25. Los hilos cristalinos de una ilusión | Parte 2
Había transcurrido menos de un día desde que pisaron ese lugar por última vez. Aún se distinguía en la nieve la marca donde se habían tendido mientras el cuerpo de Senna cambiaba y ellas esperaban lo peor. Estaba ahí, con los bordes difusos a causa de la nieve que había caído durante el día, pero visible. Real. Emma y Tanja recorrieron el suelo con la mirada, buscando debajo de la nieve y de las hojas, mientras Senna permanecía con la mirada fija en el punto donde todo había ocurrido.
—¿Oyeron algo cuando veían las alas? —les preguntó en voz baja.
Emma dejó de buscar y se acercó a ella.
—Solo vimos las alas, no escuchamos nada. Eran inmensas —recordó—, alcanzaban el agua, pero ningún sonido, ninguna voz. Salvo la tuya, pero nada fuera de nosotras tres. Ni siquiera se oía el viento. ¿Por qué lo preguntas?
—Vanihèn me hablaba —murmuró—. Si se lo dijera a alguien más, diría que estoy loca, pero lo escuché.
—¿Por qué no podrías oírlo?
—Ellos no están en Alkaham, no están en ningún lugar físico. Están en el Sivoja, una especie de velo a través del que se puede cruzar entre mundos. Si los caminos no estuvieran sellados, el paso a través del Sivoja se reserva solo para seres con alité. Nuestros dragones se recluyeron allí y, cuando se cerraron las rutas a Gianos, el Sivoja quedó más aislado aún. Nada puede entrar y salir, nadie puede comunicarse. Los mencionamos en nuestros rituales con la idea de que aún nos escuchan, les hablamos de la forma más directa, pero no hay pruebas de que la comunicación funcione. Nunca antes había oído a un dragón y, aun así, puedo jurar que era Vanihèn.
—No es descabellado pensar que el nudo pudo establecer algún tipo de contacto temporal —sugirió Emma—. ¿Qué te decía? Si quieres contarnos, claro.
Tanja se había acercado también, intrigada. Ambas estaban cruzadas de brazos a causa del frío.
Senna dudó antes de hablar.
—No eran frases o mensajes concretos —dijo por fin—. Era más bien una especie de poema, solo que no me llegaban todas y cada una de las palabras. Las suficientes para encontrar el ritmo y seguirlo, completar los vacíos. Tampoco era un poema que conozca, algunas de las palabras eran más bien sensaciones. Hablaba de la calma, de la espera y de la paciencia, como si intentara hacerme entender que tenía que resistir. Hablaba de entregar el alité, soportar el dolor.
—¿Entregar el alité? —Tanja lucía confundida—. ¿Cómo entregas algo que te mantiene con vida? ¿O se refería a algo más bien simbólico?
—Es más bien... Es complicado —suspiró—. Es parte de un ritual de entrega que ya no se hace. Viene de cuando los giakyren unían a parejas alkyren con un vínculo equiparable al de un algam y un aigam, solo que sin jerarquía. Es una promesa, le entregas tu lealtad y tu confianza a alguien con quien creas un vínculo irrompible. Es simbólico, sí, pero con gran valor y con consecuencias reales. —Hizo una pausa. Resopló—. Mi padre lo hizo. Sin intervención giakyren, por supuesto. Nunca lo habrían permitido con una humana. Pero sí se encargó de explicarle a mi madre qué significaba y de esconder la frase en una canción que escribió para ella. No en aniah, por supuesto, no puede incluir un término en aniah en una estrofa como si nada. Estoy segura de que, si se lo hubieran permitido, habría hecho el ritual completo, con intervención giakyren y todo.
Emma podía notar cómo se esforzaba en comprender el mensaje de Vanihèn. Apoyó las manos sobre los hombros de su amiga y la despertó de su ensimismamiento con un susurro:
—Tenemos que encontrar el libro —le recordó.
Senna asintió y se unió a la búsqueda sin agregar una palabra sobre el asunto. Se dispersaron a lo largo de la península, del sector que recordaban haber recorrido la noche anterior.
Al cabo de unos segundos, Tanja las llamó. Estaba de pie junto a una rama caída y escudriñaba lo que había debajo mientras les hacía señas para que se acercaran. Emma sintió una punzada en su garganta y fue incapaz de tragar saliva. Parecía demasiado sencillo, demasiado accesible. La voz de Senna enumerando las razones por las que podían haber sido descubiertas la noche anterior transitaron por su mente. En el instante en que Tanja levantó la rama que había escondido el libro, oyeron un grito. Se dieron prisa mientras Tanja estiraba la mano hacia la cubierta. El grito se tornaba cada vez más agudo, más oscilante, más inhumano.
—Una alarma —murmuró Emma.
Tanja tomó el libro mientras Senna se acercaba a la costa, desde donde provenía el sonido. Escudriñaba la isla más cercana desde la distancia, sin percatarse del movimiento del agua en la superficie. Emma corrió hacia ella. La alarma sonaba con insistencia en sus oídos... y de repente se detuvo. Quedó un zumbido en el aire, una vibración que las envolvía y permaneció algunos segundos en su mente.
La turbidez en el agua cobró forma y emergió con un rostro humano. Su cabello castaño parecía negro y se pegaba a su rostro pálido, enrojecido por el frío. Su mandíbula mostraba un ligero temblor, reflejado también en su labio inferior. Sus ojos oscuros se fijaban en Senna, la más cercana a él. Emma retrocedió sin quitarle los ojos de encima. Los pies descalzos del joven pisaron la nieve y se frenaron allí donde la tierra se tocaba con el agua. Su decisión contrastaba con la vulnerabilidad que mostraba su cuerpo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó.
Senna tomó la palabra.
—No es asunto tuyo.
El desconocido miró por encima de su hombro y solo allí Emma lo notó. Venían más, todos por debajo del agua. No lo bastante rápido, pero sí lo suficiente para estar allí en menos de cinco minutos. Hizo un paso hacia Tanja con suavidad, lo que atrajo la atención del joven.
—No tenemos trato con elekiená —lo provocó Senna, obligándolo a mirarla. Ninguna podía estar segura de la naturaleza de su interlocutor, pero siempre podían pretender que sí.
Él arqueó una ceja. Había funcionado.
—Tienen más asuntos con nosotros de los que imaginan —respondió. Su voz suave y firme a la vez resultaba en una segunda contradicción. Emma lo imaginó como un niño al que habían puesto a prueba en una tarea que lo superaba—. ¿Es alguna de ustedes la sucesora de Jaakko Virtanen?
Tanja levantó la cabeza en su dirección y aferró el libro contra su torso. Emma se interpuso entre ella y el desconocido que se acercaba en su dirección. Senna se llevó las manos al pecho y comenzó a murmurar mientras mantenía la vista fija en él.
—Espera —la detuvo Emma—. Céntrate en ellos —le indicó señalando el agua.
El joven siguió su mirada y esta vez no caminó hacia Tanja. Se dirigía a ella con la prisa en sus movimientos y el temor en la voz.
—¿Cómo los viste?
—Están moviendo el agua como tú la moviste, no hay que ser un genio para notarlo —contestó con impaciencia.
Senna dio un paso hacia ella, olvidando lo que sea que pretendía hacer segundos antes. La preocupación en su rostro fue tal que acabó por alarmarla.
—El agua está quieta —le explicó despacio, como si quisiera decirle algo más—. La superficie no se mueve.
Solo que sí lo hacía. No podía contar cuántas líneas de movimiento se acercaban a la costa, pero en escasos minutos estarían rodeadas. No eran cuatro como la última vez. Eran tres veces cuatro. Cuatro veces cuatro. No distinguía con claridad el número, pero estaban allí. Y se acercaban en línea recta.
—Céntrate en el agua —le pidió—. Por favor.
Su amiga asintió con firmeza, determinada a creerle. En ese preciso instante Emma sintió una punzada de culpa. Ella había tardado tanto en creerle, en seguir sus indicaciones, en comprender el peligro... Y ahora Senna no dudaba de ella, incluso cuando no podía ver lo que Emma afirmaba. Sin embargo, sí tenía una confirmación a la que podía aferrarse sin temor a haberse equivocado: la expresión del elekiená.
El joven giró hacia Senna e intentó detenerla, pero Emma dio dos pasos largos y se precipitó sobre él para evitar que distrajera a su amiga. Cerró sus manos sobre sus muñecas y notó cómo poco a poco se inmovilizaba. Movió su rostro hacia ella despacio. La miró a los ojos. Los suyos brillaban.
—¿Quién eres? —preguntó él.
No podía distinguir qué fallaba. Sus manos sobre la piel gélida y húmeda perdían algo... Él quitaba algo de ella. Pero no la dañaba. No producía ningún efecto de los que había visto en Senna luego de sus manifestaciones que excedían un límite. Afirmó su agarre sobre él, segura de que lo estaba ayudando... ¿A qué? ¿A hacerse con el libro después de que acabara con ellas? Quiso retirar la mano. Él le pidió «por favor» en un susurro.
—Ni siquiera sé quién eres —contestó en voz baja, lo suficiente para que sus amigas no la oyeran. Deseó que en su voz no se materializara el miedo a hacer algo que podría perjudicarlas.
—Iveski —se presentó—. No me sueltes y dejaré que se vayan.
Tanja había notado el forcejeo y se había acercado sin que se percataran de su presencia. Tocó el hombro de Emma con suavidad.
—¿Emma? —la llamó—. Tenemos que irnos.
Lo soltó con prisa. Se puso de pie y se alejó tan rápido como él se incorporó y puso distancia. Veía la confusión en su rostro. Podía asegurar que él también veía la suya. Respiró profundo, intentando calmarse. El dolor latente de su cabeza continuaba allí. Era parte de ella.
—Tenías razón —pronunció Senna, aún con sus palmas extendidas hacia la superficie del lago—. Hay más.
—¿Quiénes son ustedes? —repitió él, molesto.
—¿Son todos elekienánama? —preguntó Senna, ignorándolo.
—Estamos a tiempo de regresar —les recordó Tanja.
Emma sacudió la cabeza. Debían salir de ahí cuando antes. Miró a su alrededor; los bordes de los árboles y la superficie del agua eran siluetas difusas que se confundían y se perdían en los límites del espacio.
Senna repitió su pregunta.
—Puedes deducirlo —respondió con frustración—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué son?
—Estás en un escudo y no puedes salir —le explicó ella—. No podía aislarnos sin ti. Estás en medio. Si no nos dices qué está pasando, tus amigos van a gritar.
Iveski se acercó a Senna con decisión. La ansiedad se unía con el dolor punzante en su cabeza y el cóctel le nublaba la visión por instantes. ¿Senna había dicho que podía fluctuar entre su condición humana y un costado hommi que había adquirido tras tocar el nudo? ¿Así se sentía balancearse entre dos naturalezas semejantes?
—¿Como gritó el elekienánama que mataste? ¿Fuiste tú?
Pudo sentir el golpe de aquellas palabras. Emma intercambió una mirada con Tanja, sin saber cómo tomar la noticia. No esperaban que ninguno hubiera muerto. No sabían si Senna estaba preparada para saberlo. Sentirse cómplice le supo a rechazo.
—¿Murieron? —preguntó Emma. Había sido un susurro, casi un secreto.
—¿Cómo habrían podido sobrevivir?
Senna intentó recuperar el control de la situación, pero su malestar era notorio.
—Cuando deshaga el escudo, te irás con tus compañeros. Si no lo haces, me obligarás a improvisar contigo.
—Puedes hacer conmigo lo que quieras, siempre que mi clan no salga herido. Si tu amenaza es solo para mí, la soportaré.
—Lo que nos faltaba —se quejó Tanja—. Un líder con complejo de mártir.
—¿Tú eres el líder? —le preguntó Emma, esta vez mirándolo a los ojos. Él asintió despacio—. ¿Sabes dónde está Jaakko Virtanen?
Ante su falta de respuesta, cortó la distancia entre ellos y aferró su rostro con ambas manos. Apareció de nuevo esa expresión, la de un viajero en medio del desierto que encuentra agua fresca. Vio la súplica, la carencia. Se sintió inferior por aprovecharse de una situación que le daba ventaja. Él podía tener las llaves del calabozo donde escondían a Jaakko y podría dar la orden de arrastrarlas al mismo destino, pero algo en su expresión le prometía que no iba a dañarla. No a ella.
—Dejen el libro —musitó. Las palabras salían con esfuerzo, como si desgarraran su garganta para salir—. Está marcado. Si se lo llevan, las encontrarán donde sea que estén.
—No vamos a dejar el libro en tus manos —replicó Tanja con firmeza.
—No podemos... tocarlo —continuó él—. No nos sirve el libro, queremos al sucesor. Déjenlo y salgan de aquí.
Durante largos segundos nadie habló. Veían cómo sombras difusas emergían del agua y se acercaban al escudo que los protegía. Emma no estaba segura de cuánto tiempo podría resistir Senna. Soltó el rostro de Iveski deslizando las manos con suavidad por su piel.
—Le creo —afirmó—. ¿Hay alguna forma de salir sin que nos alcancen?
—¿Lo estás considerando? —se quejó Tanja—. No podemos confiar en él, no sabemos quién es. Podría intentar distraernos y no nos daríamos cuenta.
—Decidan ustedes —interrumpió Senna—, pero decidan ahora. Si queremos irnos sin el libro, no tenemos más que segundos de ventaja.
—Lo recuperarán —prometió Iveski—. Si hubiéramos querido el libro, lo habríamos tomado.
—¿Por qué nos dejas ir? ¿Por qué nos dices esto? Suena más a una trampa que a un favor.
—Tanja, reacciona. No tenemos tiempo. Suelta el libro y prepárate para correr. Confía en mí.
—No seas tan crédula...
—Voy a deshacer el kird —anunció Senna—. Cada una de nosotras vale más que el libro. —Se dirigió a Iveski—. Voy a deshacerlo y te voy a golpear en el proceso, así le prestan más atención a su líder lastimado. Dejaremos el libro y nos iremos. ¿Tu gente está preparada para romper un kird?
Él negó. Emma supo que lo harían, dejarían atrás el libro que ella había olvidado. De pronto todo se sentía su responsabilidad. ¿Era seguro que confiara en Iveski o era también un punto en el que no tardaría en descubrir que había fallado?
Senna dio la orden y Tanja dejó caer el libro con pesar. Iveski atravesó el aire de costado, impulsado por una fuerza que desconocía. La costa estaba rodeada de seres con el cabello pegado al rostro que se dirigían hacia ellas. Sus miradas se tornaron difusas por la aparición de un nuevo kird.
—Este no durará demasiado —explicó Senna—. ¡Corran!
Y lo hicieron. Corrieron sobre la nieve, pasaron los árboles, encendieron el motor. Tanja condujo sin rumbo fijo durante algunos minutos antes de dirigirse al hogar de Senna. «Eres la que vive más lejos», dijo para excusarse. Sin agregar palabra llevó a Emma a su casa y se despidió. No mencionó que les hablaría si surgía algún cambio. No hubo ninguna promesa.
Tanja se fue y la dejó en la puerta de su casa, con el bolso vacío y un hormigueo en las manos. Emma rozó sus labios con la punta de sus dedos.
No era la misma que el día anterior.
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