Los escritores somos más que personas que escriben. Volamos con lápiz. Gritamos con tachones. Olvidamos con papeles arrugados. Desconocemos las definiciones. Soñamos despiertos. Conversamos con nuestra misma locura. Le tememos al reloj. Viajamos sin boleto ni transporte. Le damos vida y voz a los sueños. Le damos imagen a la imaginación. Inventamos esencias que toman conciencia propia. Inventamos portales para escapar de lo conocido. Nos expresamos y emocionamos en soledad. Traducimos el dolor y la pena que nadie podría comprender. Plasmamos piezas de nuestras almas a través de palabras. Elaboramos espejos para los que se perdieron. Sangramos tinta para mantener las ilusiones con vida. Enamoramos a los desesperanzados en la realidad. Tenemos la cabeza en las nubes pisando la tierra. Morimos en lo convencional y vivimos en lo inusual. Estudiamos lo observable y transformamos lo tangible. Solemos ser egoístas inventando finales trágicos, impredecibles al girar una página, comediantes sin reír y médicos sin preparación. Creemos en tantas cosas, esperamos demasiado y deseamos más de la cuenta. Somos tantas cosas que millones de novelas no alcanzarían para definirnos.