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29. Más que un líder | Parte 1

Los ojos de Irmeeik se centraron en la bolsa de piel. Los nudos habían caído al suelo y reflejaban la tenue luz de las velas, que se mantenían ardiendo gracias al trabajo de ventilación que Torkne había logrado en las habitaciones subterráneas. Se acercó sin prisa, hundiendo sus pies en la tierra húmeda, sintiéndola. Su andar encorvado ralentizaba cada uno de sus movimientos. Su rostro gritaba que caminar le producía dolor. Se dirigió a Samuel con un ligero temblor en su voz.

—¿Dónde estaban?

El joven dio un paso hacia él con prudencia. Inclinó el torso en dirección al hombre que se acuclillaba sobre los nudos y los contemplaba con terror. Su mirada reflejaba la empatía que sentía por su vulnerabilidad.

—Debajo de la ventana, donde usted imaginó.

—¿Alguien te vio tomarlos?

Irmeeik vio la duda en su semblante.

—Alguien me vio, sí, pero jamás descubriría la verdadera razón de mi presencia ahí.

—¿Quién es esta persona?

—Alguien que me conoce, pero de quien no debemos preocuparnos —le aseguró—. Jamás vio las piedras y no tendrá motivos para dañar a nadie con ellas.

Samuel había cambiado el peso de un pie a otro tan rápido que Torkne, a un costado de la sala, estaba en alerta. Irmeeik le hizo una seña por lo bajo antes de dirigirse al joven.

—Tú... Tú eres diferente al resto —afirmó con convicción—. Tú has visto el daño que estas piedras producen y has sacrificado parte de tu presente para luchar contra la amenaza que representan. Nadie que te conozca sabe como tú el alcance de este poder. —Samuel asintió. Había fijado la vista en el suelo y en sus pies sucios, hundidos en la tierra—. ¿Cómo está la pequeña? ¿Era tu hija?

—Mi sobrina, señor. El antídoto que me dio hace efecto, solo que... Bueno...

—¿Qué?

—Es muy lento. La mejoría no es la que esperaba.

La expresión de Irmeeik pasó de la angustia a la autocompasión en segundos. Samuel encontró su mirada.

—Si hubieras aparecido antes en mi vida —le susurró—, antes de que este veneno me consumiera, la niña estaría curada. Lo siento.

Agachó la cabeza y Samuel se arrodilló frente a él.

—Yo soy quien lo siente. Si usted hubiera tenido la posibilidad que mi sobrina tiene ahora, la situación sería diferente. Espero que lo sea para ella.

Irmeeik asintió. Las piezas comenzaban a acomodarse.

—Si prefieres estar más tiempo con ella, no te preocupes por la búsqueda...

—¡No! —exclamó Samuel. Torkne dio un paso hacia ellos y el joven supo que debía bajar la voz—. No. Haré mi parte del trato porque cumplo mi palabra. Y porque me parece una injusticia que el veneno de estas rocas lo haya perjudicado tanto desde niño. Nadie merece pasar por ese dolor a esa edad.

Los ojos de Irmeeik brillaron y el hombre tomó una mano de Samuel entre las suyas. Separó los labios para agradecerle cuando Torkne se acercó a ellos con prisa.

—Me temo que la visita ha concluido. Alguien viene, señor.

—Ah, los enfermos nunca hallamos la tranquilidad en estar solos —susurró Irmeeik con una triste sonrisa.

Samuel se despidió mientras Torkne le indicaba el camino para salir de allí sin ser visto. Cuando el elekiená regresó, Irmeeik estaba de pie y había guardado los nudos dentro de la bolsa. Su porte era el de un líder y sus pasos decididos cubrieron las huellas que los hombres habían dejado al marcharse.

—Su hermana se acerca, señor —anunció Torkne entre susurros a su regreso—. ¿Cuáles son sus órdenes?

—Dale una dosis de calmante esta noche, buscará una recompensa inmediata por haber entregado los nudos tan rápido. Asegúrate de que la niña lo beba completo. Él debe seguir viniendo. —Torkne asintió. Los pasos de Kaurin hacían eco en la entrada de la sala de piedra y una sonrisa asomó en la mirada de Irmeeik—. Vete. Debo hablar con ella a solas. Ocúpate de esconder esto y luego visita al humano.

Le entregó la bolsa y Torkne la escondió en su ropa de inmediato. Se marchó por la entrada principal y se oyó cómo saludaba con respeto a la mujer más importante del clan.

Kaurin llevaba suelto su cabello blanquecino, como de costumbre. Ligeras ondulaciones delataban que había pasado más tiempo del que decía en su kiimtabar, pero Irmeeik no podía adivinar en qué trabajaba. Las inquietudes de su hermana eran un misterio para él. Se acercó a ella con firmeza en sus pasos, como si el suelo se hiciera más sólido con su presencia y le diera el sostén necesario para no tropezar. Deslizó un pulgar desde el entrecejo de la mujer hasta su barbilla a modo de saludo. Siempre que rozaba sus labios sentía cómo se detenía su respiración.

—Debemos hablar, Irmeeik.

La expresión rígida de su rostro contradecía el quiebre de su voz. Kaurin fingía fortaleza hasta creer que en verdad la poseía. Sin embargo, Irmeeik sabía que ni sus ojos ni su voz traicionaban.

—Te escucho con atención.

Ella se acercó con cautela. La cercanía jamás los había llevado a buen puerto.

—Debemos hablar del kimiá. Necesito saber cuáles son tus planes con él para saber cómo ayudarte, cómo cumplir mi parte.

—¿Acaso no trabajas en las sustancias que te encargo? —preguntó. Kaurin asintió—. ¿No transmites las órdenes que te indico? —Asintió una vez más—. ¿No guías a tu aikap con las líneas que te di? —Kaurin cerró los ojos—. Si lo haces, ya cumples tu parte y no necesitas nada más para serme útil.

—Irmeeik... Necesito saber cuál será nuestro próximo paso. La heredera del kimiá está en su búsqueda y podría dar con nuestro clan.

—Estamos preparados para esa situación.

—Mató a cuatro de los nuestros. Pudo con cada clase de nuestra especie. ¿No temes por los más indefensos?

El hombre dio un paso hacia ella. Estaban tan cerca que, de haber conseguido que la brisa se moviera dentro de la sala, algunos cabellos de Kaurin se habrían enredado en su túnica.

—Las entradas al clan están selladas del modo que solo tú y yo sabemos. Nadie podrá entrar ni salir salvo que se lo indiquemos. Los más indefensos están a salvo.

Se dio la vuelta para caminar sobre la tierra húmeda cuando la voz de su hermana lo llamó una vez más. Irmeeik debió hacer un esfuerzo para oírla y distinguir cada palabra. No era Kaurin quien hablaba; era su miedo.

—¿Qué puede darte un kimiá que no puedas conseguir en mi kiimtabar? ¿Qué es tan único que ni mi conocimiento ni mi experiencia podrían igualarlo? —Dio algunos pasos firmes en su dirección. Estaba determinada a conseguir una respuesta—. Sabes mejor que nadie cómo el encierro perfeccionó mi técnica. Sabes mejor que cualquier alkan de nuestro clan que soy capaz de conseguir más de lo que cualquier elekienáhaja en esta isla lograría.

Irmeeik elevó una ceja. El movimiento fue tan lento que Kaurin contuvo el aire mientras ocurría.

—Es cierto —coincidió él—. Los contactos que mantuviste en el pasado te dan una ventaja sobre el resto del clan. Una ventaja sobre mí. Pero el kimiá está por encima de todos nosotros y su alcance excede el de cualquiera de su especie que hayamos conocido.

—Si tuviera acceso a él... —Se detuvo. La mirada de Irmeeik se endureció—. Déjame ser útil.

—Sabrías dónde se esconde si él no fuera tan peligroso o si no me importara mantenerte a salvo. No cuestiones mi decisión, Kaurin.

El aire se había espesado a su alrededor. Las partículas de tierra ascendían desde el suelo y se acercaban a su controlador, rodeándolo. Irmeeik inhaló. La tierra se convertía en nutriente al instante de tocar su piel. Jamás se hallaría débil en el amparo de sus túneles.

—Si esperas que sea parte de tu mandato, no podrás mantenerme al margen indefinidamente.

Se acercó a ella. La distancia que los separaba apenas existía. Irmeeik inclinó el rostro para alcanzar su oído y susurró con la garganta seca y la voz quebrada.

—Tú eres el centro de lo que hago. Jamás podrías estar al margen.

Kaurin se alejó unos centímetros, los necesarios para ver su rostro. Irmeeik notó la resignación en ella. Cada día su curiosidad moría más rápido.

—No desates el infierno sobre ti, hermano —le pidió en un susurro.

—Mi infierno es cualquier sitio en el que no estés.

La mujer dio un paso hacia la salida. Había dejado de luchar contra Irmeeik años atrás. La sonrisa que él le regaló mientras ella se marchaba estaba cargada de tristeza y desolación.

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