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26. Un motivo para salvarlo | Parte 1

Nadie había pronunciado palabra alguna sobre el motivo por el que estaban allí. Habían dejado las motocicletas de Sisko y Lumi entre los árboles y Jouko caminaba en silencio detrás de ellas sin ser capaz de identificar el lugar. Habían tomado la ruta hacia Vantaa y se habían desviado en dirección a Porvoo, era todo lo que recordaba. Luego de rodear la ciudad, no supo orientarse. Tampoco deseaba pedir indicaciones.

Respetaba el silencio ante todo. En especial el silencio gélido y tenso que sus amigas mantenían y en el que lo habían inmerso sin darle la oportunidad de ser parte. Jouko comprendía la situación; lo que fuera que ocurría no se trataba de él.

Avanzaron en mutismo absoluto. Incluso respirar parecía un acto atrevido. ¿En qué instante el mensaje que había recibido con un «Pasaremos por ti a las diez. Es importante» se había convertido en un juego mal armado en el que no podía interrumpir sus pensamientos para preguntarles qué ocurría? ¿Desde cuándo él se sentía una molestia para ellas? ¿Qué tan abstraído había estado durante los últimos días para no notar que sus preocupaciones no eran las únicas que importaban? Y, en este contexto, ¿continuaban importando?

Sisko se detuvo y permaneció de pie, pisando la nieve con sus botas marrones de invierno. Resopló, interrumpiendo la quietud de su caminata, y clavó la mirada en su prima. Lumi dio media vuelta hacia ella.

—No quiero ir —anunció—. ¿Tenemos que presentarnos?

Los ojos de Lumi alternaban entre Jouko y Sisko. Por primera vez en la noche él veía su preocupación.

—Sentaríamos un precedente —susurró con molestia—. Otro más.

—¿Y qué importa? —Sus palabras llegaban claras hasta Jouko. Su falta de discreción lograba que a Lumi se le marcara una línea fina en el entrecejo—. Podemos tener una advertencia más y me parece un motivo válido para usarla.

Lumi, que había quedado algunos pasos por delante de ellos, retrocedió. Jouko no tuvo el valor de acercarse. Aquel momento no era suyo, no le pertenecía. Las dudas le eran ajenas. Solo se mantenía pendiente del creciente temor de Sisko, que lo alertaba como nada en esa noche fría de lunes.

—Eso no es del todo cierto —confesó Lumi, aún en voz baja. Jouko casi no podía oírla—. ¿Recuerdas que se perdonó tu primer llamado de atención?

Sisko asintió con desconfianza.

—Las advertencias no desaparecen —explicó Lumi, aunque parecía más bien un recordatorio para su prima—. La tomé en tu lugar.

Los únicos silencios que Jouko sabía interpretar eran los de Senna. El que se instaló entre Sisko y Lumi tiró de ellas hasta que sus cuerpos quedaran a medio metro uno del otro y cubrió sus rostros con un velo de temor, pero ante él permanecía impenetrable. Dio un paso hacia atrás para relajar su postura. Estaba dispuesto a darles el tiempo que necesitaran. Era incapaz de imaginar qué hacían allí, por qué las acompañaba.

Su movimiento llamó la atención de Lumi.

—Jouko —lo llamó—. Sentimos no haber hablado contigo antes. No quisimos esperar hasta hoy, pero lo cierto es que, si hubiéramos podido elegir, no te lo diríamos nunca.

La intriga que había elegido no sentir hasta ese momento cayó sobre él. Se unió al miedo que percibía en el aire, a la resignación que veía en sus amigas. Su akmieele se preparó para huir y potenció sus sentidos.

—¿Qué ocurre? —alcanzó a preguntar.

Sisko pateó la nieve. Volvió a dirigirse a su prima como si él no estuviera allí.

—¿Has pensado siquiera cómo decirlo? ¿Hay alguna forma de hacer estas cosas bien?

Jouko no habló. Decidió esperarlas, como siempre hacía. No era la primera vez que sentía que Lumi cargaba con el peso de otros. Mientras Sisko agitaba la cabeza y sacudía las manos cada algunos segundos, Lumi había perdido su luz. Esa noche Jouko supo que no era ella.

Su amiga se había ido.

—La casa que visitaste en Espoo no es nuestra casa en realidad —le explicó. Las palabras salían de sus labios con calma, premeditadas—. Es un espacio temporal que nos fue cedido para evitar llamar la atención hacia nuestro hogar.

—Temporal... —interrumpió Sisko—. Era temporal hace cinco años, cuando nos dieron las llaves.

—Nuestro hogar —continuó Lumi, ajena a los comentarios de su prima— es un concepto complicado de explicar. No somos de aquí, Jouko. Nuestra comunidad nos ampara y nos sostiene, nos da las fuerzas y los medios para continuar mientras estemos tan lejos de casa.

—No nos contaste cómo estuvo la reunión con el tipo del recital —agregó Sisko—. ¿Cómo es su nombre? En ningún momento nos lo dijo.

—Kilian —respondió con cautela. La mención al elekiená tensó su cuello y parte de su espalda.

—¿Te dijo algo sobre lo que ocurrió?

Lumi arqueó una ceja en dirección a ella. Sin embargo, no desvió la conversación. Ambas esperaban que respondiera.

—Mencionó que se había ido porque tenía asuntos que resolver —contestó. No mentía—. Que yo no me sentía bien, pero que ustedes le aseguraron que cuidarían de mí y que me darían su mensaje para que él pudiera estar tranquilo una vez que todo pasara. ¿Por qué lo preguntas?

—Lo que ocurrió fue que tomaste contacto con una sustancia modificada para dañar de manera selectiva —continuó Lumi—. La llamamos «sahar» y, en principio, solo podría dañar a quienes son como nosotras, pero por alguna razón te viste afectado y sufriste los efectos del sahar meieli en lo que conocemos como bombas de energía.

—¿Bombas de energía?

—En su origen se los llamó «nudos» porque se los comparaba con los hilos enredados de un gran telar. En lo que a nosotros respecta, son bombas. Peligrosas y letales en las manos equivocadas.

Sus mayores temores habían quedado en su hogar y acompañaban a su madre y a Senna en un proceso que ninguno de los tres conocía y del que no podían hablar en presencia de Sara. Como si los hubiera llamado, lo envolvieron sin darle un respiro y trasladaron sus preocupaciones al presente, a su futuro inmediato. La noche que había pasado en vela y el día que había dedicado a su hermana parecían lejanos y seguros en comparación.

Había tocado un nudo, él lo sabía. Un nudo manipulado y con restos de sahar, sí. Kilian se lo había explicado con tanto detalle como le había sido posible y estaba en condiciones de afirmar que sabía más que sus amigas lo que había ocurrido con él antes de que ellas llegaran, pero no había tenido espacio en su mente para preocuparse por lo que había ocurrido momentos después. Hasta ahora.

—¿Qué pasó luego? —quiso saber.

No veía prudente explicar su naturaleza o sus conocimientos. Si admitía conocer sobre la red, eso llevaría a su naturaleza, lo que le haría hablar de la acción del sahar sobre él, lo que giraría en torno a puntos sin relevancia. Si luego de oír lo que sus amigas deseaban compartir con él mencionaba que era un alkyren, muchas de las preguntas se habrían respondido solas. Masticó las razones en su mente, intentando callar la voz que aseguraba que ese era el método correcto porque, como podía esperarse de él, Jouko tenía miedo y no sabía cómo reaccionar. Si tan solo hubiera recibido una advertencia del rumbo que tomaría la noche, se habría preparado mejor.

No era un cobarde por sentirse por debajo de la situación y esperar. No era un traidor por dejar que ellas corrieran la cortina que cubría sus secretos mientras él protegía los suyos bajo candado.

No era un traidor. Jamás lo sería.

—Lo que necesitabas estaba fuera de nuestros recursos individuales —siguió Lumi. Había recuperado parte del control—. Será mejor que sigamos, querrán ver cuando te demos algunas explicaciones.

Sisko estuvo de acuerdo.

—Si llegamos en silencio, desconfiarán de lo que hayamos hablado. Esa es nuestra primera regla de supervivencia, Jouko: no dejes que la gente desconfíe. La desconfianza lleva al miedo, el miedo lleva a la violencia. —Giró el rostro hacia él y dio un paso al frente, en dirección contraria—. No nos gusta la violencia.

Continuaron la marcha. Los primeros metros se destacaron por su silencio. Jouko decidió esperar a que ellas retomaran su relato. Había en sus palabras más de lo que Kilian podía explicarle. Y había en su reacción más de lo que podía explicarse a sí mismo.

Confiaba a ciegas en alguien a quien había visto por última vez antes de los cinco años y que no recordaba con detalle. ¿Cómo lucía Kilian de niño? ¿Sus ojos habían sido siempre tan oscuros? ¿Siempre habían reflejado molestia o esto último se debía al contexto de su crianza? Sin embargo, no confiaba en las personas con las que había compartido los últimos años. No podía rasgar su pecho y entregarles su alité como una muestra de seguridad. Las había acompañado en momentos tan difíciles que aún pesaban entre los cuatro, Senna incluida, y ellas habían intentado hacer lo imposible por distraerlos cuando supieron de la separación de Perttu y Sara. Eran sus amigas reales, más suyas que de su hermana, y aun así no encontraba el impulso que lo llevaría a hacerlas parte de su verdad.

¿Lo haría por Ismo si se diera la oportunidad? ¿Admitiría ante Nott que sus naturalezas eran opuestas? No, no ante Nott. Jamás ante ella. No creía que Perttu se hubiera equivocado al rechazar toda convención para unirse con Sara, pero sí veía el riesgo. Se sentaba frente a él cada mañana en el desayuno y le preguntaba si había podido dormir. Recordaba haber bebido de más una noche y haber afirmado que algunas parejas no deberían arriesgarse a tener un segundo hijo. Un vaso se levantó en el aire para darle la razón. Lo sostenía la mano de Senna.

Demasiados pensamientos. Demasiadas preocupaciones. Demasiadas emociones para tan pocas salidas. Amaba a su hermana como no se amaba a sí mismo, pero sabía que su gestación había sido un error. Ella también lo sabía. Lo que jamás hacían era ponerlo en palabras o buscar culpables.

Se detuvieron.

Los callejones en su mente se estrechaban hasta dificultarle el paso. ¿Valía la pena no confiar en sus amigos, que no dejaban de mostrarse preocupados por él?

Sisko comenzó a barrer la mezcla de tierra y nieve con sus botas y Lumi tanteó el suelo de rodillas.

¿Era el momento de hablar? ¿Serían ellas las primeras en una lista de revelaciones?

¿Tendría el valor de mostrarse ante Ismo y Nott tal como era?

El valor era lo de menos, lo que necesitaba era un motivo. ¿Qué lo llevaría a descubrirse ante Ismo? ¿Qué podía ocurrir para que Nott necesitara saber que él no era humano?

Lumi tiró de una argolla de metal. Sisko hundió sus dedos en la tierra para ayudar a levantar la placa de madera que ocultaba el túnel ante los ojos de cualquiera que pasara por allí.

¿Por qué sentía que tenía asuntos que resolver y que no era el momento para hacer lo que sus amigas esperaran que hiciera?

Demasiados pendientes. Demasiadas ideas contenidas que explotaban en el peor momento. La imagen de Senna tendida junto al ekrenso lo hizo retroceder un paso.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lumi—. ¿Te sientes bien?

—Es solo un túnel —explicó Sisko.

«Y mi tiempo es solo un reloj», pensó él.

—No debería dormir tarde hoy —respondió. Aunque era la menor de sus preocupaciones, era cierto. Podía ocultar su identidad, pero no mentir—. Mi madre llegó anoche y quiero hablar con ella antes de que se duerma. Mañana me espera un día largo.

Las excusas brotaban de él con torpeza. Sabía que ellas descubrirían su intención de justificarse con lo menos importante que se le ocurriera, pero no podían discutir sus argumentos. No cuando solo decía verdades.

—Lo que pasó contigo el viernes es algo que escapa de nuestras facultades —continuó Lumi con prisa—. Desconfiábamos de Kilian, por lo que decidimos llevarte con nosotras a pesar de que él había sugerido que podía ayudarte.

—Voy a tomar esa responsabilidad —lo sorprendió Sisko—. Fui yo quien no confió en Kilian y tomó la decisión de traerte aquí. Ellos son nuestra única salida para situaciones extremas.

—Pasaste la noche bajo el cuidado de las mejores manos que existen y bajo la vigilancia de los ojos más atentos que encontrarás jamás. —Lumi sonrió con orgullo. Por primera vez en la noche su expresión era genuina.

Jouko escogió sus palabras con cuidado. Sisko ya había descendido y Lumi le cedía el paso para que él fuera el siguiente.

—¿Quiénes viven aquí?

—Nuestra familia —dijo Lumi—. Llevamos en nuestros cuerpos siglos de medicina y conocimiento, pero ni Sisko ni yo éramos lo que tú necesitabas. El sahar con el que tuviste contacto es la clase de sustancia que solo un profesional puede tratar sin sufrir las secuelas.

Jouko se asomó a la abertura. Notó que había una escalera de madera con peldaños que mantenían más de veinte centímetros entre uno y otro. Apoyó un pie en el primero.

—No siento que hayas respondido lo que pregunté. ¿Quiénes viven aquí?

Lumi volvió a mostrar aquella fina línea de expresión en el entrecejo. Le hizo una seña para que descendiera con prisa y lo siguió. Cuando pisaron suelo firme una vez más, Jouko notó que Sisko se había descalzado y que se había quitado el abrigo. Lumi la imitó hasta quedar con una única capa de vestimenta. Jouko no sabía a cuál de sus preguntas darle paso primero.

—Este es el hogar de nuestra familia —introdujo Sisko, extendiendo los brazos para abarcar el ancho del túnel y todo lo que se extendía más allá de él—. Fue nuestro hogar antes de que decidiéramos conocer de cerca la vida en la superficie, pero los brazos siguen abiertos para nosotras cuando queremos regresar, tengamos un motivo válido o no.

—Nuestro nombre es nirtoati —reveló Lumi—. Significa «tierra que camina» en nuestro dialecto y hace referencia a que nuestra vida es la tierra, somos parte de ella. En la tierra crecemos y de la tierra nos nutrimos.

—De la tierra y de nosotros mismos —agregó su prima.

—La tierra nos hace quienes somos.

Sus preguntas se habían quedado en la superficie y ninguna parecía capaz de alcanzarlo. Sus ojos se mantuvieron fijos en los de Lumi y en su mente brilló la verdad tan clara como no la había visto antes. No había ayudado a su prima con apoyo y contención en sus recaídas depresivas. Le había dado parte de ella. Cada una mantenía con vida a la otra y estaban solas frente al mundo exterior, con el único respaldo de un clan que prometía ayudar con lo que las excediera.

—¿Qué hacemos aquí? —La pregunta halló su camino con naturalidad—. ¿Qué hago yo aquí?

Sisko tomó su brazo izquierdo y lo invitó a caminar junto a ella. Lumi tomó la delantera y les marcó el camino. Cuando la mayor respondió, miró sobre su hombro para estar segura de que él la escuchaba.

—Alguien quiere conocerte.

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