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20. El susurro de Vanihèn | Parte 3

Faltaban dieciséis minutos para la medianoche.

Emma se había arrodillado sobre el suelo frío y mantenía el libro abierto en una página doble que mostraba el cielo en esa región y parámetros que Senna no había sido capaz de explicarle, pero que ella comprendía. Con un lápiz y una hoja de papel manteca trazaba líneas para estimar un cálculo del que Jaakko no las había prevenido; quizá él no necesitara detallar aquellas cosas por escrito.

Senna se acercó a Tanja, que no dejaba de contemplar el cielo gris que se extendía invadido por las nubes más allá de las copas de los árboles.

—No quise mencionarlo antes —susurró—, pero tú también corres riesgo de hibridación. Dentro de todos los posibles motivos por los que no manifiestas las capacidades de un kimiá también está la opción de que puedas hacerlo, solo que no lo haces porque nadie te enseñó a manejar esa parte de ti. No es lo más probable, pero es un riesgo que existe.

—Dudo que algo así viva en mí, Senna. No puedo sentirme más ajena a tu mundo cada vez que hablas de poder y energía. —Sus ojos no se habían apartado del cielo—. Pero si mi padre es parte de esta locura y trató de contactarme porque está en peligro... ¿Qué clase de hija sería si no fuera corriendo sin pensarlo a donde sea que está?

—Una hija que respeta sus propios tiempos y procesos —respondió Emma a la distancia—. Una hija que necesita medir los riesgos porque tiene hermanos que proteger y una madre que mantener lejos del foco de esta gente.

—Emma tiene razón. Estás siendo prudente y no estás olvidándote de él. Sigues aquí, incluso sabiendo que esto podría salir mal.

Tanja alejó su mirada del cielo y se dirigió a su amiga con determinación. Podía notar que Emma seguía pendiente de ellas.

—Sin evasivas y sin disfrazar la verdad —le indicó—. ¿Qué tan probable ves que alguna de las tres tenga que tomar el nudo?

—Tendría que caer en el agua para que alguna de nosotras tenga que buscarlo —señaló—. Cuando Emma calcule la trayectoria lo sabremos mejor, pero aún tiene probabilidades de no tocar tierra seca.

Como si hubiera estado esperando el momento para ponerse de pie, Emma se acercó a sus amigas. Había dejado el libro abierto en el suelo y llevaba las hojas consigo.

—Si las nubes continúan allí durante los próximos minutos, será más difícil calcular la trayectoria, pero imagino que también servirá para que la gente normal no esté tan pendiente del fenómeno. El cálculo estimativo... Insisto, es estimativo... Bueno, según aproximaciones a los cálculos de Jaakko, hay un cuarenta y tres por ciento de probabilidades de que el nudo caiga en el mar. Tendremos que despejar la nieve del porcentaje restante para evitar que actúe como agua y preserve la capa exterior. —Suspiró y miró el punto brillante en el cielo con frustración—. Me gustaría saber la velocidad a la que está el viento, porque según esto —levantó con desgano el papel en el que había hecho las anotaciones— puede ser crucial. Como viene del oeste, puede que incline las probabilidades de que el nudo caiga en la tierra.

Tanja se frotó las manos y miró a Senna de reojo.

—Más nieve que apartar entonces, por si nos favorece el viento. —El entusiasmo de su voz no ascendía a su rostro, pero era más de lo que esperaban de ella esa noche—. ¿Habrá alguna forma sobrenatural para no perder estos valiosos...? —Consultó la hora en su móvil y giró en dirección a los árboles que las rodeaban. La rapidez con la que arrojó la máscara de liviandad enfatizó cuánta mentira había en su presunta tranquilidad—. Faltan once minutos y no parece que alguien vaya a venir. Quizá deberíamos recorrer la zona para estar seguras.

La alerta en su voz era contagiosa. En cierta medida, todas esperaban ver a un grupo elekiená o a Jaakko esa noche para confirmar que no caminaban sobre pistas aleatorias, que estaban siguiendo el rastro correcto.

El silencio se sintió espeso a su alrededor. Los árboles se convirtieron en sospechosos. El viento, en cómplice. Emma guardó las páginas mal dobladas en en bolsillo de su abrigo y se acercó a sus amigas con el rostro hacia el mar. Tanja flexionó sus rodillas, lista para moverse tan veloz como la situación lo exigiera. Senna elevó sus manos, dirigiendo sus palmas hacia la espesura del bosque.

Sus respiraciones eran pesadas. Sus corazones latían con prisa. Senna apretó el nudo en su pecho contra su piel para asegurarse del contacto con su sangre.

Los minutos pasaron. Las sombras se mantenían estáticas. El vapor de sus respiraciones era lo único vivo en ese triángulo.

Ellas eran parte de la nieve, del bosque, del frío.

Un sonido disparó sus movimientos. Tanja corrió hacia el árbol más cercano y se dejó caer junto a su tronco. Emma dio dos pasos largos en dirección al mar y giró para mirar de frente al peligro que se acercaba. Senna provocó que cinco árboles dejaran caer una de sus ramas inferiores.

Tanja sacó el móvil de su bolsillo y apagó la alarma.

—Cinco minutos —explicó entre jadeos.

Las rodillas de Emma se hundieron en la fina capa de nieve. Las manos de Senna cayeron a los costados de su torso. No tuvieron el valor de suspirar. No sentían el alivio para hacerlo.

—Quitaré la nieve —anunció Senna—. Me serviría una guía.

Emma se incorporó despacio, con la calma de una sombra en un cuerpo rendido, y comenzó a trazar una línea con la punta de su pie.

El instante de presión había acabado con sus ánimos y en la huida se había llevado parte del valor que las mantenía en pie. Tanja continuaba en el suelo, al borde de quebrar en llanto. Escondía el rostro tras sus brazos y con las yemas de sus dedos se masajeaba el cuero cabelludo.

Senna apartó la imagen de su amiga de su mente y se concentró en el calor que debía generar y expandir sobre el suelo. Contaban con tan poco tiempo que era posible que la humedad remanente funcionara como capa húmeda y protegiera la primera descarga, pero no quería detenerse en esa idea. Si lo pensaba demasiado, acabaría poniéndose en la ruta del nudo y aceptando que el final vendría más rápido que si esperaba a que su llama de Anukig se extinguiera como lo habían hecho las que habían brillado antes que la suya.

Cuando Emma acabó de marcar el límite sobre la nieve, se arrodilló frente a Tanja. Colocó su mano sobre las manos temblorosas de su amiga. Apoyó su frente sobre su cabello desordenado.

—Hoy has manejado niveles de estrés a los que no estás acostumbrada y lo haces mejor de lo que piensas —le dijo. Senna podía oírlas, se había mantenido a pocos metros de Tanja para poder alcanzarla con su calor—. Si sientes que no puedes continuar por hoy, puedes esperar con algo de calefacción. Yo prefiero permanecer aquí porque, al parecer, soy la que menor riesgo tiene de un destino horrible si hubiera que tocar el nudo, pero iremos en unos minutos y podremos regresar.

La propagación térmica no derretía la nieve con la velocidad que necesitaban. Senna hundió sus manos en el manto blanco que continuaba intacto a medio metro de ella y murmuró un pedido en aniah para que sus amigas no descubrieran que no era un rito, sino una confesión de impotencia.

No supo cuándo Tanja se puso en pie, pero vio cómo las siluetas de sus acompañantes se movían con prisa para ayudarla a mover la nieve con los pies. La noche comenzaba a iluminarse y se obligaron a mirar al cielo cuando sus sombras se recortaron nítidas contra la superficie.

—No deberíamos estar tan cerca —murmuró Senna—. ¡Corran!

Se abalanzaban hacia los árboles sin pensar en las medidas prudenciales exactas cuando un grito las detuvo.

Senna había caído y se llevaba ambas manos al esternón.

El resplandor que emitía el nudo había traído el día a la península.

Se retorcía bocarriba con las rodillas flexionadas hacia su pecho.

Caía sin que el viento modificara un milímetro de su trayectoria.

Gritaba de dolor.

Caía.

Tanja corrió hacia Senna, Emma corrió hacia Tanja. Intentaron incorporarla primero, arrastrarla de los tobillos después. No podían moverla.

Tanja intentó deshacer el puño que eran sus manos para que dejara de abrirse la piel de la palma con sus uñas.

Emma acariciaba su rostro murmurando palabras dulces y esperanzas vanas.

La piedra caía.

Senna gritaba.

No se les ocurrió a tiempo la idea de cubrir a su amiga en tierra para protegerla de un posible impacto. No pudieron cubrir más que su cuello antes de que los movimientos espasmódicos de su cuerpo arrojaran la tierra al suelo una vez más.

Senna gritaba.

La piedra ya había caído. Sobre ella.

Se había unido a través de la ropa con el nudo que llevaba escondido y los alaridos provocaron que Emma, consciente de su situación, intentara retirarla. El ardor le abrasó la piel y la obligó a apoyar las manos sobre la nieve.

—Solo dame unos segundos —pidió.

Lo intentó una vez más, incapaz de contener las lágrimas. Tanja la apartó y trató de separar la piedra de su amiga. Se unió al ardor en la piel, a los gritos de agotamiento y dolor, a la agonía en vida.

Senna gritaba, pero no lloraba. Acercó sus manos temblorosas y rígidas al centro de su pecho y se colocó de costado para incorporarse. Apartó el nudo con el dorso de una mano y se sostuvo con la otra. Su rostro enrojecido se enfrentó al de Tanja.

—Está... hablando —musitó.

—¿Quién habla? —quiso saber ella.

—Me... me habla...

—¿Quién, Senna? ¿Mi padre?

—Él...

—Tanja.

La voz de Emma era firme y tensa. Llegaba desde arriba y atrás, donde su amiga había retrocedido para asegurarse de que la piedra continuara a la vista. Cuando Tanja respondió a su llamado, vio que señalaba el suelo.

Sobre el resplandor que aún no regresaba al nudo se recortaba la silueta de un par de alas que se batían a los costados de Senna, alinéandose con su cuerpo en conmoción. Sus pies se movían sin control sobre la nieve, trazando líneas erráticas y desesperadas. En su cuello se acumulaba la tensión que necesitaba liberar.

Y las alas continuaban meciéndose con delicadeza y determinación, abarcando el suelo que pisaban, el lago que las rodeaba, las islas desde las que se habría visto el brillo que aún no se extinguía.

Se tendieron junto a Senna, incapaces de hacer más por ella hasta que pudieran tomar el nudo sin lastimarse. Sujetaron cada una un hombro con cuidado y entrega y permanecieron recostadas, soportando los jadeos de angustia que desbordaban los labios de la alkyren.

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