27. Un presagio de familia | Parte 1
Las luces estaban apagadas. Pilvi tanteó el borde de la cama de su hermano para guiarlo hacia el vaso que tendía hacia él. Eljas gruñó al sentir el contacto de los dedos de la joven sobre su sien.
—¿Tan malo es? —susurró ella tan bajo como pudo. Abría los ojos tanto como sus párpados se lo permitían y, aun así, no lograba vislumbrar el rostro de Eljas—. Mamá está lista para salir si es el momento. No dejaremos que todo pase aquí.
Las sábanas estaban mojadas de sudor y la respiración de su hermano se oía incluso desde el exterior del cuarto. Intentó darle el vaso una vez más. Eljas lo rechazó.
—Debes beber, es lo que la tía indicó. Es lo único que puede calmar el dolor.
No la oía. Pilvi sabía que él no le prestaba atención. Dejó el vaso sobre la mesa de noche y salió de la habitación haciendo un esfuerzo para contener el crujido de la puerta. Su madre la esperaba al otro lado. Juntas bajaron las escaleras en silencio.
—Tuula llamó —dijo la mujer—. Si ella lo percibió, será esta noche.
—¿Dónde está Anne? Tenemos suerte de que no tenga que ver esto. No sé si podríamos explicárselo. —Miró a su madre con culpa, midiendo la expresión de su rostro.
—Anne salió hace unas horas, su nuera la llamó. —Se dejó caer en el sofá de la sala con suavidad. Ninguna elevaba la voz—. Puede que no regrese hasta mañana.
—Mamá... ¿Está todo bien entre ustedes? —La pregunta llevaba tiempo en su interior. Anne llevaba más de cinco años como pareja de su madre y para Pilvi había llenado un vacío que no sabía que existía en ese hogar. Le resultaba molesto pensar que podían discutir. Le daba incomodidad imaginarlo—. No es necesario que te quedes esta noche, puedes volver a casa y esperarla.
Su madre sonrió. La tristeza de su mirada opacaba cualquier gesto.
—Tendrás que quedarte con él, sí. No podría dejarlo solo y tengo la entrada prohibida a esa casa. —Antes de que Pilvi pudiera responder, su madre retomó la queja de cada día desde hacía un año—. Si no hubiera rechazado este mundo, habría visto a tiempo la clase de persona que es ese hombre. Habría persuadido a mi hermana. La habría alejado de esa influencia. Pero aceptar en este mundo tan corriente es un riesgo inmenso, hija. ¿Cómo podría construir una relación honesta sin controlar la intromisión? ¿Cómo podría luchar contra la incertidumbre si jamás la experimentaría? Habría dejado de arriesgarme por conocer el resultado. Habría dejado de vivir.
—Tuula dice que solo has encontrado excusas que te ayudan a vivir conforme con tu decisión, pero que tomarías otro camino si se te diera la posibilidad. —No midió sus palabras. Su mente no estaba allí, a fin de cuentas. Estaba con su hermano, sufriendo con él la transformación.
La mirada de su madre no era ambigua, pero sí indescifrable.
—Es un error que la transición ocurra en mentes tan jóvenes, todavía en formación. Somos la única especie que decide convertirse y lo hacemos a tan corta edad que carecemos de las herramientas para decidir con sustento. Acabamos haciéndolo por nuestras familias, por las ideas con las que crecimos. No olvides que rechacé mi oportunidad porque mi hermana no había tenido la suya y creí que eso podía separarnos.
—Conozco la historia —murmuró Pilvi, con la mirada perdida en las escaleras.
—Su oportunidad tardó en llegar, pero no dudó en aceptarla —continuó la mujer, ajena al desinterés de su hija—. La historia annoité está repleta de errores. —Desde el piso superior les llegó el sonido de un cristal que se rompía. Eljas bramó en consecuencia—. Todo estará bien —le aseguró a su pequeña—. El dolor es temporal, luego olvidará haberlo sentido.
Durante algunos segundos, ninguna habló. Pilvi se sentó junto a su madre y evitó mirar hacia atrás, a pesar de que aún oían los sonidos que Eljas emitía desde su habitación. No podían trasladarlo hasta que pasara la fase de dolor punzante.
—¿Siempre es así? —preguntó la joven.
—Mientras más joven es la mente, más doloroso es el proceso. Es por eso que debemos retrasar tu conversión tanto como podamos hasta que encontremos una forma de minimizar esta etapa.
—No quiero retrasarlo —murmuró ella—. Quiero que pase cuanto antes y olvidarme de que ocurrió.
—Entonces... ¿Ya tomaste tu decisión? —Vivir en una familia annoité había provocado que su madre fuera inexpresiva al extremo. Sin leer su mente era imposible sabe qué sentía—. ¿Vas a hacerlo?
Pilvi asintió. Le habría gustado tranquilizarla diciendo que llevaba tiempo pensando a conciencia sobre lo que viviría desde ese momento, pero lo cierto era que el miedo la dirigía. El miedo a quedarse sola, a perder a su hermano, a alejarse de su familia como su madre lo había hecho. El miedo a no ser parte.
—Tu hermano dejó de tomar su paliativo para que tú lo usaras y tuvieras más tiempo. ¿Vas a desmerecer su esfuerzo anticipándote?
—No es anticipación si llevamos atrasándolo tanto como podemos —respondió ella—. De todas maneras, sumando su ración solo nos queda reserva para dos meses. En dos meses nada cambiará.
—En dos meses Virtanen podría regresar y preparar más suministros. Sus hijos podrían tomar el trabajo de su padre. Dos meses no es poco tiempo.
Pilvi se puso de pie. Comenzaba a sentir que no controlaba la ansiedad.
—Leena no sabe nada. No tiene nada, reviso sus cosas cada vez que puedo. Según Eljas, Tanja tampoco sabe nada. Y Mikko... Bueno, incluso si él supiera algo, le interesa más el negocio de su madre que el de su padre. El kimiá se fue y nos dejó sin segundos proveedores, eso es lo que pasó.
Se contemplaron en silencio. Pilvi podía comprender el temor de su madre; ella había visto a su hermana transformarse siendo adulta y el proceso había sido similar al de Eljas. A la edad de Pilvi, podía ser más largo, más doloroso. Podía anticipar en los ojos de su madre la agonía que viviría.
—Todo estará bien —le aseguró.
Su madre asintió y tendió una mano hacia ella. Pilvi la tomó sin dudarlo.
—Por supuesto que sí. Si es la vida que quieres, haremos que funcione.
Intentó cambiar de tema. Una parte de ella creía que no perder a su familia implicaba dejar a su madre con Anne y alejarse de ambas. Sentía que las perdería si transitaba por la aceptación de su destino trunco, que solo les haría un bien si se marchaba lejos con su naturaleza y sus dones. Si se iba sin arrebatarles su normalidad.
—Entonces... ¿Una semana desde que dejo de hacer las infusiones?
—Puede ser menos, ten en cuenta que en ti se desarrollará más rápido por ser menor. Pero una semana parece ser el rango estimado, sí. Es lo que Virtanen nos había anticipado también.
—¿Cómo diste con él? ¿Fue antes o después de que Eljas y yo conociéramos a sus hijas?
Hablaban por hablar en un intento por matar el tiempo. Continuaban atentas a cualquier sonido que Eljas emitiera.
—Después. Tuula me vio conversando con él un domingo en el que habíamos salido de paseo. Leena y tú buscaban hojas caídas y él se acercó a preguntarme de dónde se conocían. Fue cuando Leena hacía danza, pero era Lilja quien iba a las reuniones escolares y él jamás me había visto.
—¿La tía estaba contigo?
—Ella me estaba buscando. Por esa época su única motivación era hacerme entender que tu padre se iba a ir de la casa y nos iba a dejar la deuda, pero yo nunca le dejaba explicarme lo que veía. No quería sus dones annoité en mi vida. Se llevaba mal con él, por lo que acababa persiguiéndome cada vez que salía de casa. Solía creer que estaba loca, no hacía nada más que seguirme. Ese día esperó a que Virtanen se llevara a Leena y me pidió que te dejara ir a ti también. Telepatía a distancia. Aún no sé por qué le hice caso, creo recordar que fue la primera vez que transmitió un sentimiento por comunicación mental. —Le guiñó un ojo—. Nunca había sido buena en eso, consecuencia de la transformación tardía. Leena te invitó a su casa, te dejé ir con Virtanen y su hija. Cuando me quedé sola, Tuula prometió darme pruebas y una solución a mis miedos si la escuchaba. Las pruebas eran su intención original, cuando me vio con Virtanen se le ocurrió lo segundo. Allí supe que es un kimiá y que se había rehusado a hacer trabajos para su marido. Esa tarde, cuando fui a buscarte a su casa, le pregunté sobre su trabajo. —Su mirada pareció perderse en el recuerdo. Eljas ya no se quejaba en voz alta—. Me contó que trabajaba en un laboratorio farmacéutico y le pregunté si parte de sus tareas era ayudar a familias annoité cuando se quedaban sin tiempo. Él dejó de hablar. Solo me dio una tarjeta y me pidió que lo buscara la mañana siguiente.
—Creo que recuerdo ese día.
Lo hacía. La mañana siguiente había regresado de clases y había encontrado una escena que la había dejado marcada. Su padre no estaba, su madre había dejado dos cajas de madera en la sala con los nombres de ella y de su hermano, y Tuula los recibió con un «Tenemos que hablar» que les heló la sangre.
—Es posible, sí. Me reuní con Virtanen la mañana siguiente y cerramos un acuerdo. Cuando mi hermana me advertía de la deuda con la que tu padre nos dejaría, yo respondía diciendo que tenía una reserva que podía sacarnos de cualquier aprieto. Desde ese momento supe que ella no contaba con mi reserva porque sabía que se acabaría pronto. La destiné a pagarle a Virtanen por el tratamiento de años. Cuando regresé a casa, el bastardo se estaba por marchar y en menos de dos horas perdimos el dinero familiar y mi reserva personal. Virtanen no solo no perdonó el pago, sino que además tuvo la primera mitad anual lista a las pocas horas. Me vi obligada a pagarle ese mismo día.
—¿Por qué no hablaste con él? Siempre fue una persona accesible.
—No como kimiá. Que Tuula estuviera conmigo cuando vino a buscar el pago tampoco ayudó a que me tuviera consideración. Solo meses después, cuando le hablé de nuestra familia, comenzó a adelantarnos reservas y a aceptar pagos más pequeños pero menos espaciados. A él no le rendía, pero me resultaba más cómodo de pagar.
Pilvi se puso de pie con la intención de ubicarse frente a su madre y explicarle que, ahora que comprendía el sacrificio que había hecho, estaba más segura que nunca de que debía permitir que su proceso siguiera su curso natural. Cuando se incorporó, notó que Eljas estaba junto a la escalera, mirándolas. No emitió palabra, no necesitaba hacerlo. Su madre se levantó y buscó un abrigo para su hijo antes de indicarles que salieran.
Era la noche. Eljas concluiría la dolorosa transformación en annoité y, hasta que ella pudiera seguirlo, dejaría de sentirse su hermano.
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