29. Más que un líder | Parte 2
Los ojos de Tiunda no alcanzaban a fijarse en los de Kaurin. Iveski casi sentía pena por él, por la situación en la que lo había metido. Casi.
El recibidor del cuarto de Kaurin era lo bastante privado para que nadie los interrumpiera y habían acordado que Tiunda no sabría las razones que lo habían llevado allí hasta el último momento. No desconfiaban de él, pero sí del lugar, de los oídos disfrazados de guardias y los ojos que fingían ser custodios.
La mujer inspeccionaba al elekienáhaja con cautela, como si no estuviera segura de que era la mejor opción. Tiunda sudaba bajo su escrutinio con las manos extendidas.
—Creo en tu palabra —concluyó la mujer—. Recuerda que el líquido debe tocar sus ojos, no los párpados, y que nadie debe verte. Ocúltate hasta de tus hermanos, Tiunda, y lleva este secreto contigo. Ni tu alkat ni tu alkap son autoridades para romper tu promesa.
Tiunda hizo una mueca. Iveski sintió que podía llegar a protestar y con eso se acabaría toda su esperanza, pero su amigo acabó por asentir y por confirmar su decisión.
—Entendido, señora. Mi promesa nos pertenece solo a nosotros. Nadie sabrá jamás que esta tarea me fue encomendada.
La mujer dejó caer en las manos del elekienáhaja un frasco con gotero. Era diminuto y transparente, y a través del cristal Iveski notó cómo el líquido se arremolinaba en ondas de colores que parecían tener vida propia. Cuando dejaban de moverse, el color se perdía. La vida se iba.
Kaurin se retiró a su kiimtabar y los dejó solos. Solo allí Tiunda dejó escapar un suspiro.
—¿Qué es todo esto? —le preguntó en un susurro, como si temiera que las paredes fueran a escucharlo.
—Es una tarea privada, nada más. Vamos, te acompañaré a la costa.
—No, Iveski. Quiero saber qué es esto. —Se plantó con firmeza y lo miró como a un igual. Iveski jamás sabría qué se sentiría el ser mirado por su amigo con el temor con el que miraba a Kaurin—. Van a obligarlas a volver, pero nadie más lo sabe. ¿Quiénes están detrás de esto? ¿Irmeeik decidió dejar todo en manos de su hermana y no habló él con su seguridad? No quieras hacerme creer que nos estamos escondiendo aquí porque él ya lo sabe y lo oculta de su gente. Del clan lo creo, pero no de sus guardias. Y a ellos le teme Kaurin, ¿no es cierto?
—Eres demasiado perspicaz, Tiunda —se quejó—. Tanto que podrías perder la lengua algún día por eso.
—Entonces habla. Dime qué intención tienen.
—Queremos traerlas a la fuerza, sí. Irmeeik cree que volverán por el libro, pero yo hablé con ellas. No les interesa el libro más de lo que les interesa estar a salvo. Si el libro no es su prioridad, debemos dar con algo que sí lo sea.
Tiunda se rascó la nuca, ansioso. No estaba conforme con su tarea, Iveski podía verlo, pero también notaba que su amigo tenía el valor para tomarla y cumplirla para no fallarle a Kaurin, para no fallarle a él. Era posible que, incluso en ese clan repleto de elekiená que no respetaran a su alkap, Iveski viera un futuro para Kaurin como líder. Un futuro para él. Era la primera decisión que tomaban juntos, a espaldas de Irmeeik, y no era rechazada por quien debía cumplir la orden.
Puso una mano en el hombro de su amigo. No sabía cómo agradecerle sin perder su posición, la altura que había logrado en esa reunión improvisada.
—Vendrán, como Irmeeik desea. Él quiere que sea cuanto antes, pero no cuenta con que lo haremos hoy. Sus guardias estarán distraídos.
Tiunda inclinó la cabeza hacia él. Tenía los ojos entrecerrados y la incredulidad plantada en el rostro.
—¿Quieres que escapen? ¿Kaurin busca que Irmeeik fracase en su tarea de romper el vínculo del kimiá con su aprendiz?
—Queremos hablar con ellas antes de entregarlas —explicó Iveski—. Queremos saber cómo dieron con nosotros, cómo supieron quiénes éramos. Una de ellas nos reconoce y tiene la posibilidad de reducirnos. Los guardias no las esperan, pero tememos que podrían no ser suficientes.
—¿Todos nuestros guardias contra una joven de nuestra edad? ¿Cuántas posibilidades tienen?
Iveski se encogió de hombros. No era propio de un líder hacerlo, pero él tampoco era un líder. No era más que un próximo en la fila.
—Según Kaurin, el estar protegidos podría volverse en nuestra contra. Ella teme lo peor y no me arriesgo a contradecirla. Hablaremos con ellas primero. Si no resulta, daremos aviso de que están aquí.
Tiunda sacudió la cabeza. Se dirigía a la salida, pero no dejaba de retroceder hacia él.
—Podríamos hablar con ellas en el exterior, sin dejarles saber dónde vivimos. Sin exponernos. Podríamos dejar que crean que ellas tienen las riendas de la situación y reducirlas.
—No alcanzará, Tiunda.
—Podríamos estar preparados. Dejar que crean que es una conversación neutral y poner a nuestros guardias en cada rincón, esperando.
—Tiunda... —Iveski giró en dirección al kiimtabar de Kaurin y se acercó más a su amigo. Habló en voz baja, tanto que era casi imposible oírlo—. Creemos que podrían estar protegidas por un alkyren. Una de ellas podría incluso ser una alkyren. Si es así, el daño que intentemos hacerle solo le serviría de combustible. No sabemos qué entrenamiento tiene la aprendiz del kimiá y no sabemos nada de la tercera. Si nos sorprenden, pueden hacer un gran daño perdiendo lo mínimo. Si no las traemos con la amenaza de dejarlas con la responsabilidad de perder a alguien querido, no tendremos una ventaja real. Si las forzamos a venir, estarán furiosas. Si vienen a rescatar a alguien, no podrán hacer volar la isla sin perder algo a cambio.
El silencio entre ambos duró algunos segundos. Él no le había mencionado a Tiunda sobre lo que había visto la noche que intentaron tenderles una trampa. No había hablado con nadie, salvo con Kaurin, y ni siquiera ella sabía toda la verdad.
—Ve, haz lo que se te pidió y regresa cuanto antes. Nadie puede notar que te marchaste y será mejor mantenerlo en secreto. Tus permisos de salir de la isla podrían sufrir las consecuencias y no podríamos repararlo.
—Deberíamos investigarlas por separado antes de tenderles una trama —sugirió Tiunda, desganado. Parecía haber comprendido el riesgo—. ¿Qué podemos perder con esperar un par de días?
—Buscaron el libro al día siguiente, lo que significa una de dos posibilidades: o lo necesitan con urgencia, o bien no quieren que tengamos acceso a lo que se diga allí. No sé nada de ellas, tienes razón, pero no se quedarán cruzadas de brazos mientras nosotros tratamos de averiguar. Además, ¿con quiénes contamos? Kaurin no puede salir de aquí, tú estás bajo supervisión y pocas veces puedes escabullirte. Nadie más es de confianza. —Tiunda iba a replicar, había separado los labios con una mueca de hastío, pero Iveski lo interrumpió—. Kaurin y yo estuvimos discutiendo cómo avanzar con este asunto durante toda la tarde. Irmeeik las espera, solo que no las espera tan pronto. Sus guardias estarán listos en cuanto los necesitemos, solo queremos que no se anticipen para tener la oportunidad de conversar con ellas antes.
—Espero que no se equivoquen. De verdad, Iveski. Espero que esto no nos perjudique.
Le dio una palmada en el brazo, escondió el gotero y emprendió el regreso a los pasillos que lo llevarían al exterior. Iveski suspiró y se dejó caer sobre la pared de piedra. Su cuerpo no estaba listo para afrontar lo que podía ocurrir. Su mente tampoco.
Kaurin se asomó al otro extremo de la habitación. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión de incomodidad en el rostro.
—¿Está convencido de su tarea?
—Lo hará. Solo no confía en por qué lo hará.
—¿Le teme a ser invisible y estar tan cerca de alguien que puede destrozarlo?
—No, le da impresión tocar ojos. —Se incorporó y se acercó a ella. La mujer le sonreía sin felicidad—. ¿Cuál es el plan con ellas? ¿Estás segura de que ellas no podrán llegar aquí?
—No saben cómo dar con nuestra ubicación ni cómo ver nuestro clan. Por más cerca que lleguen, no estarán aquí. Liberaremos nuestras almas cautivas cuando no tengan nada por revelarnos, nadie sabrá lo que ocurrió. Mañana sabremos de ellas más de lo que cualquier espía podría decirnos y ellas creerán que se trató de una advertencia.
Él asintió y anunció que regresaría más tarde, cuando terminara su próxima clase. Cuando estaba cerca de las escaleras, Kaurin lo detuvo.
—Supe que ya acabaste el altar de tu hermano. Si estás de acuerdo, me gustaría verlo.
Por primera vez en meses su sonrisa expresó genuina felicidad.
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