30. Las promesas que creyeron | Parte 1
Cuando los nudillos de Nott golpearon con suavidad la puerta, Senna estaba revisando notas frente al piano. Tenía un lápiz entre los dientes y una línea marcada en el entrecejo, y el único movimiento que hizo al verla consistió en mover los ojos en su dirección. Se contemplaron durante algunos segundos en silencio mientras evaluaban cada una el cansancio en la mirada de la otra. Nott llevaba el cabello suelto y sus ondas rojizas caían por debajo de sus hombros, enmarcando la preocupación en su semblante. Había intentado reemplazarla por calidez antes de subir las escaleras, pero sus intentos por mantener una máscara fracasaban con más frecuencia cada día.
Se acercó despacio.
—¿Cómo está todo en Laponia? ¿Tus abuelos se encuentran bien? —Su amiga continuó con el compás que había dejado por la mitad, concentrada en el papel.
Nott seguía el movimiento de sus dedos sobre las teclas con los ojos perdidos. Pocas veces hallaba a Senna en la sala de Perttu, que también era suya a medio tiempo, y sabía que cuando la descubrían allí, prefería recibir a las visitas en otro espacio de la casa. En esa ocasión, no parecía dispuesta a marcharse.
—Están bien. ¿Por qué no compones para ti? En lugar de componer éxitos de otros grupos, podrías formar el tuyo.
Senna se detuvo. Dejó el lápiz a un lado y giró en el asiento para enfrentar a su amiga.
—Todo lo que soy está en mis composiciones —le confesó en voz baja—. Sería fácil conocerme si todo estuviera en un único lugar. Si vendo lo que hago, los seguidores de los artistas que cantan mis canciones solo tienen fragmentos inconexos de una historia que no llegarán a conocer del todo. Además, detesto viajar y tratar con los medios.
Nott sonrió con tristeza, comprendía su preocupación. Ella también era fragmentos de una identidad y Senna apenas podía saber lo mínimo indispensable sobre su vida. Por momentos deseaba sentir culpa por su hermetismo, por el daño que, decían, había ocasionado, pero alguien como ella estaba más allá del dolor y la verdad.
—¿Qué tienes, Senna? El mensaje decía que viniera urgente.
El escenario que imaginó mientras se dirigía a su destino no se parecía en nada al que había encontrado al llegar y ya no estaba segura de que hubiera prisa. Senna contuvo un suspiro a la mitad. Nott dio un paso hacia su amiga y buscó su mirada. Exigió su atención.
—Jouko lleva toda la mañana sin hablarme. Dije algo que le molestó y... No lo sé, Nott, creo que solo te quería aquí. Tú me entiendes. Tú sabes que ser ignorada por Jouko no es lo mismo que ser ignorada por cualquier otra persona.
Dio un paso temeroso hacia atrás. Senna enderezó su espalda, como si lo hubiera notado.
—¿Desde cuándo lo sospechas? ¿Por qué nunca me lo dijiste antes?
La caída ante la carne no era para Nott tan indigna como la caída ante el sentimiento. Senna jamás podría establecer una diferencia semejante.
—Es la primera vez que te lo digo a ti, pero a él se lo menciono a diario. Estoy cansada de que se busquen sin hablar y esta vez necesito que alguien entienda cómo me siento. —Senna se puso de pie—. Llevo meses intentando conseguir una acción clara de su parte, pero solo consigo frustración.
—No debiste insistir si él no muestra interés. Déjalo estar, Senna.
La joven cerró la puerta entreabierta y negó con molestia. Sus cabellos negros pesaban tanto que apenas se movieron de su sitio.
—Jouko tiene un problema. No sé cómo explicártelo sin enredarme en temas que no te interesarán, pero mi hermano teme que... —Hizo una pausa. Sus ojos se entrecerraron con desconfianza y Nott esperó estar a la altura de su juicio. Por un instante deseó que Senna olvidara la conversación, pero su orgullo deseaba que la considerara de confianza. Ansiaba el reconocimiento—. Teme que tú seas para él lo que mamá es a nuestro padre.
Lo había comprendido, más de lo que Senna podía imaginar. El fuego de la esperanza quemaba en su interior y trató de apagarlo con la realidad que se había repetido durante los últimos meses, la misma a la que se aferraba cada vez que pisaba ese lugar. Senna parecía buscar una respuesta más sólida, pero Nott no la necesitaba.
—Quieres que hable con él, ¿verdad?
—Quiero que te quedes aquí, que me hagas compañía. Estoy sola, Nott. No tengo nada sin él.
Podía ver sus ojos con la claridad con la que veía su llama. Ni Senna ni su alité mentían y el vacío se había anclado en su pecho con la promesa de no marcharse.
Murmuró que regresaría en un momento y salió de la habitación. La puerta de Jouko estaba enfrente y golpeó la madera una única vez. Ninguna voz habló.
—¿Jouko? Soy Nott. ¿Puedo hablar contigo?
—Dile a Senna que sigo molesto, que prefiero no verla hoy.
Desconocía lo que había pasado entre ellos, pero era la primera vez que los veía distantes de ese modo. Era, en parte, el motivo por el que no había tardado en llegar cuando recibió el llamado de Senna. Pero su amiga no le había pedido que la acompañara para hablar con Jouko y Nott estaba al otro lado de su puerta, dispuesta a hablar con él.
—Estoy sola. —Solo allí supo que había tomado una decisión. Iba a hacerlo—. ¿Puedes alejarte de la puerta? —Tras unos segundos agregó—: Estás vestido, ¿verdad?
Oyó una risa baja y una confirmación. Nott se llevó las manos al rostro. Deseó que alguien la detuviera, pero nadie habría sido capaz. Deseó poder detenerse, haberlo pensado mejor. Deseó marcharse, pero Jouko la esperaba. Ella esperaba aquel momento. Sus dedos comenzaron a desvanecerse. Desde su pecho nació una luz que envolvió en llamas la mitad superior de su cuerpo mientras el resto desaparecía. El fuego en el que se había convertido, brillante en su blancura, atravesó la puerta y se propagó a la hoja interna frente a la mirada desencajada de Jouko. Las llamas cubrían la madera y ardían sin dañarla. Luego, mientras los ojos de su espectador no dejaban de enfocarse en ella, Nott recobró su cuerpo. Sus pies fueron los primeros en aparecer, luego se mostraron sus piernas, y poco a poco se alejó de la puerta que los había separado, del velo que los había envuelto en una mentira.
—Compartiré un secreto contigo si accedes a hablar con tu hermana.
Senna era una excusa para revelarse ante él y la usaría sin remordimiento.
Jouko no había pronunciado palabra alguna. Dio un paso hacia atrás, dispuesto a arrodillarse ante ella, y Nott lo detuvo.
—Los alkyren de la Tierra no me deben reconocimiento —le dijo—. Mi alité no vale aquí lo mismo que en Alkaham.
—¿Qué...? ¿Cómo...? —Se llevó las manos a la cabeza y desordenó su cabello con los dedos, confundido. Se sentó sobre la cama y la invitó a acompañarlo—. ¿Qué haces aquí?
—Estoy atrapada, igual que ustedes. Ni mis hermanos ni yo podemos abrir los caminos y yo soy la única de este lado del portal. Estaba aquí cuando nuestros dragones lo cerraron y permanecí en Finlandia durante todo este tiempo.
—¿Cómo diste con nosotros? ¿Y cómo es que no sabíamos de...? —Se calló. Lo había comprendido por fin—. Sí lo sabíamos, solo que no tenías este cuerpo. Fuiste tú. Tú borraste la memoria de mi madre.
¿Había rencor en su voz o solo el dolor del reconocimiento? Nott extendió una mano hacia él y la retiró antes de alcanzar a rozarlo. Había hallado el motivo para arrepentirse de lo que había hecho.
—Conocí a tus padres porque Perttu necesitaba un giakyren para validar tu nacimiento. Mi relación con Senna no está marcada por mis obligaciones, así como tampoco lo está mi relación contigo. Elijo estar aquí, Jouko. Elijo hacerte parte de mi verdad porque no me gustaría que creyeras que soy humana y que tu destino es sufrir lo que Perttu sufrió.
Lo había dicho. Había puesto en palabras el temor del joven y él era incapaz de responder. Su mirada aterrada le provocaba arrepentimiento. Su vida se medía en eternidades y en ninguna de ellas había sentido la culpa que ahora se retorcía en su garganta. Acercó una mano hacia él y esta vez sí cerró los dedos sobre su puño cerrado. Le acarició la piel con sus uñas pintadas de morado.
—Es un secreto, Jouko. Tu madre no me recuerda y Senna no lo sabe. Es nuestro secreto.
Las palabras bastaron para convencerlo. Tomó la mano de Nott entre las suyas. La joven leyó en su silencio la pregunta que se había instalado en su mente.
—No puedo traer a Perttu de regreso. Ya lo intenté.
Jouko suspiró. Pareció rendirse por un instante.
—Está en el Sivoja —explicó ella—. La única razón para que nadie pueda dar con él es que esté ahí, atrapado. No puede regresar, nadie puede buscarlo. Si alguien como yo lo intentara, quedaría allí de por vida.
Él asintió con pesar. Llevó la mano que aún sostenía entre las suyas a su pecho, la serenidad cubría su rostro mientras la contemplaba.
—No soy humana —le recordó, como si tuviera que aclararlo. La necesidad de que él lo aceptara tan pronto como fuera posible quemaba su interior—. No necesitas esconderte frente a mí.
Sentía que su akmieele se había detenido en la espera de una respuesta. Los segundos caían a su alrededor mientras ninguno se atrevía a hablar. Nott veía el temor en Jouko, el respeto que tenía por ella, ahora más que nunca.
—Lo siento —susurró.
Jouko jamás sabría de qué se arrepentía.
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