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- Parte única -

𝑶𝒏𝒆𝑺𝒉𝒐𝒕 𝒓𝒆𝒂𝒍𝒊𝒛𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒍𝒂 𝒅𝒊𝒏á𝒎𝒊𝒄𝒂 "𝑭𝒂𝒏𝒕𝒂𝒔𝒚 𝑾𝒐𝒓𝒍𝒅" 𝒂 𝒄𝒂𝒓𝒈𝒐 𝒅𝒆 @𝑴𝒆𝒍𝒚𝑳𝒊𝒎, 𝒂𝒅𝒎𝒊𝒏𝒊𝒔𝒕𝒓𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒖𝒏𝒊𝒅𝒂𝒅 𝑨𝒑𝒐𝒃𝒂𝒏𝒈𝒑𝒐.

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Susurros a media noche

Christine... Ven... Ven a mí...

Un susurro la despierta en medio de la noche. Abre sus ojos y mira directo a la ventana: el cielo nocturno, la luna en todo su esplendor y las nubes aledañas que lentamente se acercan para ocultarla. Sí, había olvidado cerrarla apropiadamente.

―Maldición... ―refunfuña y aparta el libro que descansa entre sus manos y las sábanas, olvidado al haber caído rendida por el sueño, y lo deja en la mesita de noche para disponerse a la tarea.

Un maullido a su espalda la sorprende y ahí se encuentra con su "pequeño inquilino".

―Oh, ahí estás, Suga ―dice, con su voz algo rasposa, cargando al renegrido felino con afecto.

Sale de la habitación, recorre la amplia sala y abre uno de los ventanales que también funciona como puerta y que conectan con el patio trasero, para que su pequeño amigo gatuno salga al exterior.

Cuando cierra y pone el seguro al cristal sus ojos viajan al paisaje frente a ella: el vasto césped verde, seguido por un terreno más bajo y cubierto de arena, y el entablado con una escalera en descenso hacia el río. Sin embargo, no es la marea alta en la noche lo que mantiene sus ojos fijos. Al otro lado, entre los árboles que abundan la zona, una aparición captura su atención: la figura de un muchacho con su rostro estático en su dirección, su piel nívea en contraste con su cabello negro, labios levemente rosados y mirada tajante. Incluso con la neblina y la prolongada distancia, logra distinguir sus rasgos muy bien. Siente que es extraño; ha perdido la habilidad de parpadear. Él extiende su brazo al frente, su mano se la ofrece generosa y, con un gesto lento y seductor, la invita a acortar el trecho entre ambos.

―Christine... ―la llama, con un bisbiseo grave y áspero―. Vuelve... vuelve a mí...

El celaje se hace más espeso, su figura se pierde y el gato negro chilla. Es entonces que Christine abre los ojos de repente, alterada. Se endereza y descubre con horror que ha pasado la mitad de la noche tumbada en el césped. ¿Cómo había llegado ahí? Ella no es sonámbula, lo sabe, aunque en esta casa comienza a ser algo frecuente. Esto la frustra un poco, ya que se supone que ha decidido quedarse aquí una temporada para descansar cuerpo y mente.

▄   ▄   ▄

Chae Christine se define a sí misma como un espíritu libre. Impulsiva por naturaleza y firme ante sus convicciones. Sin embargo, como tantos otros seres humanos, posee una gran fragilidad emocional: es un alma caritativa, gentil y respetuosa, aunque no es recomendable buscar las puertas de su enfado, pues será todo lo opuesto a lo ya mencionado, y es que en ocasiones... Christine se siente despersonalizada de sí misma.

Tuvo un novio una vez, compartían mucho, demasiado quizá, puesto que una fatídica noche su dulce chico casi muere por una sobredosis. Sí, fueron adictos por un tiempo considerable. Con el corazón roto y ojos llorosos, tomó la mano de su querido Jung-kook y le dijo adiós. «Tal vez cuando no seamos tan dañinos el uno para el otro, cuando estemos sanos física y espiritualmente, podamos volver a vernos y sonreírnos desde lejos», le había dicho. Le dio una caricia a su cabello y se marchó. Soltar definitivamente a su primer amor fue algo doloroso, pero necesario, ya que más lacerante fue la relación que intentaron perpetuar. Poco después fue admitida en una clínica para tratar sus adicciones; supo que Jung-kook también se internó. Comenzaron a comunicarse por medio de cartas y su lazo se estacionó en una línea pacífica y amistosa.

Más tarde, luego de haber concluido con su estadía tomó la determinación de hacer un cambio en su vida. Recuerda muy bien el día que llegó a la casa en el río: Estaba tranquila, limpia y se sentía libre. El sol brillaba sobre su rostro de bajo pigmento; parecía molestarle un poco; el verano no es su estación predilecta, aunque una brisa un poco fresca contrarrestaba su malestar y ondeaba las curvas de su larga cabellera, brindándole alivio.

―Toda la familia me ha dado la espalda, pero tú siempre has estado aquí para mí, te lo agradezco mucho ―le dijo a su primo ese día al despedirlo, con un cálido abrazo.

Una casa lujosa y espaciosa junto al río, perteneciente a sus difuntos padres y la cual, debido a sus problemas de adicción, sus familiares se apropiaron y le impidieron habitar. No obstante, su primo Taehyung habló a su favor e hizo que se valiera su derecho de estar ahí, amenazando a todos con tomar acciones legales de ser requerido, por lo que no pudieron continuar negándose. «La chiquilla drogadicta puede volver a la casa», había dicho una de sus tías, con un tono y actitud petulantes.

―¿Segura que no quieres que me quede contigo?

―Segura ―dijo con una sonrisa, y apartó unos cabellos marrones de la frente de su primo con cariño―. Quiero estar sola para poder pensar, reflexionar y tomar decisiones importantes para mi nueva vida que comienza ahora.

―Entiendo. ―Asintió―. No irá a aparecerse Jeon por aquí cuando estés sola, ¿verdad?

La muchacha separó notablemente los párpados ante su inesperado comentario; su inquirir la hirió un poco.

―Perdón, debía preguntar ―dijo, afligido, tomando sus manos.

―Sí... No he sido de fiar por un tiempo, lo entiendo... ―Desvió la mirada―. Por lo que sé... Jung-kook tiene una nueva novia.

Taehyung cerró los ojos con pena por un momento, sintiéndose un torpe insensible.

―¡Pero estamos bien! ―exclamó con euforia y soltó sus manos―. Todo está bien, yo... ―Su voz decayó―, estoy comenzando de nuevo y... ¿quién sabe?, tal vez conozca a algún chico guapo por aquí y...

―Chris, no hay vecinos en kilómetros a la redonda.

―¡Bueno...! Entonces será mejor ya que podré enfocarme más en mí.

La joven notó esa mirada en su primo que reflejaba preocupación; se tratan desde muy pequeños, sienten mucho afecto por el otro y por supuesto se conocen lo suficiente.

―Voy a estar bien, Tae-Tae. ―Apoyó la palma sobre su mejilla―. Bromas aparte, necesito este tiempo en soledad para reencontrarme conmigo.

―Si no te sientes bien, o si sientes que tendrás una recaída, quiero que prometas que me llamarás, no importa la hora que sea, ¿okey? ―dijo, y le acercó su meñique.

―Te lo prometo ―respondió con una sonrisa, y entrelazaron sus dedos en pos de un compromiso.

Juntos caminaron por la senda. Luego de un último abrazo y regalarle un beso en la frente a su querida prima, Taehyung continuó su trayecto hasta su coche, donde su novio dormía en el asiento del copiloto, con su preciado Yeontan sobre su regazo y custodiado por sus grandes manos. Kim, a propósito, se dejó caer en el asiento, sacudiendo el vehículo, y dio un fuerte portazo, haciendo que ambos despertasen: el muchacho con un sobresalto y su mascota con un ligero gruñido.

―¿Oyes eso? ―habló su pareja, con voz ronca―. Yeontan no está contento. Tomaré su custodia si sigue así.

―Oye, no metas a mi hijo en nuestros problemas maritales.

El joven dejó escapar un ronquido por la nariz con una sonrisa, meneando la cabeza y, al virarla, se encontró a Christine arrimada a la ventanilla, por lo que amplió su sonrisa, marcando sus hoyuelos.

―¿Todo en orden, preciosa?

―Sí... Gracias por los libros que me dejaste, Nam.

―Ojalá te entretengan.

―Seguro que sí.

▄   ▄   ▄

Christine ya lleva cuatro días en la residencia. Se alimenta sano, realiza sesiones prolongadas de yoga, sale a correr, lee y mira televisión, a veces sola, a veces en compañía del gato negro que mora la zona y que tan despreocupadamente ella deja entrar. Apareció una noche de lluvia, con sus ojos verdosos fijos en ella, mismos en los que creyó ver un salpique escarlata por un instante. Siempre que lo sorprendía estaba a punto de robarle algún dulce o tiraba el azúcar en sus escapes, por lo que lo apodó Suga.

En una de las constantes llamadas con su primo mencionó la presencia del felino, aunque Taehyung no supo qué responder, ya que no visitaba el sitio hace tiempo, después de ese día en que la dejó allí. Está bien por ella, ya que le brinda compañía, aunque por momentos la desconcierta y hasta la asusta, ya que el felino aparece y desaparece como por arte de magia. Sabe los mitos que suelen contar sobre los gatos negros, pero prefiere apelar a la lógica, después de todo es normal que un animal callejero vaya y venga.

Pero... Definitivamente... Lo que ha llegado a desconcertarla es que, poco después de la media noche, una voz ajena llega a sus oídos, un susurro barbudo los acaricia llamando su nombre, el timbre bajo se inmiscuye en sus sueños, regalándole la imagen de un laberíntico sótano oscuro, con paredes de ladrillos y ausencia de puertas o ventanas, aunque con lo arcaico de la estructura presenta hoyos por donde se filtra la luz del sol. Ahí, en uno de los recovecos, justo en el centro, algo, o más bien alguien, se halla sujeto a una silla, rodeado por diferentes cadenas de gruesos eslabones que aprisionan su cuerpo. La luz que se filtra del exterior rodea la silla, encerrándola en un cuadrado perfecto. En lo que respecta al entorno, se pueden distinguir manchas de sangre, congeladas en el tiempo, el polvo y lo que podría definirse como huesos.

Christine no puede apartar sus ojos de ese hombre que ahí yace inmóvil, cabizbajo y con sus hebras negras cubriendo su rostro. No puede resistirse y se acerca. Se anima a correr unos mechones oscuros, encuentra un rostro pálido, unos ojos cerrados, nariz con un lóbulo redondeado y en su boca un tubo metálico que muerde entre sus incisivos, actuando como una mordaza, atada fuertemente con un alambre grueso a su nuca.

Christine... Ayúdame, Christine...

No piensa en salir corriendo y gritando de ahí. No mide las consecuencias de las acciones que bailan en su mente.

―Necesito algo para cortar el alambre ―murmura. Pero, con un simple tirón, en ese momento en que quiere alejar torpemente sus manos, el alambre se corta, dejándola con ojos grandes.

El sonido del tubo al chocar contra el viejo y sucio suelo pavimentado la sobresalta; sus ojos se enfocan en el individuo.

―Christine... me encontraste... ―balbuce, débil, sin abrir los ojos o mover ningún otro músculo que no sean los de sus labios y lengua.

―¿Quién... eres...?

―Mi nombre... es...

Una claridad cegadora la golpea de repente, se despierta bajo la sombra de un árbol y sus manos manchadas de rojo. Al acercarse a olerlo se percata de que es sangre, por lo que espantada corre de regreso a la casa a limpiarse. Las lágrimas se escapan de sus ojos mientras talla sus manos bajo el agua del fregadero: no quiere volver a viejos hábitos que la habían destrozado.

En esta noche calurosa, deja uno de los ventanales abiertos para que el viento llegue a ella. Las cortinas flamean con lentitud, el rostro de la muchacha es apacible hasta que de repente lo escucha: esa voz llama su nombre de nuevo. Algunos músculos en su rostro se contraen, no con un reflejo de molestia, sino más bien incertidumbre.

En el vértice bajo del ventanal, está el gato negro quien sigiloso se aproxima a la cama de la chica. Da un salto al pie de la cama y con una pata avanza, luego con la otra, pero en el siguiente paso es una mano humana de piel nívea y decorada con anillos la que aplasta con su peso el colchón y frunce las sábanas. Ambas manos rodean el cuerpo de Christine, después acarician su rostro y apartan sus largos cabellos; ella suspira; están gélidas. Las palmas recorren su cuello, abrazándolo con sus largos dedos y bajan hasta los hombros. Lo siguiente que siente es su cabeza ser ladeada con delicadeza dejando su cuello expuesto. Unos labios fríos lo tocan; la muchacha inspira y su piel se eriza.

―¿Quién... eres...?

―Tú sabes quién soy... ―susurra, y humecta su piel con sus labios.

Desvela su lengua de pérfida actitud, marinando con su saliva para luego atrapar la carne entre sus labios y succionar levemente, haciendo que la chica deje escapar un suspiro sugestivo y pase saliva con un padecimiento voluptuoso.

―¿Yoon... gi...?

―Rompe el cierre de las cadenas... Libérame... ―dice, sin detener sus atenciones a su dulce pellejo, mientras que dos colmillos se alargan despacio en su dentadura.

―¿Cómo?

―La llave... Busca el símbolo...

La quijada del hombre se abre y una mordida llega, haciendo que la muchacha lo acompañe separando la mandíbula y despidiendo un gimoteo débil y repleto de sensualidad para el aparente depredador.

En ese momento Christine abre los ojos y está de nuevo en esa estructura con paredes de ladrillo, la silla está a unos metros de su posición, y él, encadenado al asiento. Ya con sus ojos abiertos, alza la cabeza y conectan sus miradas. Como si estuviera bajo una poderosa hipnosis, la muchacha camina y se pone de rodillas frente a él, sus rostros se aproximan lentamente y ambos juntan sus labios en un beso que poco a poco se torna más intenso, dejándolos necesitados del otro, de su toque, su respiración, su excitación. Enajenada ante su desespero por obtener más que solo un ósculo, se apresura a tomar las cadenas, pero estas hacen arder sus manos en calor con solo tocarlas, entonces rompe ese dulce contacto y se aparta.

―Cuidado, Chris... ―le susurra en un suspiro; ella lo mira, frotando sus manos para apaciguar su dolor.

»A mi espalda... Las cadenas en mis muñecas... ―dice, haciendo un gesto ínfimo con la cabeza.

La joven se levanta y se sitúa a espaldas de él, viendo sus articulaciones firmemente amarradas por el metal y un candado peculiar a un costado con un símbolo grabado: una espada y una especie de estaca que forman una cruz. Christine vuelve al frente y de nuevo se arrodilla frente a él, devota. Tan solo un pestañeo por parte de él la incita a acercarse; sus ojos se cierran por inercia y sus bocas se rozan.

―Encuentra la llave y libérame...

Es lo último que escucha y sus párpados se abren de par en par, encontrándose a sí misma bajo la sombra de un árbol. Se altera al encontrarse totalmente empapada por el agua del río. Desconcertada y sobresaltada se pone rápido de pie y se escurre la ropa y cabello, sin percatarse de las incisiones marcadas en su cuello. Observa la casa al otro lado.

―¿Cuándo fue que...?

Por supuesto que es consciente de que es una hábil nadadora, pero no concibe en qué momento nadó al otro lado del río, justo donde... Se pasa una mano por sus cabellos, apartándolos del rostro y sus pestañas se separan ampliamente: lo recuerda. Es el punto exacto donde vio a aquel joven misterioso esa noche, o... ¿lo vio realmente? Se siente consternada y preocupada; ya no distingue sus sueños y su vigilia.

Es en este momento en que ve un muro a lo lejos, medianamente oculto por la maleza, pero no es eso lo que más la sorprende, sino las marcas talladas en él. Con una fuerte corazonada, corre en esa dirección, saltando ramas y césped alto, esquivando árboles hasta detenerse donde la sombra termina. Allí puede verlo a pleno: el muro de piedra, arcaico aunque inquebrantable ante el paso del tiempo, que es golpeado y calentado por el sol. Tallado sobre la piedra, está el símbolo que vio en su sueño: la espada y la estaca formando una cruz, y debajo de la marca, una especie de cuenco que sobresale del muro.

Recobrando el aliento, la chica traga saliva y se aproxima despacio, sintiendo el sol ardiente entrar en contacto con ella. Vuelve a acomodar su cabello para que no le estorbe en la cara y allí la ve: una llave con una cadena hundida en el agua cristalina de ese cuenco. La pieza plateada también tiene el símbolo tallado en miniatura. Como un acto reflejo, mete la mano en el agua para agarrarla, pero en cuanto entra en contacto con ella quema terriblemente, por lo que la saca, la sacude y frota, tratando de aliviar la sensación. Mira en varias direcciones tratando de hallar algo que la ayude a adquirir el objeto, pero ninguna de las pobres ramas que encuentra funcionan: todas son frágiles y se quiebran, así que, hastiada y frustrada, se quita su camiseta de tirantes, quedándose solo con su sostén deportivo, y la usa como guante para remover la llave de una vez. Incluso sobre la tela, siente que quema y, entre quejidos y maldiciones, corre de nuevo bajo la sombra de los árboles, con la esperanza de que sin el sol ya no le haga daño al tocarla, aunque esto no ocurre. De todas maneras, la envuelve en la prenda, la toma por un extremo y se la lleva de ahí como si de una pequeña bolsa se tratase.

Al retornar a la casa, deja la llave sobre la mesa de la cocina y se va a dar un baño. Da vueltas por la sala e intenta acercarse al objeto de nueva cuenta, pero no hay caso, la lastima.

―Christine... ―oye de repente y vira de inmediato la cabeza hacia uno de los ventanales.

Yoon-gi está ahí, golpeando quedo contra el vidrio, sus manos apoyadas contra el cristal y sus ojos profundos sobre ella.

―Ven... Ven a mí, Christine... ―reclama.

La muchacha se pone de pie y camina hacia su dirección, deteniéndose frente al ventanal.

―¿Me invitas a pasar...?

―S-sí... Yoon-gi... Eres bienvenido... ―dice, y apoya su mano sobre el cristal, justo sobre la palma del joven, y en ese mismo instante el vidrio se agrieta.

Los ojos de Christine se abren de golpe y realza la postura sobre la silla donde había caído dormida. Mira en varias direcciones, entre ellas al ventanal de la sala y suspira agitada, con esas palabras en su cabeza: "ven por mí".

Como si de una revelación se tratase, se pone de pie tan rápida como repentinamente, toma su bicicleta y sale de la casa. Respira agitada por la velocidad con la que empuña los pedales para adquirir mayor velocidad. Ahí no hay vecinos, mucho menos personas o transportes, por lo que solo la acompaña su aliento en todo el trayecto, en ese camino que parece conocer de memoria. Abandona la bicicleta bajando casi de un salto, sin importarle dejarla ahí tirada y se interna entre los árboles. Enciende su linterna para alumbrar el camino; no tiene miedo, sino una terrible abstinencia, como la peor droga que haya tocado su organismo. Siente que el aire se le escapa a montones y sus ojos se cristalizan un poco.

A unos pocos minutos de caminata consigue dar con una estructura amurallada de ladrillos. Su conmoción crece y, cuando ingresa al sitio, los murmullos comienzan: llaman su nombre, piden por su ayuda. Esa voz la desespera a un punto inaguantable, hasta que logra hallarlo con la luz de la linterna y también la luz de la luna. Yoon-gi alza el rostro y sonríe apenas.

―Christine... me encontraste...

―Sí... ―dice, todavía muy agitada.

―Tenía que ser en este momento... ―dice, con un tono débil―. La llave, preciosa...

―¡Sí! ―Se sobresalta y la muestra. La tenía en su bolsillo.

―Ten cuidado y no te lastimes.

―No lo haré ―afirma, y prácticamente corre detrás de él y se agacha para introducir la llave en la cerradura.

El "clic" se escucha y el muchacho cierra los ojos, suspirando con un gran alivio. Las cadenas se aflojan y caen, al igual que lo hace la llave de las manos de la chica. El metal arde un poco nada más, no le dio problemas para tocarlo esta vez.

El joven se estira y truena algunos huesos de su cuello, masajeando su hombro luego.

―Yo... Yoon-gi-ya...

El aludido se gira hacia ella y sonríe de lado. Camina en su dirección y con su mano corre el cabello asentado sobre su hombro.

―Lo hiciste muy bien... mi bella Christine...

La chica sonríe y pasea la mirada, apenada, pero en cuanto sus ojos se encuentran el extiende su brazo hacia su persona, la reclama, y ella, cuán fiel cierva, responde. Sus dedos fríos llegan a su cara y como si de un anestésico se tratase, deja caer la mejilla sobre su palma. Con su otra mano él abraza su cintura y adosa sus cuerpos. Sus labios llegan a su cuello; ella suspira. Él humedece la piel, ella libera el anuncio de una súplica con la siguiente exhalación. Un beso, otro, y al tercero, dos puñales que atraviesan su piel sin nada de esfuerzo. La mano de Yoon-gi viaja por su cabeza, apropiándose, y la otra estrecha más su cintura, apegando más sus cuerpos.

―¡Yoon-gi...! ―exclama suplicante, abrazándose a su torso y apretando su camisa negra entre sus dedos.

Gimotea y suspira oíble en la oscuridad que los envuelve. Seguidamente él se aparta y la damisela, un poco perdida, puede ver la sangre escurriendo por la comisura de su labio y cómo se relame sus colmillos.

―Va... Vampiro...

―Y tuyo... ―susurra, con una mirada profunda y un tanto siniestra.

Una vez más él hace un gesto con su mano y ella responde, cediendo a su llamado. La toma por el rostro esta vez y le da un giro a su cuerpo, haciendo que su espalda encuentre el pecho de él.

―Solo tuyo... ―musita cerca de su oído y deposita un pequeño beso detrás del cartílago―. Alza los brazos... ―ordena, y ella obedece.

Levanta su camiseta de tirantes y deja su torso al descubierto. Con una mano recorre sus pechos, la otra la desliza por su vientre, a la vez que da pequeños besos sobre la herida en su cuello, limpiando la sangre.

―Yo-Yoon-gi... ¿Qué... me haces?

―Me apodero de ti... ―dice y da otro beso, manchando sus labios―. Y tú vas a dejarme... ―agrega, y mete su mano dentro de la tela de sus shorts, masajeando el área con suavidad, usando cada dedo en cada rincón para llenarla de sugestión.

Un gemido sale disparado de ella en ese momento.

―¿Te gusta, Chris...?

Ella se muerde el labio bajo y asiente con otro plañido.

―A mí también me gusta...

De un arrebato, baja los pantalones de la chica y estos se deslizan por sus piernas hasta tocar el piso, ella levanta sus pies y se desprende al completo de ellos. Yoon-gi la toma por la cintura y enfrenta sus rostros, besa sus labios y desciende con su lengua por su mentón, su cuello y se estaciona en sus pechos. En ese interín, ella acaricia su cabello y le regala su voz repleta de satisfacción. Baja sus manos hasta la camisa, desprende los botones y acaricia su torso, escuchando cómo su respiración cambia. Él desliza la mano entre sus nalgas y la otra por delante. Roza los labios de su vagina con ellos, frota sintiendo la humedad y lleva dos dentro, estocando en el punto exacto y haciendo que se estremezca con placer. Un ritmo sensual comienza a la par de sus respiraciones y la mirada lujuriosa que se conceden. Ella sigue con su cinturón: lo desabrocha, desprende el botón y baja el cierre. Sentir las prendas más sueltas llena al vampiro de regocijo, pero sin lugar a dudas es mayor cuando siente la mano de Christine hacer presión contra la dureza en su entrepierna.

―Yoon-gi... Lo quiero...

―Por supuesto... es tuyo...

Sellan lo dicho con un beso. La muchacha desciende poco a poco por su pecho, su abdomen y se detiene en ese dulce falo que llama a sus labios y comienza a degustarlo. Los sonidos groseros y exhalaciones dificultosas no se hacen esperar, viéndose atrapados en una asfixia casi mutua.

―Eso es... huméctalo bien... Así se deslizará con mayor facilidad en tu interior... ―dice entre jadeos, mientras acaricia su cabello para poder contemplar su rostro.

Incluso en esa oscuridad, ante las tenues tonalidades que la luz de la luna les brinda, se ven a pleno, así como se sienten, compartiendo esos ojos oscuros y dedicados solo al otro.

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Las palmas de la chica golpean el muro y un grito agudo que se esfuerza por ocultar al apretar sus labios. Yoon-gi se mueve con avidez en la entrada reducida que ha decidido tomar primero. Al borde de las lágrimas, y como un mero acto reflejo, Christine lleva una mano contra sus nalgas que se sacuden frenéticas ante el acto, justo donde las pieles de ambos se estrellan. El muchacho agarra su mano y vuelve a situarla contra la pared, sin detener sus afanosos movimientos. La toma por los cabellos a continuación y acaricia su oreja con sus labios frescos.

―¿Te duele? ―susurra, agitado y con voz ronca.

―¡Sí...! ―gimotea, luego de un audible quejido.

―¿Quieres que me detenga? ―vuelve a susurrar, hundiéndose más en su interior con un lento y sinuoso meneo.

La joven aprieta los párpados, dejando que sus lágrimas corran sin pena o enojo, asimismo se muerde el labio inferior y niega con la cabeza.

Se envuelven en sí mismos por el deseo y más pronto que tarde se gritan de placer, atiborrando las paredes en conjunto con su libido. Ahora es la espalda de Christine la que toca los ladrillos; Yoon-gi está entre sus piernas, relamiendo sus labios después de haber degustado más de la sangre de su chica, de haber lamido todo lo que se escurrió por su torso, sin dejar rastro.

La toma esta vez por esa entrada donde se halla su punto más sensible. Ambos sin ni una sola prenda encima y sus cuerpos húmedos por el fuego que desprenden contra el otro. Los muslos de la muchacha abrazan la cadera de su compañero quien controla el subir y bajar de su cuerpo, acoplado a sus movimientos, con cada estocada con la que la vuelve cada vez más suya. Christine lo recibe gustosa y suspira sobre los labios impropios mientras entierra sus dedos en sus hebras negras. Incluso rozando el desfallecimiento, ninguno de los dos quiere detenerse.

Ella gime, débil ante su presencia, deseosa por su sexo, gustosa por el placer que le provoca, y con su respiración se lo deja claro. Con suspiros llama su nombre, recalcándole entre besos ruidosos y salivosos que lo ama y adora ser suya. Pronto los ruidos se tornan más agudos, constantes y la sensación inaguantable, hasta que la polución los golpea a ambos, desarmándolos de la cadera para abajo y estallando sus cuerdas vocales. Uniendo sus párpados en éxtasis y abriendo sus mandíbulas, solo para recibir la boca del otro, conectándolas como piezas que encajan perfectas, y ahogando los últimos suspiros orgásmicos, empujando y meneándose el uno contra el otro, para perpetuar el espectro de su glorificación descomedida.

Agitado todavía, el joven vampiro junta sus cuerpos húmedos, del mismo modo que lo hace con sus labios, con un toque desesperadamente necesitado.

―Yoon-gi...

―Chris... Lo hiciste de maravilla... ―jadea, dejando ver sus ojos ahora escarlatas, resplandecer en esa oscuridad.

Christine comparte ahora este mismo fulgor, así como los colmillos que se dejan ver bajo sus labios.

―Oh, amor... te extrañé... ―respira, dejando que su cabeza choque contra el muro donde él todavía la somete con cariño y ahínco.

―Sabía que podía contar contigo... ―dice y besa su pecho―. Sabía que volverías a mí... Siempre vuelves a mí... ―añade, subiendo la mirada hacia la impropia.

―Es imposible que me resista... a tus bellos susurros.

Y así, ambos vuelven a fundirse en otro beso. Él aprieta sus nalgas entre los dedos y ella tira de sus cabellos. En esa noche donde compartirán susurros y suspiros, y donde ya no volverán a ser separados jamás.


FIN

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