19. Donde irían sus pasos | Parte 1
Habían tomado la ruta más rápida para el regreso y el mutismo de sus amigas logró que aumentara la potencia de una voz que le decía a Emma que abandonara lo que desconocía y que esperara el fin del mundo junto a su familia. Su utilidad era transcribir el contenido de las páginas que Senna no podía tocar y Tanja solo parecía avanzar cuando la impulsaban a hacerlo, olvidándose de sus tiempos y su proceso de aceptación. Sin embargo, nadie había tenido en cuenta su proceso más que para definirla por su escepticismo y hacerle ver que no era parte de ese mundo, que no lo sería y que era alguien más a proteger. Alguien que no debía estar en la lista.
Cuando se detuvieron frente al hogar de Senna, Emma se adelantó y las esperó de pie.
—Hay algo que necesito decirles —comenzó.
—¿Te irás y dejarás de buscar respuestas? —aventuró Senna sin mirarla.
—¿Estabas esperando que lo hiciera?
—No es algo en tu contra, de verdad —agregó Tanja—, es solo que desde el comienzo te mostraste distante y esperábamos que tú fueras la primera en desistir luego de lo que Minz nos dijo. En realidad, no sabía si yo desistiría antes que tú.
Emma tomó las manos de Tanja entre las suyas. Buscó su mirada errante y dispersa, consiguió que la enfocara.
—Tú no puedes desistir. Es tu padre el que te necesita. En cuanto a mí...
«Este no es mi dolor».
—No te preocupes —la tranquilizó Senna—, lo entendemos. Fue más de lo que esperábamos para un día y cada una tiene que considerar sus opciones. —Sus ojos se desviaron hacia el piso superior de su hogar y Emma siguió su mirada. Las cortinas de la sala de instrumentos estaban corridas—. Había tomado una decisión con respecto a mi madre, pero todo se siente diferente ahora.
Ella también lo notaba. Percibía que era la única que aún no había sido marcada por un designio familiar y que estaba a tiempo de forjar el suyo, de centrarse en lo que de verdad le correspondía. Tanto Tanja como Senna podían evaluar sus alternativas, pero llegarían a la conclusión de que jamás habían tenido opciones. Aquella libertad era lo único que Emma poseía.
—Necesito estar sola —confesó—. La necesidad que siento de olvidar todo esto pesa demasiado. La carga de involucrarme es más de lo que puedo llevar. Nunca sospeché de tu mundo, Senna, ni de tus habilidades. Nunca creí que podía ser una realidad hasta que nos enfrentamos a esos tipos, y aun así seguía sin creerlo del todo.
—Elekiená —corrigió Senna en voz baja.
—Iré a caminar antes de regresar a casa. Pueden llamarme si surge una situación en la que me necesiten.
—¿Estás segura de que irás a pie? —Tanja dio un paso hacia ella.
—No se preocupen —repitió.
Se alejó a paso lento, casi esperando que la detuvieran, cuando la voz de Tanja la llamó.
—¡Emma!
No giró más que su cabeza en dirección a su amiga. Los metros que las separaban las obligaban a no hablar con detalle de lo que habían vivido durante aquellos días, pero no fue necesario.
—Gracias por haberte involucrado. Incluso si dejaras de hacerlo, tu ayuda fue invaluable.
Sonrió. En su garganta había nacido un nudo que le impedía hablar y que fue la causa de que no respondiera. Sin embargo, no le importó. Ella siempre tenía la palabra justa, el aliento que se sentía adecuado, el soporte incondicional. En esa oportunidad solo sintió que había alcanzado unos minutos de paz, interrumpidos por estrechos caminos que llevaban sus pensamientos a preguntas que no era capaz de responder. La relación entre Minz y Sonja, y, por ende, el posible vínculo entre Sonja y Jaakko, la perturbaba. Si la mujer estaba involucrada en asuntos de Jaakko y él había desaparecido por saber de más, no existían motivos para creer que su vecina estaba a salvo solo porque Minz temía que Senna inutilizara su cuerpo. No había mencionado a Sonja en las conversaciones con Tanja y Senna hasta el episodio de Minz, pero el nulo interés de sus amigas en ella hizo que desestimara el pensamiento.
Continuó su camino.
Debía visitarla, averiguar si algo había ocurrido. La razón que le impedía hacerlo se traducía en temor: si Sonja descubría lo que había vivido durante los últimos días, podía delatar a Senna. Su amiga había sido clara con Minz al esconderle el secreto que les había revelado en las escaleras oscuras del kiimtabar de Jaakko y podía verse perjudicada si alguien más lo descubría. Emma podía dar un paso al costado, pero no dejaría de proteger la integridad de sus amigas ni de velar por sus secretos. Se los debía.
Su deseo de poner distancia no consiguió alejarla demasiado. En su bolso sentía el peso de su móvil y esperaba notar la vibración que le advertiría que no habían prescindido de ella, que respetar sus tiempos no era prioridad así como no lo había sido el respetar los tiempos de Tanja cuando había pedido que no buscaran a Minz esa mañana. Deseó por un instante que no la trataran con cuidado, que le exigieran tanto como se exigían entre ellas. Deseó que su condición de humana no la excluyera de ser útil más que para transcribir signos extraños en una hoja limpia. Lo único que Senna había mencionado en el camino de regreso había sido que necesitaba mirar el libro una vez más y Emma no había respondido. Ahora que tenía algunos minutos para pensarlo, aquel momento había sido el detonante para que supieran que se iba a marchar.
Su cuerpo le pedía ir a la costa, ampliar la vista hacia el mar abierto, pero tendría que haber cruzado la isla y sus pies no la habían alejado demasiado de la casa de Senna. Se conformó con mirar al este, hacia el centro vivo de Helsinki, desde un costado del puente que conectaba Lauttasaari con Salmisaari. Al menos, así podía tener el estrecho de Lauttansaarensalmi frente a ella y fingir que era el mar, que era la entrada al océano. Que lo infinito se hallaba a sus pies. Se detuvo allí, con el puente a su izquierda y la mirada perdida en el movimiento del agua, y esperó.
Sus pensamientos se ordenaban por jerarquías y acababa siempre pensando en su hogar, en su núcleo familiar, en su madre y las sospechas que mantenía junto a Ismo sobre su depresión. Habían quitado el alcohol de la casa por miedo y no habían respondido a su padre cuando quiso saber qué había ocurrido con sus botellas de vino italiano y su reserva de vodka, pero algo en su silencio hizo que no repitiera la pregunta. El caos que podía desatarse debido a los conocimientos de Jaakko no le preocupaban tanto como el miedo a perder a su madre en un país donde los medios evitaban mencionar la palabra «suicidio» para proteger a la población. La vulnerabilidad de Sonja no era prioridad si solo Minz sabía de su existencia y no se acercaría a ella mientras Senna estuviera por allí. La búsqueda de Tanja la llevaría a encontrar un padre vivo o a enfrentar las consecuencias de su pérdida a un nivel que trascendería lo personal, pero no se comparaba con perder una madre. Según las palabras de Minz, si Tanja perdía a Jaakko, lo haría cuando perdiera todo. Si ella perdiera a Ester...
La realidad de Tanja no era su realidad y el dolor de su amiga no era su dolor. El cronómetro del que dependía Senna no marcaba sus tiempos y todo lo que podía hacer por ellas era acompañarlas, pero nunca salvarlas, nunca marcar una diferencia. Y siempre sería a costa de alejarse de su realidad, de no ocuparse de su dolor, de permitir que el reloj avanzara frenético sin siquiera mirarlo.
—Este es uno de los rincones más especiales que conocí —dijo una voz aguda y calma a sus espaldas.
Emma giró responder a la niña cuando notó que la pequeña no la miraba. Sus ojos navegaban más allá de la costa y el brazo derecho, que terminaba en un muñón por encima del codo, seguía el trayecto de su vista.
—¿Has conocido muchos rincones? —le preguntó con amabilidad.
La niña se acercó.
—No demasiados, solo este. Y solo hoy. Pero sé de buena fuente que es un lugar especial.
Permanecieron en silencio, contemplando el movimiento del agua. El viento agitaba sus cabellos de forma rítmica, suave.
La menor se sentó a su lado.
—¿Tus padres están cerca?
—Mamá me dio permiso de recorrer, me dijo que viniera aquí.
—Ya veo. Es ella quien dice que es un lugar especial, ¿verdad?
La niña asintió, con una sonrisa en los labios y un enigma en la mirada.
—¿Por qué estás sola? —le preguntó.
Emma se encogió de hombros antes de responder.
—Estoy esperando el llamado de unas amigas. Creo que me necesitan, pero no iré hasta que me llamen.
—¿Y eso por qué?
—Porque les dije que me marchaba y no esperan que regrese.
—Ah.
El móvil no había vibrado en ningún momento, ni siquiera para dar alerta de algún mensaje de su hermano o alguna notificación sin importancia. Parecía que se había quedado mudo para no tentar a su ansiedad.
Había mencionado que no llegaría para almorzar y contaba con que no la esperaran. El plan original era almorzar en casa de Senna, discutiendo lo que fuera que hubieran obtenido con Minz, y podía estar segura de que tampoco allí la esperaban.
El estómago de la niña rugió.
—¿No sientes que hay algo aquí? ¿Algo que incita a la paz?
Lo había notado, pero era su pensamiento general acerca de los grandes cuerpos de agua. Si no podía ver la costa al otro lado, sentía el llamado del silencio y percibía cómo sus ideas se esclarecían, cómo los caminos se abrían en su mente para darle tranquilidad.
—El movimiento calmo del agua transmite paz —intentó explicarle—. Es algo por lo que no cambiaría el vivir en una ciudad costera.
—Pero me refiero aquí —insistió la pequeña—, en este punto del mundo. ¿No sientes que, si miras el agua por unos minutos, acabarás buscando esa calma?
Un escalofrío nació en su espalda y murió cerca de sus hombros. Miró a su alrededor, buscando a la madre de la niña.
—¿Vives en Lauttasaari? ¿O en algún otro distrito de Helsinki?
La pequeña sacudió sus rizos negros con energía.
—No vivo en Helsinki —respondió en un perfecto finés—. Es solo que siento que algo es diferente aquí, como si un monstruo viviera bajo el agua y la única forma de luchar contra él fuera dejando que nos atrape, yendo a buscarlo. Como si el destino fuera ahogarnos y perdiéramos el tiempo sobre tierra firme, ¿me entiendes?
No, no lo hacía. Pero la mención del destino se entrelazó con las palabras de Sonja y una alerta comenzó a latir bajo su piel a ritmo lento, pausado.
«El pasado viene por ti, Emma. Y no trae palabras amables».
—¿Piensas que entregarse al destino es la mejor forma de luchar contra él?
—Pienso que es la forma de enfrentarlo. Y cuando estamos frente a frente con él, podemos decidir si luchar o dejar que nos arrastre al mar.
—¿Dónde está tu madre?
—¿Dónde está la tuya? —retrucó la niña.
—Eres pequeña para andar sola por ahí.
—Tú estás sola y no eres pequeña. ¿Crecer es alejarse de los demás?
Emma se cubrió el rostro con las manos. Su mente ansiaba regresar a lo que había dejado atrás hacía unos minutos y no podía mantener el hilo que la niña parecía llevar.
—Mi madre está en casa, descansando. ¿Dónde está la tuya?
—¿También está sola? ¿En qué trabaja?
—No trabaja. Perdió el empleo hace unos meses.
El rostro de la niña se mostró afligido. Intercaló su mirada entre Emma y el agua que se movía frente a ellas.
—¿Tú crees... que el monstruo la encontró?
Un instante de claridad destelló en sus ojos.
El monstruo. La depresión no tratada. El desempleo. La no mención a un padre. Un posible destino. Ahogarse en pensamientos, hundirse en el mar.
Contempló a la niña y vio la pena en su mirada. Separó sus labios para responder en el instante en que el móvil vibró en su bolso.
Tenía una llamada de Tanja.
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