26. Un motivo para salvarlo | Parte 2
—Solíamos vivir aquí —mencionó Sisko mientras transitaban el túnel—. A medida que crecemos, nos especializamos en actividades vitales para la comunidad. Tenemos grandes músicos aquí, la acústica bajo tierra es más interesante de lo que imaginarías, pero todos cumplen un rol extra. El objetivo es que, en épocas de crisis e incertidumbre, todos podamos hacer algo valioso para los demás.
—Sisko se habría convertido en una gran sanadora si no hubiera optado por la superficie —musitó Lumi. Al contrario de su prima, escudriñaba los giros del túnel con desconfianza—. No venimos de este mundo, Jouko. Lo único que mantiene a nuestra especie a salvo es estar bajo tierra.
—¿Por qué están aquí?
Sisko dejó escapar un suspiro. Apoyó la cabeza en el hombro de Jouko a medida que avanzaban y calvó sus ojos inquietos en el ángulo de la mandíbula de su amigo.
—Nuestros hermanos nos sacaron a patadas. No existe modo de regresar. Quienes no sirvan el orden impuesto están en contra de la especie, según los líderes actuales. Pero ¿qué sabrás tú de nuestras políticas? No entenderías el riesgo que corremos ni aunque te lo explicáramos durante toda la noche.
Sus manos sudaban. La mirada pendiente de Sisko lo obligaba a controlar cada uno de sus músculos faciales para evitar delatarse. Había comprendido que estaban siendo observados y no revelaría su secreto ante nadie más que ellas, y eso solo si fuera necesario. Sin embargo, tenía la oportunidad de aprender sobre un clan del que apenas había leído. Senna solía pedirle textos sobre nirtoati porque le interesaba su proceso de sanación, pero jamás los terminaba y él no los recuperaba del todo.
—¿Están en peligro? —preguntó con cautela—. ¿Qué clase de peligro?
—Nuestros enemigos naturales están por ahí —mencionó Lumi—. Continúan pisando la misma tierra que nos oculta.
—Y destrozándola —agregó Sisko. Parecía que iba a escupir en el suelo, pero se contuvo.
—Los nirtoati que permanecen en nuestro mundo también son un peligro para nosotros —continuó—. Durante siglos fueron gobernados por una mujer que no es de nuestra especie y sus descendientes. Se convirtieron en una especie de tribunal, un líder con múltiples cabezas. Todas relacionadas con nuestros enemigos naturales. Quienes se rebelaron acabaron siendo expulsados y el peligro los llevó a cruzar las fronteras. Acabaron aquí. Sentaron una comunidad.
—Mantenemos las tradiciones que jamás debieron haberse perdido y exploramos el exterior con frecuencia para estar atentos a los riesgos de un mundo que no es el nuestro, que no terminamos de conocer.
El relato le interesaba, pero no satisfacía sus dudas. Continuaba sin saber qué hacía allí, si alguien en esa guarida subterránea conocía su naturaleza.
—¿El suelo de Finlandia es similar al de Alkaham para ustedes?
Las uñas de Sisko se clavaron en su piel. Oyó que Lumi hacía ruido al respirar.
—Nos arreglamos como podemos —susurró la mayor antes de indicarles que tomarían una entrada lateral.
Si antes había dudado, ahora confirmaba que los observaban. Sentía la tensión que había creado en el aire su pregunta y notaba cómo sus amigas se esforzaban para pretender que nada las había sorprendido, que todo continuaba según el plan. Si es que había uno.
Giraron hacia la derecha. El aire a su alrededor se tornaba más denso y húmedo mientras descendían en línea recta hacia lo que al final del camino se veía como una sala oscura. Decidió no preguntar qué se hacía allí; no estaba seguro de que aún le prestaran atención. Antes de abandonar el túnel, Lumi volvió a buscar a tientas en el suelo. Esta vez tomó una cuerda y tiró de ella hasta retirar la puerta de madera que ocultaba un segundo túnel. Sus ojos se detuvieron en los de Jouko antes de que ella saltara. La imitaron y Sisko alzó la mano para tirar del aro de metal que sellaba el pasaje.
El aire se sentía enviciado, con una humedad insana. Sin embargo, sus pulmones la recibían como si la hubieran esperado durante esa vida y otra más. No era la humedad a la que él estaba acostumbrado. Era, más bien, la humedad de un ambiente donde las personas del lugar entregaban sus vidas a cambio de salvar la de alguien más. Senna lo había traducido como «hedor vital» algunos años atrás, cuando el paso entre finés y aniah le costaba más que guardar secretos. Él, que había estudiado el idioma desde temprano, la había corregido y le había sugerido «hedor de los que viven». No dejaba de ser un concepto hermoso en su etimología; para los nirtoati, todo lo que moría comenzaba a vivir.
La luz tenue que los había acompañado desde el comienzo del trayecto se hacía más clara, menos amarillenta, a medida que llegaban a destino. La claridad que llegaba a ellos desde las paredes mismas del túnel, mezclándose con la tierra y haciéndola brillar, no permitió que se perdiera detalle de la puerta ante la que se detuvieron.
Era de madera, como todo lo que no estaba hecho de piedra o tierra allí, y la recubría una capa gruesa de tierra húmeda que se concentraba en cada espacio libre entre puerta y marco. No había picaporte ni superficie plana sobre la que pudieran llamar con los nudillos sin lastimarse. Se podría haber confundido con una vieja entrada que había sido sellada para proteger al resto del clan de una calamidad que habían atrapado allí, debajo y detrás de la tierra. Dentro de la tierra.
Sisko soltó su brazo y se aclaró la garganta. Pronunció con claridad tres notas durante cinco o seis segundos con su voz de soprano y se calló. Dio un paso atrás, hacia ellos, expectante.
Se oyó un golpe al otro lado. La madera se deslizó hacia arriba, dejando los restos de tierra pegados a los costados del marco y reduciendo la capacidad de la entrada. Apareció un hombre con barba rojiza mal recortada, despareja, y las cejas afeitadas. No era calvo, pero su cabello seguía el mismo patrón que el resto de su apariencia y se hallaba cortado por mechones, ninguno pasaba los cinco centímetros, al parecer. En el centro de su coronilla había una región menos poblada en la que surgían, a pesar de ello, brotes gruesos, jóvenes, de cabello fuerte. Miró a Jouko y los invitó a pasar con una sonrisa en la mirada.
La puerta regresó a su sitio y oyó que sus amigas dejaban escapar el aire que habían contenido hasta el momento. Lumi tomó asiento en una banqueta que se hallaba junto a la entrada. Un hombre joven dejó sus tareas sobre la mesa principal y se acercó a ella. Puso una mano sobre su hombro y susurró algo en su oído. Jouko no alcanzó a oír de qué se trataba, pero ella sonrió y lo atrajo hacia sus labios con delicadeza.
—Mi nombre es Morlien y soy el encargado de mantener a este clan con vida. —La sonrisa no abandonaba su rostro—. Aquel que ves ahí es mi aprendiz. Lamento no haber estado en tu visita previa, no me encuentro bien de salud. Una ironía, si ya saben quiénes somos. —Jouko separó sus labios para hablar, pero Morlien lo interrumpió—. No me digas nada, muchacho. Las paredes escuchan y ya estoy al tanto de todo lo que se dijo hasta que llegaron aquí. No podría importarme menos.
—Morlien, hay algo que deberías saber... —comenzó Lumi.
—¿De qué se trata?
Jouko podía sentir cómo la mirada de su amiga se clavaba en su espalda y lo perforaba hasta intentar descubrir qué había en su interior. No había sido prudente. No había sido racional.
—No le explicamos todo —mintió.
—Porque esa es mi tarea, cariño —respondió el hombre con amabilidad. Se dirigió a él—. Verás, mis niñas aquí hicieron un gran sacrificio al traerte. Confiaron en ti, en tu humanidad, y juraron que no serías un riesgo para nadie dentro de este clan. —Señaló un cuenco de barro que reposaba sobre la mesa e invitó a Jouko a acercarse con un movimiento de su mano. Él lo siguió—. No confiamos en nadie, como habrás notado, y no establecemos lazos con otras especies porque nuestra historia nos lo exige. Lumi y Sisko, las nirtoati de mi mayor confianza, juraron por ti. Ahora tú debes probar que ellas estaban en lo cierto y que no le mintieron a su gente. Imagino que comprenderás que la mentira es un riesgo enorme para una comunidad tan pequeña como la nuestra.
No supo qué responder. Su alité palpitaba al ritmo de su corazón.
—Cuando se pide nuestra ayuda para auxiliar a alguien del exterior, se obliga a la persona a beber un sorbo de esta sustancia tan espesa que ves aquí. Un kimiá perdería su dentadura, un elekiená sentiría arder su piel y vería cómo se le cae a pedazos, un annoité perdería la vista. Solo los humanos están a salvo, sean de donde sean.
—Morlien, no le hablamos de las demás especies —musitó Sisko.
—Tiene que conocerlas si va a ayudarnos con la búsqueda —indicó el hombre más joven.
—Ah, ese es Jlieen, mi aprendiz —lo presentó Morlien—. Él se hizo cargo de ti a causa de mi ausencia y fue quien te quitó el sahar que te consumía.
Lumi se incorporó de inmediato y enfrentó a Jlieen. De pronto, ella y Sisko se habían acercado y contemplaban a los hombres con desconfianza.
—Jouko no puede ayudarnos a buscar nada, ¿qué pasa con ustedes? —los enfrentó la menor.
—Habíamos acordado que nada de humanos en esta misión, ni siquiera uno.
Morlien las ignoró. Por primera vez se mostró cansado desde que los había recibido y en su mirada Jouko supo que lo sabía todo.
—Una mujer annoité llegó a liderar nuestro clan a pesar de que nuestras políticas siempre fueron hostiles con otras especies —le explicó. Su voz tenía el tono adecuado para que solo lo oyeran quienes estaban en la sala—. Consiguió rodearse de los seguidores más fieles, de nirtoati que empatizaban con annoité, de los más libres de mente y de espíritu. De los que deseaban cambiar las normas, creyendo que los annoité podían protegernos de los traficantes kimiá. Jóvenes ingenuos que no conocían el mundo. La suerte quiso que las ideas nos dividieran y nuestros hermanos nos enfrentaran. Comunidades annoité tomaron control de nuestras cuevas en la región y nos dieron la opción de marcharnos si preferíamos morir antes que estar bajo control annoité. Para los nuestros, solo sobreviviríamos si los annoité velaban por nosotros.
—¿Hace cuánto ocurrió esto?
—Hace siglos —respondió Jlieen—. No es nuestra intención regresar y rescatar a nadie, nuestra comunidad desde que nacimos los que vivimos en la actualidad es esta que ves aquí, la que vive en este laberinto subterráneo. No son los que quedaron atrás los que nos preocupan. Somos nosotros mismos.
Jouko detuvo la mirada en sus amigas. Ninguna se veía cómoda con la situación, habían perdido el control de lo que ocurría. Lumi desvió la vista para no cruzarla con la suya.
—Sabemos de buena fuente que esta mujer dejó un legado —continuó Morlien—. No sabemos qué contiene porque está encriptado, pero pasó por diversos dueños a través de las generaciones y puede ser la clave para desestabilizar nuestro hogar. Podría ser cómo matar a un clan entero sin darle la posibilidad de sanar. Desconocemos la información que da, pero ella cuidaba este objeto más que a su vida y de sus propias palabras surgió la leyenda que afirmaba que de su colgante dependía su poder. Como toda annoité, era la reina de la manipulación y el control.
—El colgante esconde un secreto que podría destruir a los nirtoati como mínimo —completó Jlieen—, pero podría atacar a otras especies también. No tenemos dudas.
Jouko sacudió la cabeza, confundido. Las historias de su niñez se estaban convirtiendo en pesadillas de seres reales. Sisko estaba a punto de protestar, podía verlo en la rigidez de su cuerpo y en la prisa con la que inhalaba. La interrumpió antes de que alargara la noche con su desconocimiento.
—¿Están buscando el colgante de Tseitrea? —preguntó con tranquilidad—. Creí que era una leyenda. ¿Cómo saben dónde puede estar?
—¿Cómo sabes su nombre? —inquirió Lumi. Comenzaba a perder la paciencia—. ¿Cómo sabes que existe Alkaham? ¿Cómo puedes tomarte todo esto con calma?
Jlieen se acercó a su maestro. Jouko no se sentía cómodo viendo que ignoraban el temor de Lumi, la desconfianza de Sisko. No podía concentrarse mientras ellas vivieran una situación para la que no se habían preparado. Sin embargo, ellas tampoco lo habían preparado a él para esa noche.
—Si lo bebes —Jlieen señaló el cuenco—, te apagarás del todo y para siempre. —Se dirigió hacia Lumi con compasión en su rostro—. Este hombre no es quien dice ser y sabe más de lo que imaginan.
Tal vez Jouko se había equivocado. Tal vez no las ignoraban, solo que tampoco podían lidiar con ese mismo sentimiento.
Iba a formular una pregunta, pero Jlieen lo interrumpió.
—Cuando te destapé los orificios nasales para que pudieras volver a respirar, tosiste humo. Humo con restos de un hollín rojizo. También te oí un segundo latido. El protocolo nos exige que bebas y demuestres ante el clan que no representas un peligro para nosotros, que ayudarte no fue un acto contra los nuestros, pero si lo haces, no sobrevivirás.
El silencio bajo tierra era un nuevo tipo de silencio. Uno que Jouko no creyó que alcanzaría a conocer.
—¿Jouko? —llamó Sisko con suavidad. Su voz era la de una niña luego de una pesadilla—. ¿A qué se refieren?
Suspiró y se dirigió a sus amigas. Deseó transmitir con su rostro que comprendía sus temores y que no habrían llegado tan lejos si hubiera dependido de él. Deseó expresar que lamentaba haber llegado a ese momento en esas condiciones. Deseaba decir que lo sentía. Por él, por ellas. Por las expectativas rotas de cada uno y por la semana que recién comenzaba y ya se caía a pedazos.
—Soy un alkyren 'ei Asakem —reveló—. Protector de la región de Surtsalièn.
—La prueba está fuera de discusión —determinó Morlien—. No mataré a un ser de Kärkeieen mientras viva, así el clan entero me exija el retiro. —Su mirada cansada le daba la razón; había estado enfermo los últimos días. Contemplaba a Jouko con un respeto que solo en ese instante él fue capaz de identificar. No había anticipado que podían conocer su identidad antes de que él la dijera.
No había anticipado nada en realidad.
—¿Qué haremos entonces? No podemos sacarlo de aquí como si nada... —resolvió Lumi. En su voz temerosa había una cuota de alivio. El saber le transmitía una falsa idea de control.
—La búsqueda del colgante de Tseitrea es una tarea que no le corresponde al clan y que mantenemos en secreto los nirtoati que ves aquí —aclaró Morlien en dirección a Jouko—. Lumi y Sisko están en el exterior para dar con él mientras Jlieen y yo nos ocupamos de mantener estable al resto del grupo. Nuestra tarea es secreta y el tiempo nos juega en contra.
—Sabemos que hay clanes annoité en la región —continuó Lumi, recuperada de la primera impresión y decidida a ser parte de lo que ocurría—. Los asentamientos de clanes que migraron se concentran en los países nórdicos y Canadá, creemos que por una relación entre la proximidad a los portales y la cantidad de islas no habitadas. Inhabitables, incluso. Nuestra zona de búsqueda se reduce a Finlandia porque algo especial ocurre aquí.
—¿Qué es lo que ocurre? —quiso saber Jouko.
Sisko fue quien respondió.
—No lo sabemos. Hemos visto en el sur del país resplandores que deberían verse en la región auroral y nuestra teoría es que algo en Helsinki puede estar atrayendo a seres de Alkaham. Si hablamos de probabilidades, el colgante tiene más chances de estar en esta región del país y en este país en especial. No estamos lejos.
—Sin embargo, aún no damos con el colgante. —Morlien atrajo su atención—. Y, considerando la nueva situación, es posible que estemos más lejos que nunca. Si no sales de esta habitación con los indicios de haber bebido nuestra infusión, los cuatro seremos juzgados por traición a nuestra palabra y condenados a servir con vida.
A morir para que otros vivieran. A dar su carne y sus tejidos en favor del clan. Los nirtoati no eran caníbales, pero sus cuerpos eran capaces de fabricar medicamentos y tratamientos inigualables.
—¿Esos signos pueden imitarse? —inquirió Lumi.
Los sanadores del clan negaron con lentitud, ambos mirando en dirección a Jouko. Volvía a sentir que algo se escapaba entre sus dedos y burlaba su agarre. ¿Qué esperaban que dijera? ¿Qué habían ideado a espaldas de sus amigas?
—Nos gustaría discutirlo y saber que están todos de acuerdo —pronunció Jlieen por fin—, pero se nos acaba el tiempo y es hora de que regreses a la superficie. La prueba tiene como objetivo demostrar que no eres una amenaza y todos aquí sabemos que fallará porque sí lo eres. Lo único que justificaría que no bebas es que te defiendas de nosotros. Que ataques el cuarto. Que huyas y te salves. Lumi y Sisko pueden argumentar desconocimiento, pero serán expulsadas de cualquier manera. Lo mejor será que se marchen contigo para evitar un juicio por traición. Con los destrozos será fácil para el líder elegir la salida rápida sin ser criticado por los demás.
—Incendia nuestro hogar, alkyren 'ei Asakem, y déjanos con vida —concluyó Morlien—. Cuidaremos el clan desde el interior mientras Sisko y Lumi continúan su tarea desde la superficie. —Se acercó a él y lo tomó por los hombros. Jouko pudo ver que las puntas de sus pestañas también habían sido recortadas—. Apagar tu fuego implica traicionar a los dioses. Mi gente me ha fallado tantas veces que no las podría contar sin sentir amargura, pero nuestros dragones cuidaron de nosotros y no nos olvidaron cuando crearon la segunda generación. Kärkeieen podría haber creado elekiená solo para los seres a los que él le había dado vida, pero nos dio elekienádrad para que trataran nuestra tierra y le dieran las condiciones que necesitábamos para habitarla.
Retrocedió un paso. Todo lo que esos nirtoati tenían era su vida subterránea y allí estaban, pidiéndole que la arruinara lo suficiente para escapar solo porque no podían dañarlo. Porque no se atrevían. Habría tomado el cuenco en aquel instante si la imagen de su hogar no hubiera cruzado su mente. No podía irse, aún era necesario, debía acompañar a Senna en su transición. Debía esperar a Perttu, buscarlo. Traerlo para Sara. Debía ayudar a Kilian a terminar con los traficantes de nudos. Tenía tanto por hacer aún...
Miró el cuenco. Contempló a sus amigas. Era la primera vez que oían ese plan y no eran capaces de hablar. Sisko no había protestado en ningún momento, como si no lo creyera.
—La libertad jamás ha sido gratis —le dijo a Morlien, aunque sus ojos seguían fijos en los de Sisko, fijos en los de Lumi—. ¿Qué debo hacer para que el sacrificio no pierda valor?
—Protégelas —pronunció Jlieen—. Estarán solas de ahora en adelante.
Sisko giró hacia su prima y escondió el rostro en su cuello desnudo. Nadie les había dicho que tendrían que despedirse esa misma noche.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro