23. La confianza guardada en un bolsillo | Parte 1
Faltaban cinco minutos para el comienzo de la siguiente clase. Leena había llevado una libreta al banco más alejado de los grupos de adolescentes que se mantenían dispersos por el establecimiento. No solía pasar sus mañanas sola, pero los últimos días habían conseguido que se aislara de su círculo más cercano. Necesitaba pensar.
Su letra diminuta y prolija recorría las páginas sin descanso en párrafos largos de oraciones extensas, tan carentes de pausas como su mente. Escribía en clave, temerosa de ser descubierta. Se refería a su padre como «el hechicero» y hablaba de su familia como «los duendes». Había también cuervos y palomas, amenazas y aliados. Un tesoro perdido representaba el secreto jamás dicho de Jaakko Virtanen, uno que también era ajeno a ella. Lo único de lo que estaba segura era del peligro, de la presencia de los cuervos sobre su cabeza, de la amenaza que el tesoro dejaba caer sobre los duendes y cómo el secreto era el único túnel a su salvación. Creía apenas la mitad de lo que escribía, pero no dudaba ni por un segundo de la importancia de revelar sus temores en un formato que no fuera un riesgo para nadie. Su mente gritaba ante lo desconocido como si fuera una parte de ella que Leena no pudiera reconocer y escribir era la única forma de mantener a la vez el orden y la discreción. Era su forma de gritar en silencio.
—Estabas radiante en la cena —musitó una voz detrás de ella, a escasos centímetros de su oído.
Leena cerró la libreta con un movimiento rápido.
—No es asunto tuyo.
La joven se paró sobre el banco y saltó para colocarse frente a Leena. Sus dedos ágiles trenzaban un mechón de su cabello castaño mientras sus ojos se posaban en su compañera de curso, como si no necesitara mirar lo que hacía para saber que se estaba peinando con habilidad.
—Vi una nota en una revista de moda —continuó—. El verde te sienta de maravilla. A tus ojos, más bien.
—¿Qué quieres, Pilvi?
—Ser una buena amiga de una vez por todas —respondió—. Quiero saber cómo te sientes y estar para ti como no estuve antes. No viniste a clase toda la semana pasada y no sabía si querrías saber de mí.
Leena guardó su libreta en un bolsillo interno del abrigo. Por el rabillo del ojo distinguió la silueta de un joven apoyado contra una pared, pendiente de ellas. Pilvi también lo había visto.
—Ya no hacemos esas cosas.
—¿Qué cosas?
—Ser buenas amigas. No necesito cuidarme de las personas en las que se supone que confío.
Pilvi terminó su trenza y la dejó caer a su espalda, sin asegurarla. Se sentó junto a Leena y señaló al compañero que no dejaba de mirarlas.
—No necesitas cuidarte de nadie; él lo hace por ti.
Nunca había dejado de hacerlo, ni siquiera cuando Pilvi dejó de ser su amiga.
—De verdad, ¿qué quieres?
—Saber si necesitas algo. Vamos, Leena. Sé que estuve mal antes, pero me disculpé contigo. Llevo meses disculpándome contigo. ¿No cederás nunca?
—¿No pensaste que, quizá, tus disculpas no me alcanzan y no influyen en que quiera saber de ti? Nos vemos en clase, nos vemos en eventos familiares grandes... No necesitas forzar una amistad si solo quieres que nos saludemos con educación.
—No quiero solo saludarte con educación, Leena. Quiero volver a hacer lo que hacíamos antes, ir al cine, salir juntas. Te dije que lo siento.
Leena se incorporó. Vio a su amigo separarse de la pared, dispuesto a seguirla.
—Nunca me dijiste por qué lo hiciste.
—Porque soy una idiota. No hay un motivo más fuerte que ese.
Se conocían desde hacía años. Habían compartido más tiempo del que Leena podía contar. Sería capaz de adivinar solo por su voz cuando Pilvi evadía una respuesta.
—Dilo —pidió con suavidad—. Necesito saber por qué me expusiste de esa forma. «Bruja» es lo más suave que me dijeron y tampoco estuviste ahí para contradecirlos.
—Te defendiste bastante bien. Ya ni siquiera te molestan. No después de los ataques intestinales.
—¿Vas a dejar de insinuar que tuve la culpa de eso? —Le dio la espalda, dispuesta a marcharse.
Pilvi la tomó de la muñeca y se incorporó. Sus rostros estaban a centímetros de distancia. Podían sentir cómo las personas más cercanas habían detenido sus actividades para mirarlas. No se oía el ajetreo habitual de los recesos y decenas de ojos se habían clavado en ellas.
—Admite que tú lo hiciste y te defenderé de los demás. Diré puse laxantes en la comida ese día. Será mi culpa.
—¿Cómo puedo admitir algo que no hice? —susurró.
—Tú tenías esa libreta con muestras de tallos y hojas, todos la vieron. No por nada creyeron que habías sido tú, puedo jurarte que eso no salió de mí.
—Pero salió de ti que vieran la libreta. Tú la mostraste y dejaste mi nombre a la vista, y luego permitiste que se burlaran de mí primero y me ignoraran después. Y ni siquiera sé por qué.
Pilvi dejó escapar un suspiro. Echó a todos los curiosos de su entorno cercano e invitó a Leena a seguirla; no podían continuar esa conversación con tantas personas pendientes de sus palabras. No con las mismas personas que se habían reído de Leena antes y que no se habían molestado en pensar cómo podía afectar en su ánimo.
Cuando estuvieron a salvo de quienes habían presenciado la primera parte del intercambio, Pilvi tomó la palabra una vez más.
—No estoy segura de qué fue —confesó—. No sé si fue que tenías un secreto que escondías de mí o la idea de que Alvar también lo conociera. No sé si me molestó que por esos meses nuestros hermanos se hubieran distanciado y que Eljas estuviera pasando un mal rato a causa de Tanja. Algunas semanas antes había sentido el rechazo de los mismos que terminaron molestándote y quise hacer algo para ganarme su aprobación. No sé qué de todo pudo haberlo causado, pero mientras más lo pienso, más siento que fue en vano y que podría haber evitado todo daño. Lo siento, Leena.
Ella se separó de quien había sido su amiga. Los centímetros que habían marcado la distancia entre ellas crecieron junto con el descontento en su rostro. Leena negó despacio, sin prestar atención a los mechones que se mecían desordenados enmarcando su rostro. No necesitaba algo nuevo en su vida. No podía lidiar con un conflicto tan terrenal, tan... adolescente.
—Acepto tus disculpas —cedió por fin—, pero nada volverá a ser como antes. Puede que te hayas arrepentido, pero tu conducta sigue siendo la misma. No estás cuando necesito que alguien diga algo a mi favor, no estás para darme apoyo. Lo estabas antes, ahora no. Y mientras eso no cambie, nada entre nosotras puede cambiar.
Dio media vuelta para marcharse cuando la voz de Pilvi la detuvo. Leena intentó tranquilizarla.
—No te guardo rencor, descuida.
—No es eso —le aseguró Pilvi—. Es sobre Eljas. Sé que iba a verse con Tanja y no pudo ir, pero me gustaría que le hicieras llegar que él no se siente bien y está sufriendo de migrañas que no le permiten encender ninguna luz. Ni siquiera puede mirar una pantalla para avisarle él mismo y yo no tengo su número. Solo quería que no pensara que a él no le importa la semana tan difícil que tuvo. ¿Podrías darle el mensaje?
Leena dejó caer sus hombros. La mirada de Pilvi decía que su preocupación era sincera. Todo lo que involucraba a Eljas era sagrado para ella y jamás lo usaría en una mentira. Suavizó su expresión; ya no hablaban sobre ellas, pero no tenía el corazón tan duro para replicar que su hermana no había necesitado a su novio porque había estado ocupada salvando su vida y viviendo los últimos días en casa de Senna. No tenía el ánimo suficiente para hacerle ver que Eljas habría sido más una molestia que una ayuda.
Puso una mano en el hombro de su compañera. Algunos ojos se abrieron en su dirección. Distinguió la silueta de Alvar mirándolas a la distancia una vez más.
—Cuenta con que le daré el mensaje y le diré a Tanja lo mal que se siente Eljas por no haberla acompañado esta última semana. Él podrá hablar con ella cuando se sienta mejor.
Pilvi le sonrió. Era una sonrisa sincera y desinteresada, para variar. Leena se permitió pensar que en poco tiempo podrían volver a ser lo que eran antes. Volver a salir juntas, a ver películas hasta medianoche.
—Te lo agradezco. Y si necesitas hablar con alguien sobre el aniversario y tu padre, cuenta conmigo. Aunque no me consideres una opción, estaré aquí.
Pilvi caminó hacia su salón. Mientras Leena la seguía, sentía en su abrigo el peso de la libreta con su historia, con sus miedos. Sentía la vulnerabilidad que la había llevado a ocultar sus nombres y veía con claridad cómo no podía confiar siquiera en quienes le hubieran demostrado que podían guardar un secreto. No se trataba de ella ni de su hermana; lo que Jaakko escondía del mundo iba más allá de lo que ella pudiera comprender, y respetaba su silencio porque siempre había creído en su padre y en su capacidad de mantener a la familia ajena a todo peligro. Él había sido la primera persona en fallarle.
Una mano sostuvo su hombro y se vio entre los brazos de Alvar en segundos. Su amigo la sostenía sin malicia, con un claro mensaje para quienes observaran. Nadie se había metido con ella mientras él estaba a su lado.
—No sabía si intervenir —admitió—. Sabía que me habrías regañado después.
—Hiciste bien, no era asunto tuyo. —Giró el rostro hacia él. Tenía el entrecejo fruncido y estaba dispuesto a escoltarla hasta su salón, como siempre que surgía algún problema—. ¿Puedes dejarme tu abrigo? Te lo devolveré a la salida.
—¿Tienes frío? —Presionó su agarre sobre el hombro de Leena, y aun así continuaba tratándola con suavidad.
—Déjamelo, por favor. Me haría bien sentir que tengo algo tuyo aunque estemos en salones diferentes.
Alvar dudó. Leena esperaba que no se resistiera a esa réplica. Los segundos que los llevaron hasta el salón de su próxima clase fueron eternos. Al llegar, él le pidió que aguardara un minuto. Corrió hacia su salón y regresó con una prenda de cuero. Se la tendió con una media sonrisa y la promesa de verse más tarde.
Leena colgó el abrigo del respaldo de su silla, dejándolo a la vista de todos. Alvar era conocido en su clase. Después del intercambio con Pilvi, necesitaba asegurarse de que nadie la molestaría. Se preguntó, no por primera vez, si podía confiar en él para desahogar los temores que rondaban su familia. Alvar había estado para ella cuando nadie más parecía dispuesto a tenderle una mano, incluso había exteriorizado su costado más rudo para ponerse de su lado y se había convertido en la sombra que pretendía protegerla sin saber que nadie podía mantenerla a salvo de lo que ocurriría luego.
Su padre se había preparado para lo peor y lo peor se había hecho con él. Nada había en ese mundo ni en ningún otro que Alvar pudiera vencer para evitar que ella corriera la misma suerte.
Pero ella sí podía hacer algo por él. En realidad, Leena siempre lo había hecho.
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