Los recuerdos se escapan a través de los sentidos y nos llevan a otros. La lluvia, aquellos momentos en que el frío inunda nuestras manos y nos hace acercarnos aún más, que dos personas se encuentren debajo del mismo paraguas y entrelacen las miradas. Miramos a través de la ventana y estiramos la mano para sentirla mientras la vemos caer y chocar contra el suelo. El frío viento que al despeinarnos nos hace reír, que fue testigo de caricias, silbidos y susurros que solo las paredes podrán contar. El dulce aroma que nos hace recordar aquellos abrazos interminables y un rostro cerca de otro, las lágrimas que se derraman y el consuelo de una caricia. Los cálidos rayos del sol que despiertan sueños y nos recuerdan el corto o largo, tedioso o amable paso de la horas. El sonido de los latidos que tantas veces nos calmaron la pena, nos arrullaron y recordamos antes de abandonarnos al sueño. Casi siempre se recuerdan los malos y buenos momentos, y ambos nos hacen sufrir. Los recuerdos perduran y vuelven, aunque ya se hayan ido. Se desea regresar a ellos para cambiar algo o simplemente para volverlos a sentir. Hay cosas que no deseamos recordar, pero todas hacen parte de la vida y de nuestra historia. Sin ellas, no podríamos contar quiénes somos o cómo llegamos hasta aquí. Hay que recordar que siempre habrá una noche silenciosa para poder gritarle a otra alma que la quiere a través del resonar de los latidos y que siempre habrá estrellas a las cuales admirar y una luna que pueda reflejar aquello que se desea ver.