en mi cama, pero sentía tu cercanía de una forma que me dejaba sin aliento. Y cuando despertaba, la realidad me golpeaba como una ola, trayendo consigo la certeza de que, aunque lo intentara, jamás podría regresar a esos días.
Al principio, cuando Reo volvió a la cancha después de dos meses con el yeso, algo se sentía... raro.
Era como si el aire entre nosotros hubiera cambiado, como si el fútbol ya no tuviera la misma magia que solía tener. Sus ojos, que siempre buscaban los míos en cada pase, ya no lo hacían con la misma urgencia. En las prácticas, algo lo frenaba. Ya no era el primero en mandarme el balón, no esperaba mis movimientos con la misma confianza. A veces sentía que se detenía en mi dirección solo por costumbre, no por la certeza de que estaba en el lugar correcto. Era como si ya no pudiera encontrarme en el mismo espacio, en el mismo lugar en el que siempre estuvimos, donde nuestras almas se alineaban sin esfuerzo, como si el destino hubiera decidido distanciarnos, aunque solo fuera un poco.
Y entonces, de repente, llegó ese pase. Un pase difícil, como aquellos que siempre me enviaba Reo, pero con una diferencia. Este pase venía cargado de algo que no entendía bien: duda, quizá, o tal vez una curiosidad silenciosa. El balón voló hacia mí con una velocidad impresionante, tan difícil de controlar que pensé, por un segundo, que no era para mí. Pero, como si mi cuerpo ya supiera lo que debía hacer, lo bajé con el toque perfecto, ese toque que no había necesitado pensar, como si nuestra conexión no hubiera desaparecido, como si todo lo que habíamos construido en ese tiempo estuviera ahí, esperando a ser reclamado de nuevo.
Y en ese instante, todo se sintió como un regreso. Como si algo en mí, algo profundo, se activara y me recordara quién era, quién habíamos sido. El gol salió de forma natural, casi como si no fuera una acción pensada, sino algo que mi cuerpo simplemente hacía. Lo recibí, lo controlé, lo anoté, como si el fútbol volviera a ser más que un juego, como si fuera nuestro lenguaje secreto, nuestra forma de tocar el alma del otro sin palabras.
Cuando mis ojos finalmente encontraron los de Reo, sentí un estremecimiento en todo mi ser. Antes, esos ojos me buscaban con la familiaridad de una canción que sabes de memoria, pero ahora había algo diferente. Había asombro.
Sus ojos brillaron con algo que hacía tiempo no veía: una chispa de reconocimiento, de regreso a algo que sabía que habíamos perdido, pero que quizás nunca se fue del todo. Vi su cuerpo moverse hacia mí con una energía que parecía contener todo lo que había estado contenido entre nosotros. Y en ese momento, todo lo que había estado a punto de desvanecerse, todo lo que pensaba que habíamos perdido, regresó.
"Eres Nagi, ¿verdad? Esa jugada fue increíble. No sabía que tenías un control tan preciso. Verte desde las gradas no te hace justicia." Su voz era como una melodía que hacía tiempo había dejado de escuchar, pero que ahora llenaba todo mi ser de nuevo. El sonido de esas palabras, tan sinceras, me hizo sonreír, pero también me rompió por dentro. Oh, Reo, si supieras cuánto te he extrañado, cuánto me ha dolido verte desde lejos, sin saber si alguna vez podrías recordarme, recordarnos.
Solté una risa amarga, pero fue tan dulce y tan dolorosa a la vez. Esa reacción... era la misma que había tenido la primera vez que nos conocimos en aquellas escaleras. Reo siempre sería Reo, con esa forma tan única de iluminar todo a su alrededor. Y aunque la memoria de esos días ya no estaba en su mente, había algo que no podía ser borrado. Algo que ni siquiera el tiempo ni la distancia podrían destruir.
Fue entonces cuando lo entendí. Lo que estábamos construyendo ahora era algo completamente nuevo. Algo que no venía del pasado, sino que nacía en este momento, en este preciso instante en el que el fútbol nos reunía nuevamente. Aunque la memoria de Reo era como un muro invisible entre nosotros, el fútbol, con su lenguaje tan puro, nos permitía destruirlo, poco a poco, pase tras pase, gesto tras gesto. Pero había algo más, algo mucho más profundo. Había algo en el aire, algo que nos conectaba de manera más allá de lo tangible, algo que hablaba de un destino que no se había ido, aunque ambos lo pensáramos a veces.
"Bienvenido de vuelta, Reo," susurré, casi para mí mismo, como si las palabras no fueran solo para él, sino también para el vacío que había dejado su ausencia. "Soy Seishiro Nagi, tu tesoro..."
Mientras esas palabras salían de mis labios, mis ojos no podían dejar de buscar los suyos, como si todo lo demás se desvaneciera en ese instante. Y entonces, cuando nuestras miradas se encontraron, sentí que el aire entre nosotros se cargaba de algo intenso, algo que no necesitaba ser dicho para ser comprendido. Era como si un puente invisible se hubiera tendido entre ambos, y aunque él no sabía lo que había en mi corazón, podía ver que algo, en su interior, también despertaba.
Reo me miró fijamente, como si por un momento estuviera buscando algo en mi rostro, como si no pudiera reconocer exactamente qué era lo que había cambiado entre nosotros, pero lo sentía. Podía ver en sus ojos, esa chispa, esa luz que se había perdido, pero que de alguna manera volvía a encenderse poco a poco. No era un recuerdo inmediato, no era una revelación, pero algo estaba pasando. Sus ojos brillaban con una emoción que no alcanzaba a comprender, pero que me hizo sentir como si, por fin, todo encajara de nuevo. En ese breve intercambio, se decía más que mil palabras.
Y me di cuenta de que no era solo yo el que deseaba que todo volviera a ser como antes. Reo también lo deseaba, aunque no pudiera recordarlo completamente. Quizás nunca lo haría, pero aquí estábamos, de nuevo, buscando la conexión que siempre compartimos, sin importar el tiempo que hubiera pasado.
Los comentarios de nuestros compañeros rompieron la burbuja que se había formado entre Reo y yo, llenando el aire con una risa que, por un momento, me hizo olvidar todo lo que estaba sintiendo. Bachira, con su sonrisa pícaramente traviesa, no pudo evitar decir: — ¡Huy! Si quieren, nos vamos para dejarlos a solas, ¿eh? — Reo se sonrojó, mirando a Bachira como si no supiera cómo reaccionar. Yo me quedé quieto, sin poder evitar una sonrisa que traté de esconder, aunque sabía que en ese momento no era solo la broma lo que me hacía sonreír. Era él, de nuevo. Algo en su vergüenza, en esa incomodidad que me parecía tan familiar, me hizo sentir que tal vez, solo tal vez, aún quedaba algo en nosotros que no se había borrado.
Isagi, siempre tan observador, agregó con su tono sarcástico — Me alegra que al fin se hablen, ¿saben lo incómodo que es jugar con ustedes? Es como si todo el campo estuviera lleno de tensión, ¿no? — Reo, nuevamente, no sabía qué hacer con sus manos, mirando hacia el suelo mientras su rostro se teñía de un tono rosado.
Y entonces, como si todo esto fuera parte de un guion predestinado, Shidou, con su voz inconfundible, soltó— ¡Mis papás al fin están juntos! — acompañado de una carcajada que resonó en todo el campo.
Rin, siempre tan pragmático, no dejó pasar la oportunidad para quejarse. — Ugh, ¿qué están haciendo? Nos están haciendo perder el tiempo. Ese gol no fue ni de lejos tan impresionante como lo piensan. — Mi mirada se endureció por un instante, pero luego, me relajé, viendo cómo Reo intentaba reprimir una sonrisa. Me sentí tentado a darles una respuesta cortante, pero en vez de eso, me dejé llevar por lo que estaba sintiendo.
En lugar de fulminarlos con la mirada, dejé escapar una sonrisa irónica. — Envidiosos — murmuré, lo suficientemente fuerte como para que todos lo escucharan, mientras, finalmente, dejaba de cargar a Reo. Lo solté suavemente, como si fuera natural, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí se resistía a apartarlo por completo. Mientras sus pies tocaban nuevamente el suelo, sentí como si todo lo que nos conectaba, aunque momentáneamente, aún estuviera flotando en el aire.
Me volví a alinear con los demás, pero no pude evitar que mi mirada se quedara con él, viendo cómo su rostro seguía ligeramente rojo por la vergüenza, como si no supiera qué hacer con toda la atención que había caído sobre nosotros. Pero al mismo tiempo, había una ligera chispa de comprensión en sus ojos, como si, por un segundo, hubiera recordado algo que no sabía si debía recordar. El hecho de que todavía estuviera ahí, después de todo, me hizo sentir algo dentro de mí que no había sentido en mucho tiempo.
A pesar de la ligera incomodidad, un suspiro casi imperceptible escapó de mis labios. En algún rincón de mi ser, me di cuenta de que todo eso, las bromas, los comentarios, Reo sonrojado y avergonzado... todo eso era tan... nosotros. Como si, a pesar del tiempo, a pesar de las dudas, el destino estuviera, de alguna manera, empujándonos a reencontrarnos.
Después del entrenamiento, mientras los demás se dispersaban, mi cuerpo se quedó atrás, detenido en la quietud de la cancha vacía. Algo en mi interior no me dejaba ir, algo me mantenía allí, no solo por los entrenamientos, sino por él, por Reo. Era como si, aunque no estuviera al cien por ciento, al menos debía seguir adelante. En algún lugar, entre las luces lejanas y el eco de nuestros compañeros riendo, su presencia seguía siendo mi ancla.
El vestuario se vació rápidamente, y entonces, como si me estuviera esperando, Reo se quedó atrás. Estaba en la puerta, un poco tímido, como si no supiera si debía dar ese paso, como si temiera que cualquier movimiento rompiera lo que se estaba construyendo entre nosotros.
Lo miré desde la esquina del vestuario, sintiendo esa misma atracción, esa misma necesidad de conectarnos, aunque no supiera cómo. Reo avanzó lentamente hacia mí, como si quisiera romper la distancia, pero al mismo tiempo, no sabía si yo estaba dispuesto a acercarme.
Cerré los ojos por un segundo, tomándome un respiro. El silencio estaba cargado de algo que no podía describir, una mezcla de esperanza y temor, de lo que pudo haber sido y lo que aún estaba por venir. Entonces, sin pensarlo mucho, empecé a moverme, mis pasos guiados por algo que no era solo el fútbol, sino algo más profundo, algo que ni siquiera el tiempo ni la amnesia de Reo podían borrar.
Me atreví a dar un paso más, dispuesto a romper ese espacio que nos distanciaba. Mis ojos se quedaron clavados en los suyos, mi mente no podía dejar de pensar en todas las veces que, en estos dos meses, me quedé entrenando, esperando que los recuerdos de Reo se encendieran de nuevo. Anhelaba esos días en los que practicábamos juntos y luego pasábamos horas en la casa del otro, jugando videojuegos o él preguntándome algo sobre los juegos, cosas simples pero llenas de significado.
Noté la pequeña diferencia de estatura que siempre había existido entre nosotros, y vi cómo sus ojos nerviosos se movían, evitando el contacto visual. No pude evitar tomar su rostro entre mis manos para que me mirara fijamente a los ojos. Fue en ese momento que escuché sus palabras, tan suaves y cargadas de una emoción que nunca imaginé oír de él.
"Nagi..." susurró, casi en un suspiro, con una vulnerabilidad que nunca había mostrado. Su voz tembló ligeramente, y pude sentir el peso de sus palabras antes de que llegaran a mi oído. Estaba tan cerca que su aliento chocó contra mi rostro, y una incertidumbre profunda se instaló en mi pecho, como si algo entre nosotros estuviera a punto de romperse o de renacer.
"Hay algo que llevo tiempo intentando comprender... algo que me atormenta en silencio. No te recuerdo... pero... tú y yo... ¿éramos pareja?" Su voz se quebró en la última palabra, como si pronunciarla le hubiera costado una fracción de su ser, como si al hacerlo, estuviera desnudando una parte de sí mismo que no podía reconocer. Mis ojos se clavaron en los suyos, tratando de entender esa mezcla de confusión y desesperación. ¿Qué podía decirle en este momento?
Su mirada buscó la mía, titubeante, casi como si temiera lo que podría encontrar. "Porque hay algo, algo que no logro entender... cada vez que te veo, mi corazón se altera. Siento que no puedo apartar la vista de ti, como si... como si hubiera algo entre nosotros que me atrae, me consume, pero no sé qué es. Es como si fueras un imán... y me siento atrapado." Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si las palabras mismas le estuvieran costando más aire del que podía soportar.
Mis propios latidos parecían resonar más fuerte en mis oídos mientras lo escuchaba, y pude ver cómo sus ojos, en ese instante, se llenaban de una mezcla de temor y esperanza, como si estuviera esperando que yo pudiera dar sentido a lo que él no podía entender.
"Me asusta," susurró, casi como si fuera un secreto, "me asusta no saber por qué... pero hoy... hoy algo en mi cabeza, algo dentro de mí... me recordó algo. Un destello. Pero no puedo recordarlo todo, Nagi. No sé si quiero recordar o si temí que no valiera la pena. Pero sé que algo está aquí, en mi pecho... algo que me duele, algo que me hace no querer apartarme de ti."
Sus ojos buscaron los míos, y sentí que, por un segundo, toda la confusión que él sentía se reflejaba en mi propio ser. Había una lucha interna en su expresión, un conflicto que yo entendía perfectamente, porque aunque su memoria no le ofrecía respuestas, sus sentimientos parecían estar hablando más fuerte que todo lo demás. Ese vínculo, esa conexión entre nosotros, era algo que se encontraba más allá de las palabras, más allá de lo tangible. Y aunque él no pudiera recordar, yo sabía que había algo de él que seguía anhelando lo que fuimos, lo que aún podíamos ser.
Reo me miró como si esperara una respuesta que no sabía si estaba preparado para escuchar. Y, en ese instante, el silencio entre nosotros se volvió un espacio lleno de posibilidades, pero también de temores. Temores a lo que podríamos encontrar o perder.
Lo único que pude hacer fue acercarme un poco más, mis dedos temblando al tocar suavemente su rostro, buscando calmarlo, o tal vez calmarme a mí mismo. Mi pecho se apretó mientras sentía su respiración tan cerca, tan sincera. "No tienes que entenderlo todo ahora," murmuré, mi voz también cargada de algo que no quería admitir. "Lo único que importa es que, aunque no recuerdes, aquí estamos. Y yo no voy a irme."
La mirada que Reo me dio en ese momento fue un torbellino de emociones no resueltas, un suspiro colectivo entre nosotros, como si todo lo que habíamos vivido, todo lo que éramos, estuviera suspendido en el aire. Sus labios se movieron, su mirada se deslizó inconscientemente hacia los míos, y por acto reflejo, volví a ver los suyos.
"Lo prometes... prometes no irte..." Su voz tembló ligeramente, y pude sentir cómo esa duda atravesaba mi corazón. No pude evitar responder a esa sensación, buscando su tacto, como si, después de todo este tiempo, mis manos no pudieran estar en ningún otro lugar que no fuera él.
"Te lo prometo, Reo," murmuré, mi voz quebrada por la emoción, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Mi corazón latía con fuerza, desconcentrándome, como si todo lo que había guardado durante tanto tiempo estuviera buscando escapar.
Sus ojos, aún llenos de esa vulnerabilidad, se clavaron en los míos, y en ese segundo, me di cuenta de que las palabras ya no eran suficientes. Reo necesitaba algo más que promesas. Necesitaba sentirlo, igual que yo.
Fue entonces cuando no pude resistir más. El espacio entre nosotros se desvaneció, y, sin pensarlo, mis labios se encontraron con los suyos. Fue un beso cargado de todo lo que habíamos reprimido durante meses. Fue desesperado, un acto impulsivo de recuperar todo lo que habíamos perdido en un solo instante. En ese beso, todo se desbordó: el miedo, la angustia, el amor, el deseo, las inseguridades, y sobre todo, la necesidad de no dejarnos ir.
Fue como si, en ese contacto, mis manos encontraran algo que no sabía que necesitaba tan desesperadamente. Mi cuerpo reaccionó sin control, mis dedos se aferraron a su cadera, atrayéndolo más cerca, buscando algo que no podía explicar. Sus manos, temblorosas, fueron a parar a la parte trasera de mi cuello, como si no quisiera que me alejara, como si, en este momento, no pudiera permitirse perderme.
El beso no fue solo un toque de labios; fue una catarsis, un alivio y un tormento todo al mismo tiempo. Cada caricia, cada roce, era como una fantasía tortuosa que no creí que jamás viviría. Un deseo reprimido durante tanto tiempo, una necesidad insatisfecha que por fin se liberaba. El corazón me latía con tal fuerza que sentía como si pudiera romperme.
Cuando nos separamos por la falta de aire, un dolor sordo se instaló en mi pecho. No quería soltarlo, no quería que este momento se deshiciera, pero la necesidad de saber, de entender, me empujó a preguntarle:
"¿Qué recordaste, Reo?" Mi voz era suave, apenas un susurro entre el ruido del mundo que parecía haberse desvanecido. Pero incluso en medio de esa pregunta, sentía que mis dedos aún buscaban su piel, como si necesitara recordarle que lo tenía cerca, que ya no me iría.
Reo no respondió inmediatamente. Su rostro seguía cerca del mío, pero había algo en sus ojos que me paralizó. Algo que ya no era solo confusión, sino una comprensión frágil, como si estuviera a punto de desvelar una verdad que ni él mismo sabía si estaba listo para aceptar.
"Nagi..." Las palabras de Reo fueron un susurro bajo, casi una agonía contenida, y su voz vibró en mi pecho como un eco que no pude ignorar. "Siempre estaremos juntos, ¿verdad?"
Era una pregunta sencilla, sí, pero no sabía cómo contestarla. Porque aquellas palabras... aquellas mismas palabras, las habíamos compartido mucho antes de que todo esto ocurriera. Antes de que la amnesia de Reo nos separara de forma irreversible. Antes de que el destino nos arrojara a este espacio incierto, donde todo lo que alguna vez fue tan claro, ahora era solo un espejismo. La promesa que compartimos, esa promesa que nos habíamos jurado el uno al otro, ahora caía nuevamente sobre nosotros, pero de una forma tan dolorosa que mi garganta se apretó con el miedo de que, tal vez, nunca pudiera cumplirse.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo completamente. El dolor y el anhelo me ahogaron, y las lágrimas que había estado reteniendo durante tanto tiempo, finalmente comenzaron a brotar, calientes, incontrolables. No pude detenerlas. Como si todo el peso del tiempo que habíamos perdido, todo lo que había sido arrancado de nosotros, explotara en ese único momento. "Siempre estaremos juntos"... ¿Era esa promesa aún válida? ¿Podría ser real, a pesar de todo lo que nos había sucedido?
Era la misma pregunta, la misma promesa, pero con una carga tan diferente, con una nueva fragilidad que hacía que mi corazón se rompiera aún más.
No pude contener las lágrimas. Estaba tan perdido en la intensidad de su mirada, en el latido de su voz, que no supe si estaba listo para responder o si, simplemente, quería vivir en esa eternidad que parecía haberse detenido entre nosotros.
"Siempre, Reo," susurré, casi como si esas dos palabras pudieran sellar la promesa, como si pudieran hacer que todo fuera real, aunque el futuro aún estuviera envuelto en sombras.
Lo sentí estremecerse ligeramente en mis brazos, como si esas palabras fueran la respuesta que él necesitaba escuchar. Y mientras lo sostenía, respirando su aliento, su fragilidad y fuerza al mismo tiempo, supe que, al menos en ese momento, estábamos lo suficientemente juntos como para enfrentar todo lo que viniera.
Me quedé allí, sosteniéndolo, dejándome llevar por la calidez de su presencia, como si finalmente todo encajara. El futuro podía seguir siendo incierto, pero en ese instante, no importaba. Estábamos juntos. Y por ahora, eso era lo único que necesitaba saber.
Bueno...
Soy mi propia enemiga dios mio...recuerdan que les dije que haría un especial de la perspectiva de Reo?... Bueno...digamos que me salio otro libro de tres capitulos, pido perdón por hacerlos tan extensos, pero hare otro libro que se llamará "Ecos de Bruma", para contarles la perspectiva de Reo :3 espero les haya gustado este cap, mi objetivo del segundo libro es darle un cierre a su relación compleja ahhh ahora si me cobre todas las que Nagi le hizo a Reo en el anime y siento que me quede corta, (rie para no llorar).
con cariño meilinlin12, nos vemos en el otro libro >u<
(adjunto portada)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro