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33. El grito que quebró una esperanza

Senna jamás se había sentido tan asfixiada en un corredor abierto. El encierro subterráneo del que había escapado comenzaba a marearla y en la negrura de las escaleras se sentía incapaz de encender su fuego. Poco podía hacer que la delatara más que su fuego azul danzando entre sus dedos nerviosos. Sus ojos eran inútiles en la oscuridad, pero sus oídos distinguían los pasos marcados de los elekiená que avanzaban a poca distancia de su escondite. Sentía que, si daba un paso firme al frente, tropezaría con ellos.

También podía olerlos. La tierra húmeda, el cabello quemado, los aromas típicos que se describían en libros estaban ahí, a menos de un metro de ella, y podía imaginar que eran elekiená centrados en el cuerpo los que habían acudido esa noche. Los elekiená que un líder usaría en su defensa más cercana. Los menos discretos, los más letales. Y, si bien algunos días atrás un elekienákira le habría provisto el combustible para incendiar el sitio, ahora se convertía en una carga. Y su nuevo fuego de nihateiéh no dañaría a los elekienádrad en la magnitud que deseaba para sacar a su hermano de allí.

Deseó haber tenido tiempo para prepararse en lugar de desperdiciar la mañana trabajando en composiciones que debía entregar a fin de mes. Necesitaba un aliklivá, la confianza de un nudo bajo su ropa. Era la primera vez que se veía en peligro sin una preparación previa, por mínima que fuera, sin tener un segundo plan, en especial desde que su llama había abandonado Asakem. Habían pasado menos de dos semanas desde aquella noche y Senna no supo cómo su vida se había derrumbado en tan poco tiempo. No habría dudado en avanzar si solo fuera ella contra el clan para recuperar a su hermano, pero sus amigas estaban allí también y sabía que Iveski podía tomar ventaja de su ausencia. Por un instante, menos de lo que dura un segundo, pensó que, si Kilian estaba allí, podría ser de ayuda. Consideró retroceder, explicarle la situación y decirle que no estaba segura de conseguirlo sola. Es lo que Jouko le habría aconsejado hacer. Sin embargo, su orgullo se lo impedía. El temor de que Kilian pudiera traicionarla, también. Y, aunque no quisiera admitirlo, no deseaba ponerlo en peligro. Cuando rescatara a Jouko de aquel sitio, no quería revelarle que Kilian había salido perjudicado por su culpa.

Respiraba en silencio mientras prestaba atención al avance elekiená frente a ella y a cualquier alarma que pudiera nacer de Emma o de Tanja. Si seguía la marea de guardias, abandonaría toda posibilidad de ayudar a sus amigas. Su hermano estaba delante, ellas la esperaban detrás. Tenía que tomar una decisión.

Senna dio un paso al frente. El sonido de los pasos elekiená se hizo más nítido en su mente. El aire a su alrededor se tornó sólido y la obligó a retroceder. Supo de quién se trataba en el momento en el que una voz de mujer, tan firme como seca, alcanzó sus oídos.

—Si eres su hija, quédate quieta.

Senna obedeció. En ese instante dos pensamientos atravesaban su mente: podía fingir que era la hija de Jaakko Virtanen y el temor más profundo de Kilian era una elekienáhaja. El segundo se guardó en algún lugar de su memoria. El primero le dio seguridad. La esperaban kimiá, no alkyren. No híbrida con elekiená. La sorpresa estaría de su lado si no se revelaba desde un principio.

Había decidido que no confiaba en la mujer. El miedo de Kilian solo conseguía generarle desagrado y un respeto desmedido por sus capacidades, pero no le permitiría retenerla allí. Forcejeó para liberarse, segura de que podría acudir a su fuego y la sorpresa le daría libertad para continuar con su búsqueda.

La mujer lo intentó una vez más.

—Quieta, alkyren.

Senna se congeló. No había descubrimiento en su voz; la elekiená lo había sabido desde el principio. Intentó hilar sus ideas sin éxito, sin demostrar que estaba desencajada. La mujer a la que Kilian temía conocía a su padre, lo que implicaba conocer a Jouko. Conocerla a ella. De repente, no era tan ajena al clan elekiená como había imaginado ni estaba tan cerca de recuperar a su hermano como podría suponer.

¿Su familia era un objetivo como lo era también la de Tanja? ¿No era casualidad que hubiera tomado parte en aquella búsqueda?

—Muéstrate si no me temes —le susurró.

Oyó una carcajada suave, altanera. Unos dedos invisibles le acariciaron el cabello.

—Lo único que importa de mí es que soy una mujer de palabra. Que él resultara aquí fue un error que enmendaré.

—¿Cómo puedo creerte?

—¿Nadie te habló de mí?

Senna dudó. Solo Kilian la había mencionado, pero sus padres jamás le habían hablado de Kilian, por lo que todo lo que viniera de él era un secreto para ella. Buscó en su memoria algún indicio de la mujer que había visto minutos antes, segura de que eran la misma persona, pero no podía recordar a su padre mencionando a una mujer que ella no conociera. Pero Perttu conocía a algunos elekiená, su relación con Kilian era la prueba más contundente.

—Soy quien murió y sigue respirando. Si nadie te habló de mí es porque temen que mi futuro se refleje en ellos.

Detectó el plural. Solo podía significar que Ensio estaba al tanto. Si Ensio y su padre tenían trato con la alkyren, era poco descabellado creer que los cazadores estaban en contacto con esa isla también.

Elekienádrad para apagar la llama moribunda de un alkyren 'ei Anukig.

Elekienákira para ahogarlo con un fuego que no podrían controlar.

Elekienánama para que encender su llama en medio del agua se sienta una tortura.

Elekienáhaja para extraer el aire de sus pulmones.

Senna notó el escalofrío que recorrió su espalda cuando la mujer la soltó. No podía responder. Las ideas se mezclaban, las identidades le resultaban confusas. Si la mujer conocía a su padre, ¿era cierto que salvaría a Jouko? ¿Podía solucionar todo esa misma noche sin perder?

—Tengo una propuesta para ti.

Identificó el lugar desde el cual provenía la voz y enfocó su mirada. Los ojos de la mujer se hicieron visibles, como si quisiera facilitarle la tarea.

—La escucharé si me dices tu nombre.

En los ojos grises pudo apreciar una sonrisa. Se fundieron en el aire una vez más, ahora estaban cerca de su rostro. Los labios elekiená rozaban su oído. El miedo de Kilian cobró identidad en un susurro fresco y escalofriante que recorrió su cuello. Como si careciera de importancia, la mujer enunció su propuesta.

—Para que libere a tu hermano y a los demás, debo sortear a los guardias de Irmeeik y a él mismo. Ocúpate de llamar su atención y yo liberaré lo que has venido a buscar. En lo que a mí respecta, tengo lo que deseaba. Puedes usar a una elekienákira de confianza si necesitas alcance.

Podía ser una trampa. Podía distraerla de sus amigas para hacerse con Tanja y tener el camino libre a la heredera que tanto habían perseguido. Se arrepintió de haberle permitido entrar con ellas. Emma no era de interés elekiená y podía influir en Iveski, pero Tanja había sido un riesgo desde el principio de la noche y ella no lo había visto. Su molestia por la presencia de Kilian y su necesidad de darle a Tanja la oportunidad de volver a involucrarse en el mundo de su padre.

Había cometido error tras error y una sola palabra la separaba de cometer el peor de todos.

Perder a su hermano o perder a sus amigas.

Prefería entregarse en su lugar, pero que ellos no corrieran peligro.

¿Dónde estaba Kilian cuando había prometido que estarían a salvo con él?

—¿A cambio de qué?

Las palabras habían raspado su garganta al salir. La sequedad comenzaba a invadir sus vías respiratorias. Si no conseguía controlar el miedo a equivocarse, podía perder su única oportunidad por toser humo hasta que su alité se apaciguara.

—Tu parte lleva años saldada.

Como si Senna hubiera respondido, la mujer se marchó. El aire se agitó en dirección a la salida mientras se alejaba y Senna se apoyó contra la pared de piedra más cercana mientras repasaba qué había dicho. Se aclaró la garganta; respirar le molestaba. La irritación era una alerta que no le permitía olvidar que su alité era débil, que estaba fuera de control, que solo el invierno de Helsinki lo calmaba.

Una joven se acercó a ella con una sonrisa. Le tendió una capa negra similar a la de Kilian y se acercó a ella para hablarle con una sonrisa tan amplia que intensificaba el peligro de sus ojos.

—Mi nombre es Ralitsa y te ayudaré a incendiar la seguridad de Irmeeik.

La mujer dejó que una de sus manos se hiciera visible mientras reposaba sobre el hombro de la chica. Era una señal para Senna. No podía dañar a la protegida de quien liberaría a su hermano.

Solo que, hasta el momento, nadie había mencionado su naturaleza nihateiéh. Si Jouko no había exagerado al hablarle de las capacidades de Kilian, ella podría incendiar lo que deseara sin ninguna ayuda.

De repente, comprendió que su transformación era un regalo de Vanihèn y era la llave para liberar a su hermano.

Tenía que serlo.

Se cubrió con la capa, que olía a bosque y hojas secas, y siguió a Ralitsa en la oscuridad que minutos antes había analizado. La mujer podía controlar el aire que respiraba, aun así, se aseguraba de que Senna lo sintiera junto a su oído para que no perdiera de vista que también estaba allí, oculta ante los ojos de los demás pero pendiente de sus pasos.

El fuego elekiená encendía las antorchas que iluminaban la sala. Podía distinguirlo, la energía que desprendían tiraba de ella como si fuera la visión del lago Syrcut después de largos días atravesando el desierto de Asakem. Surtsalièn no era amable ni con sus visitantes ni con sus alkyren. Todos agonizaban por igual en el desierto que no acababa por matar a nadie. El fuego se reflejó en la mirada de Senna. Su garganta se relajó. El dragón no la había cuidado lo suficiente y su hogar ya no le pertenecía. ¿Cuántas veces tenía que repetírselo para creerlo?

—Baja la cabeza —susurró la mujer.

Senna obedeció con lentitud para fingir que tenía el control. Lo único que tenía era un secreto y un hermano que esperaba por ella.

Se detuvieron. Ralitsa deslizó su mano hasta que los dedos de Senna le rodearon la muñeca, pero ella se apartó. El escenario que se extendía frente a ella no era lo que esperaba.

Había tres rocas al fondo de la sala, en el extremo opuesto al suyo. Tres piedras inmensas que brillaban con un blanco tan puro que dañaba la visión. La primera mitad de la habitación se iluminaba solo con su brillo y Senna no habría mantenido la mirada posada en la superficie irregular de las piedras si no hubiera distinguido, luego de segundos de contemplación fija, cómo palpitaban en colores. Solo una, la que mostraba matices rojizos, llamó su atención.

«Me abandonaste a mí, pero no dejes a mi hermano», le pidió a Surtsalièn.

El rojo de su alité teñía las aristas irregulares de la piedra y Senna sabía que él estaba en su interior, que esa roca había atrapado su conciencia. Una sombra sobre la tercera piedra la distrajo. La mujer estaba allí, dispuesta a liberar al primero. Senna entrecerró los ojos. El trato era por su hermano. Debió prever que la mujer desconfiaría de su complicidad y dejaría a Jouko para el final.

Inhaló guiándose por el ritmo lento con el que cambiaban las tonalidades de la piedra. Su fuego era fuego elekiená, de un rojo anaranjado que no se acercaba a ningún alité que conociera. Por más azul que fuera su llama, el fuego que podía crear mantenía su secreto a salvo. Exhaló sin prisa. Fijó su mirada en la silueta de la mujer, que se asomaba sobre una piedra. Uno de los guardias levantó una mano en su dirección.

El momento había llegado.

Senna juntó sus manos, ignorando la oferta de Ralitsa, y generó bajo su capa el calor que necesitaba para poner a su hermano en zona segura. Cuando el muro invisible comenzó a crecer entre las piedras y los guardias, Senna lo vio. Irmeeik caminaba entre la blancura y su escudo solo había servido para aislar a Jouko con él. El hombre vio a su hermana, la sombra que el fuego bajo conseguía proyectar sobre sus cabezas.

—¿Tienes cómo hablar con ella? —le preguntó a Ralitsa, pero la joven negó sin ocultar la resignación de su mirada.

Irmeeik esbozó una sonrisa que no tardó en convertirse en una carcajada que le atravesó la piel y los huesos. Se reía porque no lo lograrían. Se reía porque nadie, ni siquiera Senna, había notado el cambio de luz que alteraba los patrones de las sombras. Se reía porque había burlado a una elekiená tan poderosa que podía fundirse con su poder.

Y ahora estaba atrapado con ella tras un muro invisible.

Senna avanzó entre los elekiená sin percatarse de los llamados de atención. No tenía la contextura física de los guardias, pero sus sentidos estaban tan alertas que podría crear un escudo a su alrededor en menos de un segundo. Solo tenía que ubicarse junto a su hermano, permitir que la mujer terminara y cuidar la piedra palpitante como si su vida estuviera allí. Y lo estaba.

La tercera piedra perdió el brillo verdoso que un segundo antes había sido celeste. Ya no cambiaba de colores, tampoco resplandecía. Sus vértices reflejaban la luz de las antorchas sin que nada en su interior demostrara que era una prisión. Uno de los chicos había sido liberado.

Los guardias avanzaron en dirección a su líder, que había dejado de reír. Irmeeik se había arrodillado sobre la tierra húmeda y murmuraba con las manos hundidas en el suelo. Senna negó con incredulidad. La tierra elekiená podía apagar un alité. ¿Sabría él la naturaleza de sus víctimas? Lo vio dirigirse a la primera roca. No perdería el tiempo con aquella en la que su hermana estaba trabajando. Los guardias habían llegado al escudo y no tardaron en descubrir que el fuego solo le daba más rigidez. Fue entonces cuando los elekienákira retrocedieron. Los elekienádrad se adelantaron y se cubrieron las manos con tierra al igual que su líder.

Senna dio un paso atrás y chocó con Ralitsa.

El escudo comenzaba a fallar.

Las manos cubiertas de tierra de Irmeeik estaban sobre la primera roca, la que brillaba con el alité de Jouko.

La segunda roca se apagó igual que la primera y Senna supo que había cumplido con sus amigas, pero se había fallado a sí misma.

Le había fallado a su hermano.

La piedra que lo contenía se quebró y humo rojizo surgió de la grieta. El muro se desintegró y Senna se llevó ambas manos al centro de su pecho. Cayó de rodillas al suelo y gritó.

Gritó para que Vanihèn la oyera y confiara en que no volvería a entregarse a él si no salvaba a su hermano.

Gritó para que Surtsalièn llorara, ya fuera por su alarido o por haber perdido a su mejor alkyren, después de Perttu.

Gritó para que sus amigas huyeran del peligro, para que Kilian estuviera alerta por ellas y las sacara de esa isla.

Gritó para quitarse del cuerpo la picazón de un poder que le exigía expandirse y atravesar el lugar.

Gritó mientras la presión aumentaba en los oídos de los guardias y los aturdía, los inutilizaba.

Gritó y se incorporó. Miró a los ojos de Irmeeik. La capa ya no la cubría, tampoco a las lágrimas que le cubrían el rostro.

El líder elekiená no ocultó la sorpresa. Cuando soltó la roca, extendió una mano hacia ella, pero Senna ya se había concentrado en él. Extendió una mano hacia Irmeeik y él no perdió la oportunidad de arrojar sobre ella la tierra que abrigaba en un puño. Senna la dejó caer, confundida. Ardía. Por más que la tierra elekiená pudiera ralentizarla, no podía dañarla como... El libro. Le ardía como le había ardido tocar el libro de Jaakko. La tierra estaba mezclada con sahar meieli.

Senna retrocedió un paso. Irmeeik se adelantó. Los elekiená que los rodeaban oscilaban entre el aturdimiento y el mareo, y eran incapaces de mantenerse firmes. La sombra de su aliada ya no se distinguía en ningún rincón. Las antorchas se apagaron y una mano se cerró sobre sus labios antes de que su cuerpo se levantara del suelo contra su voluntad y alguien la sacara de allí.

Sara no se había alejado de su hijo. Nott, de pie junto a la ventana, tampoco había abandonado el cuarto. Mantenían un silencio incómodo que no les resultaba difícil ignorar.

—Me iré en cuanto Senna regrese —aclaró en voz baja.

Sara no alejó la mirada del rostro de Jouko. Temía revisar sus latidos, pero no se le había escapado que sus ojos se movían como si soñara. Tomaría ese reflejo como una señal. Habían subido la calefacción y ahora notaba las consecuencias en la piel tirante de sus mejillas y en su garganta reseca, pero bajar a la cocina para buscar agua estaba lejos de sus opciones.

—No pregunté cuándo te irías.

—Te lo preguntas cada vez que me ves.

Sara inclinó la cabeza sin alejar la mirada de los párpados de Jouko. Parecía dormido. Cuando era pequeño solía descansar con aquella quietud. La adolescencia le había dado las primeras pesadillas y jamás consiguió mantener las sábanas en su lugar desde entonces.

—Mencionaste cuándo te irías hoy. Lo que me importa es saber cuándo te irás de nuestras vidas.

Nott abrió la ventana y sacó un cigarrillo. Lo extendió hacia Sara.

—¿Tienes fuego? —preguntó con una sonrisa altanera.

Sara no le dirigió la mirada, tan solo le señaló el escritorio. Nott cruzó la habitación, encendió el cigarrillo y regresó junto a la ventana.

—Senna me quiere aquí. Jouko también. —Suspiró. Su mirada se perdió en algún punto del cielo—. Tu hijo me importa, Sara. Es lo único que de verdad me importa.

Solo en ese momento la mujer la contempló. Vestida de cuero, con el cabello tan rojo que brillaba incluso en la noche y los ojos tan negros que parecían la puerta al abismo, acababa de confesar una debilidad.

—También le importo —agregó—. Solo para que lo sepas.

Las náuseas llegaron una vez más. Llevaban días apareciendo y desapareciendo de manera aleatoria, acompañando los dolores articulares y el cansancio crónico. Sara se incorporó y salió del cuarto en dirección al baño, convencida de que vomitaría de verdad. Una vez allí, abrió el grifo y se mojó el rostro para aplacar el acaloramiento de su piel.

Le temblaban las manos. No podía dejar a Jouko solo con Nott en la misma habitación, no cuando él estaba tan vulnerable, y no podía contener el impulso de llamar a Senna para asegurarse de que todo estuviera en orden. No había nada que ella pudiera hacer más que esperar. Su hija también lo sabía. Por eso había obligado a Nott a quedarse.

Abrió la ventana dispuesta a recibir el aire helado de la noche. Su rostro húmedo se congeló ante la brisa y Sara se permitió cerrar los ojos. ¿Cuándo había fallado con sus hijos? ¿Cuándo los había alejado? Ni siquiera sabía si alguna vez había tenido la oportunidad de recuperarlos y la había dejado pasar. Apoyó la cabeza contra el marco de la ventana. Las estrellas no brillaban en el cielo. Cerró los ojos una vez más e inhaló el aire frío que la cubría.

«Lo siento».

En un único movimiento abrió los ojos y se alejó de la ventana.

«Lo siento tanto».

Retrocedió con pasos lentos, inseguros. Oía la disculpa en el aire, rodeándola sin apresarla. A fin de cuentas, eran solo palabras, pero encerraban una culpa que le resultaba ajena.

«Lo siento, Sara».

Entró al cuarto con prisa, sin preocuparse por la alerta en el rostro de Nott. Se sentó junto a él, sobre la cama. Hundió las manos en el cabello de su hijo para mantener la cabeza firme y se concentró en sus ojos.

Los párpados de Jouko habían dejado de moverse.

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